Ja Morant, estrella de los Memphis Grizzlies, recibió dos suspensiones de la NBA por haber sido visto con armas. Una de ocho partidos y otra de veinticinco. Había enseñado un arma en Instagram Live mientras alternaba en un club nocturno de Denver. La policía le investigó, porque en Colorado se puede llevar armas, pero no cuando se está bebiendo, sin embargo, cerraron el caso porque no encontraron pruebas para presentar cargos. Una situación que vino acompañada de acusaciones de haber apuntado con la mira láser de un arma a miembros del staff de los Indiana Pacers.
Como suele ser habitual, la afición a lar armas también venía acompañada de historias en las que el protagonista tenía las manos largas. El Washington Post informó de que había amenazado al director de un centro comercial durante un altercado en el parking. Su madre tuvo una discusión en una tienda de ropa y Morant volvió al lugar con nueve personas y se enfrentó al director de seguridad del mall. La policía tomó nota de que intentó averiguar a qué hora salía el hombre de su trabajo para ir a por él.
Además, había cometido una presunta agresión contra un adolescente de 17 años, al que habría golpeado repetidamente para después, según denunció este, amenazarlo con una pistola. Los agentes comprobaron las lesiones que tenía el chaval en la cabeza.
Estas denuncias tardaron en ver la luz. Y aunque el chico aseguró que Morant le había enseñado una pistola, en la entrevista que el jugador tuvo con los agentes no le preguntaron por ella. Días después, Morant denunció al chico por amenazarle con quemar su casa, pero la fiscalía no presentó cargos porque no tenía pruebas suficientes. Nada se hizo público.
En el juicio por la agresión, finalmente, un juez de Tennessee dictaminó que la estrella de la NBA había actuado en defensa propia contra el chico de 17 años, aunque un amigo suyo también golpeara al menor. El primer golpe de la pelea se consideró que fue un balonazo en la cara de Morant. Todo había sucedido en una pachanga de las que organizaba el jugador enfrente de su casa. El chico había sido seleccionado para jugar, de lo cual estaba orgulloso, pero Morant le lanzó el balón al pecho con todas sus fuerzas tras una jugada. El chico se lo devolvió con la misma fuerza y le golpeó en el mentón. El adolescente le dijo a la policía que, entonces, Morant le dio un puñetazo en la mandíbula y, acto seguido, un amigo le dio otro. Cayó al suelo y siguieron golpeándolo.
El jugador acabó pidiendo ayuda psicológica y la NBA le castigó porque, según explicó Adam Silver «las armas de fuego tienen que manejarse de forma segura y agitarlas o exhibirlas en un contexto determinado no es coherente con la seguridad pertinente ni es el mensaje adecuado que tiene que dar un jugador de la NBA, especialmente del nivel de Ja, a sus decenas de millones de seguidores».
Este caso supuso volver a la polémica de si la justicia, los clubes y la propia NBA protegen a sus estrellas. Ese mismo año, 2023, también se suspendió a Miles Bridges con 30 partidos por un incidente de violencia doméstica y, muy especialmente, fue sonado el caso de Jontay Porter, expulsado de por vida de la NBA por un escándalo de apuestas. No obstante, en el pasado, la situación era mucho peor.
Durante los 80 y 90, la NBA experimentó un impulso como negocio sin precedentes. Sus jugadores se convirtieron en estrellas mundiales jugando en un solo país y su campeonato fue el más importante hasta que la Champions League de fútbol europeo logró imponerse en los años 10. En esos años de vino y rosas, sin Internet, sin redes sociales y con conceptos muy endebles de lo que es la responsabilidad social, se estableció una cultura de proteger la gallina de los huevos de oro a cualquier precio. Si había que estar por encima de la ley, que así fuera.
Por ejemplo, a finales de los ochenta, Sam Mack, estrella en ascenso en la Universidad Estatal de Arizona, ya había sido arrestado en 1988 en Illinois por posesión ilegal de un arma y estar implicado en el atraco a un Burger King, aunque logró evitar una condena gracias a un programa de supervisión judicial. Un año después, el 5 de noviembre de 1989, Mack fue acusado de violar a una estudiante en un dormitorio del campus.
Según el informe policial, la denunciante aseguró que Mack la obligó a realizarle sexo oral mientras otro compañero dormía en la misma habitación. La víctima describió cómo Mack, tras apagar las luces y bajarse los pantalones, la forzó mientras ella repetidamente le decía «no» y lloraba. El jugador negó las acusaciones y afirmó que le había dado su consentimiento, además de asegurar que otras personas estaban presentes en la habitación y podían testificar a su favor.
Uno de los aspectos más impactantes del caso fue la respuesta del entrenador de baloncesto, Bill Frieder. Desde el inicio, Frieder intentó influir en la investigación, llamando a la policía para tratar el incidente como un «asunto de baloncesto» en lugar de uno penal. El 16 de noviembre de 1989, la policía completó su investigación y recomendó que Mack fuera acusado de secuestro y dos cargos de agresión sexual grave. Sin embargo, apenas cuatro días después, la Oficina del Fiscal del Condado de Maricopa decidió no proceder con los cargos debido a «la falta de una probabilidad razonable de condena». El fiscal explicó que la clave del caso era el consentimiento, y dado que otro compañero de equipo estaba en la habitación y no escuchó ninguna protesta, el caso era demasiado débil para llevarlo a juicio.
Aunque Mack fue suspendido indefinidamente del equipo de baloncesto, no se le retiró la beca. Fue traspasado a Tyler Junior College y luego a la Universidad de Houston le permitió continuar su carrera sin mayores contratiempos. No llegó al draft de 1992, pero desde la USBL logró fichar por los San Antonio Spurs.
En 1992, Anthony Peeler estaba destacando en la Universidad de Misuri. Se le consideraba una de las futuras estrellas de la NBA, fue ingresado en un centro de rehabilitación por abuso de sustancias después de su primer año. Además, su rendimiento académico lo llevó a ser declarado inelegible durante parte de su tercer año, lo que lo dejó fuera de juego. Sin embargo, el mayor problema al que se enfrentó fue que el 30 de mayo le arrestaron por agredir a su novia, Angela Link, otra estudiante de la misma universidad.
Según los informes policiales, Peeler irrumpió en el apartamento de Link a altas horas de la noche, la agredió físicamente y la amenazó con una pistola. Link mostró marcas de mordeduras en su cuerpo y describió a la policía cómo Peeler la había asfixiado. Este no era el primer incidente entre ellos, ya que Link también informó que Peeler la había agredido en ocasiones anteriores, incluyendo un episodio en el que la estranguló hasta casi llegar a las últimas consecuencias.
Durante la agresión, los gritos de Link despertaron a su compañera de dormitorio, April Marks, quien también había sido pareja de Peeler en el pasado. Marks corroboró la versión de Link al contar que Peeler también la había maltratado durante su relación, por lo que fue detenido horas después. En el registro, la policía encontró en su coche un arma de fuego que coincidía con la descripción dada por Link.
Era un caso fácil para el juez, pero a pesar de las graves acusaciones, el futuro de Peeler como jugador de la NBA no se vio alterado. En junio de 1992, apenas unas semanas después de la agresión, Peeler se declaró culpable de posesión ilegal de armas y dos delitos menores relacionados con el ataque a Link. A cambio de su declaración, el jugador recibió una sentencia de cinco años de libertad condicional. Un día después, le entregaron el premio la Conferencia Big Eight a jugador del año.
Dos días antes del draft de la NBA, fue arrestado nuevamente, esta vez en Kansas City, después de que una joven de diecinueve años lo acusara de haberla golpeado en la cara. Estaba en libertad condicional y, como es lógico, lo normal es que hubiese ido directo a prisión, pero el fiscal retiró los cargos. Aludió que la víctima se había retractado. Días después, fue seleccionado en Los Angeles Lakers en primera ronda y jugó con ellos hasta 1996.
Es lo mismo que le pasó años más tarde a Anfernee «Penny» Hardaway. El 18 de noviembre de 2000, Latarsha McCray, con quien tenía una hija, voló desde Memphis para visistralo en su casa de Phoenix, Arizona. Según el testimonio que McCray dio posteriormente a la policía, discutieron porque él le pidió tener relaciones sexuales, a lo que ella se negó. Por este motivo, le pidió que recogiera sus cosas y se volviera a Memphis.
Esa noche, McCray decidió dormir en el SUV de Hardaway para evitar más conflictos. A los pocos minutos, Hardway la sacó del coche con un arma y la amenazó. Al día siguiente, ella pudo volver al aeropuerto, desde donde llamó a su padre, que le pidió que fuera a denunciar. El fiscal presentó una denuncia formal por amenazas e intimidación y violencia doméstica, pero Hardaway negó las acusaciones. Sin embargo, en enero de 2001, la fiscalía tuvo que retirar los cargos porque McCrayt decidió no comparecer en el juicio. Sin la cooperación de la víctima principal, los fiscales no pudieron continuar con el caso. ¿Qué es lo que hacía que se cayeran las denuncias?
En una investigación de Jeff Benedict titulada Out of Bounds: Inside the NBA’s Culture of Rape, Violence, and Crime, el autor explica que la NBA era en ese momento, y sigue siendo, una marca global que genera miles de millones de dólares a través de derechos televisivos y patrocinios. Una imagen pública positiva es fundamental para el éxito económico continuo de la marca.
Por eso, cuando un jugador de la NBA era detenido o se enfrentaba a acusaciones serias, la liga tendía a adoptar una postura de contención de crisis. En lugar de tratar estos incidentes de manera abierta y transparente, la NBA solía optar por minimizar la gravedad de las acusaciones y proteger a los jugadores. Había un marcador de la impunidad necesaria: su valor comercial en el mercado del entretenimiento.
Los jugadores estrella, aquellos que generaban grandes cantidades de ingresos y atraían la atención de los medios, recibían un trato más indulgente que los jugadores de menor perfil. Por ejemplo, Damon Stoudamire fue detenido en varias ocasiones por posesión de marihuana. Le impusieron sanciones relativamente leves, tanto por parte de su equipo, los Portland Trail Blazers, como por la propia NBA. Aunque estaba en libertad condicional, el equipo finalmente decidió que Stoudamire no tuviera que pagar una de las multas de 250.000 dólares que le impusieron por posesión de drogas, en su lugar se le sugirió que hiciera una donación de 100.000 dólares a una organización de educación infantil.
Y este es el quid de la cuestión. Los equipos de la NBA trabajaban en estrecha colaboración con los abogados de los jugadores y expertos en relaciones públicas para asegurarse de que las repercusiones legales de sus delitos e idas de olla no interfieran con la carrera del jugador y, en consecuencia, con el rendimiento del equipo en la cancha. El escrutinio de los casos es tan exhaustivo, que en muchos casos las víctimas se desmoralizan y se retiran. También se negociaban acuerdos fuera de los tribunales y hasta se «influía» en los medios de comunicación para alterar y modificar las narrativas sobre el caso en cuestión. En algunos casos, los abogados de los jugadores conseguían desacreditar a las víctimas.
Un ejemplo de uso de las relaciones públicas para minimizar daños fue el de Jason Kidd, acusado también de agredir a su mujer, Joumana Kidd, que tuvo que admitir su culpabilidad, pero luego la narrativa dominante fue su voluntad de reformarse. Phoenix Suns vendió que era mejor rehabilitar que castigar a un hombre arrepentido.
Además, los equipos, según la investigación, utilizaban su poder económico y conexiones para influir en los procedimientos legales. En muchos casos, las víctimas, no solo se enfrentaban a los jugadores, sino a un importante mecanismo legal y económico. De hecho, durante años, la NBA estuvo sin políticas claras y coherentes sobre cómo manejar la conducta delictiva de sus jugadores. Los que estabaninvolucrados en incidentes de violencia doméstica, abuso sexual o posesión de armas a menudo recibieron solo suspensiones breves o multas. Es más, la NBA solo reaccionaba a los escándalos que se habían hecho públicos. Muchos quedaron en la oscuridad si no eran descubiertos por la prensa o denunciados a tiempo.
Aparte de los ejemplos mencionados, el caso más extremo fue el de Kobe Bryant en 2003. Acusado de violación, la NBA no tomó medidas punitivas serias contra él, permitió que continuara jugando mientras se resolvía el caso. El 30 de junio de 2003, Kobe Bryant, una de las mayores estrellas de la NBA en ese momento, llegó al Lodge & Spa en Cordillera, un resort de lujo en Colorado, donde se iba a hospedar antes de someterse a una cirugía en una rodilla. Esa misma noche, Bryant tuvo un encuentro sexual con una empleada del hotel de 19 años. La joven, identificada como «Jane Doe» en los procedimientos judiciales, presentó una denuncia días después, alegando que había sido violada por Bryant en su habitación de hotel.
Según el testimonio de la víctima, Bryant la invitó a su habitación donde, después de una breve conversación, la agredió sexualmente. El jugador admitió haber tenido relaciones sexuales con ella, pero insistió en que fueron con consentimiento. El caso estuvo en los testimonios, como suele ocurrir, en si la joven había consentido o no el sexo. Este conflicto sobre el consentimiento sería uno de los principales puntos de debate durante el juicio.
Bryant fue detenido, pero en una conferencia de prensa, con lágrimas en los ojos y junto a Vanessa, su mujer, admitió su infidelidad, pero negó haber forzado a la joven. En el juicio, los abogados de la defensa argumentaron que la víctima tenía razones para mentir y que su testimonio no era creíble. El fiscal, en cambio, tenía el parte de lesiones compatible con una agresión sexual violenta.
Todo parecía claro, hasta que en septiembre de 2004 la víctima se retiró. Dijo que la presión emocional que había sufrido desde que presentó la denuncia era demasiado para ella, sintió que su seguridad estaba amenazada después de que los medios difundieran su nombre. Tras la desestimación del caso penal, Bryant llegó a un acuerdo financiero con la joven en un caso civil, cuyos términos no fueron revelados públicamente. Dólares. En su libro, Jeff Benedict sostiene que el caso de Bryant no fue un incidente aislado, sino parte de una cultura más amplia de permisividad y conducta sexual inapropiada que prevalece entre las estrellas de la NBA.
Y el problema de las armas también ha estado siempre presente. En mayo de 1993, Byron Houston, de Golden State Warriors y que también jugó en España, fue detenido en el Aeropuerto Internacional de Oakland cuando intentaba pasar por un detector de metales con una pistola semiautomática calibre 25 cargada, que llevaba en una pequeña bolsa de tela marrón. Afirmó a la policía que había olvidado que tenía el arma con él. En Catalunya, la cosa no fue muy distinta. Tuvo un comportamiento indecente y el Joventut lo pasaportó alegando «motivos personales». Desde entonces, acumuló denuncias y detenciones por exhibicionismo hasta que se perdió su pista.
También, en 1994, la policía detuvo a Scottie Pippen en el Aeropuerto Internacional de Portland. Los agentes encontraron una pistola calibre 38 cargada en su vehículo durante una inspección de rutina. Estos incidentes propiciaron un debate sobre si los jugadores estaban inmersos en la cultura de violencia que atenazaba Estados Unidos en aquellos años o si velaban por su seguridad. A favor de su situación, hablaron casos como el de Jalen Rose, de los Denver Nuggets, que sufrió un robo con violencia del coche, carjacking, en Los Angeles. El ladrón disparó ocho veces contra su vehículo mientras Rose estaba dentro.
En este sentido, quizá Glenn Robinson, de los Milwakee Bucks sea un caso que reúne todos los anteriores. Ocurrió en julio de 2002, cuando fue detenido por agredir a su ex-pareja, Jonta French. Robinson llegó a la casa de French en estado de ebriedad en mitad de la noche, pensaba que la iba a sorprender con otro hombre. Después de insistir en que le dejara entrar, Robinson accedió a la casa y la situación pasó rápidamente a la violencia física.
Robinson se puso a golpear a French, la arrastró por la casa, golpeó su cabeza contra paredes y muebles. Durante la agresión, Robinson gritó que estaba «listo para morir» y se puso a buscar frenéticamente su pistola, momento en el que French temió por su vida. La situación era grave porque, además, su hija de tres años estaba durmiendo ahí. French logró escapar de la casa y pedir ayuda a una vecina, quien llamó a la policía. Cuando llegaron los agentes, encontraron a la niña a salvo y el arma cargada en el dormitorio principal.
La mano de la NBA empezó a verse cuando, a la hora de celebrarse el juicio, este se aplazó hasta el final de la temporada 2002-2003, lo que le permitió seguir jugando sin interrupciones. En el juicio, donde no testificó, sino que su versión fue leída, alegó que quería que ella le disparara, que estaba «cansado de la vida». En este caso, la acusación se mantuvo en firme y el jurado le condenó a un año de libertad condicional, aunque la gravedad del delito debería haber acarreado una pena más severa. Pero lo mejor llegó después, la NBA le sancionó con tres partidos. Su carrera siguió sin interrupciones o, lo que es lo mismo, produciendo millones para él y para la NBA.
De hecho, cuando fichó por los Philadelphia 76ers coincidió con Allen Iverson, a quien habían condenado a cuatro meses de prisión en 1993 por una pelea, pero el gobernador del Estado de Virginia, Douglas Wilder, había concedido clemencia. Así pudo comenzar su carrera hasta que, en 1997, la policía detuvo su coche y se encontró con marihuana y un arma. En 2002, había sacado a su mujer de casa y la había dejado a la intemperie después de irrumpir dentro con un arma.
Este incidente llevó a que Iverson fuera acusado de catorce delitos, incluidos cuatro cargos graves como allanamiento de morada, conspiración y amenazas, pero en un momento en el que era el máximo anotador de la NBA y MVP de la liga en ese momento. Inmediatamente, los testigos se fueron retractando de sus declaraciones y la mayoría de cargos fueron desestimados. Es más, lejos de vender rehabilitación, Iverson se aprovechó de todos estos problemas con la ley para vender una imagen de «chico malo» que se explotó comercialmente en marcas de ropa dirigidas al público joven.
Es más, cuando fue detenido en 2002, las ventas de su camiseta oficial de la NBA aumentaron, Reebok le amplió el contrato y, para rematar, lanzó un disco de rap en el que frivolizaba sobre pegar tiros y ese tipo de temáticas. Una máquina de hacer dinero, tanto es así que los Sixers le retiraron la camiseta en 2013. Una prueba de que en la industria del entretenimiento, al dinero, si no se le imponen barreras morales, le encanta todo lo que suscite atención y tiende a reproducirse en ese clima. Luego llegó eso que llaman «dictadura woke», en muchos casos, girando alrededor del problema de consentimiento en las relaciones sexuales. Valgan estos ejemplos para entender el caldo de cultivo en el que se extiende esa mentalidad.