Trébol. La palabra mágica era «trébol», no triplete. Tenía un componente esotérico, de druida galo, propio de un equipo poco terrenal. El Madrid había ganado la Champions en 2000, la liga en 2001, la Champions otra vez en 2002 y de nuevo la liga en 2003 con un impresionante Ronaldo. Añadan un par de Intercontinentales. Florentino Pérez era el rey del mundo, uno se lo podía imaginar junto a Jorge Valdano abriendo los brazos en la proa del Titanic, ajenos a todo lo que vendría después.
Eran los años de Zidanes y Pavones, ¿recuerdan? Por alguna razón, Del Bosque —el que ganó todo lo que viene más arriba— no encajaba en la campaña de marketing del club y fue despedido nada más dar la última vuelta de honor en el Bernabéu. En su lugar, aparte de Beckham y su coletilla, llegó Carlos Queiroz, un portugués serio pero atractivo a su manera, moderno, con estudios e idiomas, el yerno ideal, vaya, segundo de Ferguson en el Manchester United durante años y años…
Al equipo hacía falta conjuntarlo. Pasa siempre que se cambia de conductor: le toma un tiempo encontrar el acelerador y el freno. Pese a todo, en marzo, el Madrid iba líder en la liga con unos puntos de ventaja sobre el Valencia, era finalista de la Copa ante el muy asequible Zaragoza y ganaba al Mónaco 4-1 en la ida de los cuartos de final de la Champions League.
La sensación de superioridad era tal que cuando Morientes, viejo conocido de la casa, marcó el 4-2 en el descuento de aquel partido el Bernabéu se levantó y aplaudió en reconocimiento a los servicios prestados.
No había ningún síntoma de debilidad en aquel equipo de Casillas, Salgado, Roberto Carlos, Figo, Beckham, Zidane, Raúl o Ronaldo. El 17 de marzo de 2004 el Madrid se plantó en Montjuic dispuesto a levantar el primer título de tres: la Copa del Rey. A los 24 minutos, Beckham marcaba de un libre directo impresionante. Tiempo de celebraciones y el coche listo con la familia para salir a Cibeles… sólo que cuatro minutos después, Dani empataba y justo antes del descanso, Guti cometía un penalti absurdo para que Villa sí, —David Villa— marcara el 1-2. Tuvo tiempo todavía el Madrid para empatar en otra falta al borde del área, zapatazo de Roberto Carlos, pero todo acabó en la prórroga con Galletti marcando un gol imposible pegado al poste desde 30 metros y con efecto de fuera adentro.
De repente, el invencible Real Madrid se convirtió para la prensa en el equipo de los niños mimados —Guti—, los profesionales dudosos —Ronaldo y sus cumpleaños— y las estrellas de los tabloides —Beckham y sus distintas «secretarias»—. En la vuelta de la Champions en Mónaco, a las tres semanas, Raúl puso el 0-1 pero poco más de media hora después Giuly marcaba el 3-1 con un taconazo inverosímil casi en el área pequeña y se ganaba su fichaje por el Barcelona. Fue aquel partido en el que supuestamente Zidane habría confesado a su compatriota en el descanso: «Estamos fundidos; como nos apretéis, nos elimináis».
Verdad o no, el caso es que el Madrid estaba fundido. Había perdido dos competiciones en menos de un mes y el Valencia le había adelantado en la liga. No tuvo ni el punto de furia habitual que le hace rebelarse en esas situaciones. El Marca anunció mil conjuras y Roberto Carlos prometió la liga mil veces, pero no hubo reacción alguna.
Si el partido de Montjuic había sido como un golpe contra un iceberg lo de Mónaco era una inundación en toda regla: la época de los «galácticos» terminó de repente, de un día para otro, como ocurren estas cosas. El equipo empezó a perder partido tras partido, una caída vertiginosa que permitió al Barcelona y al Deportivo superarlo también en la liga y que incluyó una ominosa derrota ante un Murcia ya descendido, con Beckham expulsado por insultar al juez de línea.
El trébol se había marchitado hoja a hoja. Queiroz dejó de ser elegante y prudente y pasó a rajar como un bendito en cada rueda de prensa. El infierno siempre eran los otros. Por una cuestión de imagen Florentino le mantuvo en el banquillo hasta final de temporada.
Luego le echó fulminantemente, se cargó a Valdano y empezó ese improbable rosario de entrenadores y directores deportivos: Camacho, García-Remón, Luxemburgo, Sacchi… hasta acabar dimitiendo él mismo en 2006 dejando a Fernando Martín, un constructor al borde de la bancarrota, como presidente; a Benito Floro como director deportivo y a López-Caro como entrenador. Nadie se lo tuvo en cuenta. A los tres años volvió como el hijo pródigo dispuesto a dejarse cuantos millones de euros hicieran falta.
Hombre por favor, no sea malo y cuente el final de la historia!
«A los tres años volvió como el hijo pródigo dispuesto a dejarse cuantos millones de euros hicieran falta.»
Yo le ayudo:
«y el Madrid volvió a ganar y ganar y ganar. Incluyendo, por primera vez en la Historia, 3 Champions seguidas».
Ve qué fácil?
Hay que seguir la consigna acordada, y Tebas y cía tienen todo atado y bien atado. Si otros clubes se dejan «cuantos millones de euros hicieran falta», aún sin tenerlos, se mira para otro lado.
Florentino debe estar satisfecho: ni la LFP, ni la Liga, ni 30 años pagando al CNA, ni trampeando las cuentas ni gastándose millonadas en propaganda (hasta As y Marca han caído) le hace nadie sombra al Madrid.
Dejadlo ya y haced periodismo.
…Y las rajadas de Florentino contra quienes lo habían dado todo por el Real Madrid ,pero salieron por la puerta de atrás, y habían llenado portadas y portadas de sus panfletos: Raúl y Casillas. Eso es para el capítulo II
Sí queréis saber lo que es el «madridismo sociológico», leed los comentarios de arriba. Creación de El Chiringuito.