Pocos jugadores habrá que como Zlatan Ibrahimovic hayan destacado por su juego, a la altura de los más grandes (cuando le apetecía) y por una personalidad arrolladora que ha dejado la historia del fútbol llena de anécdotas y pasajes para partirse de risa. Especialmente, sus enfrentamientos, de los cuales, en lo que compete a España, destacó el que tuvo con Pep Guardiola durante su paso por el FC Barcelona.
En el verano de 2009, Zlatan llegó al Barcelona con la etiqueta de ser el segundo fichaje más caro de la historia en aquel momento. El club catalán pagó 69 millones de euros al Inter de Milán y se despidió de Samuel Eto’o en un intercambio que debía sellar la pieza final de un engranaje casi perfecto. Guardiola, el arquitecto de un equipo que acababa de ganar el triplete, lo veía como el delantero que podría aportar potencia y creatividad a un sistema ya lleno de talento.
El inicio fue prometedor. Zlatan marcó goles importantes en sus primeros meses. Uno de ellos, al Real Madrid. Tras un pase teledirigido de Dani Alves, fusiló a Iker Casillas en lo que hoy, quién sabe, tal vez podría ser fuera de juego por centímetros. Todo iba bien, el equipo funcionaba, pero pronto su conexión empezó a fallar. Zlatan, acostumbrado a ser el centro de atención y a jugar con libertad, pronto sintió que en Barcelona estaba siendo reducido a un simple engranaje. «Era como si hubieran comprado un Ferrari y lo usaran como un Fiat», diría años más tarde en su autobiografía I Am Zlatan Ibrahimović.
La primera señal de conflicto llegó de manera sutil, casi anecdótica. Guardiola, conocido por su meticulosidad y por imponer disciplina en cada aspecto del equipo, advirtió a Zlatan que en el Barça «no se llegaba a entrenar en Ferraris o Porsches». Zlatan, un amante de los coches deportivos, interpretó el comentario como algo más profundo: «No te creas especial». En ese momento, Zlatan intentó adaptarse, pero eso era algo que le hacía sudar más que correr de área a área en el terreno de juego. Cambió su actitud y condujo el Audi proporcionado por el club, pero para un hombre que solo sabía ser Zlatan, esa concesión marcaría el principio de un largo desencuentro.
La verdadera ruptura entre jugador y entrenador llegó cuando Lionel Messi, acostumbrado a jugar en la banda derecha, pidió a Guardiola que le pusiera de falso nueve. Para acomodar esta nueva disposición, Guardiola cambió el sistema a un 4-5-1 que relegó a Zlatan a un papel más estático como punta de ataque. El sueco, acostumbrado a moverse libremente y a ser el eje de los equipos en los que jugaba, sintió que le estaban dando un papel de secundario, que iba a tener que estar al servicio de ese chaval que era bueno, sí, pero tenía 22 años.
«Necesito espacio. No puedo estar corriendo arriba y abajo como si pesara 70 kilos. Peso 98. No estoy construido para eso», le protestó a Guardiola en una conversación privada. Pep prometió buscar una solución, pero, según Zlatan, lo que siguió fue un distanciamiento. Le dio la espalda, empezó a haber silencios, trato gélido. Guardiola dejó de hablarle, de mirarle siquiera. Para un sueco con sangre muy poco sueca, su temperamento es puramente balcánico, esa indiferencia de su entrenador era letal. Zlatan podía crecerse ante la adversidad, hacer una demostración de fuerza sobre el campo tras un enfrentamiento directo, cara a cara, pero estaba perdido cuando lo que había era indiferencia.
La tensión alcanzó su punto máximo tras un partido contra el Villarreal. Zlatan, senteado en el banquillo durante casi todo el encuentro, explotó en el vestuario. Según relata en su biografía golpeó una caja metálica y gritó a Guardiola que no tenía valor, que se «acobardaba frente a Mourinho» y que podía irse «al infierno». Guardiola, fiel a su estilo, no respondió. Recogió la caja y salió del vestuario sin pronunciar una palabra.,
Ese episodio fue un punto de no retorno. Para Zlatan, fue una prueba más de que Guardiola no sabía llevar jugadores con una personalidad fuerte. En sus palabras, el técnico prefería «chicos obedientes, como en el colegio», en lugar enfrentarse y lidiar con estrellas que exigían atención y libertad para brillar.
El estilo de liderazgo de Guardiola, basado en la disciplina y el sistema, contrastaba con la filosofía de vida de Zlatan, que siempre ha apostado por la individualidad y las reacciones instintivas. El delantero sueco, hijo de bosnios, se sentía como un león enjaulado en un sistema que, a pesar de su perfección técnica, no dejaba espacio para el tipo de magia caótica que él aportaba. En otro libro, Adrenalina: Mis historias jamás contadas, Zlatan reflexiona sobre este desencuentro y sigue cargando las tintas con el míster: «Nunca he tenido problemas con los entrenadores, salvo con Guardiola. Aunque, para ser sincero, él los tenía conmigo, no al revés».
Mientras que otros jugadores han prosperado y brillado bajo la dirección de Guardiola, y siguen haciéndolo, Zlatan veía al técnico como alguien que huía de los problemas en lugar de enfrentarse a ellos. Esta percepción no hizo sino aumentar su admiración por entrenadores como José Mourinho, a quien describe como la némesis de Guardiola: carismático, directo y capaz de manejar egos sin perder autoridad.
La temporada de Zlatan en el Barcelona terminó abruptamente. Fue cedido al AC Milan al final de su primer año. Dejó mal sabor de boca. A pesar de los títulos ganados, su paso por el Barça no dejó nada significativo de lo que pudiera presumir pasados los años. Y para el club, la marcha de Zlatan no dejó cicatrices visibles; el equipo siguió acumulando trofeos con un Messi supuso la explosión de una bomba de neutrones en el fútbol mundial.
Justo antes de recalar en el Barça, Zlatan había tenido como entrenador, precisamente, a Mourinho. Dice el jugador que, desde el primer día, el portugués le demostró que no solo sabía cómo manejar tácticas, sino también egos. «Es el líder de su ejército», ha escrito. Pero no se trata solo de órdenes. Mourinho sabe cómo construir lealtad, dice: «La primera vez que conoció a Helena, le dijo: ‘Tu única misión es cuidar a Zlatan. Que coma bien, que duerma y que sea feliz’»
Mourinho, según Zlatan, entiende algo fundamental: que el fútbol no es solo técnica, sino también emociones. Ibrahimović recuerda cómo solía enviarle mensajes para preguntarle cómo se sentía o para darle ánimos, sin más. «Me hacía sentir importante. No como un jugador más, sino como el jugador clave», escribe Zlatan. Esa cercanía no es común en el mundo del fútbol de elite, y para un alguien como Ibrahimovic, acostumbrado a ser un rebelde en todas las plantillas, aquello le abrió los ojos, le ablandó.
En una ocasión, antes de un partido importantísimo, Mourinho le dijo: «Si tú juegas como yo sé que puedes, este equipo será imparable». Para Zlatan, esas palabras no eran simples frases motivacionales; eran un pacto entre machotes. Mourinho no solo era el estratega que diseñaba el plan perfecto, sino también el compañero que estaba dispuesto a pelear junto a él en la trinchera.
Pero no solo contrapone a Mourinho frente a Guardiola. También recuerda a Fabio Capello. Si Mourinho fue el general que inspiró a Zlatan, Fabio Capello fue el maestro que lo transformó. Cuando llegó a la Juventus, Zlatan era un delantero con mucho talento, pero un tanto disperso sobre el campo. Le encantaba el espectáculo: túneles, regates, taconazos, pero para Capello todo eso era inaceptable. «Todos los días me decía: ‘Te voy a arrancar todo el Ajax que tienes en el cuerpo y te voy a convertir en un goleador’».
Capello no usaba palabras suaves ni mensajes cariñosos. Su método era directo y, a veces, brutal. Cada día, después del entrenamiento, lo ponía frente a la portería y le pedía que disparara una y otra vez. «Pam, pam, pam… 50 tiros al día, todos los días», recuerda el delantero. Al principio, esa monotonía le desesperaba. Pero con el tiempo, entendió lo que Capello intentaba hacer: transformar su instinto en una máquina letal.
El impacto que tuvo Capello en su forma de jugar fue profundo y duradero. Zlatan perdió espectacularidad pero ganó eficiencia, que en fútbol suele importar más. Salió de sus manos como un hombre que sabía que su trabajo principal no era impresionar, sino marcar. «En el Ajax, mi mentalidad era: ‘Dadme el balón y veréis algo espectacular’. En la Juventus, cambió a: ‘Dadme el balón y marcaré un gol’», ha reconocido en sus memorias.
Esa transformación no fue fácil, pero Capello sabía cómo llevar a sus jugadores al límite sin romperlos. «Era duro, pero justo. Si me gritaba, era porque sabía que podía hacerlo mejor. Y, al final, siempre tenía razón».
Si Mourinho es el guerrero y Capello el perfeccionista, Carlo Ancelotti para Zlatan fue el mediador. Alguien que sabía crear armonía en un vestuario lleno de estrellas. Coincidieron en el PSG y si algo no faltaba ahí eran egos. «Con Ancelotti, todo parecía más fácil. Sabía cómo hablar contigo, cómo hacerte sentir parte de algo más grande», dice Zlatan en Adrenalina.
Ancelotti no necesitaba gritar ni imponer su autoridad. Su liderazgo era más sutil, basado en la confianza y el respeto mutuo. Zlatan cuenta que, durante los momentos más tensos de la temporada, El italiano siempre encontraba una manera de aliviar la presión.«Tenía una forma de hacerte reír incluso cuando las cosas iban mal. Pero al mismo tiempo, nunca perdías de vista el objetivo».
Reflexiones interesantes de un futbolista que nunca quiso renunciar a su personalidad. No por casualidad, su lema era: «Solo eres perfecto si logras ser lo que eres».