Michael Jordan y Kobe Bryant lo dejaban todo en la cancha y matarían a quien fuera con tal de ganar un anillo más. Eso es cierto. No es menos cierto que esa actitud la han tenido todos los grandes campeones, incluidos los dos que protagonizan esta historia de malentendidos y curiosas coincidencias: Larry Bird e Isiah Thomas.
Bird y Thomas (mucho más que, por ejemplo, Magic Johnson o el propio Abdul-Jabbar) fueron Jordan antes de Jordan. Es cierto que ambos, en algún momento, se toparon con unos Lakers de fantasía, un equipo de ensueño que llegó a reunir a cuatro números uno del draft y una serie de acompañantes de lujo que hoy en día sería imposible ver. Pero, en buena parte, si los Lakers pudieron ganar cinco anillos durante los ochenta, aparte de por su propio talento, fue por las luchas sin cuartel que Larry Bird y Isiah Thomas, los Celtics y los Pistons, libraban cada primavera en la Conferencia Este.
Un enfrentamiento que culminó, quizá, el 26 de mayo de 1987, cuando los Pistons estaban a cinco segundos de asaltar el Boston Garden y ponerse 3-2 en la final de la Conferencia Este y Larry Bird apareció de la nada para robar el pase de Isiah Thomas a Bill Laimbeer desde la línea de banda. Un robo de balón que cambió el partido, la serie y la historia de la NBA: los Pistons tuvieron que esperar un año más para llegar a la final y los Celtics, agotados, cayeron en seis partidos ante los Lakers, oponiendo una resistencia feroz en unas circunstancias físicas atroces. Al año siguiente, les tocó a los Pistons perder contra los Lakers. Luego, ya sí, empezaría su propia dinastía.
Quedémonos por un momento en esa eliminatoria. Isiah Thomas pierde el balón, Larry Bird lo recupera, se queda colgado de las puntas de las zapatillas para no pisar con el talón la línea de fondo y Dennis Johnson sentencia el partido. Es una de las imágenes icónicas de la historia de la liga. Los Celtics se ponen 3-2 y acaban ganando 4-3. En dicha eliminatoria, Bird promedia 27,1 puntos; 10,4 rebotes y 7,6 asistencias. Viene de ganar tres MVP consecutivos (1984, 85 y 86) aunque justo esa temporada se lo quitaría un Magic sideral. Thomas, el perdedor, lleva en la liga desde 1981 y es ya una estrella consolidada (23,1 puntos y 9,1 asistencias en esos siete partidos).
Hay entre ambos un pique especial, sea por la propia competitividad que les caracteriza, sea por la amistad que une a Isiah Thomas con Magic Johnson, lo que de alguna manera le convierte en antagonista de Bird. En cualquier caso, hay, sobre todo, respeto. O eso parece. Una vez acabada la eliminatoria, un periodista le pregunta a Dennis Rodman, en su primer año en la liga, por Larry Bird, y este insinúa que si se habla tanto de él es porque es blanco. Cuando le preguntan a Thomas, secunda a su compañero: «Sí, Bird es un jugador maravilloso, de un talento único… pero si fuera negro, solo sería uno más». Ya está el lío formado.
El chico que no se sabía cuándo hablaba en serio
Desde la distancia, los dos personajes no pueden ser más distintos. Larry Bird siempre parece distante, en su mundo. Hace lo que tiene que hacer y punto. No busca aplausos ni hace caso a las críticas. Él es juez y parte. Él decide cuándo ha rendido bien y cuándo no ha estado a la altura. En ocasiones, puede ser un crítico excesivo con su propio juego, como en las finales que perdieron contra los Lakers en 1985. pese a estar lesionado del brazo y la mano derecha. A Bird, desde luego, no le importa lo que diga Dennis Rodman. Bird ha llegado a casa y ha visto a su padre muerto. Bird ha sido capaz de escapar de las garras de Bobby Knight. Bird ha cogido una universidad que no existe —Indiana State— y la ha colocado en la final más vista de la historia de la NCAA. No tiene nada que demostrar a nadie.
Isiah Thomas es lo contrario. Isiah Thomas parece que quiere agradar, pero desde luego no sabe cómo. Sonríe de oreja a oreja y en cada sonrisa los ojos le brillan y se le marcan unos hoyuelos que enfatizan su cara de niño. Sin embargo, hay algo atormentado en él. Una necesidad de aprobación externa que le agría el carácter, que exagera su celo y a la vez hace de su equipo una banda de inadaptados que solo son felices machacando al contrario. La versión en baloncesto de El castañazo. Isiah Thomas ve en la derrota una injusticia y, además, tiende al sarcasmo. Nunca es posible saber cuándo Isiah habla en serio y cuándo no, porque probablemente ni él mismo lo sepa. La lengua le arde, Isiah escupe y luego se da cuenta de que se ha equivocado y quiere rectificar y no puede.
Así, cuando se da cuenta del escándalo que se ha montado, Thomas dice que era una broma. Y lo dice con su sonrisa enorme de no haber roto un plato y pide que se revise la cinta, que se observe el amago de carcajada al final de la frase. Pero ya es tarde. Thomas queda como lo que es: un mal perdedor, porque si no fuera un mal perdedor no querría ganar más que nada en esta vida, y el escándalo sigue al margen del estoico Larry, ya de vacaciones en Indiana. Cuando Magic Johnson le llama para tranquilizarle y decirle que, por muy amigos que sean, él no opina lo mismo que Isiah, Bird se limita a contestarle: «No puede importarme menos todo esto».
Triunfando donde la presión pudo a Larry Bird
La historia, lógicamente, viene de antes. Siempre se ha hablado de lo mucho que le molestaba a Thomas que Michael Jordan fuera el ídolo de Chicago, su ciudad natal. Sin embargo, a Larry Bird no le importó nunca que Isiah triunfara en Indiana. Mucho menos que triunfara donde él no había sido capaz de hacerlo. Thomas llegó a los Hoosiers el otoño posterior a la famosa final entre Magic y Bird que acabaría ganando Michigan State. En otras palabras, Thomas llegó a los Hoosiers cinco años después de que Larry Bird solo fuera capaz de aguantar un mes en su campus, alegando excesiva carga de trabajo, problemas para compaginarlo con sus estudios y ganas de estar más cerca de su familia. Muchos piensan que hubo un choque de personalidades con Bobby Knight, pero Bird se encargó de negarlo toda su carrera. Quería volver a casa, eso era todo. Encontrar un trabajo y ganar algo de dinero para una familia arruinada.
La historia de Thomas, sin embargo, es una historia de éxito en la Universidad de Indiana. Son los años de apogeo de Knight como entrenador, después de su título de 1976, y va al cuello del chaval desde el primer momento. Lo modela a su manera, le hace entrar en vereda, convierte a aquel talento puro en un base imparable que domina la NCAA en su segundo año (1980/81) y acaba imponiéndose en la final a North Carolina. La North Carolina de Dean Smith, de James Worthy, de Sam Perkins… Súmenle a Michael Jordan y tienen al campeón del año siguiente, con aquella suspensión del freshman y el posterior robo —por llamarlo de alguna manera— de Worthy para sentenciar el partido.
En aquella final de 1981, Thomas anotó veintitrés puntos, lideró a su equipo y todo sirvió para ser nombrado el MOP (jugador más sobresaliente) del año en la liga universitaria. Su destino, obviamente, estaba en la NBA dos años antes de lo previsto. El número uno de aquella promoción fue su íntimo amigo Mark Aguirre, elegido por los Mavericks. A él le tocó viajar a Detroit, no demasiado lejos de casa, a un equipo hecho ruinas, cuatro semanas después de que Larry Bird ganara su primer anillo con los Celtics, frente a los Houston Rockets de Moses Malone.
La gestación de una dinastía
¿Quiénes estaban en aquellos Detroit Pistons de la temporada 1981/82? Un escolta tirador llamado John Long, otro novato llamado Kelly Tripucka, que acabaría máximo anotador del equipo… y un pívot rocoso, el típico blanco peleón carne de banquillo y traspaso, llamado Bill Laimbeer. Junto a ellos, de suplente de Thomas, el siempre explosivo Vinnie Johnson. En el primer año de Isiah en la liga, los Pistons ganaron treinta y nueve partidos; en el segundo, treinta y siete; en el tercero, cuarenta y nueve. Estamos ya en el verano de 1984. Chuck Daly es el entrenador, Isiah Thomas el máximo anotador (21,3 puntos por partido) y Bill Laimbeer se ha convertido insospechadamente en un jugador de calibre All-Star (17,3 puntos y 12,2 rebotes).
Los Pistons se clasifican para los playoffs de la Conferencia Este y caen eliminados ante los Knicks de un Bernard King pletórico (42,6 puntos por partido). Es un paso adelante, pero un paso doloroso: Detroit aguanta hasta el quinto partido, en el gigantesco Silverdome, pero acaba perdiendo en la prórroga. Es un partido de sabor agridulce: Thomas pierde el balón decisivo que podría haber evitado el tiempo extra… pero a la vez deja una de las mayores exhibiciones de la historia de los playoffs: a falta de un minuto y cincuenta y ocho segundos, los Pistons pierden 98-106. El partido parece sentenciado, pero Isiah penetra contra el mundo y anota en suspensión. En los siguientes noventa y tres segundos, sumará catorce puntos más. Es un loco. Un bendito loco en trance. Imágenes que recuerdan al famoso tercer cuarto del sexto partido de la final de 1988 ante los Lakers.
En cualquier caso, los Pistons pierden, los Knicks avanzan y así se frustra el primer enfrentamiento contra los Celtics, que, aquel año, liderados por Larry Bird, ganarían su segundo anillo en cuatro años. No habría que esperar demasiado para el inicio de la gran rivalidad de los últimos ochenta en el este: en 1985, los Pistons ganan cuarenta y seis partidos, eliminan a los Nets en primera ronda y disputan una eliminatoria colosal contra los Celtics. Seis partidos a cara de perro con la mística del Garden, la mística del enorme y luminoso Silverdome… y la mística de las dos estrellas: Larry Bird anota 43 puntos para decidir un ajustadísimo quinto partido en Boston, mientras que los 33 de Isiah Thomas en el sexto no son suficientes.
En 1986, ya con Joe Dumars y Rick Mahorn en el equipo, llega la gran decepción con la derrota ante los Hawks en primera ronda. Aquellos eran los Hawks del mejor Dominique Wilkins, de Doc Rivers y del diminuto Spud Webb. Los mismos que apretaron y apretaron a los Celtics, pero acabaron cayendo en cinco partidos ante un equipo imparable que iba rumbo a su tercer anillo con un Bill Walton renacido. Así, hasta que llegó 1987, llegó el robo de balón de Larry Bird, las declaraciones de Rodman, luego las de Thomas y el pique pasó a otra dimensión: la mediática.
De finales y Dream Teams
Aquellos Boston Celtics de 1987 fueron los últimos en alcanzar una final de la NBA en más de veinte años. La perdieron. Bien perdida, además. Parte de la mitología de los años ochenta y noventa habla de equipos que consiguieron quitarse de encima a otros equipos. En realidad, más bien, los segundos se echaron a un lado. Durante la temporada 1987/88, la espalda de Larry Bird empezaba a imposibilitarle jugar a un nivel parecido al de temporadas anteriores. A sus treinta y un años, Bird seguía siendo fabuloso, pero formaba parte de algo llamado «pasado». El futuro sería Michael Jordan. El presente seguía siendo Magic Johnson y, luchando con todos ellos quedaba Isiah Thomas.
Aquel año, los Celtics no deberían haber llegado siquiera a la final de Conferencia, pero volvieron a escabullirse del destino, esta vez contra los Hawks en siete partidos, lo más cerca que estuvo Dominique del anillo en toda su carrera. Aquellos siete partidos mataron a un equipo envejecido y sin profundidad. No había relevo más allá del jovencito Reggie Lewis. El banquillo era un auténtico erial y ahí estaban Johnson, Ainge, Bird, McHale y Parish teniendo que jugar minutadas a unas edades impropias. Cuando los Pistons les cogieron en la final de Conferencia, no hubo color: seis partidos a bajísimas anotaciones llevaron a los de Isiah a la primera final de su historia. La perderían, en siete, contra los Lakers.
A partir de ahí, el duelo entre Bird y Thomas se difumina: el de Indiana va a menos y el de Chicago va a más. En 1989, Larry ni siquiera está disponible para los playoffs, donde su equipo cae 3-0 ante los Pistons en primera ronda. En 1990, los Celtics se adelantan 0-2 en el Madison Square Garden, pero caen 3-2, de nuevo en primera ronda. Mientras, los Pistons, con el quinteto formado por Thomas, Dumars, Aguirre y Laimbeer, más Rodman, Salley o Mahorn disputándose el último lugar en el cinco inicial, ganan los dos campeonatos y se convertían en el equipo más odiado de la liga… y en el más difícil de ganar.
El fenómeno «Bad Boy» está en su esplendor. Tanto, que la federación estadounidense decide que Chuck Daly sería el hombre ideal para dirigir el «Dream Team» que Estados Unidos está pensando presentar a los Juegos Olímpicos de Barcelona 92. Daly, conocido por su elegancia y su trato afable dentro de un grupo de matones, acepta sin rechistar. No pone ninguna condición… ni siquiera que el jugador que le ha llevado hasta el éxito y, por lo tanto, hasta ese puesto, forme parte del equipo final. Así, ante las presiones de unos y de otros, Thomas se acaba quedando fuera en favor de John Stockton.
Aquel será el último gran torneo de Larry Bird. Se lo pasará tumbado en el suelo, descansando la espalda.
Cuando las estrellas se apagan
¿Tuvo algo que decir Larry Bird sobre la ausencia de Isiah Thomas en el Dream Team? No tiene pinta. En realidad, solo Michael Jordan y Scottie Pippen, por razones obvias, han salido a decir que no querían jugar con él. Sabemos que la relación con Magic se había deteriorado tras las dos finales consecutivas entre Lakers y Pistons, y sabemos que Johnson prefería la compañía de Jordan a la de Isiah, porque Johnson se acercaba siempre al último ganador de moda. ¿Pero Larry Bird? Cuesta ver a Larry Bird vetando a nadie. No va con su carácter competitivo. «Que venga y le haremos la vida imposible», pega más con él.
Se dice mucho —Dennis Rodman lo dice mucho, al menos— que Larry Bird no debería haber sido elegido para el Dream Team y que Isiah debería haber ocupado su lugar. En su momento, la «pelea» era con Stockton, desde luego, pero los revisionismos los carga el diablo. En palabras de Rodman, «Bird estaba viejo, apenas podía moverse y acababa de terminar su carrera». Es cierto que, a los treinta y cinco años, Larry Bird venía de disputar su última temporada como profesional y que los Celtics ya eran el equipo de Reggie Lewis y Kevin McHale por completo. Un equipo, por cierto, bastante competitivo.
Lo que no es tan cierto es que Bird estuviera tan acabado: aquel último año, pese a sus continuos problemas de espalda que apenas le dejaron jugar cuarenta y inco partidos, promedió 20,2 puntos; 9,6 rebotes y 6,8 asistencias. Isiah Thomas se quedó en 17,8 puntos y 6,9 asistencias. Las dos veces que Celtics y Pistons se enfrentaron, ganaron los de Boston, con 21 puntos por partido de Larry Bird. Tanto Thomas como los Pistons estaban también en la cuesta abajo: tras sus títulos de 1989 y 1990 y su sonada final de conferencia de 1991 ante los Bulls, los de Detroit perderían en 1992 en primera ronda ante los New York Knicks de Patrick Ewing y Pat Riley. Al año siguiente, aún con Thomas, Dumars, Laimbeer, Aguirre y sorprendentes fichajes como Woolridge, Alvin Robertson o Terry Mills ni siquiera se clasificaron para los playoffs.
De la cancha al banquillo
Si la espalda había acabado con la carrera de Bird en 1992, una lesión en el tendón de Aquiles, producida en el último partido de la temporada regular ante los Orlando Magic de Shaquille O’Neal y Penny Hardaway, acabó con la de Isiah Thomas en 1994. Tenía treinta y tres años. No volvería a pisar una cancha de la NBA. Para entonces, Larry Bird trabajaba en Boston, intentando reconstruir una franquicia aún más venida a menos tras la trágica muerte de Reggie Lewis por problemas cardíacos. Aquellos años en los que las estrellas se llamaban Kevin Gamble y Dino Radja y todo lo que eso conlleva.
Cuando los Indiana Pacers decidieron prescindir de Larry Brown, llamaron a Bird, un chico de la zona que algo sabía de baloncesto. Bird no había entrenado en su vida y se encontró con un equipo en alza, lleno de enormes jugadores y enormes egos: Reggie Miller, Chris Mullin, Jalen Rose, Mark Jackson, Rik Smits… Pese a su inexperiencia, Bird llevó a los Pacers a las cincuenta y ocho victorias en liga regular y a la final de la Conferencia Este, donde perdieron en siete apretadísimos partidos contra los Chicago Bulls. Sus compañeros no dudaron en elegirle entrenador del año.
Sus dos siguientes temporadas en los Pacers fueron también brillantes: en 1999, el año del lock-out, cayeron contra todo pronóstico en la final de Conferencia ante los New York Knicks de Sprewell, Houston, Ewing y Larry Johnson. En 2000, los Pacers por fin se metieron en la final… todo para perder contra los Lakers de Phil Jackson, camino de su tercer triplete como entrenador. Es complicado encontrar una carrera más breve y más exitosa en la historia de la NBA, pero Bird había dicho que solo quería entrenar tres años y tres años habían pasado. Con Larry de vuelta a French Lick, Donnie Walsh, por entonces general manager de los Pacers, decidió confiar en otro gran exjugador sin experiencia en los banquillos. Una antigua estrella de los «Hoosiers». Ni más ni menos que Isiah Thomas.
Los dos meses que Thomas y Bird viajaron en el mismo barco
Desde su retirada, Thomas había destacado como hombre de negocios. Fue copropietario de los Toronto Raptors y ayudó a sacar al equipo de la mediocridad de mediados de los noventa. A continuación, compró la CBA y fue su cara visible hasta que llegó la oferta de Walsh —Thomas se negó a vender la liga a la NBA y cabaría quebrando y desapareciendo apenas un año después—. De él se esperaba que diera continuidad al proyecto Bird, con el añadido de jóvenes estrellas como Jermaine O’Neal o Ron Artest. Reggie Miller ya estaba mayor, pero seguía siendo un buen jugador de complemento. Jalen Rose estaba jugando el mejor baloncesto de su carrera y la directiva había decidido llenar el equipo de adolescentes prometedores como Al Harrington o Jonathan Bender… que no cumplieron nunca con las expectativas creadas.
El primer año de Thomas fue horrible. De finalistas de la NBA, los Pacers pasaron a ganar cuarenta y un partidos y caer fácilmente en primera ronda ante los Sixers de Larry Brown y Allen Iverson. No mejoraron las cosas en su segundo año (primera ronda, de nuevo, esta vez ante los Nets) ni en su tercero (otra vez primera ronda, curiosamente ante los Boston Celtics). En ninguno de los tres años dirigiendo a los Pacers, consiguió Thomas que el equipo ganara más de cincuenta partidos. Llegaba el verano de 2003 y en Indiana tenían que decidir si renovaban a su entrenador o no.
El asunto es que esa decisión ya no correspondía a Donnie Walsh… o no del todo. El exentrenador asistente de los Pacers había sido ascendido al puesto de CEO y las operaciones deportivas quedaron en manos de… Larry Bird. Dieciséis años después de su desencuentro en la prensa, once años después del veto del Dream Team, Bird y Thomas se volvían a encontrar, esta vez para trabajar juntos. O no. Bird seguía siendo un hombre exigente y competitivo. Era la única manera de manejar un equipo joven y con tendencia a la dispersión que llevaba tres años sin ganar una ronda de playoffs.
Cuando se anunció su fichaje como director de operaciones deportivas en junio de 2003, muchos pensaron que Thomas tenía los días contados, pero no fue exactamente así. Entre la llegada de Bird y el despido de Thomas pasaron más de dos meses. Todo un verano que, según Bird, Thomas se pasó de vacaciones en vez de estar entrenando con los chavales para asegurarse de que no volvían a hacer el ridículo en la postemporada. Las malas lenguas cuentan que, en realidad, Bird sabía desde el principio que no iba a contar con Thomas, pero esperó a que todos los demás equipos tuvieran ya entrenador confirmado y Thomas no pudiera fichar por ninguno. Parece rizar el rizo.
Es probable, por lo leído hasta ahora, que Bird llegara al puesto con toda clase de prejuicios en su cabeza. Es muy improbable que despidiera a Thomas solo por eso. Algo debió de ver que no le gustara en absoluto. Aparte, contaba con un sustituto de primera: su ayudante en su etapa en el banquillo y excompañero de vestuario en los Boston Celtics, Rick Carlisle, con quien ganara un anillo en 1986. Carlisle cogió al equipo y lo llevó de nuevo a la final de Conferencia, donde perdió contra los Pistons. La rivalidad entre ambas franquicias se fue de las manos al año siguiente, cuando varios jugadores de Indiana se subieron a las gradas del Palace de Auburn Hills con algunos aficionados de Detroit. Los Pacers nunca se recuperaron de ese golpe. Los Pistons —vigentes campeones de la NBA— repetirían final ante los San Antonio Spurs.
«Mi rival nunca fue Michael Jordan»
Acaba aquí esta historia de encuentros y desencuentros entre dos de los más grandes de la década de los ochenta. Bird se quedó en Indiana casi una década. En 2012, fue elegido Ejecutivo del Año, completando sus títulos de Rookie del Año, MVP y Entrenador del Año. Obviamente, nadie más ha sido capaz de algo así. Se marchó un año para cargar pilas y volvió en 2013 para otro período de cuatro años, tras el cual ya sí se ha retirado oficialmente… aunque siga ejerciendo de consejero oficioso de la directiva de los Pacers.
En cuanto a Thomas, la suerte no le ha acompañado. Pocos meses después de abandonar su puesto de entrenador, James Dolan, el propietario de los Knicks, le fichó como presidente de operaciones deportivas. El equipo era tal desastre que al poco tiempo despidió a Larry Brown —el predecesor de Bird en los Pacers— y puso al propio Thomas como entrenador durante algo más de una temporada. En abril de 2008, Dolan le sustituyó como directivo para poner en su lugar… a Donnie Walsh, quien le hubiera fichado en 2000 para los Pacers. Su nueva relación duró una semana, lo que tardó Walsh en echar a Isiah.
Desde entonces, tumbos y más tumbos: probó en el baloncesto universitario con la FIU, pero aquello fue un desastre absoluto. Retomó sus actividades como comentarista, pero en 2015, y pese a su condena por acoso sexual a la jugadora Anucha Browne Sanders, Dolan volvió a llamarle para ser presidente de operaciones de las New York Liberty, de la WNBA. El entrenador del equipo era Bill Laimbeer, el hombre más detestado del mundo de baloncesto por Larry Bird, pero la cosa tampoco terminó de arrancar. En 2017, Laimbeer se fue a entrenar a Las Vegas Aces, el mítico equipo de Becky Hammond. El año pasado, llegaron a la final de la NBA.
Thomas sigue siendo amigo de Dolan y, lo mismo que Bird asesora a los Pacers, Isiah hace lo propio con los Knicks mientras tiene su propio espacio en la televisión americana. Para haber sido campeón de la NCAA y dos veces campeón de la NBA, además de líder de uno de los equipos más icónicos de la liga, es hasta aburrido que siempre le estén preguntando por Michael Jordan. Harto, después de la enésima polémica, provocada por la emisión del documental The Last Dance, Thomas declaró a la prensa: «Mi rival nunca fue Michael Jordan. Mis rivales eran Magic Johnson y Larry Bird». Tenía más razón que un santo. Pocos jugadores, en cualquier caso, pueden presumir de haber derrotado a los tres.
Excelente artículo, pero no acabo de entender que tiene que ver el título con el contenido del artículo.
Totalmente de acuerdo con Ignasi, excelente artículo, pero el título no puede ser más erróneo.
Hay una errata.
Es Kelly Tripucka no Tribucka.
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