Vaya libro que se ha marcado Gonzalo Vázquez (Barakaldo, 1973). Se llama Viaje al centro de la NBA (ediciones JC) y narra con su particular estilo cómo estuvo cubriendo la liga norteamericana in situ durante dos temporadas y media (2010-11, 2011-12 y unos meses en la 2012-13). El tipo, un obseso del baloncesto norteamericano hasta el paroxismo, se lio la manta a la cabeza en su día para explorar el sueño de vivirlo todo de cerca.
Con una mano delante y otra en el portátil, pasando numerosas privaciones y hasta una enfermedad tan reto como la tuberculosis, se asentó en Manhattan y acudió a más de 150 partidos, colaborando aquí y allá, peleando con su cierto malditismo, su renuncia expresa a ser mainstream. Suele decirse que quizás no tenga una legión de seguidores, pero sí que quienes lo son, ejercen desde la más absoluta fidelidad y admiración.
Al final se tuvo que volver, porque de todos los sueños uno se acaba despertando, pero en las más de 700 páginas del volumen hay un profundo olor a «que me quiten lo bailao». Y lo bailao fue convivir con las grandes estrellas de la época, incluyendo dos finales; oler (literal) los vestuarios del Madison Square Garden y vivir distintas peripecias erótico-festivas en la indiscutible capital del mundo. Hasta Jot Down le entrevistó en su momento, estando allí mismo, un pequeño honor que, como todos, revive con minuciosidad.
El libro –en el que el propio autor se permite salir en la portada con los Celtics celebrando el título de la conferencia Este en 2011 sobre el mismísimo parquet del Boston Garden- está funcionando bien en cuanto a ventas, y eso que no se corresponde con los estándares de la literatura baloncestística española actual.
Las otras dos obras con las que está teniendo que competir en las estanterías dentro del subgénero, GOAT ¿Quién es mejor, Jordan o LeBron? (Piti Hurtado y Antonio Pacheco) y Veinte años entre dioses, la biografía de José Manuel Calderón ejecutada al alimón con Quique Peinado, tienen 300 y 200 páginas, respectivamente. Vázquez sabía que no se podía quedar corto para contar tanto de lo vivido y hacerlo hasta le sirvió de terapia.
«Me quedé satisfecho. Es como un parto muy largo que ha costado mucho porque si se hace algo así, hay que hacerlo bien, no contar que tal día ganaron los Knicks y no sé quién metió 20 puntos. Fui allí a pelo. Nunca pensé que se podía sobrevivir con tan poco. Hay una manera de contarlo y elegí hacerlo como una crónica de viajes porque era lo mejor para narrar la experiencia. No bastaba con narrar las arterias de la NBA. Había que novelar la experiencia, no idealizada, sino en ocasiones con un realismo sucio y pringoso», afirma al otro lado del teléfono, con su clásica verborrea.
Antes de irse a Estados Unidos estaba la duda de si iba a desmitificar una liga que lleva siguiendo desde niño, en los ya remotos años 80, o si iba a mitificarla más todavía, teniendo tan a mano a sus protagonistas. «Me fui allí para atrapar con las manos lo que había allí, para buscar una respuesta a por qué los de mi quinta se casen y tengan vidas normales y yo siga tan obsesionado por la NBA, en plan Peter Pan. Ahí tenía que haber algo más. Y fue en una edad relativamente tardía, con 36 palos, cuando ya tenía una estabilidad laboral. Rompí con todo. El resultado fue doble: por un lado, existía confirmé esa fuerza y volví a ser un niño, pero por otro cuando venía algún amigo, se encargaba de quitarle la solemnidad que yo le daba porque de repente estabas en un vestuario entrevistando a un jugador y se escuchaba un pedo. Los deportistas son muchos más humanos de lo que parece. Es un teatrillo más», resume jocosamente.
Vázquez pasó por el difícil trance de la tuberculosis, de la que tuvo que ser tratado en España porque el sistema sanitario norteamericano es el que es, y por estrecheces económicas que le llevaron a comer menos de lo justo y casi siempre arroz blanco. «No he vuelto a tomarlo desde que volví, la verdad», se resigna. También arrastró un funesto bulto en el cuello, fruto de una tuberculosis que acabó dejando atrás tras no poco sufrimiento.
Y pese a todo, si se llega hasta el final del libro, la conclusión es que es la historia de un triunfo, aunque acabe en tener que asumir la realidad y regresar a su antiguo puesto de trabajo en Madrid –se terminaba su excedencia en Eurosport- porque el chicle no podía estirarse más. «Viví, agarré y cumplí el sueño, en medio del contraste de pasar noches en las que pasaba hambre en la cama y el día siguiente estaba allí en el Madison codeándome con los grandes periodistas de la ESPN. Eso me lo llevo yo. Creo que fue una victoria total, absoluta». En los dos años y medio cubrió alrededor de 150 encuentros. No hay muchos periodistas españoles que puedan decir lo mismo.
La experiencia sin duda le ha marcado, con el inevitable «qué hubiera pasado si…» en el caso de haber aguantado un poco más y poder quedarse en USA. Llegó hasta tener dos propuestas de matrimonio en sendas relaciones sentimentales y casarse le hubiese abierto quizás otro horizonte laboral teniendo ya la nacionalidad. «Lo he pensado mucho, claro. Si hubiera sucumbido a las propuestas, habría seguido allí todavía. Lo único que tenía claro era que al volver a España no quería regresar a una situación profesional anterior, que es como decir la situación actual de casi todo el periodismo digital, y ahora que lo pienso, quizás sea ese el motivo de un próximo libro. Creo que podría merecer la pena», dice.
Pero ha cambiado a mejor: la propia NBA le llamó para que condujese junto a Andrés Monje un seguidísimo podcast llamado El Reverso, sus colaboraciones escritas siguen siendo muy demandadas y sus libros anteriores (101 historias NBA, Invasión o victoria y Secretos a contraluz) han funcionado muy bien, sobre todo el primero.
Un tema recurrente con Vázquez es la crisis del periodismo, más concretamente la del deportivo: «He tenido muchos becarios y sé lo que les están obligando a hacer. Alguno me llama de madrugada llorando, contándome que llevan meses sin escribir un artículo, que solo copian y pegan textos, imágenes, videos, a través de las distintas herramientas. Ya vi en Estados Unidos ya vi que el negocio del odio funciona a base de mentir. Y luego también me queda la soledad cósmica de estar allí y, aparte de lo que fui publicando en acb.com, Jot Down y la Revista Oficial NBA, de los grandes medios solo recibí plagios y fusilamientos. Bastante poco me ensaño con el periodismo español. Mis reservas están justificadas».
Y, pese a todo este dramatismo, le ha salido un libro muy divertido, muy golfo, en un registro que no se detectaba en sus anteriores obras: la noche de Nueva York y sus devaneos amorosos en un modesto piso en Manhattan que casi siempre compartió solamente con mujeres que seguían a Mónica, una especie de gurú holística. «Fue una experiencia como no volveré a vivir en mi vida. Es quizás la parte más sorprendente porque muchos piensan que cada vez que Gonzalo Vázquez escribe un artículo es arte y ensayo, pero también contar lo otro significa un acto de desnudez y de honestidad. Si hubiese hablado solo de baloncesto me hubiese quedado una sopa fría», concluye.
Vaya libro que se ha marcado Gonzalo Vázquez.
El libro es una pasada, escrito por el mejor periodista de basket que hay en el país. Eso son las luces. La sombra que queda al final es por qué todo el mundo reconoce y conoce al otro, el de la cadena que a Gonzalo jamás le ha dado la oportunidad de comentar lo que entiende y transmite mejor que nadie. Y en el libro queda claro que no lo quisieron ni de reporterillo. La inseguridad, la envidia, ensombrecer a gente brillante para que el mediocre mantenga su estatus. Lo de siempre.
Estás diciendo que Daimiel vetó a Gonzalo? O te refieres a zapato?
Me sucede una cosa muy curiosa con Gobzalo. Me cae de lujo! Y me encanta escucharlo hablar de basket en radio o tv, tanto por sus conocimientos como por la enorme pasión que transmite… pero “en papel”’ y no me refiero a este libro que tengo pendiente comprar y leer, en ciertos artículos se me hace bola su estilo…
Dicho esto, ojalá muuuuchos más como él, me parece que gente asi es imprescindible!