Era sábado de carnaval en Cádiz. Mientras la ciudad se disfrazaba, yo me dirigí a El Puerto de Santa María, más de feria de Abril que de serpentinas, para reunirme con Luis (Luso) Soriano, profesor de Educación Física durante más de veinte años y con el que compartía, sin conocerlo personalmente, el influjo profesional de mis padres.
En artículos anteriores ya expliqué mi vinculación con la asignatura de Educación Física, mis traumas y alegrías por ser hijo de profesores de esta materia. Luso fue alumno de mi padre y compañero de trabajo de mi madre durante los últimos años de su carrera antes de jubilarse. Para romper el hielo nos explayamos en exagerar el respeto y admiración que sentimos por nuestros mayores, como se hace en los tanatorios alrededor de los cuerpos fríos. Los dos aguantamos estoicos y superamos la prueba sin reproches.
Quedamos en el Blanco y Negro, un bar con cuadros en las paredes, luz tenue y música Jazz escondido en una calle estrecha del centro. Pedimos los dos una infusión. Me apetecía una cerveza, tenía sed, tenía el nervio del sábado noche, pero me cohibía la idea de beber alcohol mientras hablaba de deporte, como si estuviera reñido. Cosas del síndrome del impostor.
Le pedí a Luso que me ayudara a catalogar el tipo de alumnos a los que se enfrenta en sus clases de EF. Es una idea que puede parecer insustancial, equivocada incluso por el riesgo a reforzar ciertos estereotipos de la juventud de hoy, como uno de esos artículos veraniegos para promocionar los diez mejores destinos donde comer medusas y que resultan en la masificación de pueblos una vez encantadores por su aislamiento del mundo.
Sin embargo, durante la charla comprendo que de lo que hablamos va más allá del Instituto y las clases de Educación Física. Al pensar a los niños como alumnos, también lo hacemos como herederos de manías, vicios y costumbres de nuestra sociedad. Ellos son víctimas, usuarios, clientes y futuros motores de un mundo cambiante, incierto y, IA mediante, apasionante y peligroso a partes iguales. Al tipificar el alumnado, también definimos los problemas y retos a los que se enfrentan estas nuevas generaciones y, por consiguiente, los problemas y retos de toda la sociedad.
Mi psicóloga dice que para solucionar un problema, primero hay que nombrarlo. Y cobra mucho como para estar equivocada.
El Covid como punto de inflexión.
Ya aburre, pero lo diré una vez más por si alguien estaba sin cobertura en el móvil durante los últimos años. La pandemia lo cambió todo.
Parece lejano, pero las consecuencias de aquellos años de distancia social, cuarentena y mascarillas, además de corrupción y dimisiones políticas, se aprecian especialmente en las aulas.
Según Luso, en general los niños postpandémicos son más miedosos e inseguros, con una fragilidad emocional que desemboca en intolerancia al fracaso, a perder, a caerse. Les cuesta asumir la crítica, y tienden a justificarse en vez de aceptar el error o la posibilidad de mejora.
La sobreprotección de los padres es una de las razones. Como dice mi cuñado: «el miedo es libre y gratis». Sin embargo, querido cuñado, ¿no crees que esta atención constante de los padres sobre sus hijos les hace madurar más lento, más tarde y, como consecuencia, los compromete ante futuros escollos por la falta de herramientas emocionales —aprendidas principalmente a través de la experiencia?
Esta pregunta va a provocar un cisma en la próxima comida de Navidad… Aunque sospecho que la amnistía a los de “el Procés” dejará poco tiempo a otros temas.
El papel de las redes sociales y el uso excesivo de las nuevas tecnologías, el scrolling infinito de estímulos acelerados, nos ocupó un buen trozo de la conversación. Los dos compartimos la misma idea, reconozco que de un regusto reaccionario, de que el problema principal es esa exposición tan temprana a las pantallas, a ideas y mensajes que no son aptas para su edad y madurez.
Y numerosos estudios sobre la juventud apoyan de alguna manera que algo no va del todo bien: la soledad no deseada afecta a 1 de cada 4 jóvenes de entre 16 y 29 años (SoledadES – Observatorio Estatal de la Soledad No Deseada, Fundación ONCE, Ayuda en Acción),
y ha habido un incremento de casos de síntomas depresivos, ansiedad, trastornos alimenticios, autolesiones y conductas suicidas en niños y adolescentes después de la pandemia (Asociaciñon Española de Pediatría).
En muchos casos, estos hábitos y comportamientos dañinos se extienden por un efecto contagio cocinado en las comunidades virtuales. Influencers y followers se retroalimentan como sectas, ayudados por los logaritmos de búsqueda, en lo que se ha dado en llamar Rabbit Holes (guiño a la caída de Alicia por el tronco del árbol persiguiendo al conejo).
La confianza ciega basada en la popularidad convierten internet en una selva sin control donde los impostores y vendedores de humo están a un click de ratón. En el caso del deporte: venta de productos y dietas milagrosas, entrenadores personales sin titulación, o la grandilocuencia del fútbol y todo el folclore mediático alrededor que normaliza las cifras millonarias, los coches deportivos, la exposición de intimidades en redes y la masculinidad rancia de esos chicos musculados que solo juegan para ganar.
Esta existencia virtual y las relaciones a través de pantallas tiene potencialmente otras aristas oscuras, más allá de las carencias en el desarrollo de sus capacidades sociales: el sedentarismo y la obesidad infantil, las horas de sueño reducidas por mirar al móvil y, principalmente, la incapacidad para concentrarse y atender durante un tiempo prolongado a las explicaciones del profesor.
Tipología del alumnado.
Detectados algunos problemas generales, no podemos olvidar el factor económico y familiar en el desarrollo y rendimiento académico de los niños. Si una persona vive en un entorno sometido al estrés de la pobreza y sus consecuencias, ya sea por falta de alimento, de espacio y silencio, de comprensión y apoyo, las posibilidades de fracasar se multiplican exponencialmente.
Por lo tanto,dependiendo del centro y su contexto social habrá predominancia de una tipología de alumnos sobre otros. Pero como los grupos no son estancos y los chicos de esas edades son muy sensibles a la influencia de sus propios compañeros, positiva o nefasta, un alumno podría formar parte de un grupo al principio de curso y saltar a otro al terminar el año.
Aclarado esto, vamos con la clasificación. Luso se apoya en un artículo escrito para la revista online Efdeportes.com por Oscar García Busto, Licenciado en Educación Física, profesor y preparador de oposiciones, aunque él le da una vuelta al texto y lo adaptada a la nueva realidad post-pandémica y a su propia experiencia:
- Grupo A) Futboleros:
Parecerá con este artículo que odio el fútbol. Todo lo contrario, vivo en Inglaterra y siempre que puedo voy al estadio del Fulham. Soy de los que echa de menos a Mitrović y piensa que Carvalho se equivocó marchándose al Liverpool, pero esa es otra historia.
En el fútbol, como ocurre con las ideas, son las personas y los flujos sociopolíticos los que las convierten en un problema.
Los niños que forman parte de este grupo están obsesionados con su deporte. Tienen aptitudes buenas, pero su actitud es mala, siempre a regañadientes, como si lo único importante fuera el entrenamiento con su equipo. Desprecian la Educación física y solo consideran a su entrenador como voz autorizada.
Suelen tener animadversión a cosas consideradas femeninas. Por ejemplo, el baile o la expresión corporal.
- Grupo B) Deportistas polivalentes:
Pueden preferir un deporte, pero están abiertos a todo tipo de actividad física. Su aptitud es buena, pero su actitud es mejor que la de los futboleros, más positiva y con ganas de participar y aprender.
- Grupo C) Sedentarios obedientes:
Son buenos estudiantes que quieren aprobar, sacar nota. No hacen deporte en su día a día, pero acatan las directrices del profesor, participan en clase por su sentido de la responsabilidad.
Tienen buena actitud, pero sus aptitudes físicas son flojas, aunque suelen mejorar con el paso del tiempo.
- Grupo D) Pasotas:
No hacen caso, ni les gusta la asignatura, ni tienen habilidad ni nada de nada. Falta de interés total por múltiples razones: tal vez viven en entornos familiares complejos (maltrato, divorcios, pobreza…); o sufren bulling; o arrastran problemas de salud mental. Siempre hay una razón externa que potencia esa actitud tan extrema.
- Grupo E) Hábiles de espíritu libre:
Son alumnos que navegan entre muchas aguas, difíciles de encajar, como los infinitos grises entre el blanco y el negro. Tienen una buena competencia motora, hacen los ejercicios y todo lo que se les pide y lo hace bien. Sin embargo, son volátiles en cuanto a la relación con los compañeros y el profesor, una semana son participativos y empáticos y la siguiente parecen escondidos en una nube negra, indescifrable.
Y esto, ¿para qué?
Sin duda, este ejercicio de tipificación del alumnado simplifica de forma brutal todo un entramado social y psicológico complejo y cambiante. Pero para un profesor, o incluso los padres de esos niños, este catálogo puede inyectar cierta luz y perspectiva en el desarrollo de metodologías de enseñanza adecuadas según las características y necesidades de los alumnos.
Como escribe García Busto en su artículo, “la aptitud se modifica con la práctica (…) la actitud sin embargo es más una elección (…) y en función de lo que se dé a elegir la actitud puede variar. (Los profesores) No podemos cambiar a los alumnos, pero sí podemos cambiar las circunstancias, las relaciones, los agrupamientos y hasta la forma de explicar para provocar que el alumno elija cambiar. En definitiva los que podemos cambiar somos nosotros.”
En el caso de Luso, entre muchas otras cosas, sus esfuerzos se centran en la lucha entre el movimiento VS sedentarismo. En su centro ha desarrollado un proyecto de desplazamiento activo y movilidad sostenible para que los niños usen la bici para ir al instituto. Ha creado un taller de bicicletas y un servicio de préstamo para aquellos que no tienen poder adquisitivo o espacio en sus casas donde guardar una.
Además, dado que hay muchos niños que no saben montar en bici (ya sea por falta de recursos o porque se hace menos vida en la calle -el miedo otra vez, querido cuñado), Luso enseña a montar en bici a quien esté dispuesto después del horario lectivo.
Y por último, siguiendo una nueva metodología llamada Aprendizaje-Servicio (enfoque pedagógico en el que se fomenta el aprendizaje activo a través de la participación de los alumnos en actividades de acción comunitaria, permitiendo conectar lo que aprenden en el aula con un contexto real y de forma vivencial), organiza quedadas lúdico-reivindicativas para que los chavales comprueben el estado del carril bici (insuficiente, mala planificación…), tomen conciencia del problema (urbanístico y medio ambiental) y participen en la mejora de su ciudad.
En definitiva, Luso logra con este proyecto lo que afirma Daryl Siedentop en su libro «Aprender a enseñar la Educación Física», cita que encuentro también en el artículo de García Busto y que “…resumen la misión del maestro o profesor de Educación Física: «Ayudar a los estudiantes a tener mejores experiencias en EF (que sean más positivas, más exitosas, y que proporcionen más habilidades, así como el deseo de utilizarlas (crear hábitos))».
La conversación con Luso se alargó tanto aquel sábado de carnaval que mi sed se hizo dolorosa y esa noche acabé disfrazándome de pirata y bebiendo moscatel con la desesperación de quien ha reprimido durante demasiado tiempo una pasión interior. Al día siguiente salí a correr por la playa de la Victoria y la resaca psicológica y el arrepentimiento se transformaron en felicidad. El deporte es salud, pero combinado con la fiesta, es mucho mejor.
Me ha gustado ver tan bien escritos razonamientos y opiniones como las que describes. Reconozco el miedo y la sobreproteccion de los padres también el uso excesivo de redes a edades tan tempranas, hablo de este problema con mi entorno amenudo pero no veo la solución. Ojalá se consiga, ojalá tú lo consigas. Un besazo.
Muy bien, Alex! Me gusta la reflexión y el enfoque. Enhorabuena!
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