Historia del fútbol español

Antonio Puerta, el fútbol que se fue

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Antonio Puerta (Foto: Cordon Press)

En realidad, los minutos de silencio no duran un minuto. Al menos, no los previos a un partido de fútbol. El motivo es sencillo: cuesta mucho que la gente mantenga la boca cerrada tanto tiempo. Por eso, o bien ponen por megafonía una música lúgubre, o el árbitro acorta los segundos y pita antes de llegar a sesenta. O ambas cosas. Esto acentúa la peculiaridad de lo que sucedía en el Sánchez-Pizjuán cuando el encuentro sobrepasaba el cuarto de hora.

Se guardaba un luto silente que duraba un minuto de los de verdad, con todos sus segundos cayendo en el videomarcador. Uno tras otro. Y con el balón en juego. Cuarenta mil personas quedas tornaban en perceptibles los sonidos del césped: peticiones de pase, golpeos de pelota, patadas, caídas. Todo se amplificaba en el silencio de la multitud. Aquello helaba la sangre.

Pronto se decidió, con buen criterio, modificar el rito. La callada fue sustituida por un cántico acompañado de palmas, más acorde a la naturaleza del homenaje. La directiva, poco después, instauró un trofeo anual. Aunque, en un desliz imperdonable, descuidó su organización y algunas ediciones se celebraron casi de tapadillo.

Si el sevillista le inculca a su relevo que hay que cantar en el minuto dieciséis, y si la institución lo honra en su justa medida (tan poco recomendable es el olvido como la sobreexposición), la memoria está asegurada. El mito, como siempre hace, se valdrá del tiempo para relegar al personaje. En este caso, al futbolista.

Antonio Puerta debutó con el Sevilla de la mano de Joaquín Caparrós. Allá por 2004, en lugar de darle unos minutos al final del partido, lo sacó de titular. En casa, contra el Málaga y con el dorsal 37 en la camiseta. Aunque el técnico utrerano percibió su nerviosismo. Cierto es que lo consideraban muy espabilado, pero estaba a punto de cumplir el sueño de todo canterano, y no dejaba de tener diecinueve años.

Lo último que necesitaba Caparrós era un jugador agarrotado, así que pergeñó algo que ayudara a destensar. Total, que le hizo contar un chiste. En el vestuario, justo antes de saltar al campo y delante de, entre otros, Darío Silva, Gerardo Torrado, Daniel Alves, Javi Navarro y Pablo Alfaro.

La temporada siguiente cambió de número. Con el 27 a la espalda, apareció puntualmente en las convocatorias, hasta sumar nueve presencias entre Liga y Copa. Jugaba de extremo, de planta fina, zurdo, pero sin destacar todavía por nada en particular. No se sabía si tenía disparo, centro, regate o velocidad, si un poco de todo o un mucho de nada.

Al menos había olvidado la lesión de menisco que sufrió con diecisiete años, a los diez minutos de que Jiménez lo hiciera debutar en Segunda B. Y ahí estaba, luchando por un hueco. Sin embargo, en el mercado invernal, Monchi fichó a un diamante en bruto llamado Adriano Correia. Aunque el brasileño jugaba en su puesto, Puerta no se rindió.

Nada lo ejemplifica mejor que la fe de su primer tanto en Primera. En Soria, en un frío partido en Los Pajaritos (valga la redundancia), presionó al portero del Numancia cuando parecía que allí no había nada que rascar. Se echó encima del guardameta, bloqueó su pase y la pelota acabó dentro. Un gol feo, sí. Pero un gol, al fin y al cabo.

Los futbolistas a veces olvidan que son personas. Por ende, desconocen que están rodeados de congéneres. Así, se comportan de forma anómala en situaciones cotidianas. Por ejemplo, pueden pasar sin saludar por delante de gente que ven a diario: jardineros, utilleros o conductores de autobús. En el mejor de los casos, algunos corrigen esta actitud cuando acecha el final de su carrera.

Puerta no necesitó cumplir años para hacerlo. Todo lo contrario. Era un mocoso y llegaba una hora antes al entrenamiento para desayunar con los empleados del club. Incluso, entregaba comida y dinero al aparcacoches de la ciudad deportiva. Con esto no se busca convertir el perfil en hagiográfico, más bien recoger gestos de un carácter que anticipaba que mantendría los pies en el suelo: madurez, descaro, gracia, carisma. Era cuestión de tiempo y de partidos que lo demostrara en el vestuario de los mayores.

En el verano de 2005, el del centenario de la entidad, la directiva no renovó a una institución sevillista como Joaquín Caparrós, que había llevado al equipo desde Segunda División a competiciones europeas en cuatro temporadas. En cambio, apostaron por Juande Ramos. Y no pudo salir mejor.

Puerta, por su parte, apenas duró dos jornadas en el filial. Poco tardó el entrenador manchego en considerarlo un miembro más del primer equipo, aunque su dorsal indicase lo contrario (todavía el 27). Intervino en treinta encuentros, su consolidación en la élite. Acertó, por tanto, al rechazar la oferta de cesión del Xerez Deportivo. En aquella decisión pesaron mucho Jiménez y Caparrós, que auguraban que se convertiría en el sucesor de un jugador minusvalorado a nivel nacional, pero que en Sevilla fue referencia durante años: David Castedo.

El menudo defensa mallorquín superaba la treintena, y Juande rotaba retrasando tanto a Adriano como a Puerta, que un jueves era el lateral titular en Alemania (en su debut en Europa), y el domingo repetía ante el Espanyol, pero de extremo. Así iría acumulando experiencia, a la par que el Sevilla avanzaba en Uefa y completaba una buena campaña liguera. Estrenó su cuenta anotadora en Cádiz, participando con un testarazo en una goleada sevillista en Carranza. Lo celebró con alegría, cómo no. No imaginaba que sería el menos importante de los cuatro que marcó ese año.

Antonio Puerta (Foto: Cordon Press)

También de cabeza llegó su primer tanto europeo, en casa ante el Lokomotiv de Moscú, para cerrar los dieciseisavos ueferos. Su juego se asentaba. Era rápido, tanto de pensamiento como de acción, tenía capacidad asociativa y sus movimientos eran elegantes. Y podía desbordar. Todo esto iría a más, y hasta intentó aprender a defender para jugar de lateral. En realidad, nunca terminó de hacerlo, pero suplía la carencia con inteligencia.

Aunque salió en los minutos finales del partido, se reencontró con el gol en el Calderón. Cazó un balón que caía y marcó el único tanto de una polémica noche, repleta de incidentes. El choque tuvo hasta que suspenderse por el comportamiento de la grada colchonera, con el lanzamiento de una botella de Ballantine’s al portero visitante como momento álgido. En lo que a Puerta respecta, tardaría un mes en volver a anotar. Lo hizo, para más señas, un jueves de Feria.

La semifinal contra el Schalke era trascendental. Nada más importante para un Sevilla Fútbol Club que llevaba casi sesenta años sin ganar nada. Cuarenta y tantos sin alcanzar una final. Puerta fue titular en la ida, un empate a cero en Alemania que fiaba todo a casa. En la vuelta, entró para los últimos quince minutos de un partido que, inexorablemente, se iba a la prórroga.

En la primera mitad del tiempo extra, Jesús Navas la lleva por la derecha, centra y la pelota recorre el área germana. Botará tres veces. Al segundo impacto con el césped, Puerta ya sabe que va a pegarle. Está solo. Se prepara: frena con pasos cortos y acomoda el cuerpo. Tras el tercer bote, sin permitir que coja altura, golpea con los dedos exteriores de su pie izquierdo. Y se queda quieto, a ver qué ocurre con ese balón que va hacia el poste.

No puede ser, ha entrado. Gol. Golazo. El Sánchez-Pizjuán estalla como nunca antes lo hizo, y como jamás lo hará. Puerta permanece inmóvil. ¿Qué se supone que hace alguien en un momento así? Luego reacciona, abre los brazos y parece que va a salir corriendo, pero se detiene cuando ve a Enzo Maresca, al que pide compañía. Se besa la mano y cierra el puño con fuerza para arrearle al aire. El italiano le alcanza. Antonio grita varias veces sin decir nada, incapaz de verbalizar la importancia del momento. En clave sevillista, la volea de todos los tiempos.

En la grada atronó un grito cohibido durante tantas décadas que algunos saldaban cuentas con fantasmas heredados. Ninguna televisión española retransmitió el partido, pero tuvo cariz peliculero. De entre todos los futbolistas que habrán integrado un club que cumplía el siglo, en la primera final europea tuvo que meterlo un canterano. Mucho más que eso, un tipo criado en el mismísimo barrio de Nervión, a escasos trescientos metros del estadio.

Desde la casa de Puerta (situada en un tramo de calle que hoy lleva su nombre) hasta el mosaico de preferencia del Sánchez-Pizjuán no se tarda ni cinco minutos andando. Un niño cuyo abuelo cofundó una famosa peña sevillista, y que empezó a jugar al fútbol en la AD Nervión para fichar por el Sevilla a los once años. Y no se contentó con quemar etapas hasta completar la anomalía de debutar en Primera, sino que derribó el muro que separaba a su equipo de la gloria. En el minuto cien de partido, en el año del centenario. Fuerte, con clase y poca vergüenza. Pegada al palo.

El equipo arrasó en la final de Eindhoven, y Puerta entró en las postrimerías del partido. Se lo había ganado, igual que un dorsal en la primera plantilla. Ya lució el 16 en aquella Supercopa de Europa que el Sevilla pasó por encima del Barcelona. Saltó al campo cuando quedaban diez minutos, y eso le bastó para cuajar una actuación memorable.

En la banda se la lió a Puyol como pocas veces lo habrán hecho, forzándole a cometer un penalti que supuso el tercer gol. Después, la cogió en su campo, y avanzó hasta enfrentarse con Rafa Márquez y Andrés Iniesta.

Al mexicano le tiró un amago, lo superó con la izquierda y con la derecha dejó en el suelo (literalmente) al manchego, colándose entre ambos. Luego apareció Puyol, que fue abajo con todo y al que esquivó con un autopase para plantarse ante Víctor Valdés. Ahí se equivocó. Tenía tiro con la zurda, pero quiso sentar al portero con una bicicleta. La pelota le quedó a la derecha y el catalán no se venció. Puerta, con Márquez de nuevo encima, chutó con la mala y Valdés despejó, arruinando la carrera iniciada cincuenta metros atrás. Una jugada maradoniana. Qué gol hubiese sido.

Puerta conquistó con todo merecimiento un sitio en el mejor Sevilla de la historia, el de 2006-07. En aquel plantel coincidieron Andrés Palop, Javi Navarro, el póquer brasileño (Alves, Adriano, Renato y Luis Fabiano), Christian Poulsen y Frédéric Kanouté, entre otros. Un grupo que, comandado por Juande Ramos, añadió a la Supercopa la hazaña de repetir final de Uefa, y volver a vencer. También ganó la Copa del Rey. Y nada de descolgarse en la competición doméstica: peleó el título liguero hasta la penúltima jornada. En suma, una gesta difícilmente repetible.

Aficionados del Recreativo de Huelva (Foto: Cordon Press)

Nada menos que cuarenta y siete partidos disputó Puerta aquella temporada. Además, le quedó tiempo para debutar en la selección. Aún tenía veintiún años cuando lo llamó Luis Aragonés, y su carrera meteórica rebasaba los mejores presagios. Marcó dos tantos esa liga: ante el Athletic, un tiro raso que descolocó a Gorka Iraizoz (lo celebró haciendo el gesto del embarazo), y contra el Espanyol, con un remate poco ortodoxo.

Entre sus muchas titularidades se cuentan los partidos más importantes. Salió de inició en Madrid, en la final de Copa, y también en la de Glasgow. La de Uefa la jugó completa, prórroga incluida. Y, pese a ser uno de los más jóvenes de la plantilla, no se amilanó y lanzó uno de los penaltis de la tanda. Marcó. Ese arrojo, ese paso adelante en el momento decisivo, demuestra los galones adquiridos. Sobre el campo, la pedía constantemente.

En todo momento indicaba líneas de pase o movimientos a sus compañeros desde la banda. De hecho, gesticulaba más que el entrenador. Si a calidad y clase le añadías alegría y madera de líder, el resultado era una joya para cualquier vestuario.

El fútbol no tiene compasión con el éxito; siempre aparece una temporada para devorar a la anterior. Aquella comenzó con la Supercopa de España contra el Real Madrid. Puerta jugó en la ida, y sus compañeros refrendaron la victoria con, nada más y nada menos, una manita en el Bernabéu. Otro título. El arranque liguero ante el Getafe fue el 25 de agosto de 2007. Salió de titular, pero desconocía que sería su último partido. Tres agónicos días más tarde, la peor noticia.

El próximo 26 de noviembre habría cumplido 40 años. Diecisiete años han pasado ya de todo aquello. De una despedida sin piedad ni desagravio ni anhelos. Cierto, todos los jugadores se van. Pero para los sevillistas la putada es que aquel futbolista no se marchó a Inglaterra, como Jesús Navas. No, lo verdaderamente jodido es que se fue a un lugar de donde es imposible regresar.

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