Natación

El hombre que cambió (literalmente) las reglas de la natación

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Denís Pankrátov, 1997

Han transcurrido diez segundos desde la bocina de salida y en la superficie de la calle cinco no nada nadie. En la cuatro, el australiano Scott Miller corta el agua con un braceo enérgico pero elegante. Jiang Chengji vuela en la calle seis, rememorando las glorias tan recientes como infames de la natación china. Pasan quince segundos, y el resto de nadadores deja una estela de espuma blanca en la piscina del Georgia Tech Aquatic Center. Han recorrido diez metros, quince, veinte, veinticinco. Han superado la mitad de la piscina y el agua de la calle cinco permanece en una calma extraña, casi misteriosa; apenas la mueven unas leves ondulaciones que le vienen por izquierda y derecha, como una sábana tendida a la brisa suave. Pero todos le han visto, claro. Los competidores, los jueces, los comentaristas televisivos y los más de catorce mil espectadores que están asistiendo en directo a la final masculina de los 100 metros mariposa de los Juegos Olímpicos de Atlanta han visto saltar al centro de la calle cinco a un gigante rubio. Aún no lo han visto emerger.

Volgogrado

Cuando Denís Pankrátov llegó a la piscina para comenzar los entrenamientos de la temporada, en octubre de 1992, se encontró con el agua fría. La Unión Soviética había dejado de existir y la economía rusa colapsaba como lo había hecho la Comunidad de Estados Independientes, ese constructo efímero que duró solo un verano; así que no había combustible suficiente para calentar la piscina del club de natación privado que dirigía Viktor Advienko en su Volgogrado natal. Con Pankrátov también entrenaba Yevgueni Sadovi, héroe de la natación rusa en los Juegos Olímpicos de Barcelona junto a Aleksandr Popov. Entre los dos habían copado las medallas de oro en las distancias corta y media libres: tres oros para Sadovi y dos para Popov.

Pankrátov no era un buen nadador libre, al menos no tan bueno como su compañero de piscina. Le faltaba explosividad y tendía a desfondarse en los primeros metros. A Pankrátov le gustaba la espalda, pero donde realmente siempre destacó fue como mariposista. A los dieciséis y diecisiete había ganado el Europeo Junior en 100 y 200 mariposa; y con dieciocho años recién cumplidos consiguió colarse en la final de 200 de Barcelona, donde cosechó un meritorio sexto puesto.

Meritorio para su entrenador, pero no para él. Denís quería ganar, y sabía que para lograrlo el mejor aliado era su medio: el agua. Por eso no le importaba demasiado que estuviese fría. Quizá se debiera a la aclimatación natural que se produce cuando pasas un cierto tiempo sumergido; quizá fuese producto de la tradicional rudeza soviética o incluso de la herencia genética de sus abuelos, quienes se vieron obligados a superar las condiciones más terribles cincuenta años antes, cuando combatieron en esas mismas calles en la batalla que cambió el curso de la II Guerra Mundial. En aquel entonces, Volgogrado todavía se llamaba Stalingrado.

Sea como fuere, Pankrátov, desenvuelto y risueño, pasaba horas sin protestar dentro de la piscina, muchas de ellas sumergido. Notaba cada onda y cada partícula transparente bordeando su cuerpo, y su cuerpo de 1,88 metros se convertía en una onda acuática más, como si el agua le acogiese y le empujase hacia adelante. Rodeado de agua era más ligero. Completamente rodeado de agua era más rápido. Así que decidió que bucearía lo máximo posible.

Denís propuso a su entrenador trasladar a la mariposa la prolongación de la patada de delfín, que los espaldistas habían llevado a sus últimas consecuencias. Durante dos años largos perfeccionó el nado subacuático, que unido a su respiración lateral, inusual en la mariposa, hacía de Pankrátov un nadador peculiar, casi ajeno al estilo. Ganó el oro en los 200 y el bronce en los 100 del Campeonato del Mundo de Roma de 1994; pero la verdadera puesta de largo de su evolución fue en 1995, en los Europeos de Viena. Allí volatilizó el récord del mundo de los 100 mariposa, dejándolo en 52,32. Donde los demás nadadores apenas dieron cuatro o cinco patadas de delfín, Denís buceó casi treinta metros.

Pero aún faltaba enfrentarse a los mejores del mundo en la cita que nadie eludía. Su meta eran los Juegos Olímpicos de Atlanta de 1996 y su comparativa sería la historia, porque solo había un nadador que hubiese ganado el oro olímpico en 100 y 200 mariposa en los mismos juegos. Se llamaba Mark Spitz.

Atlanta

Denis Pankratov, 2001

Y entonces emerge. Con más de un metro de ventaja sobre Miller, Chengji, su compatriota Vladislav Kulikov y el resto de finalistas, Denís Pankrátov emerge sobre la piscina. Los comentaristas lo sabían y el público lo sabía, pero eso no impide que la algarabía del Georgia Tech Aquatic Center de Atlanta se convierta en una explosión  de catorce mil voces y catorce mil pares de palmas. Entre los millones de telespectadores hay muchos que no son particularmente aficionados a la natación y solo la siguen en las citas olímpicas, así que, para ellos, el 24 de julio de 1996 se convierte en el día que vieron un espectáculo sobrehumano. El nadador rubio ha buceado más de media piscina, como si no necesitase respirar. Y aun así, va camino de ganar la prueba.

Tras los éxitos de Pankrátov, muchos otros competidores del circuito internacional intentaron imitar su técnica. En las siguientes dos temporadas, la mayoría de mariposistas cambiaron sus métodos de entrenamiento para imitar al de Volgogrado. Pero no era tan fácil. El nado subacuático requiere una capacidad extraordinaria y tiene consecuencias extenuantes, provocando que, a menudo, el nadador se agote antes de la meta en espectaculares pájaras. El propio Denís sufrió más de uno de estos desfallecimientos, viendo con frecuencia como su ventaja se recortaba en los metros finales.

Con todo, la superioridad que obtiene al inicio le mantuvo como dominador de las pruebas, incluyendo la plusmarca mundial de 100 y 200 y el galardón de Nadador Mundial del Año, concedido por la revista estadounidense Swimming World Magazine para la temporada 95-96. Sin embargo, la FINA se preguntaba si lo que hacía Pankrátov era verdaderamente mariposa o si se trataba de un tipo de estilo distinto.

Las cosas se aclararon en febrero de 1997, cuando Denís batió el récord del mundo de 50 en piscina corta sin nadar una sola brazada: buceó los veinticinco metros de ida y los veinticinco metros de vuelta, con una breve parada en la pared para respirar e impulsarse. Desafiaba los límites de la respiración y hasta de la lógica, pero no nadaba a mariposa. De hecho, técnicamente, ni siquiera nadaba. Le llamaban «torpedo», pero él se consideraba un delfín; no solo por la técnica, sino porque, al igual que sucedía con el cetáceo, para él el aire era casi un obstáculo, un requisito inevitable pero molesto. Su compañero, su apoyo y su verdadero elemento era el agua. Así que la FINA decidió que, si la condición física del ser humano no era capaz de pararle, lo harían las reglas. Y las cambió.

En el Congreso Técnico de 1998, la Federación limitó el nado subacuático en pruebas de mariposa a solo quince metros. El cambio en la reglamentación acabó con el reinado de Pankrátov, quien en los Juegos Olímpicos de Sídney 2000 apenas llegó a ser finalista de los 200, aunque con el peor tiempo de los participantes. Pese a que encabezó la prueba durante más de cien metros, al final de la prueba protagonizó una aparatosa pájara que le relegó a la séptima posición. Por cierto que el quinto puesto de esa final se la llevó un chaval de quince años llamado Michael Phelps.

El brillo de Denís Pankrátov fue tan fulgurante como breve. En poco más de dos años, el rubio risueño hizo que el mundo de la natación se replantease la propia disciplina de la mariposa y cambió, literalmente, sus reglas. Pero en ese corto periodo hizo historia y, efectivamente, consiguió ser la segunda persona que lograse la victoria olímpica en 100 y 200 después de Spitz. El 22 de julio del 96 había ganado la distancia larga y el 24 lo corroboraría en la prueba reina.

Tras cubrir la primera piscina destacado, Pankrátov se impulsa en la pared y vuelve a sumergirse durante otros quince metros. Después de media prueba, aún tiene pulmones para recorrer más de un cuarto de la distancia que le resta sin salir a la superficie. Quizá respirar le supone un impedimento y, por eso, apenas saca la boca por el lateral. Cuando toca la pared de la meta, el crono se para en 52,27, pulverizando su propio récord mundial. De esos cincuenta y dos segundos y veintisiete centésimas, Denís ha pasado casi la mitad propulsado lejos del aire. Quizá no quería respirar. Quizá solo quería estar entre las ondas transparentes que le envolvieron desde niño y acabaron definiendo su propia naturaleza. Quizá solo necesitaba el agua.

 

One Comment

  1. Qué bueno recordar a Pankratov. Solo un apunte: el límite de 15 metros de nado subacuático se aplicó a todas las pruebas de natación, independientemente del estilo, no sólo a las de mariposa.

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