La evolución del azar en los ordenadores es una historia que parece tan técnica, tan distante, que fascina precisamente por su rigor matemático y su resistencia a lo imprevisible. Desde siempre, he sentido una atracción por lo que se escurre entre las manos, lo que no se deja fijar. El azar, especialmente en los confines de la informática, parece encarnar esa paradoja. En él, como en la vida, hay un sistema que a veces se hace visible, un orden oculto, o al menos la sospecha de uno.
Los ordenadores, máquinas diseñadas para obedecer y seguir secuencias, han intentado durante décadas simular lo azaroso. Lo han hecho de la única forma que saben: mediante fórmulas y cálculos, un azar reducido a la máquina, pseudoaleatorio, un azar domesticado. Desde el principio, las computadoras se vieron obligadas a enfrentarse a este reto. Para resolver problemas matemáticos complejos, para simular fenómenos físicos o incluso para la encriptación de mensajes, necesitaban generar lo que llamamos números aleatorios. Pero, ¿cómo generar algo impredecible dentro de un sistema que no conoce más que la exactitud?
La respuesta inicial fue la creación de los generadores de números pseudoaleatorios (PRNG). Estas secuencias de números, generadas por un algoritmo, no eran realmente azarosas, sino que seguían un patrón, un conjunto de reglas. En el fondo, un ordenador no puede escapar a su naturaleza determinista, y lo que obtenemos es una simulación del azar. El más famoso de estos primeros métodos fue el método de congruencia lineal, una fórmula que, a pesar de su complejidad aparente, oculta una semilla. Los casinos en línea se basan principalmente en PRNG para generar resultados aleatorios en juegos como tragamonedas, ruleta, blackjack y otros, con el fin de garantizar la equidad y evitar manipulaciones. inicial.
Es fascinante la idea de cómo el azar puede ser, al mismo tiempo, un artificio y un fenómeno natural. En mis propias obras, he jugado con lo arbitrario, con los sistemas formales que parecen caóticos pero que, al final, revelan una estructura precisa. Del mismo modo, los primeros generadores de números pseudoaleatorios eran un espejo de esta dualidad. En apariencia, azar. En esencia, repetición.
Pero, como es habitual, la cuestión del azar en la informática no terminó ahí. Con el tiempo, y con la creciente dependencia de sistemas que necesitaban un azar más convincente, especialmente en el ámbito de la criptografía, surgieron los generadores de números pseudoaleatorios criptográficamente seguros (CSPRNG). Aquí ya no se trataba solo de simular el azar; era crucial que lo simulado fuese lo suficientemente caótico como para que nadie pudiera predecirlo. Me fascina cómo, en ese afán por proteger secretos, los humanos intentan confundir el orden y el caos, lo conocido y lo imprevisible. Estos generadores, diseñados con funciones matemáticas intrincadas, comenzaron a imitar el azar con tal precisión que, durante un tiempo, se pensó que nadie podría descubrir sus patrones. Pero siempre existe una semilla, un origen, y para quien conozca o adivine esa semilla, el juego se revela.
Sin embargo, como demostró Kevin Mitnick tras hacer ingeniería inversa en una máquina tragaperras, se hacía necesario ir más allá de los algoritmos por lo que se recurrió al mundo físico. Aquí el azar deja de ser solo un juego de números para convertirse en un fenómeno real basado en el ruido electrónico o el calor generado por los circuitos. De esta manera, nacieron los generadores de números aleatorios basados en hardware (HRNG), dispositivos que dejaban de lado los algoritmos y se basaban en procesos físicos impredecibles. El azar, esta vez, parecía escapar de la máquina. Pero, ¿lo hacía realmente? Estos generadores, tan fascinantes como el ruido de la ciudad o los movimientos azarosos de los transeúntes en una plaza, también estaban sujetos a su propia lógica interna.
Cuando pienso en estos generadores de hardware, pienso en las múltiples capas que conforman nuestras vidas, en las pequeñas casualidades que, en retrospectiva, parecen tener un sentido. A pesar de los esfuerzos por crear un azar puro, sigo creyendo que detrás de cada sistema, detrás de cada dispositivo, hay un orden, una lógica. Quizás sea por eso que me atrae tanto la idea de escribir lo aparentemente caótico, de construir listas, inventarios, descripciones interminables, porque siempre hay una estructura latente esperando a ser revelada.
El siguiente paso en esta evolución del azar fue aún más ambicioso: el uso de la mecánica cuántica. Aquí, por primera vez, los generadores de números aleatorios parecían trascender el mundo determinista de las máquinas. Los generadores cuánticos de números aleatorios (QRNG) utilizan fenómenos cuánticos como la superposición y el entrelazamiento para producir números que, al menos en teoría, son verdaderamente aleatorios. Pero incluso aquí, en este reino de lo impredecible, surge la duda. ¿Realmente hemos encontrado el azar puro? O, como en mis propios escritos, ¿no es más que otro intento de crear un sistema, otra forma de imponer estructura a lo que nos resulta incomprensible?
En la mecánica cuántica, los científicos descubrieron algo que siempre me ha fascinado: que el mundo, en sus aspectos más básicos, no sigue reglas fijas, sino probabilidades. Es un mundo en el que lo previsible y lo imprevisible coexisten. Quizás esa es la verdadera naturaleza del azar, no algo que podamos comprender del todo, sino algo que podemos experimentar, medir y hasta manipular, pero nunca controlar por completo.
Al final, la evolución del azar en los ordenadores refleja nuestra propia búsqueda por comprender lo incontrolable, por jugar con lo que no podemos predecir. Como en mis propios juegos literarios, los números, las máquinas y las fórmulas intentan imitar lo caótico, pero siempre hay una estructura debajo, un patrón esperando ser descubierto. Lo que llamamos azar no es más que un espejo de nuestras limitaciones, un reflejo de nuestro deseo por ordenar lo desordenado, por fijar lo inasible. Como las palabras en un libro, que nunca dejan de ser lo que son, aunque las leamos en desorden, el azar en los ordenadores sigue siendo una construcción nuestra, una obra en progreso.