Dopaje

Breve historia del «know how» del dopaje que Eufemiano Fuentes compró en Alemania

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El doctor Fritz Hauschild, hombre clave del dopaje alemán
El doctor Fritz Hauschild

La historia del dopaje es extensa y fecunda, pero también ha crecido a base de mitos. Hay historias que están por descubrirse en su totalidad, como la de Eufemiano Fuentes, y otras que son leyendas. Una de las más extendidas en este segundo caso fue el uso que hicieron los nazis de esteroides. Primero, probados en los atletas que compitieron en los Juegos Olímpicos de Berlín, 1936, y después, administrados a sus soldados para que fueran más agresivos en combate.

Según una de las últimas obras publicadas, El gran delirio: Hitler, drogas y el III Reich de Norman Ohler, Hitler prohibió la cocaína y restringió la circulación  de morfina en cuanto llegó al poder. Sin embargo, a partir de 1937 experimentó con drogas sintéticas. Una de ellas fue el Pervitín, que fue a parar a los soldados. Les hacía necesitar dormir menos, estar más alerta y sentirse invulnerables.

Este investigador sostiene que los Juegos Olímpicos de Berlín fueron muy importantes en el desarrollo de sustancias dopantes. Así surgió la bencedrina, una anfetamina procedente de Estados Unidos que mostró una gran eficacia. El doctor Fritz Hauschild, director químico de los laboratorios Temmler, fue uno de los más impresionados por el nuevo fármaco, pero donde mayor utilidad le vio fue en el campo de batalla. Ese fue el origen del Pervitín, la primera metanfetamina.

La clave estaba en cómo aumentaba la energía, concentración y resistencia sin el aumento de la presión sanguínea que causa la adrenalina. Al final de la II Guerra Mundial, Hauschild se convirtió en el principal fisiólogo deportivo de la República Democrática Alemana. En los años 50, sentó las bases desde su instituto en la Universidad de Leipzig para el programa de dopaje que dio tantos éxitos. En 1957, recibió el premio Nacional de la RDA y, en el 59, la Orden del Mérito Patriótico.

Ni siquiera a los nazis le pasaron inadvertidos sus efectos secundarios. Leonardo Conti, director de la Asociación Médica Alemana en el Tercer Reich, declaró: «quien quiera combatir la fatiga con Pervitin puede estar seguro de que el colapso llegará tarde o temprano. Es correcto que la droga pueda ser usada una vez por un piloto en un combate que le exija un alto rendimiento, como volar más horas, sin embargo, no puede usarse para combatir la fatiga en todas las situaciones». En 1941, se restringió su circulación bajo la Ley del Opio.

Ilona Slupianek y Swetlana Kratschewskaja (Foto: Cordon Press)

Sin embargo, en 1972, un artículo en la revista Science titulado Anabolic Steroids: Doctors denounce them, but athletes aren’t listening firmado por Nicholas Wade, aseguraba que los nazis emplearon esteroides anabólicos durante la II Guerra Mundial. Decía que se le administraba a los soldados para aumentar su agresividad. Era un mero rumor, pero a partir de ahí logró colarse en numerosos estudios y textos académicos, tanto que logró perpetuarse.

Según The Myth of the nazi steroid, de Marcel Reinold y John Hoberman, no hay pruebas empíricas de que llegaran a usarse con fines deportivos. La testosterona se sintetizó por primera vez en 1935 por parte de los científicos Adolf Butenandt, alemán, y Leopold Ruzicka, croata, premio Nobel ambos de 1939. Hasta ese momento, todos los proyectos de investigación de la República de Weimar y los nazis habían estado destinados a la salud pública (Déficit hormonales, por ejemplo) y el aumento de la capacidad de trabajo. Entre 1920 y 1930, las vitaminas fueron el principal objetivo industrial. La vitamina C se administró masivamente en el ejército.

Wade, que escribió lo del uso de los esteroides en la Wehrmacht como algo anecdótico, reconoció años después que desconocía cómo llegó a él esa idea, pero estaba escribiendo en el contexto del certamen de Mr. América de culturismo de 1972, en un momento en el que los médicos empezaban a advertir los peligros del uso de hormonas en el deporte.

Anuncio de Pervitin

Reinhod y Hoberman, en cambio, encontraron que en la Asociación de Médicos Deportivos Alemanes ya se acusó a un médico en 1927 de haber administrado inyecciones a varios atletas de alto rendimiento. Es probable, sostienen, que en Alemania se experimentara con el dopaje de diferentes formas dado que la medicina deportiva se desarrolló antes en este país que en ningún otro. No obstante, los investigadores no encontraron evidencia de que el régimen nazi suministrara drogas a a los deportistas alemanes para los Juegos Olímpicos de Berlín.

La testosterona, en un principio, solo se empleaba para problemas como la fatiga, la depresión, la impotencia o la disfunción testicular, para restaurar la libido en mujeres y para revertir la homosexualidad. Parece que hasta 1939, y en Dinamarca, no se sugirió que las hormonas sexuales podían mejorar el rendimiento físico. En 1945, Paul de Kruif, un estadounidense, escribió el primer libro conocido sobre la testosterona y apuntaba a que su uso en deportes podría ser una opción en el futuro, sin más.

Ese futuro llegó en 1952, cuando se descubrió que el médico Martin Brustmann había administrado testosterona al equipo alemán de remo campeón nacional de ese año. Brustmann se había unido al NSDAP en 1932, fue médico de familia de Reinhard Heydrich y SS-Standartenführer, pero lo más importante fue que había sido médico del equipo olímpico alemán entre 1912 y 1936. Al término de la II Guerra Mundial, pasó por un campo de concentración británico hasta 1947 y volvió a la medicina deportiva. A los remeros les había administrado el testoviron que sintetizaron Butenandt y Ruzicka en 1935.

Se cree que Brustmann, protagonista del primer escándalo por dopaje, pudo inspirarse en un médico del equipo olímpico danés, Mathiensens, que había prescrito Androstin, un precursor de las hormonas sexuales, como la testosterona, al equipo de remo de su país. Este se considera el primer caso documentado de la historia. No tardaron en llegar más. Justo ese año, en los Juegos Olímpicos de Helsinki, el entrenador de halterofilia estadounidense Bob Hoffman y el médico del equipo, John Ziegler, observaron que los atletas soviéticos estaban metiéndose testosterona.

Pero la verdadera revolución la llevó a cabo un colega de Brustmann que había caído en la RDA, el mencionado Fritz Hauschild. Tras inventar el pervitin, entró en el Instituto de Farmacología de la Universidad de Frankfurt y obtuvo un alto cargo en Heidelberg, aunque no era militante del NSDAP. Tal vez por eso fue reclutado tres días después como médico de infantería en el frente oriental. Nada más acabar la guerra, en 1946, se afilió al Partido Comunista Alemán. Desde ahí accedió a la cátedra de farmacología de la Universidad de Leipzig y creó el Instituto de Farmacología y Toxicología de la RDA, que pasó a ser después la Sociedad Farmacológica de la RDA. Pese a los mencionados premios que recibió, en 1961 se dio de baja del partido al sentirse engañado porque le habían prometido que su instituto contaría con un edificio más.

Manfred Höpper

En esa Universidad Karl Marx de Leipzig se licenció Manfred Höpper, en 1958 obtuvo su doctorado y en 1963 se unió al Partido Comunista. Entre 1964 fue médico de la Federación de Atletismo de la RDA y hasta 1990, subdirector de medicina deportiva de la RDA.

Los primeros «éxitos» de la industria farmacológica estatal de la RDA llegaron en 1972, cuando se empezaron a copar los medalleros junto a Estados Unidos y la URSS. El Oral-Turinabol fue el procuto más empleado, un esteroide androgénico-anabólico producido por la compañía estatal VEB Jenapharm. Había sido introducido para uso clínico en 1965 y en el 66 ya se le estaba dando a los deportistas para mejorar la fuera muscular, agresividad y rendimiento. La RDA no era la única, Estados Unidos también usaba medicamentos similares con sus equipos olímpicos, pero la barrera que cruzaron los alemanes del Este fue dárselo también a mujeres.

Un informe secreto de 1973 mostró que en lanzamiento de peso se lograban dos metros más de media con solo tomar dos tabletas (10 mg) durante once semanas. Conscientes de lo que hacían, en los documentos internos se dejaron de  nombrar los medicamentos, que pasaron a ser Unterstützende Mittel (UM; es decir, «medios de apoyo»). Como funcionaba, la política de Estado tuvo matices de la Edad de Piedra: subieron las dosis.

En los Juegos Olímpicos de Montreal saltaron las alarmas cuando los periodistas se sorprendían al escuchar las voces tan graves de las nadadoras de la RDA y la anchura de sus hombros. A la mayor parte de las atletas de la RDA en los años 70 se le administraron esteroides androgénicos orales e inyecciones de hormonas androgénicas, incluyendo nandrolona y testosterona, además de estimulantes como anfetaminas y oligopeptidos, como oxitocina. Hubo muchas que se negaron a participar en los programas. La solidaridad internacionalista llevó estas prácticas rápidamente al resto de democracias populares del Bloque del Este. Pero el Muro fue permeable, estos tratamientos no tardaron en aterrizar también en Estados Unidos.

Ilona Slupianek (Foto: Cordon Press)

Sin embargo, tras el positivo de Ilona Slupianek en 1977, se llegó al que fue el mayor avance en medicina deportiva del siglo XX, que no fue dar con las sustancias que aumentaban el rendimiento, sino con la forma de que no se pudieran detectar. Todos los documentos que reflejaban este plan fueron destruidos menos una copia, la que estaba en poder de la Stasi, que es la que han empleado los investigadores para descubrir las características de las políticas masiva de dopaje de la RDA.

Inicialmente, lo que se hizo fueron controles de orina previos días antes de las competiciones. Los atletas que con los protocolos de detección internacionales daban positivo, no se les enviaba al torneo. Este sistema de cribado, llamado Ausreisekontrolle, fue bastante efectivo.

Se trataban 200 atletas al año. Se desarrollaron sustancias como la gonadotropina coriónica humana y el clomífero, que estimulaban la síntesis de testosterona endógena. Se amplió el rango de deportistas dopantes desde los 14 años y a la vez se les prohibía hablar de ello, ni siquiera con sus padres. Las pastillas oficialmente eran de vitaminas y no se las podían llevar a casa.

El sistema se desmadró de tal manera que en los 80 se emplearon productos, como la mestanolona, que solo existía en preparación experimental, no había sido aprobada para el uso en humanos. El propio Höppner le dijo a la Stasi que se negaba a ser responsable de las consecuencias que pudiera tener. En cambio, el profesor de farmacología que aprobó su uso ilegal fue condecorado. Muchas atletas, cuando notaban los cambios en su cuerpo, decidieron abandonar el deporte, pero fueron amenazadas con la expulsión de la escuela si no continuaban.

A partir de 1981, el COI introdujo pruebas de detección para la testosterona endógena, de modo que Höppner celebró un simposio en Leipzig con varios profesores para encontrar alternativas. Decidieron reemplazar la testosterona por su precursor, la androstenediona y varias formas de dihidrotestosterona, dihidroandrostenediona o dehidroepiandrosterona, que pasarían a administrarse mediante un aerosol nasal y se calculó cuántas horas sería detectable en la orina.

Heidi Krieger

Para esto, crearon una sustancia, el propionato de epitestosterona, que solo se producía en la empresa estatal VEB Jenapharm para este fin, y que se inyectaba simultáneamente con la testosterona y reducía el rastro en orina. Funcionó tan bien que Höppner de nuevo volvió a quejarse a la Stasi, las chicas empezaban a virilizar sus rasgos faciales y les cambiaba completamente la voz. Al mismo tiempo, en la RDA se montó un mercado negro de estas contrainyecciones. Incluso así, había atletas que llegaban tan puestos a las pruebas que idearon un método de cambiazo de orina. Desde el positivo de Slupianek, no volvieron a dar en ni uno solo. Un éxito absoluto.

Sin embargo, problemas como infecciones gastrointestinales, quistes ováricos, amenorrea, hirsutismo y trastornos en la libido fueron frecuentes y registrados. Especialmente, los aumentos de la libido. El fuerte impulso sexual generó otra serie de problemas, sobre todo en los campamentos donde las parejas de estas mujeres no estaban presentes. También aumentaron el número de embarazos, en consecuencia, y como había riesgo para el feto de malformaciones, a los programas de dopaje hubo que añadir anticonceptivos. Una combinación de medicamentos producía daños hepáticos. Los hombres sufrieron crecimiento de los senos, ginecomastia, y agrandamiento de los pezones. En los levantadores de pesas fue tan evidente que tuvieron que operarles para reducirles el pecho.

El know how de toda esta experiencia de varias décadas es lo que compró Eufemiano Fuentes con dinero del Estado. El modus operandi ya lo encontramos en un artículo de la revista Clinical Cheministry de 1997:

«El dopaje en países capitalistas en general está organizado en pequeños círculos clandestinos y conspiratorios, usualmente alrededor de un entrenador específico o un médico deportivo que también sirve como un gurú proporcionando la filosofía justificativa. El gobierno no juega un papel directo en estos tratamientos, que en la mayoría de los países representan violaciones de las leyes de drogas»

Un comentario

  1. Otros son complices

    Gracias por hablar de este tema, el resto de medios nacionales calla… como callaron con el emérito…

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