Rich Cohen es un escritor de no ficción muy destacado. Ha tocado temas deportivos, como la biografía de María Sharapova, el fútbol americano, pero también ha escrito monográficos sobre Chess Records, el origen del negocio en el rock and roll, o posiblemente su gran obra, El sol, la luna y los Rolling Stones, donde analizó la historia, vida y sentido del gran grupo inglés.
Es una autoridad en cultura popular. De hecho, participó en la creación de la serie Vinyl para HBO junto a Martin Scorsese, Mick Jagger y Terence Winter. Y ahora, en 2024, ha publicado un libro de baloncesto. When the Game Was War: The NBA’s Greatest Season Un volumen dedicado a la temporada 87-88 de la NBA, la que tuvo a Los Angeles Lakers como ganadores por segundo año consecutivo y que supuso el inicio del ascenso de un negocio que, en los años 90, tras los Juegos Olímpicos de Barcelona 92, se puso en órbita.
La obra está dedicada a los cuatro equipos que estuvieron en lo más alto ese año. Los mencionados Lakers de Magic Johnson y Kareem Abdul-Jabbar, los Pistons de Isiah Thomas, los Chicago Bulls de Michael Jordan y los Boston Celtics de Larry Bird. Sin embargo, cualquier detalle que se explique de esa temporada tiene unos secundarios de lujo. En los Atlanta Hawks estaba Dominique Wilkins; en Utah Jazz, Karl Malone; en los Knicks, Patrick Ewing…
Ese año también fue importante, señala Cohen, porque en las canchas se empezó a reflejar el baloncesto que se jugaba en las calles, concretamente en las de barrios como Harlem y Watts. Explica que, tiempo atrás, los entrenadores blancos criticaban esa forma de jugar, más basada en la agilidad y la velocidad, porque no era apropiado para jugar en equipo, pensaban que si se ponía enfrente una defensa sólida y bien coordinada no servía de nada. En los 80 todo eso fue cambiando hasta que aparecieron los «superhéroes» citados.
Cohen apunta a que el rechazo no era tan táctico como pudiera parecer, sino que se basaba en prejuicios racistas. A los blancos les molestaba que los afroamericanos hubieran logrado reinventar este deporte. A principio de la década, el estilo llamado razzl-dazzle o rock and roll se había extendido y la espectacularidad dominaba la mayoría de las facetas del juego. Fueron, de hecho, las que lo convirtieron en un espectáculo irresistible. Dos de los máximos exponentes de esa forma de jugar, Magic Johnson e Isiah Thomas fueron dos de los grandes protagonistas de ese año.
Eran grandes amigos, pero se tuvieron que enfrentar en las finales. Colegas desde hacía años, antes de cada encuentro se daban un beso en el centro de la cancha, lo que llenaba de ira a Pat Riley, entrenador de los Lakers. Dice Cohen que le obligó a elegir entre su equipo o su amigo. No obstante, su amistad cuando se rompió realmente fue años después, revela, con el positivo por VIH de Johnson. El motivo, según Cohen, es que Isiah pensó que su amigo era gay, algo que luego negó. Por su puesto, la obra también relata cómo luego Isiah, en la dirección de los Knicks, fue demandado por acoso sexual y su club tuvo que abonar once millones de dólares.
Pero fue una tormenta perfecta. Michael Jordan cambió el look de todos los jugadores y de medio planeta Tierra. Si bien antes iban todos con pantalones muy cortos y muy ceñidos, Jordan impuso la tendencia de llevarlos más largos y más holgados, casi hasta las rodillas. Al principio, el resto de jugadores se burlaban de esas pintas, pero en los 90 no quedaba un solo pantalón ajustado. Marcas como Banana Republic o Gap directamente retiraron los rockys de sus estantes.
Y no fue solo una cuestión de ropa. Más adelante, la cabeza afeitada de Jordan también tuvo un impacto en todo el planeta. Cuando se le empezó a caer el pelo por alopecia, se afeito lo que le quedaba y empezó a darse cera en la calva. Cohen lo describe como «una cúpula aerodinámica que parecía algo futurista». Logró algo impensable hasta entonces, que ser calvo pudiera ser cool.
Después llegaron los medios. No solo tenían un buen espectáculo, sino excelentes narrativas para explotarlo. Cada equipo recogía el espíritu de su tierra y, a la vez, desarrollaba un juego que se relacionaba con esa filosofía. Por ejemplo, los Pistons eran los profetas del trabajo industrial de Detroit, otrora el centro de la industria automotriz estadounidense, y su juego era duro, agresivo y apostaba por la resistencia. Mientras, los Lakers, en contraposición, ofrecían un juego fluido y elegante, con momentos de extraordinaria brillantez, el más apropiado para la Meca del cine y del espectáculo como era Los Ángeles.
Es más, después de cada partido, en el Forum Club, los jugadores de los Lakers alternaban con todo el star sytem de Hollywood mostrándole al gran público un encuentro entre las dos grandes culturas del entretenimiento, la audiovisual y la del deporte, que antes no habían ido necesariamente de la mano. Ahí están los ejemplos, Kurt Rambis, cuando se retiró, inició una carrera como actor en series como Matrimonio con hijos o películas comoJohnny Mnemonic.
Tenían toda la baraja de personajes. AC Green, según cuenta este ensayo, hasta que tenía casi 40 años cumplió un voto de castidad. Llevaba sin sexo desde 1985 hasta que, en 2002, se casó con Veronique, que declaró a la prensa «saber que ha sido fiel al esperar por mí es el mejor regalo de bodas». Green no se quedó solo en sí mismo, luego montó una fundación para promover la abstinencia sexual hasta antes del matrimonio, Deportistas a favor de la abstinencia. «Reconozco que mi mensaje no cuadra con la imagen de la NBA. Supuestamente, nuestro estilo de vida está marcado por el dinero, las mujeres fáciles y los coches deportivos. La tentación existe pero no es difícil optar por otras alternativas», declaró en su presentación.
En otros casos, como el de Jordan, su irrupción, cargada de fuerza y ambición, se asociaba a la pujante economía de Chicago, entonces una ciudad en ascenso. Hasta entonces, los Bulls habían sido considerados un equipo de segunda fila en su propia ciudad. Con Jordan vestido de blanco y rojo, en cada partido se reunían miles de fans en la grada, era todo un fenómeno. Además, añade Cohen, Jordan fue también el gran reflejo de esa época, los ochenta, por la forma en la que eludía cualquier tema político. Estaba solo para triunfar y llevárselo crudo. Ese fue el gran cinismo de la generación de los años 80. Pero también el gran negocio. Jordan empezó a aparecer en las portadas de todas las revistas, anuncios de televisión y objetos de todo tipo. Si en LA los jugadores eran como estrellas de cine, en Chicago Jordan logró cohabitar también con el mundo de la moda y crear y liderar tendencias.
Con toda la expectación que podía generar un negocio que contaba con todos estos alicientes, se llegó a la temporada 87-88, paradigma de lo que puede dar de sí la NBA, según el autor. Fue, sin duda, la edad de oro del torneo. Sin embargo, no tanto por el espectáculo, sino por la violencia. Explica Cohen que, de pronto, la agresividad en la cancha no solo no es que no estuviese mal vista, sino que se consideraba una estrategia más para poder ganar los partidos. Que pasase como le ocurrió a Bill Laimbeer, que ganó una fama impresionante de sucio, no era algo malo.
Los máximos exponentes de esa línea fueron los Bad Boys de los Detroit Pistons y los Boston Celtics. El juego que desplegaron nunca más se volvió a ver en el torneo. El contacto físico iba más allá en cada choque, las faltas dolían solo con verlas y no faltaban golpes intencionados. Había una intención expresa de intimidar a través de la violencia. No era trash-talk, era que el rival tuviese miedo a salir descalabrado, así se le comía la moral. En los partidos de los Pistons, dice, «no había lugar para los débiles». Por su parte, Larry Bird, «ponía una mirada que era como si se fuese a pelear a de verdad». Danny Ainge, de los Celtics, lo recuerda tal cual: «Jugábamos para pelear cada vez que nos enfrentábamos a Detroit».
La defensa que montaron el citado Laimbeer y Dennis Rodman tenía unos conceptos propios de militares, explica. Por eso todo lo que ocurrió en esa temporada fue tan importante. A partir de ahí, la NBA se puso a trabajar para erradicar la violencia de la cancha y exigió que se pitaran más faltas. Además, ahora se quiere prolongar la carrera de los jugadores, algo que en los 80 ni se les había pasado por la cabeza.
De todos modos, los Lakers, que eran los campeones y los que empezaron más fuerte, se convirtieron en el rival a batir. Tuvieron rachas de victorias como una de quince consecutivas en diciembre y una de diez en febrero. Bajo las órdenes de Pat Riley lograron dominar la liga y alcanzar un nivel que todavía se considera uno de los momentos más elevados del torneo en toda su historia. Lograron ganar por segundo año consecutivo, algo que llevaba veinte años sin ocurrir.
Mientras los otros grandes equipos de la 87-88 ofrecían un juego rocoso, ordenado y mucha intimidación, Riley entrenó a sus hombres para que fuesen los más rápidos con contraataques trepidantes. Solo tuvo una forma de conseguirlo, que se trabajase más. La pretemporada de 1987 fue mucho más dura que la de 1986, pero le dijo a sus jugadores que esa era la única forma de repetir el título. No jugar igual, sino hacerlo todavía mejor. Riley estaba completamente concienciado de que, tras una victoria, lo que seguían eran fiestas, sexo y excesos. «Disease of more», la enfermedad del más, la denominó. El fenómeno por el que el éxito conduce a la complacencia. Quiso romper esa dinámica y lo hizo con éxito, en un campeonato en el que los rivales jugaron con una contundencia fuera de lo normal.
No obstante, Cohen llega a esa conclusión involuntariamente. Natural de Detroit, su intención en el libro, manifestada en los medios, era situar a Isiah Thomas a la altura de las otras leyendas nombradas hasta la saciedad. El libro es más bien un ensayo para defender su postura de fan, que su ídolo está a la altura de los más grandes, pero lo que le pasó fue «lo que le ocurrió a los judíos cuando Roma se convirtió al cristianismo», sentencia. Pero la gran conclusión de su ensayo es que con su brillo, Thomas creó un monstruo, desató al verdadero Jordan. Los Pistons no solo eliminaron a los Bulls este año, sino en 1989 y 1990 también. Desesperaron a Jordan.
Como este contó en The Last Dance, se tuvo que ir al gimnasio directo porque, en resumidas cuentas, tuvo que admitir que le estaban «pegando brutalmente». Les daban hasta que les sacaban de quicio, incluso cabezazos. Jordan no solo tuvo que ponerse a tono para resistir, también empezó a aprender a jugar en equipo para eludir esas defensas. Fueron esos Pistons los que moldearon a esos Bulls, que luego se convertirían en la mayor leyenda de la historia de la NBA. Como dijo Bill Cartwright, pivot de los Bulls: «Deberíamos haberles rendido homenaje».
John Stockton siguió llevando los pantalones cortos hasta el final de su carrera.