Parece diáfano que actualmente lo políticamente correcto en el deporte es ser humilde y modesto. Sin duda la mujer del César en este siglo hubiera sido deportista profesional. No solo hay que serlo, sino, y fundamentalmente, parecerlo. Una franca sonrisa te hace ganar muchos adeptos, contratos publicitarios, popularidad.
Hay que evitar un mal gesto, una salida de tono. No hay nada como ser un perfecto chico de pueblo bendecido con el don de la genialidad, o un superviviente de una favela que nos recuerde la maravillosa redención por el deporte, lavando la conciencia del espectador medio. Actitudes vitales sin duda admirables, pero cargantes.
Porque hay otro estilo de figuras. Están los grandes deportistas, luego los cracks y, por último, las estrellas. Para ser considerado «una estrella» se necesita algo más que ser genial en tu disciplina. Tienes que lucir una personalidad arrolladora, ser uno de esos individuos que, como decía Scott Fitzgerald, cuando entran en una fiesta hasta la música suena más baja como muestra de respeto. Y así es Lanfranco Dettori, un maravilloso y genial jinete italiano. Una estrella en el más cinematográfico y amplio sentido de la palabra.
«Yo, desde pequeño, siempre quise ser un gánster». Parafraseando a Ray Liotta en el comienzo de Uno de los nuestros, algo parecido podría decir Dettori con respecto a ser jockey. Nacido hace poco más de cuarenta años en Milán e hijo de un jinete italiano de cierto renombre, se puede decir que nació encima de un caballo, abandonando la escuela para entrar como aprendiz en un establo dedicado a las carreras de caballos.
Un año más tarde, sin hablar una palabra de inglés y con cien libras en el bolsillo partiría hacia una de las mecas del turf mundial, Newmarket, una pequeña localidad inglesa a una hora de la capital que vive por y para el caballo de carreras, entrando a trabajar con su compatriota Luca Cumani. Jinete precoz, desde sus comienzos dio muestras de su genialidad, sucediendo a un mito de la fusta como Lester Piggott en ser el jockey más joven en alcanzar las cien victorias en Gran Bretaña. Cuentan que en la cuadra ninguno de sus compañeros dudaron de que tenían entre ellos a una futura estrella del turf.
Su nombre empieza a ser habitual entre los triunfadores del día en el durísimo y competitivo mundo de las carreras de caballos británicas, lo que le lleva en 1994 a fichar como jinete titular para la cuadra de una de las figuras más relevantes del mundo de las carreras de caballos, el sheikh Mohamed Al Maktoum, hombre fuerte del Gobierno de Dubái y una de las mayores fortunas del mundo.
A partir de ese momento los nombres de Dettori y Al Maktoum se verán indisolublemente unidos por casi veinte años, llegando el jinete italiano a considerar al jerarca como su segundo padre. Sus triunfos en las principales carreras europeas se suceden y Dettori se convierte en una de las personalidades más reconocibles para el público británico, fueran o no aficionados a las carreras de caballos.
Su carrera se podría decir que se sustenta en dos pilares. Por un lado su calidad, su derroche físico e inteligencia encima de un caballo, y por otro su magnífica relación con los aficionados y su excepcional manejo de los medios de comunicación. Así, por ejemplo, en 1996 es protagonista de una de las mayores gestas que se han producido en los hipódromos europeos, cuando Lanfranco se impone en las siete carreras que se disputan el mismo día en uno de los templos mundiales de las carreras, el imponente y mítico hipódromo de Ascot.
Luego, ganará las más importantes carreras del mundo, entre ellas dos veces el Derby de Epsom, pero para Dettori este será «su momento», el día que recordará toda la vida. El mejor en el mejor sitio, algo inolvidable para quienes lo vivieron. Esos siete triunfos consecutivos les producen a los bookmakers ingleses unas pérdidas de más de veinticinco millones de libras de mediados de los noventa. Pero también en 1998 participó en el programa This is your life, donde mostraría a los televidentes ese encanto italiano suyo tan característico, demostrando poseer un magnetismo fuera de lo común, más propio de una estrella de la televisión que de un deportista de élite.
A finales de los noventa se puede decir que la vida sonríe a Dettori; considerado el mejor jinete europeo, su talento y entrega en las pistas no hacen más que reportarle victorias en las pruebas de más fuste de Europa, y su contrato con la poderosísima cuadra del jeque de Dubái le convierte en uno de los deportistas mejor pagados de Gran Bretaña. Pero el primer día de junio del año 2000 su vida va a cambiar. Mientras se desplazaba en una pequeña avioneta sufre un terrible accidente cerca de Newmarket.
La aeronave se desploma incendiándose inmediatamente. El otro pasajero, el también jinete Ray Cochrane, consiguió sacar a Dettori de entre las llamas, salvándole de una muerte segura, para inmediatamente intentar rescatar también al piloto, maniobra en la que no tendría éxito, que morirá abrasado en el avión. Lanfranco siempre ha considerado que ahí comienza su segunda vida.
Recuerdo a Ray tirando de su chaqueta mientras intentaba sacarlo de entre las llamas. Lloraba porque no podía salvarlo. Tuve suerte de que Ray me sacara a mí primero; si no, sin duda estaría muerto.
Claustrofóbico a partir del accidente (calificado de «salvación milagrosa» por los expertos en aviación), el italiano tardará unos meses en querer volver a subirse a un caballo, meditando seriamente su retirada. Será su mujer, y principal apoyo en su vida, quien le empujará a volver a intentarlo, y con Ray Cochrane como mánager. Se recuperaría y volvería a ser considerado el mejor jinete del mundo, ganando todas las carreras denominadas «clásicas» de Inglaterra, siempre luciendo el mítico color azul del sheikh Mohamed.
Pero años más tarde eso cambiará. La cuadra del sheikh contratará nuevos entrenadores y nuevos jinetes. Traen a su base de Newmarket a una joven y prometedora fusta francesa que ya montaba los caballos del jerarca del golfo en Francia, Michael Barzalona. Dettori empieza a sentirse ninguneado, sintiendo que es orillado en la elección de los mejores caballos. No era la primera vez que traían jinetes consagrados a la cuadra, y Dettori siempre había salido triunfante, pero esta vez parecía diferente. El nuevo entrenador parecía apoyar sin fisuras a su nueva elección.
Mirado con perspectiva, el jinete italiano recordaría esos momentos como unos de los más duros de su carrera. «Yo ya había competido contra grandes jinetes dentro de la cuadra. Barzalona era un buen chico, educado y montaba muy bien, pero necesitaba coger experiencia, conocimiento, y parte de mi trabajo era enseñarle. Los dos pertenecíamos al mismo equipo. Yo traté de enseñarle cómo se montaba en Inglaterra, pero no fueron justos conmigo. Llegué a entrar en depresión. Y de ahí mis problemas con las drogas».
El ambiente en la cuadra empeora, hasta llegar a ser una situación insostenible. Pero lo peor está por llegar. Se anuncia que Dettori ha vulnerado la legislación antidroga (ha dado positivo en consumo de cocaína) que rige las carreras de caballos y que será sancionado con seis meses sin poder competir. Inmediatamente el sheikh Mohamed rescinde su contrato. Dettori tratará de ponerse en contacto con el emir, al que considera su segundo padre, pero no logra que le reciba, ni siquiera que se ponga al teléfono. Sin contrato, repudiado y sancionado, parece un juguete roto. Lanfranco nunca olvidará esos momentos.
Estaba viendo la televisión cuando se anunció mi sanción. En Sky News fue noticia de portada. En segundo lugar anunciaron que Obama era reelegido como presidente. Y en tercer lugar hablaron de la guerra en Siria. Yo pensé «el mundo está loco». No estoy orgulloso de lo que he hecho, pero no he matado a nadie.
Durante su sanción entrará en Gran Hermano Vip, definitivamente parecía un jinete del pasado, un recuerdo. Pero en junio del 2013 volvió. «Fue duro, más duro de lo que esperaba. Las grandes cuadras ya tenían sus jinetes. Yo me sentía bien, pero los triunfos no llegaban, y la prensa no dejaba de insistir en que ya no era el mismo jinete, que no ofrecía garantías».
En el mes de su vuelta montaría en el hipódromo de la Zarzuela en Madrid, donde ofreció su mejor perfil publicitario, haciéndose fotos y firmando autógrafos con su inmaculada sonrisa. Pero algo no funcionaba. Años más tarde, Dettori declararía que se había puesto de deadline finales del 2013. Si la cosa no mejoraba, se retiraría.
Ficha por el jeque Al Thani, un propietario recién llegado y en ese momento con pocos caballos, pero con una organización perfecta, como se demostraría más tarde. Al margen de la importancia de la cuadra, no excesiva dado el pequeño número de caballos, hay un detalle que Dettori nunca olvidará: «Yo le pedí un año de contrato, pero me dijeron que no, que tenían mucha fe en mí. Me ofrecieron tres años». Algo empezaba a cambiar.
Y, sobre todo, volvería con John Gosden, uno de sus primeros entrenadores. Cuando regresaba de una competición hípica en septiembre del 2014 recibe un mensaje en el móvil donde le comentan que el jinete de Gosden ha rescindido su contrato con él para fichar (cómo no) con el sheikh Mohamed. En broma, el italiano comenta a su mujer: «No sé si debería escribir a John».
Inmediatamente el móvil suena «Hola, soy John. ¿Te apetecería venirte conmigo como en los viejos tiempos?». El 1 de marzo de 2015 firma con Gosden, comenzando una nueva etapa en la vida de Dettori. El primer caballo que montará para él será Golden Horn, con el que meses más tarde se impondrá en el Derby de Epsom.
Realmente su regreso no podría haber sido más triunfal. ¡Ah! Barzalona fue despedido de la cuadra inglesa del sheikh meses más tarde de la rescisión del contrato de Dettori, y el entrenador que le apoyaba fue sancionado por doping, siéndole retirada la licencia y expulsado inmediatamente del organigrama del emir de Dubái. Y Dettori será galardonado como mejor jinete del mundo en el año 2015.
En el tradicional hipódromo de Newmarket dio una imagen que simboliza lo que es Dettori. Los principales jockeys se tenían que desplazar a otro hipódromo a toda velocidad tras montar en esa pista. Para ello, y como es habitual, les esperaba un helicóptero. Se vio a otra de las grandes fustas europeas correr raudo y vestido de una forma casual hacia la aeronave que les esperaba.
Minutos más tarde aparecía Dettori perfectamente trajeado y con unos zapatos relucientes aproximándose al helicóptero sin ninguna prisa, sonriente, saludando a las cámaras, firmando autógrafos y haciéndose fotos con sus fans, mientras que un asistente le llevaba la maleta. Cuentan que una vez le preguntaron a Sinatra si no temía que con la edad, al perder registros vocales, el público le diera la espalda. Frank, evidentemente molesto, reprendió al periodista: «No has entendido nada.
Yo no vendo música, yo vendo estilo». Pues algo similar se podría decir de Dettori. Parece el mejor, es el mejor, y está orgulloso de que todo el mundo lo sepa. Porque debajo de su vanidad y de su fotogénica sonrisa luce toda la calidad de un auténtico fuera de serie. Galardonado con la Orden del Imperio Británico por su aportación al deporte, es socio de un restaurante con el reconocido chef Marco White; ha escrito libros de cocina y posee una línea de comida italiana congelada. Pero también ha sido jinete del año varias veces, premio BBC por personalidad deportiva del año y decenas de galardones más.
Dettori es una estrella y, como tal, ama el protagonismo. Su hábitat natural no son las frías y solitarias mañanas de los galopes. Necesita público, presión, adrenalina. Los focos le quieren, y él quiere a los focos. Personaje carismático donde los haya, es imposible no reparar en él. Sonrisa cautivadora, siempre elegante e impoluto, parecería más un artista que un jinete.
Pero si en el paddock es una estrella, su fulgor encima del caballo es todavía, si cabe, superior. Dotado de una elegancia innata para montar a caballo, ha sabido conjugar el estilo aerodinámico americano con la eficacia europea. Dettori ha sido, y es, un gran jinete. Confiable al 100%, puede considerársele el jinete más genial de las últimas décadas del panorama mundial. Durante muchos años fue indudablemente el número uno, y se podría decir que fue un jinete que dio un salto más allá.
Cuando consiguió su victoria número tres mil, uniéndose a las históricas leyendas del turf en alcanzar ese registro, en una muestra de su personalidad decidió no montar esa semana para que su victoria tres mil se produjera en el hipódromo donde aterrizó hace casi treinta años, Newmarket. Pero, realmente, hubiera dado igual que hubiera ganado tres mil que mil que cinco mil. Solo son cifras sin ningún valor. Su magnetismo, habilidad, sentido del paso y, sobre todo, clase, están un paso por delante de los números, registros vulgares que nunca reflejarán la sensación que produce cuando, acomodando su cabeza por debajo de sus brazos, lanza su montura hacia la meta.
Lanfranco es la estrella, es el mejor. Y para muchos aficionados siempre será el jinete de su vida, pues dentro del espectáculo deportivo que es el turf ha sabido reflejar como nadie su vertiente más artísticamente cinematográfica. Porque, como escribió Irvin Berlin, «There is no business like show business». Y de show, y de business, y de arte, nadie como el italiano. Ha sido todo. Un mito. El mejor pistolero. El último pistolero. El héroe que se enfrenta en solitario a la vulgaridad y al hastío de un turf cada vez más monocromo. Hasta la llegada de Ryan Moore. Pero esa ya es otra historia.