En Rusia se está pasando en la actualidad una prueba a una escala que no se había visto en mucho tiempo. Más de cuarenta años después de la invasión soviética en Afganistán, en febrero, los tanques rusos volvían a entrar en otro país para implicarse en otra «guerra sucia». Como no podía ser de otra forma en el contexto actual, las consecuencias inmediatas fueron la cancelación y expulsión de todas las competiciones internacionales de los clubes y deportistas rusos. En estas circunstancias, me va permitir usted, apreciado lector, que me tome la libertad de llamar su atención sobre la sección de baloncesto del CSKA de Moscú.
Pocos equipos tienen los recursos que actualmente posee el CSKA en términos económicos, deportivos y jurídicos, y créanme, esos son recursos muy serios. Sucede que no siempre fue así. La centenaria historia del CSKA no deja de ser un espejo de la propia historia de Rusia en el último siglo. Los lectores mas descreídos tal vez piensen que no puede haber nada más significativo e importante que su tiempo, sin embargo basta con dar un vistazo superficial al trayecto del CSKA en la Rusia de los noventa para entender que la historia en esos años ciertamente no es bonita. Si uno se toma la molestia de tratar de reconstruir lo que fue la historia del CSKA, todavía encontrará frescos en la memoria de Stanislav Eremin la concatenación de hechos vividos entre su retirada como jugador en 1985, y su llegada en plena desintegración de la Unión Soviética y el sistema comunista en 1991 al banquillo del CSKA, así que no se apresure a juzgar ni comparar estos nuestros tiempos, con los que vivió el protagonista de nuestra historia.
«Siria en ese momento (finales de los ochenta) era como un viaje a Europa. Además, Sergei Belov, cuya opinión respetaba, me recomendó que me fuera. Me dijo que no lo dudara, que era una buena opción. Fue un período difícil en mi vida. Perdí dinero, tal vez perdí a mi primera familia. Pero profesionalmente, tras dejar mi carrera como jugador, recibí las primeras bofetadas», recuerda Eremin. «Cuando era jugador, pensé que entendía el baloncesto, y cuando me senté en el banco del entrenador, me di cuenta de que no entendía un carajo». La idea de ir a Siria nace de un vecino del KGB que Eremin tenía en su Dacha de Oktyabrsky. Siria era un país próspero, aunque como la actual Rusia, poco después estuvo bajo las sanciones de los Estados Unidos.
El destino del «Russky mir» (mundo ruso) se cerró en 1991 como una empresa arruinada y posteriormente privatizada. Con la perspectiva que da el paso del tiempo, uno puede ver no solo lo grande, sino también lo insignificante, lo indigno. Muchos implicados en los convulsos noventa consideran que hicieron lo correcto, por lo que cuando uno se acerca a investigar ciertos hechos sucedidos en esos años, tiene la sensación de encontrarse ante una barricada de difícil acceso. Y en este punto, no vale la pena proyectar lo negativo sobre nadie en particular. En este sentido, es mejor que quienes ocuparon cargos de responsabilidad no oculten esos problemas, sino que, por el contrario, los expongan con impúdica franqueza. Tal y como hace Stanislav Eremin, la luz que iluminó el camino por la oscuridad del CSKA en los años noventa.
«El principio de los años noventa es probablemente la etapa más difícil en la historia del CSKA como club. Después de la salida del liderazgo del equipo y sus mejores jugadores, el equipo perdió muchas de las ventajas que había tenido en los años soviéticos. Ya no podíamos reclutar jugadores a través del Ejército como antes y no teníamos ninguna ventaja financiera sobre otros equipos. En otros equipos comenzaban a aparecer sponsors, algo de dinero y, también una cierta libertad. Por lo tanto, formar el equipo en esa época fue muy complicado. Ivan Edeshko y yo tomamos jugadores que habían sido despedidos de otros equipos, incluso tuvimos un pívot que en cierta ocasión estuvo borracho una semana entera y tuvimos que ir a su casa para “persuadirle” de regresar a entrenar. Tuvimos que aguantar y usar lo que teníamos en ese momento. La única ventaja que yo tenía entonces fue la oportunidad de usar los recursos administrativos como entrenador del equipo juvenil. Vi cómo crecía la generación más joven que surgió desde la escuela soviética. Y en esa generación había varios chicos que tenían mucho talento y prometían mucho a mi modo de verlo. Comencé a negociar con ellos sobre su futuro y su transferencia al CSKA. Con algunos de ellos tuvimos mucho éxito. Pienso que fue con la llegada de la generación más joven, con jugadores como Kudelin, Karasev o Panov, lo que permitió mantener el club y a partir de ahí, convertirnos en un club normal», declara Stanislav Eremin, el hombre que regresó a la Leningradska Prospekt para recoger la bandera del CSKA y alzarla como si Moscú se hubiese transformado en Iwojima.
Eremin siempre se ha considerado a sí mismo como una persona provinciana. Nunca ocultó que jamás se sintió como un moscovita. Sí, pasó la mayor parte de su vida en Moscú. ¿Y qué? No vio nada apenas allí, ni aprovechó ningún beneficio a los que tenían derecho los atletas en el CSKA. Su vida en la gran Moscú se reducía al trayecto Leningrasdka Prospekt – USH CSKA – Aeropuerto de Smeretievo –USH CSKA– Leningrasdka. Y eso es todo. Cuando se convirtió en entrenador, olvidó totalmente lo que era el primer anillo de Moscú. Durante los primeros años del Eremin jugador, visitó la Galería Tretyakov cinco o seis veces, sin embargo, durante sus años como entrenador en Moscú no fue casi a ninguna parte. A cambio de sacrificar su tiempo libre, se entregó en cuerpo y alma a la “Perestroika” del CSKA. ¿Era posible cambiar el rumbo de la historia? Con paciencia, Eremin fue recogiendo los mil pedazos en los que se había roto el corazón del CSKA, y los fue pegando uno a uno hasta estabilizar el sistema cardíaco del equipo del Ejército Central. Lo hizo con la última hornada de jugadores educados y criados bajo la hoz y el martillo de la URSS. Me refiero a gente como Vasya Karasev, Sergey Panov o Evgeny Kisurin, formados en el Spartak bajo la tutela de Vladimir Kondrashin, pero también a un viejo conocido para Eremin como Sergey Bazarevich y a jóvenes como Igor Kudelin, Igor Kurashov, Andrei Spiridinov o Alexey Vadeev, piezas que el CSKA fue incorporando mientras luchaba por su propia existencia en un entorno en el que otros muchos hubiesen salido corriendo.
De lo expuesto hasta ahora se intuyen las dificultades objetivas vividas en aquel CSKA que trataba de evolucionar al compás de los tiempos. En 1994 llegaron los primeros norteamericanos, Chuck Evans y Pat Eddie. Cuando las palabras deuda y quiebra llegaron al CSKA, Evans y Eddie no pudieron soportarlo lanzando un «all–in» a su propio equipo: o cobramos seis meses por adelantado, o no jugamos mañana ante el Real Madrid. Eremin calificó el ultimátum como «una puñalada por la espalda» , por lo que en respuesta el CSKA cortó a los dos norteamericanos. Decidieron jugar solo con rusos, y la apuesta se reveló como ganadora. Como Lloyd Bridges escogió un mal día para dejar de fumar, Evans y Eddie se equivocaron en exigir dinero donde no lo había.
El proceso de metamorfosis
Esa fue la temporada que concluyó con el famoso episodio del envenenamiento en Atenas en el partido de Cuartos de Final de Euroliga. Una historia en la que, aun a día de hoy, podemos comprobar cómo existen muchas más preguntas que respuestas, pero es poco probable que sin ese partido en Atenas hubiese sucedido lo que sucedió al año siguiente. La presencia en la Final Four parisina de 1996 fue la confirmación de que algo muy significativo, casi grandioso, estaba sucediendo. Solo la mejor versión de Dominique Wilkins pudo apartar de la final a aquel CSKA de «mendigos» como con orgullo lo califican sus componentes.
Es cierto que hay muchas posdatas en el relato del CSKA noventero. Una de las más significativas además de los impagos, fue el regreso a casa de Gómelski. El halo dorado de Seúl le sirvió para llegar hasta Estados Unidos tras hacer escala en Tenerife y Limoges con el aura de campeón olímpico, solo que una vez estuvo allí se dio cuenta que, en realidad, nadie le necesitaba, así que para cuando el CSKA disputó la Final Four en Atenas, Gómelski estaba de vuelta en el club. Su círculo era monolítico, el viejo «Zorro Plateado» necesitaba nuevas intrigas:
«Cuando regresó a Rusia, hubo grandes cambios en el país y el club, su papel no era el mismo que antes, y eso lo irritaba mucho. Soñaba con volver a su puesto anterior. Recuerdo que constantemente me comentaba cómo jugar el partido, qué hacer. A veces sus comentarios llegaban al punto de ser ridículos, en los intervalos entre tiempos se acercaba y decía: – «1-3-1″, intentemos otra defensa…» le contesté: «Aleksandr Yakovlevich, nosotros no entrenamos esta defensa- respondió «Nada, hay que intentarlo, saldrá». Él mismo era un improvisador y siempre lo hacía, pero parecía no entender esto. Estaba molesto en ese momento, yo era muy popular y famoso y tenía un papel bastante alto en el club. Trató de entrometerse en mis asuntos e interfirió conmigo, yo no estaba feliz con ello, pero aguanté», reconoce Stanislav Eremin.
Gómelski estaba curtido en las complejidades del juego político soviético. Entendía perfectamente bajo qué reglas jugar. Desde el momento de su regreso, el CSKA se convirtió en escenario de complejas intrigas con una única finalidad: despedir a Eremin. ¿Qué hizo Stanislav Georgievich en ese escenario? Bueno, sencillamente nunca olvidó que fue Gómelski quien le llevó al CSKA y a la selección nacional veinte años atrás. «Una vez habló muy duramente contra mí en la prensa con comentarios críticos sobre mi trabajo. Llegué a casa irritado y le dije a mi esposa: «No puedo hacer esto más. Le responderé.», pero mi esposa me dijo: Stasik, piensa en quién te llevó al CSK , y a la Selección Nacional. ¿Quién te dio un apartamento y un coche? ¿Quién hizo posible todo esto que ahora está presente en tu vida?»
Al finalizar la temporada 98-99, hubo dudas sobre la continuidad de Stanislav Eremin tras la campaña pública realizada por Gómelski, que se moría de ganas de despedirlo y colocar en el banquillo del CSKA a Sergey Belov. «No recuerdo que Eremin dijera: «Me equivoqué». Siempre tiene a los jugadores a quienes culpar, siempre encuentra a alguien a quien culpar del fracaso Stanislav Georgievich es una persona amable, tranquila e inteligente. Y libre de conflictos. Es más duro trabajar con Belov, que tiene un carácter difícil», argumentaba Gómelski aquellos días en la prensa rusa. Además, Gómelski acusaba a Eremin de haber firmado un contrato con el Maccabi sin ningún tipo de certeza. Eremin es una persona muy sensible y astuta que antes de tomar una decisión la sopesa cuidadosamente. Y, además, es que un ruso de los nacidos y educados bajo sistema soviético. ¿Qué quiero decir con esto? Bueno, para Stanislav Georgievich, esos pequeños detalles de la vida rusa que para nosotros son tan complicados de entender, son infinitamente más valiosos que el dinero.
A todo o nada por la dirección del equipo
La dirección del club, al darse cuenta de que Eremin no había firmado ningún contrato ni con el Maccabi ni con ningún otro club, decidió realizar un concurso. Ambos entrenadores debían presentar sus programas para la siguiente temporada, y sobre la base de esos documentos se haría la elección. Belov presentó el suyo a finales de mayo de 1999, Stanislav Eremin respondió que no tenía la intención de presentar nada, ya que consideraba que la participación en tal concurso era inaceptable para él. Además, el técnico sintió el apoyo del resto de empleados del club, la prensa y la afición, como queda reflejado en la edición del diario “Sport-Express” del 31 de mayo de 1999, en la que todos los jugadores de la plantilla expresaban públicamente su opinión sobre este asunto. La gran mayoría de ellos pensaba que lo mejor era que Eremin se mantuviese en el cargo, se habían desarrollado con los años relaciones humanas muy sólidas entre el cuerpo técnico y los jugadores, así que finalmente, Eremin se quedó y pudo ponerse manos a la obra con el que sería su último equipo como entrenador del CSKA. Sergey Belov se fue a liderar el Ural Great Perm. Pero esa ya es otra historia.
Un año después, tras ganar la liga en Perm, Eremin insinuó que podía dejar el equipo a lo que Gómelski contestó que no le importaba. Debido a la corroída relación entre ambos, a nadie le sorprendió. Gómelski había declarado en numerosas ocasiones que no estaba contento con el trabajo de Eremin por más que ni entonces, ni después, Eremin no le dio a Gómelski ni un solo motivo para considerar que era su rival. No hay la más mínima evidencia de lo contrario.
«Recibí satisfacción moral, cuando antes de su muerte, Gómelski me dijo: “Fue mi error. Te saqué del CSKA en vano, tuviste que trabajar durante varios años más en el CSKA”. Tengo un gran respeto por Gómelski y a veces mentalmente le pido perdón. Permítanme enfatizar una vez más: CSKA me dio mucho. Nunca olvidaré los años en el CSKA. Estoy muy agradecido con el destino que me dio ese equipo y esos jugadores. Fue una época dorada. Una oportunidad que pocas veces le toca a un entrenador. Creo que la aprovechamos», concluye Stanislav Eremin.
Eremin fue mucho más que un simple entrenador en el CSKA. Fue el centro de todo, el eje sobre el que se construyó el mejor equipo de Rusia en los años noventa. «Los años noventa fueron la época más dura del CSKA. Por supuesto que no podríamos haberlo hecho sin toda la gente que creía en el club, sin Eremin y sin la gente en la que Eremin confiaba, la gente que todavía jugaba por el honor del país y del CSKA a pesar de todos los problemas en Rusia como los impagos y muchos otros», recuerda Igor Kudelin.
Cuando los estándares están bajos, permaneces donde estás. Cuando los estándares están altos, levantas tu propio estándar. Y eso es lo que hizo Stanislav Eremin en su amado CSKA. Con el final de siglo, la cooperación mutua entre Stanislav Eremin y el CSKA llegaba a su fin. Eremin se fue a Kazán. Volvía a una provincia. A comenzar de cero de nuevo.
Contraten a un traductor o a alguien que revise las traducciones. Es incomprensible una frase como esta:
«Él mismo era un improvisador y siempre lo hacía, pero parecía no entender esto. Estaba molesto en ese momento, yo era muy popular y famoso y tenía un papel bastante alto en el club. Trató de entrometerse en mis asuntos e interfirió conmigo, yo no estaba feliz con ello, pero aguanté»».
Qué tal así:
El propio Gómelski era dado a la improvisación y siempre lo hacía, pero parecía no entender esta situación. Se sentía, en aquel momento, molesto, mientras que yo era muy popular y famoso y mi puesto en el organigrama del club ya era alto. Trató de entrometerse en mis asuntos, llegó a interferir en mis quehaceres, y aunque yo no estaba feliz, aguanté»