Ciencia deportiva

El balón Mikasa y la conmoción cerebral

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(Foto: Mikasa)
(Foto: Mikasa)

Recuerdo el balón, cerrar los párpados, sentir una pared tras las órbitas y caer al suelo como solo saben caer los que tienen sueño acumulado. A plomo. Después un pitido y fundido a negro. La espalda dolorida, clavándome piedras diminutas todas puestas de acuerdo, y las extremidades rectas como si fuera un muñeco que no merece la pena. A continuación, tras unos segundos en los que era yo, pero sintiéndome en otro sitio, empecé a escuchar una voz. Venía de lejos, entre asustada y curiosa.

– ¡Alberto, responde, ¿dos más dos?, venga, ¿dos más dos?

Abrí los ojos. La siesta más rápida de mi vida. Me molestaba la luz y la cercanía de la cara de uno de mis compañeros del colegio que parecía estar aprovechando para hacerme un examen de matemáticas. Demasiado cerca y demasiado inquisitivo. Parpadeé como una bombilla cuando pulsas el interruptor y me incorporé hasta quedarme sentado con las piernas estiradas. Un niño con un chándal de algodón que miraba al horizonte desde la tierra de un campo de fútbol improvisado en el colegio. Un explorador anonadado.

Rodeado por chavales que se daban la vuelta para recuperar su posición. Perdí el interés al no perder el conocimiento. A unos metros un par de profesores con cara de susto. Se tranquilizaron al descubrir que les sonreía. Por suerte, me encontraba relativamente bien. Salvo por un detalle que no quise verbalizar porque uno tenía sus secretos.

Veía todo de color verde.

En aquel momento tenía menos de diez años. No sabía lo que era una conmoción cerebral, una lesión axonal difusa y la importancia de mantener en condiciones óptimas el espacio subaracnoideo. En cambio, sí sabía lo que era un Mikasa. Aquel día me lo imprimieron en la cara. Una piedra disfrazada de balón que se convertía en depredador cuando se activaba a patadas en un campo de fútbol. Cuantas más patadas y más imprecisas, mejor.

Ya fuera el terreno de juego oficial u oficioso. Un proyectil tierra-aire-tierra que hacía felices a los chavales rodando de balonazo en balonazo. Una esfera carnívora. Ponerse frente a un Mikasa era comprar papeletas para una rifa de dolor. Apuesto a que había más lágrimas secas en la piel de un Mikasa que en el suelo de la sala de espera de un dentista.

El cráneo tiene en su cara anterior un conjunto de huesos más o menos rocambolescos que encajan para darle forma al rostro. Siendo muy esquemático en la parte lateral, superior y posterior nos encontramos con huesos planos, menos barrocos, que permiten construir una cápsula (o una cúpula si la cabeza fuera la guinda en la catedral de Florencia).

El hueso frontal presta su parte más anterior a los ojos. Donde tenemos las cejas. De ahí para atrás se estira hasta unirse con temporales y parietales. Si usted se lleva la mano a la nuca se está tocando el occipital y hacia las orejas los temporales. En el temporal, que no se nos olvide, también se acopla por debajo la mandíbula. En resumen, un puzle listo para empaquetar y proteger algo más importante que la cara. Aunque te llames Brad Pitt y te crujan de admiración todos los reflejos.

Dentro del cráneo se encuentra el cerebro, que a nadie le sorprenda. El cerebro no es una masa compacta. Hay que imaginárselo como una especie de gelatina. Frágil, como de no tocar, y con limitada capacidad para deformarse. En su fascinante interior podemos encontrar neuronas distribuidas por distintas regiones.

Unas se buscan la vida formando pliegues y crean la corteza cerebral. Otras se agencian núcleos e islas en el interior para llevar desde ahí sus funciones. Todas comunicadas mediante minúsculas y casi infinitas proyecciones que, de un lado a otro, logran un orden íntimo y preciso que se alicata durante los primeros años de la vida. El cerebro. Neuronas y axones para una gelatina premium que se protege gracias a una cápsula de hueso donde queda grácilmente suspendida. Ahora piensen en el Mikasa, golpes repetidos y las consecuencias que todo ello puede tener sobre este material tan sensible.

En los últimos años se ha iniciado un debate interesante sobre el manejo de los traumatismos craneales en el fútbol. Hasta hace no mucho salir a jugar con una venda en la cabeza era hacerse un máster de Camacho. Como si importaran más los aplausos al jugador que sus neuronas pidiendo la prórroga. Quizá, como en otras cosas, llegamos un poco tarde.

En Estados Unidos, por ejemplo, los remates de cabeza están prohibidos en los menores de 10 años. Han llegado a una estupenda conclusión, si nos encontramos ante un contenido de interés, esto es el cerebro, quizá sea mejor cuidar su continente.

Karius (Foto: Cordon Press)

El amigo Will Smith, antes de ganar un Óscar y perder las maneras, protagonizó una película titulada «Concussion» en la que se sintetizan perfectamente los motivos para tomar decisiones destinadas al cuidado del encéfalo. En esta se narra cómo el patólogo forense Bennet Omalu descubre y alerta sobre las consecuencias de los traumatismos craneales. El principal problema para el bueno de Omalu es que esta observación se realizó en jugadores profesionales de fútbol americano.

Ya imagina usted que, si hay negocio, la salud puede pasar a un segundo plano. El doctor describe, tras una serie de suicidios y muertes precoces, que el cerebro de estos jugadores sufre un daño minúsculo y perverso que termina por artefactar las conexiones neuronales. Todo ello derivado de su peculiar vida laboral. Una lesión axonal difusa que deja cicatrices y secuelas con cuidado disimulo.

El patólogo fue ignorado durante un tiempo, pero terminó por hacer tan grande la evidencia que resultó imposible ocultarla. Y esto sirvió para tomar decisiones destinadas a minimizar el daño cerebral continuo en un deporte masivo y de gran impacto. Omalu no se llevó un Óscar, pero su aporte cambió las cosas. Lo comido por lo protegido, un touchdown que sin duda hay que cerebral (perdón por el chiste, lo necesitaba).

En el desarrollo de un partido de fútbol es habitual que se produzcan traumas craneales de diversas características. En función del lugar y la fuerza del golpe las medidas a tomar pueden ser diversas. No es lo mismo un trauma en el frontal o el occipital, que vienen a ser como los parachoques del cráneo, que una colisión en el lateral de la cabeza.

Esta región opone menos resistencia y además se ve cruzada en su cara interna por vasos sanguíneos que la hacen especialmente susceptible al sangrado. Recientemente Le Normand, defensa central del Atlético de Madrid, recibió un cabezazo en esa zona que no solo le conmocionó, sino que produjo un pequeño hematoma subdural. Añadido a esto, y más allá del dónde y el cómo, también se ha de considerar lo que ocurre después tanto inmediatamente como pasadas unas horas.

La pérdida de conocimiento en un primer momento, aunque sea momentánea, ya es motivo suficiente para valorar una contusión más allá del hueso y realizar una exploración médica. A su vez, la presencia de dolor de cabeza, mareos u otros síntomas debería obligar al jugador a abandonar el partido. Ahora piense en la cantidad de veces que ha visto a un jugador golpearse la cabeza y regresar al campo como si le debieran dinero.

Todo lo que he comentado en el párrafo anterior son consideraciones que paulatinamente van creándose un espacio en el fútbol profesional. Esto resulta importante puesto que lo que se hace en profesionales se copia. Termina por permear a otras categorías y se pone cabeza para cuidar la cabeza. Todavía recuerdo las humoradas en algunos medios de comunicación con la actuación de Karius, portero del Liverpool, en la final de la Champions de 2018.

Probablemente esas mofas se aligeraron al saber que había sufrido una conmoción cerebral por un codazo previo. El guardameta tuvo que someterse a pruebas de imagen días después del partido y estuvo tiempo retirado de los terrenos de juego. Tras una conmoción hay que parar y es obligatorio evitar durante un tiempo prudencial nuevos impactos en el cráneo. Si esto ocurre en un niño con más motivo. Si hay algún padre leyendo es importante que no olvide que es mejor no jugar durante un mes que hipotecar las neuronas de un crío a plazo fijo.

Aquel día en el que recibí el balonazo me levanté apoyándome en el inesperado profesor que me había salido al lado. Me sacudí las rodillas, comprobé que no tenía más agujeros en el pantalón y observé el Mikasa. Este descansaba a unos metros.

Estaba listo para ponerse de nuevo su traje de proyectil en blanco y negro. Por suerte pude comprobar que el verde de mirada se iba marchando. Lo hizo de forma centrífuga, como si George Lucas estuviera haciendo una transición entre escenas dentro de mi cabeza. Hice un gesto con la mano para dejar claro a mis amigos que iba a seguir el partido. Aún quedaba recreo y no sobraban los minutos de libertad como para regalarlos. Todos estaban en su sitio a excepción del amigo preocupado que seguía de pie junto a mí.

-¿Dos más dos? – me preguntó de nuevo tocándome el hombro.

Le sonreí mientras daba un par de pasos atrás y tomaba carrerilla.

-Cinco – respondí.

Todavía recuerdo la cara de susto del matemático.

Bibliografía

  • Omalu BI, Hamilton RL, Kamboh MI, DeKosky ST, Bailes J. Chronic traumatic encephalopathy (CTE) in a National Football League Player: Case report and emerging medicolegal practice questions. J Forensic Nurs. 2010 Spring;6(1):40-6. doi: 10.1111/j.1939-3938.2009.01064.x. PMID: 20201914.
  • El País. (2018, 4 de junio). Karius sufrió una conmoción cerebral tras el codazo de Ramos en la final de Kiev. El País.

 

2 Comments

  1. No mientas, lo de karius fueron excusas para tapar su mala actuación ese día, tb hizo alguna buena parada, hay que informarse mejor y no comprar la mercancía averiada.

  2. Vamos aver. Después de leer este artículo creo que todo esto se saca ya de contexto y pasa a leyenda urbana. Como buen chaval de los 70, 80 tuve la gran suerte de tener dos balones . El mikasa ft5 y el Adidas tango. No sé porque tanta fama de balón duro el Mikasa pues el Adidas tango pesaba más y pegaba mucho más fuerte y con más peligro. El mikasa al lado del Adidas tango siempre me pareció más blando y menos dañino.

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