Magical Seven es el título del documental que cuenta la vida de Toni Kukoč. Se estrenó en septiembre del año pasado en Split, Croacia, en compañía de Dino Radja, Željko Pavličević y Boža Maljković. La película reúnte 26 testimonios de entrenadores y compañeros del protagonista, entre los que destaca el de Michael Jordan, que dice: «Toni no sólo era mi compañero de equipo. Toni no sólo es mi amigo, también es mi hermano. No hay nada que no haría por él».
Pero la aparición de un documental de estas características no es solo una buena noticia, son dos, porque Kukoč ha hecho la tourné correspondiente para presentarlo, lo que ha acabado con una entrevista en profundidad en Sport Klub, una cadena, con sede en Belgrado, que emite para toda la ex Yugoslavia y parte de Europa Central.
Lo más interesante de la hora larga de conversación pasa por lo que pudo haber sido y no fue. Con la desintegración de Yugoslavia se perdió de comprobar qué habrían hecho durante los noventa unas selecciones nacionales, tanto en fútbol como en baloncesto, que tenían un enorme potencial.
Kukoč no se corta a la hora de valorar qué habría sido el choque de trenes de Yugoslavia y el Dream Team que brilló en Barcelona 92. Cree que su equipo podría haber competido cara a cara con ellos y que el resultado habría sido incierto, pero que aún así, el encuentro habría sido épico. El periodista Saša Ozmo, colaborador de Jot Down Sport, le pregunta «¿Habría tenido aquella antigua Yugoslavia posibilidades en 1992 y 1996 contra el Dream Team? ¿Alguna vez te imaginaste ese partido?», a lo que contesta: «Lo intento. Se ha hablado mucho sobre eso. El Dream Team eran 12 personas que son todos miembros del Salón de la Fama. Aunque ahí también hay muchos de nuestra selección. Siempre digo que habría sido uno de los mejores partidos de baloncesto jamás jugados porque nos conocíamos muy bien y sabíamos cómo jugar contra los estadounidenses. Tal vez si ese equipo hubiera tenido experiencia en la NBA, es decir, si hubiéramos tenido unas 3-4 temporadas de experiencia en la NBA, no habríamos visto a Jordan o Ewing, como si fueran dioses del baloncesto. Porque solo los conocíamos a través de los videos que comprábamos. Y esos videos mostraban lo mejor, lo mejor que eran capaces de hacer, pero luego, cuando entrenas y juegas con ellos durante años, te das cuenta de que también son humanos, de carne y hueso».
A continuación, considera que el paso de jugadores como Divac o él por la NBA sirvió para que luego pudieran llegar y triunfar como lo hicieron otros europeos, entre ellos, los españoles: «Nosotros fuimos los pioneros que abrieron las puertas y les abrieron los ojos a los estadounidenses para que vieran que los jugadores europeos estaban preparados, eran fuertes y lo suficientemente poderosos para poder jugar múltiples posiciones en la cancha».
Eso sirvió para que se produjera la revolución de los jugadores europeos en la NBA: «Cuando después de nosotros llegaron jugadores como Nowitzki, (Tony) Parker o Gasol demostraron inmediatamente lo que valían. Los estadounidenses llegaron a la conclusión de que lo ideal sería tener en cada equipo uno o dos europeos porque, sencillamente, hacen que los demás sean mejores».
Sobre su paso por el baloncesto americano, Kukoč tiene palabras para Allen Iverson, con quien coincidió en los Philadelphia 76ers. Considera que sus problemas de confianza en el grupo afectaban al resto del equipo y al estilo de juego, lo que se traducía en problemas de rendimiento. Además, aunque tenía mucho talento, solía asumir demasiadas responsabilidades en la cancha porque desconfiaba de otros jugadores. «Allen no tenía confianza, para ser honestos, el perfil de ese equipo era ese, porque aparte de él, había buenos jugadores, pero cuando los nombras… la mayoría eran solo reboteadores o jugadores defensivos. Él sabía que si no anotaba 30 puntos, o 40 si estaba en racha, el equipo no tenía muchas posibilidades de ganar. Tenía que llevar todo el peso, porque veía que sin él no ganaban y cuando no confías en tus compañeros, el juego se desmorona. Iverson no creía que los demás pudieran llevar al equipo a la victoria».
Caso por caso, este perfil conduce en la conversación al de Michael Jordan. Aquí Kukoč recuerda que que Iverson, comparado con Michael Jordan o Kobe Bryant, no lograba crear una conexión emocional y estratégica con sus compañeros: «Incluso Michael Jordan en sus primeros años no confiaba en sus compañeros, pero aprendió a hacerlo, mientras que Allen nunca lo logró, era un jugador increíble, pero su inseguridad y su decisión de asumir el toda la responsabilidad impidió que el equipo rindiera al nivel al que realmente podría haberlo hecho».
Para Jordan, Kukoč solo tiene buenas palabras. Dice que es alguien que aunque tenga una de las agendas más apretadas del mundo, siempre tiene tiempo para sus amigos de siempre y les dedica tiempo de calidad: «Seguimos siendo buenos amigos, nos vemos con frecuencia. Suelo ir a Florida a jugar al golf con él y de vez en cuando nos fumamos un puro. Es una persona maravillosa, es encantador. Siempre digo que si yo hubiera sido Michael Jordan, habría sido peor persona de lo que él es». Y como diferencia fundamental con respecto a Iverson, dice que él siempre transmitió ese buen rollo dentro del vestuario: «Michael siempre supo cómo mantener un buen ambiente en el equipo, independientemente de la presión que tuviera él sobre los hombros».
Sobre el manido debate de si es más entretenida la NBA o el baloncesto europeo, el jugador croata considera que la clave está en la autoridad de los entrenadores. En Estados Unidos esta ha decrecido al ritmo que subían los salarios de los jugadores. Opina que los contratos multimillonarios han debilitado el control que tenían los entrenadores, ya que los dueños de los equipos tienden a priorizar el bienestar de las estrellas mejor pagadas sobre todo lo demás: «En la NBA, con el aumento del dinero que ganan los jugadores, de alguna manera se ha reducido la autoridad de los entrenadores y no creo que eso sea nada bueno. Muchos entrenadores han perdido su trabajo simplemente porque ha habido un conflicto con un jugador y este se ha ido a hablar con el dueño de la franquicia directamente. Entonces, lo que ocurre es que, como el entrenador tiene un contrato de 6, 7, 5 o 3 millones, es mucho más fácil cambiarle a él que a esos jugadores».
Mientras tanto, en Europa los entrenadores sí que tienen el control de sus plantillas, dice Kukoč, porque no hay los salarios astronómicos de la NBA y se pueden establecer relaciones y estructuras más jerárquicas. La paradoja de la NBA fichando talento con billetes es que muchos jugadores llegan a la liga con grandes contratos pero sin entender todavía el juego: «El problema ahora es que esos jóvenes que son seleccionados en el draft de cuartos o de sextos, llegan a la NBA, juegan dos, tres o cuatro años y luego desaparecen. Han pasado por dos entrenadores y, en realidad, no tenían capacidad para entender el baloncesto».
La escuela yugoslava de la que provenía Kukoč era bien distinta. La autoridad era indiscutida y una disciplina férrea desde el principio era fundamental para el desarrollo de los jugadores. Y la clave de todo este sistema fue el magisterio de Aleksandar Aca Nikolić: «Creo que fue el padre de todos los buenos entrenadores, especialmente de los serbios. Desde Boža (Maljković), Duda (Ivković), hasta Željko (Obradović), todos tuvieron algún tipo de contacto con el profesor Aca».
El comportamiento de Nikolic, aunque fuese autoritario, no estaba exento de carisma y personalidad, según recuerda el croata: «Solía sentarse en mitad de la grada, envuelto en el humo de sus cigarrillos y luego, al cabo de un rato, bajaba a la cancha y se ponía a dar instrucciones y cuando se ponía a hablar de baloncesto todo era cristalino, claro y preciso, no te quedaba ninguna duda, te explicaba perfectamente lo que tenías que hacer». Aun así, siempre les dejaba espacio para que entendieran que el baloncesto no podía prescindir nunca de su elemento lúdico, del que surgía la creatividad y la motivación de los jugadores: «Te decía que hicieras todo lo que pedía, pero luego que el baloncesto es un juego y que, cuanto más te diviertes, mejor lo haces. No todo tiene que ser robotizado, tiene que haber espacio para lo individual».
En Estados Unidos, Kukoč siguió contando con entrenadores históricos, como Phil Jackson: «Nunca lo escuchabas gritar, ni a Michael (Jordan), ni a Scottie (Pippen), ni a Dennis (Rodman), Phil era alguien que sabía motivar sin hacer mucho ruido». Jackson, revela el croata, estaba muy centrado en lo psicológico y empleaba métodos poco convencionales: «Cuando nos ponía vídeos, montaba películas con las secuencias de los partidos, era para que los 45 minutos estuviéramos concentrados, una que solía poner era Pulp Fiction».
En cuanto a Greg Popovich, su enfoque era más parecido al yugoslavo, centrado en la disciplina y muy directo en el trato: «Le gritaba a (Tim) Duncan, a (Tony) Parker, a (Manu) Ginóbili, pero es que si le gritas a los mejores, los que están en el banquillo saben que tienen que estar firmes». No solo no le importaba señalar qué se había hecho mal, sino que, cuando un jugador no cumplía, pasaba a ignorarlo: «Si hacía algo mal, no es que les gritase, es que dejaba de mirarlos».
Pese a todo, en Estados Unidos, ni de lejos tuvo entrenamientos como en Yugoslavia. La preparación física a la que se vio sometido era una prueba extrema, una de las rutinas, por ejemplo, era subir y bajar 250 escalones: «Creo que cuando eres un crío, y en esa época éramos niños, si alguien te decía que tenías que subir esas escaleras tres veces porque es parte del entrenamiento, ni lo pensabas, simplemente corrías, llegabas arriba, te faltaba el aire, te sentabas cinco segundos y luego bajabas y lo volvías a hacer. Aunque el año pasado volví al lugar donde solíamos entrenar, intenté subirlas y me llevó unos cinco minutos largos, me tuve que parar varias veces para respirar. Antes era otra época, había otra motivación, una voluntad de competir y superarse».
Su formador en esa etapa temprana con el equipo nacional era Svetislav Pešić. Hoy Kukoč sigue recordándole con gran respeto, era un gran comunicador y motivador de los jugadores, recuerda: «A lo largo de toda su carrera, se le ha reconocido su capacidad para encontrar un punto de conexión con cada jugador y comunicarse de forma efectiva con ellos». Unas palabras muy distintas a las que dijo en Jot Down Sport Tomás Jofresa.
Aun así, la disciplina con Pešić también era muy estricta, había poco margen para el error o bajar la guardia: «Nos daba tareas, teníamos unos papeles en los que ponía lo que teníamos que hacer, había tres entrenamientos al día, no teníamos espacio ni tiempo para hacer tonterías». Las concentraciones eran como un régimen militar donde se trabajaba en completo aislamiento: «Nos llevaban a un lugar en el que no había nadie más además de nosotros, quince jugadores y unos pocos entrenadores».
Finalmente, sobre su estilo de juego, Kukoč explica que su filosofía estaba basada en la felicidad: «Un buen compañero de equipo es alguien que escucha todo lo que se le dice y que pone al grupo por delante de sí mismo. Cuando era niño, había una frase que decía, aunque igual no sabía bien lo que significaba, de que cuando alguien anota un punto, hay una persona feliz, pero cuando alguien da una buena asistencia, ya son dos personas felices. Podemos decir que esa filosofía ha caracterizado mi juego tanto en la Jugoplastika como en los Bulls, con cualquiera que hables te dirá que disfrutaba jugando conmigo».
Con esos planteamientos, no solo logró crear buen ambiente a su alrededor, sino ser todavía mejor jugador: «Para mí, lo más importante de mi carrera es que todos me respeten por no haber sido egoísta, por no haberme centrado solo en anotar puntos. De hecho, hay jugadores que son increíblemente buenos, pero están tan centrados en sí mismos que no ven mucho de lo que sucede a su alrededor».
Hay una prueba palmaria de su sinceridad. Pese a las guerras y las rivalidades que perduran en las repúblicas ex yugoslavas, Kukoč es un jugador querido en todas ellas, una reputación nada fácil de conseguir en Balcanes. En esta entrevista, celebrada en la capital serbia, lo sigue demostrando: «Siempre me ha gustado venir a Belgrado, disfrutaba jugando aquí, la afición del Partizan me quería y me respetaba mucho. Creo que sus fans son una afición educada que sabe reconocer a los jugadores, a las personas y a los talentos».
Tanto fue así, que estuvo a punto de jugar de blanquinegro, un fichaje que se impidió in extremis: «Estábamos en la pretemporada en Pula y vino gente del Partizan, hubo conversaciones, todo estaba listo y, si estaba interesado, firmaríamos el contrato. Cuando se enteró la Jugoplastika, me dijeron que me encerrara en una habitación y que no abriera la puerta hasta que llegaran ellos desde Split. Aparecieron esa misma noche, firmé por la Jugoplastika y eso fue todo. Estuve cerca».
Y en cuanto al respeto que se le profesa en toda la región, Kukoč no peca de falsa modestia y sabe perfectamente por qué es: «Quizá se debe a que me marché en 1992 a Estados Unidos y no estuve aquí. Creo que soy una persona completamente normal, natural, no me gustan las polémicas, no me meto en política». Al final, el baloncesto le mantuvo alejado de las trágicas controversias políticas que se vivieron en las guerras civiles y las tiranteces posteriores que aún colean, aunque alguien de la elegancia de Kukoč nunca se ha enredado en ellas.
Drazen era el mejor
El mejor jugador europeo del siglo XX
En aquella Yugoslavia había unas cuantas estrellas del baloncesto europeo pero el Dream Team era otra cosa. Kukoc tuvo una carrera NBA acceptable, Petrovic dos o tres temporadas muy buenas. Quizás los que tuvieron una mejor carrera en Estados Unidos fueron Divac y Radja, pero sin ser estrellas. Aquella Yugoslavia habría perdido de paliza casi seguro jugando contra el Dream Team.
Cierto, de hecho tanto Croacia en el 92 como Yugoslavia (RS) en el 96 recibieron soberanas palizas de los EE.UU. Ni un atisbo de que hubiese igualdad.
Yugoslavia RF no «RS». Perdón por la errata.
En caso de que ese partido se hubiese disputado, la victoria habría caído del lado yankee casi al 100%. Pero el mérito de aquellos yugoslavos era que, por primera vez, veíamos a alguien que podía hacerles un poco de sombra. Croacia jugó dos partidos contra los americanos, en la final y en la primera fase, y perdió de 32 y 33 puntos. Siendo una gran diferencia, seguramente habría sido bastante menor si la selección yugoslava no se hubiese desintegrado; y perder de 20 ó 15 puntos habría quitado bastante del aura de dioses que tenían entonces los americanos. Pensemos que en esos juegos no pudieron estar, entre otros, Divac, Djordjevic, Danilovic o Paspalj, por no hablar de un Bodiroga que ya entonces empezaba a hacer sus primeros pinitos. Eran jugadores de altísimo nivel, que iban 20 años adelantados al resto de Europa.
¡Ah! Y Kukoc era un jugador absolutamente extraordinario, además de vistoso. Si hubiese querido dedicarse a meter puntos habría sido un cañonero de época, pero su juego, como él mismo dice, tendía más al colectivo que a lo individual. Completo, inteligente, rápido, sorprendente… todo un talento en la cancha, y para los que lo vimos jugar, una auténtica delicia.
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Siempre es difícil hacer comparaciones, pero para mí Kukoc es el mejor jugador balcánico de los 80-90-00. A los anteriores no los he visto; de los de ahora hay un par por encima de los demás, no hace falta ni nombrarlos.