Vaya por delante que no tengo intención de convencer a nadie, y mucho menos de discutir por esto, pero he leído que en la Premier van a votar si siguen o no con el VAR, y bueno. Este tema lo sé porque lo he estudiado. Además lo tengo escrito y lo tengo muy hablado.
Lo tengo tan hablado que conozco los argumentos a favor del invento. El principal es que el fútbol con el VAR es más justo que el fútbol sin el VAR. Aceptando esta premisa, que ya es mucho aceptar, cabe preguntarse también si el fútbol necesita ser justo. Precisamente uno de los atractivos del fútbol sobre otros deportes es esta peculiaridad.
En el fútbol no siempre gana el mejor ni quien más lo «merece». La vida no es justa y el fútbol tampoco. ¿Necesitó el fútbol serlo para convertirse en el deporte más popular del planeta? Diría que no. Diría incluso que esa incertidumbre, que se debe no solo al error arbitral, pero también, es uno de sus atractivos más potentes.
Otro argumento a favor del VAR es que el problema no es la herramienta, sino los árbitros que la emplean. Argumento con poco recorrido: siempre habrá seres humanos interpretando la supuesta objetividad. La historia de la humanidad está llena de grandes ideas teóricas que en la práctica fallan con estrépito cuando se pretenden aplicar. Añadamos en la lista al VAR.
Enfrente, quienes preferimos un fútbol sin VAR, podemos apuntar alguna objeción sustancial. Sabemos que hay mucha gente que está ganando dinero con esto y podemos asumir la tecnología de la línea de gol, pero, por ejemplo, está la naturaleza del juego.
Seré breve: lo que menos me gusta del VAR es que atenta contra la naturaleza del juego. El fútbol no es un deporte de precisión, sino de brocha gorda. Es una actividad salvaje y tribal que se juega con los pies, para empezar. Y es sobre todo un juego de ritmo y continuidad que a cámara lenta no se debe juzgar. Parte de su gracia es el torrente de consecuencias que conlleva el escaso tiempo para pensar.
Por eso, el VAR ha convertido al fútbol en el deporte antes conocido como fútbol. Debería ser más simple. Dejemos al fútbol ser fútbol.
Además, el videoarbitraje está dañando lo más sagrado: la credibilidad. Antes del VAR, uno observaba un error arbitral y podía pensar «bueno, es difícil arbitrar, no lo ha visto, se ha equivocado y ya está». Pero el VAR es distinto: es el alimento perfecto para las conspiraciones de cada cual.
Cualquier hincha retiene en la memoria jugadas calcadas que una vez se arbitraron de una manera y semanas después, de otra. Cualquier hincha acumula ya una serie de agravios que le llevan a desconfiar. Y a diferencia de antes, ahora es más sencillo malpensar.
El VAR saca lo peor de nosotros. ¿Por qué se para la imagen en esta décima de segundo y no unas milésimas antes en este fuera de juego milimétrico? ¿Por qué en este contacto avisan al árbitro y no lo hicieron en aquel otro?
Nunca ha habido alrededor del fútbol tanta desconfianza como ahora, cuando se ha generalizado el uso de una herramienta que supuestamente llegaba para acabar con la polémica arbitral. Las consecuencias de este embrollo en el largo plazo, me temo, aún no las podemos imaginar.
En el rugby llevan años con videoarbitraje y no hay ningún problema. Se ven las imágenes a la vez en directo en la tele y en el campo, el árbitro no se esconde, ve las imágenes en los videomarcadores igual que todo el campo, y se oye lo que habla con el árbitro de vídeo. Igual así no hay lugar para «conspiraciones».
Efectivamente Víctor, esto es de libro. Que en pleno siglo XXI esto sea un debate parece increible. Absolutamente todos los deportes han incluido la tecnología para hacer del juego aquello que no logramos en la vida real: la meritocracia.
Podremos discutir si los fueras de juego deben ser cribados para validar (o no) un fuera de juego por un centímetro, pero parece absurdo no aplicar la tecnología para dilucidar si un jugador mete un gol con la mano o si la falta sancionada se cometió dentro del área y por tanto es penalty.
No disparemos al pianista, el problema es cómo se aplican los medios a disposición.