Tiro al ciervo con escopeta, juego de la soga, pelota vasca, juego de palma, y un deporte llamado patrulla militar, antecedente del biatlón. Además de duelo a pistola. Todos estos «deportes» han estado incluidos en los Juegos Olímpicos Modernos en algún momento. Y no siempre por un genuino motivo deportivo, mostrar hasta dónde puede llegar el físico humano. A eso se han sumado motivos políticos, nacionalistas, y comerciales. Además de un motor común siempre presente desde la celebración de los primeros en 1896: dar prioridad a lo que fuera más espectacular para los medios de comunicación.
Hoy la espectacularidad manda por encima de cualquier otro criterio para que una prueba sea olímpica. Se necesitan esos momentos concretos que puedan generar vídeos cortos y generen viralidad, porque de ahí vienen los ingresos del COI. De lo bien que responda la audiencia y del impacto que con ello tengan las marcas de sus patrocinadores. Por eso se reserva los derechos de patrocinio y retransmisión, dejando a la sede olímpica los ingresos por venta de entradas.
Así que es, por encima de todo, el negocio de la atención deportiva lo que determina también qué es, y qué no, un deporte olímpico. Oficialmente el COI proclama otra cosa, que varios países tengan una federación de ese deporte, y con suficientes seguidores como para que resulte de interés, lo incluye. Siempre que den bien en cámara, convenga a los intereses de la sede, y a los de los patrocinadores.
El mejor ejemplo de cómo ha mandado la espectacularidad desde el principio lo encontramos en las fotografías de principios de siglo. Las de Atenas 1896 son flojitas, grandes panorámicas y alguna foto fija de equipos o atletas. Las siguientes, París 1900, cambian completamente. Francia estaba empeñada en un esfuerzo de exhibición de su potencia imperial y tecnológica, y además de los juegos, reunió en su capital la Exposición Universal, e inauguró la primera línea de metro.
Necesitaba que todo eso se reflejara en los periódicos, y puso a los mejores fotógrafos a trabajar en los JJ.OO. Con un resultado es espectacular. Podemos ver momentos congelados del salto de vallas, sentir la velocidad de los cien metros lisos, o el impulso en el salto de longitud.
Los juegos se habían convertido en un arma de propaganda nacional. Y para tener éxitos deportivos, nada mejor que incluir deportes que prácticamente solo se celebran en tu país. Francia introdujo en 1900 la pelota vasca, por su País Vasco Francés. Estados Unidos introdujo el lacrosse, donde no tenía competencia, y sustituyó la lucha grecorromana por el wrestling.
Llevó su nacionalismo tan al extremo que de los 600 atletas que compitieron, 580 eran estadounidenses. Muy acorde con la época, hicieron una exhibición de negros e indios indígenas americanos compitiendo en deportes europeos. Para demostrar que a las razas inferiores no se les daba bien el olimpismo.
Entre 1904 y 1948 observamos que los deportes olímpicos se quitan o se ponen en cada celebración sin atender a un criterio estrictamente deportivo. Y dando cada vez mayor peso a la espectacularidad, porque las olimpiadas son, sobre todo, un arma de propaganda entre las dos guerras mundiales.
La primera víctima de la poca vistosidad, en 1924, es el juego de la soga, que llevaba incluido veintitrés años, y que desaparece para siempre del olimpismo porque resultaba demasiado aburrido. Para esa época el cine mudo y sus salas se habían popularizado en todo el mundo, y cada país quería exhibir ahí cortometrajes con las hazañas y récords conseguidos por sus atletas o equipos nacionales. Con grandes saltos, llegadas a meta, levantando grandes pesos o tumbando a rivales. Tirando de una cuerda, no.
Además de decidir qué es y qué no, un deporte olímpico, durante la primera mitad del siglo XX se hicieron modificaciones en las pruebas atléticas que acabaron por definir la práctica moderna. La carrera de los cien metros lisos empezó siendo de sesenta. La de relevos era una carrera de equipos donde el corredor tocaba rozando la espalda del compañero, sin pasar testigo alguno.
La marcha olímpica se denominaba prueba de caminar rápido, y carecía del movimiento rítmico que constituye su técnica en la actualidad. El salto en sus tres variantes, altura, longitud y triple, se practicó hasta 1912 desde posición estática, sin carrera. Para el disco, la jabalina y el lanzamiento de peso existió una variante usando las dos manos. Todas estas modalidades suprimidas daban peor en las fotos o en la cámara de cine.
Después de la Segunda Guerra Mundial se alcanzó una cierta estabilidad, con pruebas homogéneas y deportes que se repetían, hasta la llegada de los años sesenta. Cuando encontramos dos buenos ejemplos de deportes que ganaron popularidad mundial, fueron incluidos, y luego se cayeron de la lista.
Por entonces China demostró que producía muy buenos atletas bajo un sistema comunista y Estados Unidos quiso demostrar que podían equipararse a ellos. Ese es el origen del ascenso olímpico del ping pong. En la misma época, y por la influencia de Bruce Lee en el cine, también las artes marciales se elevaron al olimpismo.
Hubo que esperar a 2007 para que el COI se decidiera a una reforma definitiva de los criterios sobre qué es, y qué no, un deporte olímpico. No parecía tener sentido que disciplinas como el rugby, el golf, el karate, el squash y los deportes sobre patines llevaran años esperando ser admitidos como oficiales. Relegados a la lista de deportes de exhibición, donde cabe un poco todo, y creada para que los aspirantes no metiesen bulla. O, por decirlo de otra manera, para que cualquier cosa pudiera estar en las olimpiadas aunque no fuera, oficialmente, deporte olímpico.
El COI acordó que solo habría 25 deportes olímpicos definitivos, que nunca serían retirados de la competición, y otros tres flotantes. Es decir, que podrían quitarse o ponerse según decisión de los organizadores para la sede de cada olimpiada. En esa lista encontramos algunos que llevan entrando y saliendo desde 1896, como el tiro con arco, la equitación, o el golf, pero también los deportes de equipos más populares, como el baloncesto, o el fútbol.
El Judo y el Taekwondo han quedado incluidos, el karate no. La historia de inclusiones y exclusiones del wrestling a lo largo de la historia merecería un capítulo aparte, pero también ha quedado como definitivo. Pierre de Coubertin, fundador de los juegos modernos, aceptó a duras penas su precedente, la lucha grecorromana de los juegos clásicos, pero se negó en rotundo a que las variantes de lucha libre más moderna fueran aceptadas como olímpicas.
Su idea educativa casaba mal con la violencia no organizada atléticamente. Aunque quizá olvidó los testimonios sobre cómo los antiguos boxeadores griegos acababan a veces arrancándose los párpados a golpes en sus combates.
Y es que aunque Coubertin triunfó donde otros fracasaron, los suyos no fueron los primeros JJ.OO. Modernos. La clave de su éxito fue presentarlos como un recurso educativo. Apoyándose en la idea de que si todo ciudadano educado tenía que saber latín y griego, también tenía que conocer el deporte según lo entendió la cultura clásica.
Copiaba además un concepto por entonces exclusivo del Imperio Británico, donde la educación física formaba parte inseparable de la formación. Las élites mundiales quedaron seducidas por la idea de que fomentar el interés internacional por los JJ. OO. formaría mejores líderes intelectuales para dirigir los imperios del mundo. En la segunda convocatorio, como hemos visto, uno de esos imperios reclamó más espectacularidad en las pruebas para exhibirse como el mejor del mundo. Y desde entonces todos los países han seguido su ejemplo.
Así es como hemos recorrido el camino del olimpismo hasta 2020, otra fecha clave, porque ha consolidado definitivamente la espectacularidad como criterio para decidir si un deporte es o no olímpico. En su listado de razones para incluir nuevos deportes, el comité de Tokyo incluyó que fueran atractivos para los jóvenes, la televisión, los medios de comunicación y el público en general, y que fomentaran la igualdad de género.
Fruto de ese criterio incluyeron béisbol y su variante de origen femenino, softball. También la escalada, el skateboard y el surf. Apoyándose en esas mismas razones, París 2024 ha incluido el breakdance y el karate se ha quedado fuera de la lista de los 28 oficiales.
Y con exactamente el mismo razonamiento Los Ángeles 2028 ha eliminado el breakdance, pero recuperando un viejo conocido que los estadounidenses siempre recuperan para sus sedes: el lacrosse. Ya lo pusieron en 1904, y volverán a la carga siempre que puedan.
Por tanto, y a pesar del orden que ha intentado poner el comité olímpico, el baile de deportes entrando y saliendo del olimpismo va a continuar, y no necesariamente por razones atléticas. Un factor que ha ganado muchísimo peso en nuestro siglo, como nunca antes, ha sido el papel de los patrocinadores.
Especialmente de ese puñado de empresas, como Airbnb o Deloitte, que forman parte del Programa de Socios Olímpicos. Un selecto grupo que es el que mayor desembolso hace al COI. Por eso vimos el skateboard incluido en los JJ.OO. de Tokyo 2020. Porque uno de estos socios, Bridgestone, llevaba años patrocinando skaters y equipos en varias partes del mundo. Y digamos que presionó un poquito para hacer su marca visible en las retransmisiones.
Así que no nos extrañemos si algún día vemos que hacer calceta se ha convertido en un deporte olímpico. Los criterios para decidirlo son tan amplios que casi cualquier cosa cabe dentro. La idea original de Coubertin ha dado paso a otro tipo de modernidad, y esos son nuestros modernos JJ.OO.