«Somos del Cáucaso, Georgia. ¿Sabe dónde está?», escuchó al otro lado del teléfono Claude Saurel, la persona que más ha marcado la historia del rugby en Georgia. Era 1995 y el ex lateral francés Saurel empezaba a despuntar como entrenador. «Hemos pasado una grave crisis nacional, una guerra civil. Ahora nos gustaría desarrollar nuestro rugby. ¿Podría venir a decirnos cómo hacerlo?», recuerda Saurel sobre su primer contacto con Georgia, en declaraciones al portal World Rugby.
El seleccionador galo aceptó el reto por curiosidad y se plantó en Tiflis un par de días después. Allí le esperaba una habitación repleta de jugadores, entrenadores, un intérprete y una pizarra. Saurel cuenta que aceptó el reto de dirigir su selección, encandilado por la pasión y el potencial de los georgianos para el rugby. Hacía muy poco que Georgia había sido aceptada por la federación internacional de Rugby (IRB) para poder participar en algunos torneos internacionales, pero aún no tenía una liga formada y apenas instalaciones. El país arrastraba los efectos de una reciente guerra civil, dos golpes de Estado y tensiones derivadas de la secesión de Abjasia y Osetia del Sur. «Había mucha tensión. Yo iba siempre con guardaespaldas porque aún se producían secuestros. Los jugadores iban con revólveres por la calle», describe Saurel. Georgia no hacía ni un lustro que había declarado su independencia y aún andaba formulando sus propias instituciones, carácter y nacionalismo. Durante las últimas décadas de la Unión Soviética, destacaban los equipos de rugby de Georgia como Dinamo Tbilisi, Locomotivi o Kutaisi y la mayoría de jugadores de la selección de la URSS eran georgianos. Sin embargo, el fin del bloque soviético y la declaración de independencia del país, dejó a este territorio sin liga de rugby ni fondos para desarrollar competiciones. «No había infraestructuras, ni materiales, los chicos tenían unas zapatillas deplorables. No había pelotas, no había nada», explica Saurel.
Contra todo pronóstico, la popularidad de este deporte se extendió rápidamente por todo el país, a través de escuelas y polideportivos de barrio, a la vez que Saurel intentaba atraer fondos desde Francia. «Para mí el rugby es un deporte de las clases populares. No se necesita dinero para jugar, solo una pelota y algo de técnica. Por eso creo que creció tan rápidamente en Georgia», cuenta Anton Peikrishvili, que juega como pilar en la selección de rugby del Cáucaso desde 2008. Peikrishvili recuerda la euforia de descubrir el rugby como adolescente y la precariedad que arrastraban los clubes. «Nos daban una camiseta y tenías que cuidarla porque no sabías cuándo tendrías otra. La mía la reparé varias veces porque el rugby es un deporte de contacto. Te daban la camiseta que te tocaba, igual te iba grande o pequeña pero te la ponías igual», explica Peikrishvili.
Pese a la escasez, el conjunto de Saurel empezó a dar resultados rápidamente y en 1999 casi se clasifican para la copa del mundo. Saurel consiguió mejorar mucho el equipo creando un canal de fichajes con Francia. «Primero empezamos a trabajar en una estructura porque teníamos jugadores internacionales que no comían lo suficiente. Los llevamos a jugar a Francia», cuenta Saurel a World Rugby. Los jugadores georgianos se curtían en los equipos franceses, mientras el entrenador galo le daba forma a la selección. Esta dinámica continúa a día de hoy, con cerca del 60% de los jugadores georgianos con contratos en equipos franceses. «Cada jugador que se fue a Francia fortaleció la selección. Saurel consiguió crear un gran vínculo entre estos dos países y ahora muchos de nosotros seguimos jugando en la liga francesa», detalla Peikrishvili.
Georgia ganó la Copa Europea de Naciones en 2001 y durante todos los años desde 2006 (a excepción de 2017). Su selección nacional se ha clasificado para la copa del mundo en cinco ocasiones y actualmente se encuentra en el puesto trece del ránking mundial, alternando constantemente el puesto doce con Italia, uno de los países del Torneo de las Seis Naciones. Georgia juega en el segundo nivel de las ligas internacionales, aunque aspira desde hace años subir a primera. Saurel por su parte, dejó su cargo en 2007 para entrenar a la selección rusa. Sorprendentemente no le guardan rencor, teniendo en cuenta las tensiones entre Moscú y Tiflis, continúan recordándolo como el entrenador que situó a Georgia en el mapa mundial del rugby.
La conexión rugbista de Georgia con Francia es anterior a Saurel, ya que otro francés introdujo este deporte en el Cáucaso. Nacido en el seno de una familia armenia en Marsella, Jacques Haspékian estaba loco por el rugby y el ciclismo. En los años cincuenta se aventuró a viajar a la URSS como parte de la segunda ola de repatriación de armenios iniciada por Nikita Jruschov, e intentó incentivar su pasión en su nuevo hogar. En Armenia se topó con una gran incomprensión de su gente, que consideraba este deporte burgués. Un poco desengañado Haspékian se instaló en Tiflis tras encontrar trabajo como sastre. Allí creó el primer club de rugby, el equipo del Instituto Politécnico de Georgia. Poco después abrió un segundo club, el equipo Issani, y organizó el primer amistoso entre ambos.
Haspékian sin embargo, es poco recordado en Georgia cuando se piensa en el rugby. El país insiste en alejarse de su pasado soviético y en su imaginario nacional, vincula el rugby a un carácter natural de los georgianos, que supuestamente llevan este deporte en la sangre. En todos los estadios se corea ragbi chveni tamashia, el rugby es nuestro juego, y el equipo nacional es conocido como Los Lelos, en alusión a un juego georgiano de hace cuatrocientos años, Lelo Burti, parecido al rugby. Lelo Burti, que se traduce como «pelota de campo», era una competición que enfrentaba a dos pueblos para tratar de llevar un balón al propio territorio, en un intento de atraer la buena suerte al pueblo. La idea era parecida al rugby pero consistía en un deporte casi sin reglas, con un sacerdote local que actuaba como árbitro y sin límite de participantes. El balón era una pelota esférica de diecisiete kilos, rellena de tierra de ambos pueblos. Existen un montón de teorías de carácter nacionalista sobre esta tradición entre pueblos, que algunos vinculan a batallas de georgianos contra el Imperio Otomano y contra otros enemigos. «Nuestra historia es una historia de lucha. Estamos en un lugar clave, rodeados de enemigos. En el norte tenemos a los rusos, en el sur a los persas. Turquía, Azerbaiyán… Si lees nuestra historia, siempre estamos luchando, está en nuestra sangre», cuenta Peikrishvili. «Por eso nos encanta jugar a rugby. También somos buenos en lucha libre y judo. Como nación nos encanta luchar», añade.
Lelo Burti 🏉
Georgian national folk ball game with the multi-millennial history that is our Easter tradition and main REASON why #RugbyIsOurGame #LeloBurti #WESCRUM pic.twitter.com/65qYUgXsug
— Georgia Rugby (@GEORGIARUGBY) April 28, 2019
A día de hoy Lelo Burti se juega el domingo de Pascua en el oeste del país, en la localidad de Shukhuti, en una ceremonia que reúne visitantes de todo el país. El sacerdote de la localidad bebe vino de la pelota deshinchada en forma de cuenco y luego los lugareños la rellenan de tierra hasta alcanzar los diecisiete kilos de pelota. El sacerdote bendice el esférico y lo lanza a sus espaldas. Como el juego no tiene límite de participantes, la tradición ha llegado a reunir a más de trescientos jugadores, formando un pogo ancestral que lucha por llevar la pelota a su banda. En teoría si alguien resulta herido debe alzar la mano y se para el juego, pero esta norma no siempre se respeta y en alguna ocasión varios jugadores han salido gravemente heridos, pisados y golpeados por la muchedumbre. «La gente se pregunta qué tipo de estrategia puede tener un juego en el que participan doscientas personas. Sin embargo es un deporte muy táctico», cuenta un aldeano al portal World Rugby. «En una masa de unas doscientas personas se puede robar una pelota de diecisiete kilos. La muchedumbre se queda en un lugar y dos o tres personas corren con la bola. Hay otras estrategias más inteligentes, que son secretas», añade con sorna el aldeano. La tradición dice que el pueblo ganador obtendrá un año de bonanza. Después del juego, los participantes colocan la pelota en la tumba del lugareño que ha fallecido más recientemente. Participar en este juego anual otorga un gran honor a los jugadores, por eso jóvenes rugbistas se acercan cada año a Shukhuti. Durante la ceremonia se grita «el rugby es nuestro» y algún que otro cántico contra Rusia, defendiendo Lelo Burti como un deporte hermano del rugby, un deporte en la sangre de Georgia.
Rusia es percibido como uno de los grandes contrincantes de Georgia en el rugby, especialmente después de que Moscú reconociera la soberanía de Abjasia y Osetia del Sur en 2008. Los deportistas georgianos se jactan de haber ganado casi todos los partidos que se han disputado contra Rusia desde 1993. El país del Cáucaso celebró en las calles la descalificación de Rusia de la Copa del Mundo de Rugby en 2023 en respuesta a la invasión de Ucrania, que ha permitido a su vez la clasificación de Georgia en la competición. El equipo espera poder lucirse en el torneo y escalar en el ránking mundial de rugby. La selección de Tiflis sueña con participar en el primer nivel de rugby y que su juego sea reconocido a nivel mundial. Peikrishvili cree que el torneo de Seis Naciones queda lejos, pero no la primera liga: «El mundo no sabe sobre nosotros, no sabe ni dónde estamos. Creen que somos un país soviético estancado en los setenta pero no es así. Existe una nación en el Cáucaso llamada Georgia, que juega muy bien al rugby».