Ramón Rivas (Nueva York, 1966) es uno de los máximos exponentes de otro baloncesto, un basket más salvaje, donde los pívots eran pívots y marcaban su territorio debajo de la canasta. Este puertorriqueño, con nacionalidad española, nació en el Bronx hace 58 años y formó parte, junto con Piculín Ortiz entre otros, de la mejor generación de jugadores que ha dado Puerto Rico.
Llegó a España a finales de los ochenta y se convirtió en una leyenda en Vitoria, su hogar durante siete temporadas. Un año antes, temporada 88/89, había formado parte de los míticos Boston Celtics de Larry Bird, Kevin McHale, Robert Parish y compañía.
Ramón era un jugador tremendamente competitivo, un pívot de los de antes, duro, rocoso y que no se achantaba ante nada ni ante nadie, y con multitud de anécdotas tanto en la cancha como fuera de ella. Sus doscientos diez centímetros imponían un máximo respeto entre los rivales, incluso miedo. No era plato de buen gusto para los otros pívots enfrentarse a él. Sin duda, uno de los rivales más duros y temibles que han pasado por la ACB.
En compañía de Iván Rodríguez (La Magia del Basket) nos atiende durante dos horas desde Orlando.
¿Qué estás haciendo ahora?
Bueno, ahora estoy un poquito bregando con propiedades que estoy comprando, las renuevo y las pongo a alquilar o a la venta. Eso es a lo que me he dedicado estos años. También he estado entrenando por un tiempo y he estado narrando los partidos de Orlando Magic hasta hace poco. Después he estado, prácticamente, a acompañando a mi hijo, viendo su carrera.
¿Qué tal le va a tu hijo?
Estuvo jugando un tiempillo, pero aprovechó la pandemia para terminar sus estudios. Era importante que aprovechara, porque era la Universidad de Florida, estaba matriculado en un programa muy prestigioso. Era student assistant, que es un segundo entrenador, pero que está estudiando y lo mandan a hacer todo, a entrenar a los chavales, a hacer sctouting…
Terminó ahí sus estudios, el segundo entrenador del equipo se fue a otra universidad y le dijo que se lo llevaba con él para el mismo negocio, o sea, que podía seguir relacionado con el basket. Estuvo en la Universidad de Jacksonville, un año allí, hizo otro máster y, cuando ya no estaba entrenando como tal, se fue a Puerto Rico un par de meses, hizo un internado con la NBA, llegó a trabajar con Dallas Mavericks, concretamente, con el equipo de la G League, Texas Legends. Y ahora está buscando una oportunidad aquí en Orlando con el equipo que tienen en G League.
Por lo menos, ha conseguido tener dos masters, que es importante. Yo lo he vivido y es muy sacrificado salir del baloncesto con un montón de lesiones y no tener una buena remuneración. He estado siempre encima de él, aunque tenía mucha ilusión, pero ahora ha tomado la mejor decisión porque está mejor preparado para el ámbito laboral.
Muchos de los atletas no se preparan y al final reciben, por decirlo de alguna manera, la hostia de que te encuentras con que no has hecho dinero ni tampoco estás preparado para el mercado laboral, y nadie te da la oportunidad de empezar si no tienes algún tipo de experiencia en algo. Así que yo, como padre, fui un poquito, como te digo, el abogado del diablo, tratando de hacerle ver todo esto. Tenía muchas ganas, pero cuando llegas a cierto nivel cuesta mucho subir y son pocos los que lo logran y consiguen un contrato bueno de forma que pueden decir que viven del basket.
Brad Branson me comentó en una entrevista esto de lo que estás hablando, es decir, la importancia de que los jóvenes que juegan al baloncesto se formen académicamente porque muy pocos llegan a la cima y son muchos los que se quedan por el camino sin esa formación adecuada.
Sí, cómo no, me acuerdo de él. Tengo muchos excompañeros que jugaron tanto en España como en Puerto Rico, como en los diferentes sitios en los que he estado, y cuando terminan esa fantasía se llevan una hostia… Y necesitan ayuda porque se suelen quedar un poco perdidos. Nadie les ha dicho la realidad de esto, que es que si no estás al máximo nivel, luego te quedas con las dolencias del cuerpo, porque te has metido igual o más trabajo que los que están arriba, y al final solo tienes un cuerpo hecho polvo y ningún tipo de preparación para afrontar lo que va a ser la mayor parte de tu vida.
Estuvo tu hijo jugando en España, ¿no?
Sí, estuvo en Salamanca y no pudo quedarse, tuvo una lesión en el hombro y se fue a Puerto Rico. Lo estaba haciendo muy bien. Son situaciones que son complicadas porque el basket en Puerto Rico se ha quedado con jugadores que tienen mucha edad, igual que en España. Los jóvenes tienen que ser la hostia para subir.
Prefieren a un jugador con veteranía que a uno que está por desarrollarse. Ahí estuvo, no lo hizo mal, en Salamanca lo hizo bastante bien, pero el equipo no hizo un buen trabajo, había un grupo… En pocas palabras, estaba un poquito perdido, pero nada, son situaciones que te ayudan a tomar mejores decisiones.
¿Dónde vives ahora?
Vivo en Florida, en Orlando, llevo ya 22 años viviendo aquí con mi familia, lo único que me falta es traerme a mi padre, pero está muy agarrado a la isla de Puerto Rico.
¿Cuántos hijos tienes?
Tengo dos chicas y un varón, son tres en total. Una es contable, se metió a finanzas, y la otra está en lo que es terapia ocupacional.
Naciste en el Bronx, tu padre es español y tu madre puertorriqueña. Háblanos de tu familia y de tu infancia.
Prácticamente, me crie en Puerto Rico. Estuve seis meses en Nueva York y mi crianza fue absoluta en Puerto Rico. Estados Unidos lo vine a conocer ya cuando fui a la universidad, que fue cuando aprendí inglés. Mi casa, mis inicios en todos los sentidos son Puerto Rico. Mi madre conoce a mi padre en Estados Unidos, se casan allí, y luego deciden tenernos a mi hermano y a mí. A los seis meses de haber nacido yo, mi abuelo se va a Puerto Rico él solo, entonces mi padre decide acompañarlo buscando una situación un poquito mejor, porque Nueva York estaba un poco complicada en esa época. Así que empiezo allí en Puerto Rico a desarrollarme.
¿Qué recuerdas de tus inicios en el baloncesto?
Empecé a jugar temprano, a los 8 o 9 años, pero a los 12 o 13 años me desencanté un poco, pero como a eso de los 16 empecé a crecer… Lo bueno era que ya había jugado, que tenía los fundamentos de juego, porque venía de un sitio donde enseñaban muy bien el basket, y luego me acompañó el cuerpo. Yo era, como le dicen los americanos, un late bloomer, que es cuando tienes el crecimiento atrasado. Por esa razón me fui desencantando, porque todos mis compañeros ya se estaban haciendo hombres, tenían barba, estaban más fuertes, brincaban más, corrían más… Yo fui un niño hasta los 16 años.
En mi penúltimo año de instituto, un maestro me dijo: «¿Oye, ¿tú juegas?». Y yo le dije que sí, y ese verano me preparé como una bestia para jugar mi último año de High School. No tenía ninguna oferta de la universidad, ni nada para seguir continuando mi carrera a nivel universitario, pero se me fueron abriendo puertas.
Una me la abrió Flor Meléndez, que entrenó allí en España, un dinosaurio de nuestro baloncesto en Puerto Rico, todavía sigue metido en el basket con casi 80 años. Entrenó al Manresa. Con él jugué en los Gigantes de Carolina, me dieron el premio de novato del año y me surgió la oportunidad de ir a jugar a Temple University, en Filadelfia.
Allí me encontré con Tim Perry y con Granger Hall, los dos eran compañeros de cuarto. Era un equipo normalito, pero cuajó muy bien y los últimos dos años que estuve empezamos a hacer buenas campañas. El año júnior creo que conseguimos 34 victorias y 4 derrotas, y mi año senior fueron 32 y 2, fuimos el primer clasificado para entrar a la fase final de la NCAA.
Me has dicho que el verano previo a tu último año de instituto te preparaste como una bestia. ¿Qué tipo de ejercicios y de entrenamientos hiciste?
Lo más importante era que yo quería conseguirlo. Así conocí a Eddie González, que fue el que me llevó hasta Flor Meléndez. Antes de eso, trabajé con Tony Fontánez, un profesor que había sido jugador de softbol en Puerto Rico y había representado al país. Ese fue el que me llevó a entrenar con el equipo de la escuela.
A partir de ahí, pues me iba solo a correr, a subir escaleras, a saltar a la comba, a tirar, a hacer todo lo que podía hacer con los recursos de aquella época, que eran pocos. Era como estos vídeos que ves ahora de chicos de África hacen maravillas con nada. Por ejemplo, yo tenía la llanta de una rueda, la llenaba de arena de playa, me la ponía en el cuello y con eso subía las escaleras y saltaba a la comba.
Lo hacía todo estilo Rocky Balboa. Estaba deseando seguir adelante. Entonces, un día mi padre había hablado no sé si fue con José Luis Rubio del Zaragoza, pero no salió nada. De eso se enteró Aíto García Reneses, se presentó en Puerto Rico, fue al negocio donde trabajaba mi padre y le ofreció enviarme al Joventut, que no fuera a Filadelfia.
Yo quería jugar en Estados Unidos, quería aprender inglés, veía España solo como una posibilidad, sin saber lo complicado que por el tema de la nacionalidad y todo ese rollo. Seguí en Estados Unidos, lo hicimos bien, me di a conocer, fui a varios campus de entrenamiento de la NBA y, al final, acabé con Boston Celtics, lo que me llevó a hacer un viaje a Madrid en el Open McDonald’s…
Supongo que sería un sueño hecho realidad fichar por los Celtics. Eras agente libre, ¿no?
Sí, sí, no me escogieron en el Draft porque ese mismo año tuve una operación de rodilla. La gente no se fiaba, decían «si tiene problemas ahora, los tendrá en el futuro». Pero antes de eso fui a los Juegos Olímpicos de Seúl, había tenido una exposición muy buena. De hecho, jugué contra España en los cruces. Dos meses más tarde, entré en la NBA.
Tenía varias ofertas de ir a diferentes campus. Fui a San Antonio, donde estaba Larry Brown, Walter Berry y David Robinson. No pasó nada y me invitaron otra vez para el campamento de veteranos, Filadelfia también, Milwaukee también, pero a mí lo que me encantaban eran los Celtics. Un entrenador que tuve en San Juan, Millín Romero, un maestro del basket, nos llevaba una vez al año a ver torneos que se hacían en Indiana. En uno de esos viajes, Larry Bird fue el jugador más valioso del torneo. Lo vi, lo conocí en persona, nos sacamos fotos y tal… y ya me enganché a ver todos sus partidos.
Filadelfia también me gustaba muchísimo, estaba ahí el Dr. J., también me invitaron a un campamento de veteranos, pero decidí irme con los Celtics por Larry, porque le había conocido y se había convertido en mi equipo favorito. Pensé que si no triunfaba me daba igual, que al menos habría tenido la experiencia de conocer a esos jugadores.
Me imagino que, cuando llegas a Boston, le recuerdas esta anécdota a Larry Bird.
Sí, sí. De hecho, conmigo él se portó súper bien desde el primer momento, me llevó a cenar, me invitó a su casa. Siempre que me cruzaba con él, desde que jugamos la Olimpiada, venía y charlaba conmigo. De hecho, cuando trabajé en los Magic y él estaba de gerente de los Pacers, me dijo un compañero: «Oye, Larry Bird está aquí en la cancha. ¿No vas a subir a saludarlo?». Y yo: «Estoy trabajando». No tenía tiempo. Y para mi sorpresa apreció él detrás de mí en el descanso del partido. Me dio una sorpresa, un abrazo y estuvimos hablando un buen rato. Ha sido una persona que se ha portado muy bien, siempre.
¿Cómo era Larry Bird en el día a día? ¿Cómo entrenaba, qué carácter tenía?
Competidor, competidor, muy competidor. Como se ha dicho muchas veces, tenía la boca muy suelta. No te decía nada sucio, pero estaba retando constantemente a los demás en eso que llaman los americanos mind game. Lo hacía con todos. Como competidor estaba al nivel de Michael Jordan. Intenté adquirir algo de esa mentalidad, pero nunca puedes hacerlo completamente, porque solo hay un Larry Bird y solo hay un Michael Jordan.
Entonces, ¿Larry Bird era de los que retaban, de los que hablaban, de los que exigían más al grupo?
Exactamente. Ahora hablan de Michael Jordan y lo critican, pero es que esa era la mentalidad de antes. Ahora todos somos amigos, todos somos los mejores, pero el que se crio en aquella época tenía que tener esa mentalidad, y no tenías amigos en la cancha, ni mucho menos. Yo no podía llevarme bien con el que jugaba contra mí, estaba prohibido tener amistad con ellos, pero bueno, eran otros tiempos.
¿Era Larry Bird de los que siempre se quedaban a tirar en todos los entrenamientos?
Sí, sí, lo acabó haciendo un año que se lesiona. Era el primero en llegar a la pista y el último en marcharse. Era un jugador muy sacrificado. No estaba dotado de un gran talento físico, pero tenía unas manos y una manera de ver el juego como ninguno. En aquella época, estar ahí, para mí era como una escuelita todos los días.
Me estoy intentando imaginar aquellos entrenamientos con Robert Parish y Kevin McHale en la pintura. Supongo que saltarían chispas y tú no te quedarías atrás, ¿no?
No, no… En aquella época, imagínate, yo intentaba conseguir algunos minutos e iba superintenso. Me acuerdo que Chris Ford, que era el segundo entrenador –lamentablemente, falleció hace unos meses- y me decía: «suave, suave, que los vas a lesionar y mañana hay partido». Iba como una fiera porque, obviamente, necesitaba minutos.
¿Es verdad que Dennis Johnson te puso un apodo?
The Assassin, el asesino (risas). El asesino me decía. En esa época iba a por todas.
¿Recuerdas alguna anécdota con especial cariño de aquel año con estos jugadores?
Bueno, ¿qué te puedo decir? Tuve la suerte de estar en un equipo de ese nivel. Mi experiencia fue muy diferente de la que tienen otros rookies en sus respectivos equipos. Hay mucha gente a la que le gastan bromas de mal gusto, pero mi grupo de veteranos era muy maduro y no perdían el tiempo molestando a los novatos. Entré con Brian Shaw y ambos tuvimos muy buena experiencia, nos llevábamos muy bien.
Me acuerdo de que en esa etapa, aunque no tenía muchos minutos de juego, me lo pasé superbien por el ambiente que había, que era totalmente diferente al del resto de los equipos. Y, de hecho, cuando llegaban nuevos jugadores, me acuerdo que en un momento cambiaron a Danny Ainge y a Brad Lohaus por Ed Pinckney y Joe Kleine, y ellos mismos se sorprendieron del ambiente que se vivía en el equipo. Sí, se entrenaba muy duro, pero se llevaba todo el mundo muy bien.
Estuviste en Madrid con los Celtics en octubre de 1988 disputando el Open McDonald’s, pero habías estado ya en nuestro país con tu selección en el Mundobasket del 86.
Sí, había ido al Mundial del 86, a Málaga, pero ya iba de pequeño a España, desde los 5 o 6 años. Tenía familia en Barcelona, por parte de padre. No íbamos todos los años, pero sí íbamos de vez en cuando, saltábamos el charco. A nivel de la NBA o como jugador profesional, pues sí, aparte del Mundial, el Open McDonald’s fue la primera oportunidad que tuve de jugar en Madrid.
¿Y qué recuerdas de este Open McDonald’s? en España nadie se ha olvidado.
Bueno, me acuerdo que había mucha afición. Vino mucha gente de la NBA que no necesariamente eran del equipo que estaba participando, hubo mucho exjugador en el evento. Además, tenía a mi familia que estaba allí, pues, ¿qué te puedo decir? Me sentía como un niño en una tienda de caramelos, disfrutando del momento y esperando que me dieran oportunidad para jugar, como siempre.
Al margen del baloncesto, ¿qué hicisteis en Madrid durante esos días?
Si te cuento… Fuimos al McDonald’s, porque se sacaron unas fotos allí. Luego salí por la noche, no recuerdo el hotel, estaba cerca de la embajada de Estados Unidos. Iba a cenar y me metí en un callejón, con tan mala suerte que me encontré con unos turistas gritando “Ayuda, help, help”. Era un chico al que le habían robado la cartera con toda su documentación.
Entonces, el ladrón venía hacia mí. No me quedó otra, le cogí, lo tiré contra el suelo para quitarle la cartera y esperar a que viniera la policía. Pero el tío tenía un compinche, que vino hacia mí con un tablón de madera y me golpeó detrás de la cabeza. Cuando vio que no solté a su compañero, se fue corriendo y yo me quedé agarrado a lo que tenía. Pero no te creas, me he preguntado muchas veces qué podría haber pasado si en lugar de con el madero me hubiese venido con un arma blanca, un cuchillo, y me hubiesen metido una puñalada.
Tú estabas de espaldas en ese momento.
Exacto, yo estaba en el suelo encima del ladrón, y me vino de la nada, nadie me avisó, nada, me dio el golpe, lo asumí y cuando lo miré, parece que él dijo: «Hostia, este…» (risas).
Esto no es lo que yo pensaba.
Sí, entonces cogió y se piró, se piró súper rápido, pero yo me quedé. Al final, nada, vino la policía, le entregaron la cartera… Pero esa fue mi experiencia en el McDonald’s Open, extracurricular.
O sea, eso fue un día que saliste a cenar con un amigo.
Exactamente, exactamente. Es más, para decirte más, no era con un amigo, iba con una amiga, que no me avisó de que venía el otro con… Creo que fue la misma sorpresa para ella que para mí… Son cosas que suceden.
Esta situación te ha hecho pensar muchas veces que aquello te podía haber costado la vida…
Exacto. Sí, o que te dejan tirado ahí y pasas un mal rato.
Los Celtics se enterarían. ¿Qué te dijeron?
No, no me dijeron nada porque teníamos libre para ir a cenar, no había ningún… Creo que lo pusieron como noticia en el USA Today o en el New York Post, en uno de estos periódicos americanos. Pero nada, son cosas que pasan y que a veces el destino te juega tu pasada.
Después de tu temporada en los Boston Celtics llegas a España, te ficha el Taugrés. ¿Cómo se produjo tu fichaje?
Caí en el TAU cuando se acabó la temporada en la NBA. Estaba Walter Szczerbiak, con quien siempre estuve en contacto. Hablé con Carlos Izar, directivo del Baskonia y él se encaró de hacerme la oferta. Ya había intentado ver si era posible jugar en España como americano, pero no me dieron la oportunidad hasta que pasé por los Celtics. Ahí ya tenía más credibilidad.
Me ofrecieron un contrato de cuatro años y me hicieron todo el papeleo por la nacionalidad. Para mí, eso era muy importante, porque me daba tiempo para centrarme en jugar. En Vitoria se pudo hacer el papeleo. Aunque antes, José Luis Rubio no lo vio sencillo. En Vitoria, como tenían su propio Gobierno Foral, fue mucho más fácil a través de ellos. Así que cada vez que me enfrenté contra el Zaragoza siempre tuve como objetivo que esos fuesen mis mejores partidos.
Tenías esos partidos contra el CAI Zaragoza marcados en rojo en el calendario.
Sí, sí. Una vez estaban segundos en la liga y nosotros, séptimos. Los cogimos y dimos la sorpresa, los sacamos de competición básicamente en el primer cruce, y eso que ellos tenían un buen equipo en aquella época. Y en varias ocasiones más, como en la final de la Copa del Rey. Cada vez que teníamos la oportunidad de jugar contra ellos, había algo en mi interior que me recordaba que habían pensado que yo no merecía la pena como fichaje americano, así que me intentaba asegurarme de que se acordasen para siempre de que no me habían fichado. Pero tampoco tenía mucha importancia, era simplemente para motivarme a mí mismo.
¿Cómo fue tu adaptación al equipo y a la vida en Vitoria?
El primer año no fue fácil. No había Internet como ahora, hablar con mi gente, verla, no era fácil, y me sentí muy solo. Aun así, a afición me acogió y me hizo sentir como en casa, por eso les estaré siempre agradecido, porque fue un lugar muy especial para mí, lo llevo siempre en el corazón. Es una ciudad que me demostró mucho cariño, una vez superado ese primer año, me sentí superbién. De hecho, al final me dio pena tener que irme de allí.
Eres una leyenda del TAU y de los primeros que entendiste el carácter Baskonia.
Sí, el público era muy bueno, pero también exigente. Me acuerdo, cuando fui al Barça, la gente decía: «Ahora vienes a un equipo donde se exige, esto y lo otro…». Nadie sabe lo que es jugar en Vitoria y lo que se exige en Vitoria. Cuando fui al Barça, comparado con Vitoria, era como jugar en un estadio prácticamente vacío.
En Vitoria era como en una familia, sentías que tenías una responsabilidad con tu público. Había un sentimiento diferente al que tienes en un equipo grande. Los medios te dan más duro, eso es cierto, pero eso no es nada. El día a día en un equipo pequeño, donde la gente está identificada con el club de casa, donde prácticamente todo lo que haces se examina con lupa, es otra historia. Para mí, al principio, fue difícil de entender, pero luego lo apreciabas porque sabías que tenías una afición que te seguía dónde fueses. Eso es lo que pasó con las finales europeas, que nos siguieron hasta allí y dieron una cátedra de lo que es una afición española.
Fuiste fundamental en la consecución de la Copa del Rey 95 y la Recopa de Europa 96, siendo el MVP de la final en Vitoria contra el PAOK. Eres el jugador clave en ese crecimiento del TAU. Además, estoy convencido de que eras líder del equipo. ¿Así lo sentías tú?
Bueno, no es que lo sintiese… Yo era uno más, al fin y al cabo era nuevo en el equipo. Soy un líder, pero un líder que, como te digo… Es difícil explicarlo. Nadie me tenía que decir que yo era el líder ni nada, o sea…
Lo eras y punto.
Exacto, tenía ese carácter. Por ejemplo, Manel Comas se mosqueaba y nos ponía entrenos los domingos. Pues ese día, le pedía al resto que, ya que me habían sacado de casa, entrenásemos a muerte porque no quería perder el tiempo. Era ese tipo de líder.
A la hora de querer ganar, de empujar al grupo, yo estaba ahí. Daba la cara por el que fuese y ponía un poco de orden. Siempre me sentí muy cómodo, porque jugaba en mi posición, y siempre me tuve al lado jugadores que metían muchos puntos, como es el caso de Joe Arlauckas, Kenny Green, o Animal Bannister, que era otro de los que metía muchos puntos porque yo le hacía el trabajo sucio. Esa fue siempre mi labor. Lo mismo me pasaba con Piculín, que era muy anotador. Para ganar necesitas siempre tener un complemento, no podemos los dos hacer lo mismo.
Sin embargo, cuando jugamos la final de la Copa de Europa (Recopa), Kenny se había lesionado y pude hacer más cosas, más trabajo ofensivo, como había hecho de joven en Puerto Rico o con la selección.
Cuando llegué al Baskonia mi primer año, tenían a un Ralph McPherson, que era muy buen jugador, y estaba Chicho Sibilio. Los dos eran anotadores, y jugaban más o menos en la misma posición. En mi caso, con Larry Micheaux, que era muy parecido a mí, y no teníamos ese complemento, éramos dos jugadores parecidos. El año pasado había sido el máximo reboteador de la liga, pero cuando llego conseguí un récord, 25 rebotes en un partido.
Creo que lo que hay que tener es jugadores que puedan complementarse. Yo no puedo tener la misma mentalidad que tiene Joe Arlauckas. Esto lo aprendí muy temprano, Herb Brown fue uno de los que me hizo verlo. Tú tienes un trabajo y haces mejor al equipo ciñéndote a eso, aunque tengas capacidad para hacer otras cosas. Aquí me tocó el trabajo sucio y lo hice a mucha honra.
¿Cómo era el día a día en Vitoria? ¿Se repartía mucho en los entrenamientos? ¿Intentabas trasladar al Baskonia lo que habías vivido con los Celtics, sobre todo, el carácter competitivo que demostraban en el día a día jugadores como Larry Bird?
Sí, sí, siempre. Siempre había competitividad… Josean se ha encargado siempre de tener a alguien allí que ponga presión en los entrenamientos y eso se nota en los jugadores, cuando todo el mundo compite por una posición. Esa es la parte más bonita del basket, la competencia entre jugadores y luchar por un puesto. Que cada vez que vayas a entrenar tengas que demostrar que vales.
¿Había mucha dureza o competitividad en los entrenamientos con compañeros como Ken Bannister, Kenny Green o Joe Arlauckas?
Nunca llegaba a ser nada personal. Era más con los contrarios. Yo nunca he tenido un roce ni con Joe, ni con Kenny ni con Bannister, nada. Ken es un tío excelente y siempre me he llevado bien con él. En una Copa del Rey estuvimos luchando, pero no hubo un mal golpe. De hecho, seguimos en contacto,
Perdí el contacto con Bannister, pero lo hemos retomado y seguimos hablando frecuentemente. Está en Baltimore y no puedo verlo mucho, pero le tengo mucho cariño, igual que a todos los que jugaron conmigo. Joe y yo también somos muy buenos amigos.
Hace unos meses, me encontré con Juanito de la Cruz en Mallorca, a Carlos Dicenta lo he visto hace muy poco en Dallas. Estamos un poco lejos unos de otros, pero mantenemos los lazos.
Ya que has hablado de Arlauckas, ¿era muy diferente cuando era tu rival que cuando lo tenías de compañero? Creo que cuando jugaba contra ti intentaba un poco camelarte.
Sí, él es especial. Cuando jugaba contra mí y le veía bien (risas) se creaban situaciones interesantes. Pero acabamos siendo grandes amigos. Una vez, después de un partido en Vitoria, salimos juntos y vi que quería jugar aquí y era lo que más o menos nos faltaba en el equipo.
Hicimos un buen complemento, hicimos una buena dupla. Estábamos en un equipo pequeño, pero los jugadores que había nos acoplamos muy bien y le sacamos el máximo partido a lo que teníamos. Jugábamos contra equipos grandes con 12 jugadores que podían entrar en cualquier momento y nosotros teníamos una plantilla cortita, teníamos que afrontar con poco la fase de desgaste de los partidos, pero fue suficiente para hacer ruido en la liga.
Eras uno de los rivales más duros y temibles de la época. ¿Sentías, en la cancha o fuera de ella, ese respeto o incluso miedo de tus adversarios cuando se enfrentaban a ti?
Tenía fama de jugador duro. Como otros que había en la liga. Era consciente y me metía en el papel, había que hacer el trabajo sucio y no tenía ningún reparo. Sabía cuál era mi rol dentro del equipo. Si había que anotar había que anotar, si había que coger rebotes había que coger rebotes, si había que jugar fuerte pues… Sabía que tenía ese papel, así que… no era el único en la liga que se dedicaba a hacer ese tipo de trabajo.
¿En alguna ocasión te comentaron los rivales cosas como: «Ramón, para un poco, no me des tan fuerte»?
Sí, sí. En muchas ocasiones, antes del lanzamiento del balón al aire siempre venía alguno que me decía: «Eh, Ramón, cógelo suave». Te estoy diciendo a todos los niveles, ya fuese el Dream Team o el que fuese, la gente sabía quién era yo y venían blanditos, querían que bajase un poco la guardia.
Para ablandarte.
Sí, sí. Y te puedo decir de esos un montón, me acuerdo con nombres y apellidos de gente que venía antes del partido o durante el partido: «Eh, Ramón, suave» o «No me vayas a hacer daño». Siempre había un comentario de alguien pidiendo que jugase un poquito más suave… Muchas veces tenía que buscar una razón para ponerme de mala leche y no tener reparos, pero siempre había algún jugador más listo que me quería bajar la guardia de esa manera, queriendo ser mi amigo antes del partido o durante, pidiendo un poco de clemencia. Era muy habitual.
¿Y de quién te acuerdas?
Te puedo decir Wayne Tinkle primero, ese era el primero… No sé si te acuerdas de él. Entrena ahora en la Universidad de Oregón, creo. Una vez, antes de un partido, vino y me dijo: «Oye, Ramón. Juégalo suave, esto y lo otro. No me vayas a dar un golpe». O el mismo David Wood durante un partido. Luego fuimos compañeros de equipo. Eso era cuando él estaba con el Barça y estaba a prueba, tenía un contrato de días… Te puedo mencionar un montón.
¿Arlauckas?
Arlauckas también, pero de buenas. Me pegó un mate en Málaga, un mate que no era para mí, o sea, que yo fui el último en… Y ni salté. Me hizo las pistolas y entonces le dije: «No te preocupes…». Para el partido de vuelta en casa me iba a desquitar y venía de bonachón conmigo. Pero somos grandes amigos, le quiero mucho.
Sin malos rollos.
Sí, pero también te digo, había muchos que… Y si no lo decían, tú lo sentías; sentías que querían estar de buenas contigo para que no le fueras a dar una buena caricia.
¿Y la famosa lista que tenías en el frigorífico de tu casa con los nombres de los jugadores a los que les habías cogido la matrícula? ¿Qué hay de cierto en esto?
(Risas) Eso fue una broma entre Dicenta y yo. Dicenta estaba en casa y creo que estábamos montando un árbol de Navidad, no sé qué historia. Entonces él le dijo de coña a Joe que había visto la lista, porque yo siempre decía: «Si me hiciste una, yo tomo nota y créeme que a lo mejor te olvidas, pero en cuanto te vea la próxima vez te la voy a hacer pagar». Joe se quedó solo con eso, con que yo llevaba esa lista, como si tuviera una libreta donde lo iba apuntando. Y no, no era eso.
Es cierto que sabía quién me había jugado una mala pasada o me había hecho una cabronada, y que cuando llegaba el partido igual se le había olvidado, pero a mí no. El partido que habíamos jugado no se acababa ahí, tenía una parte más.
Carlos Dicenta al salir de casa, le dijo a Joe esto por encima y le creyó, y de ahí en adelante Joe fue contando la historia…, pero no. Esa lista después de cada partido estuvo solo en mi cabeza, como hacemos todos. Tú te la guardas y dices: «Bueno, vale. Hoy no me la voy a poder desquitar contigo, pero créeme que…». Cuando pasa la primera provocación, todo el mundo está pendiente de tú reacción, pero tienes más que perder. Normalmente sale perdiendo el que reacciona in situ. Mi forma de ver estas situaciones era esperar al siguiente partido. «No te preocupes que te la tengo guardada».
No estaba en el frigorífico, estaba en tu cabeza.
Sí, sí, exactamente.
¿Y qué nombres había en tu cabeza?
Pufff… Esa lista estaba llena. Había de todo, porque durante un partido, uno te agarra, otro te da un mal golpe… En aquella época te hacían flopping…
Me has comentado antes que estaba prohibido tener amigos en el equipo rival.
Exacto.
Sin embargo, Brad Branson me comentó que solía salir a cenar con John Pinone después de jugar contra él y pagaba el que ganaba el partido. Por lo que me han comentado varios jugadores de tu época, esto era una práctica bastante habitual por entonces.
Fueron pocas veces. Podía hacerlo con Piculín, obviamente, era mi compadre. Con el mismo Joe… Con Corny Thompson, que era un tío, era clase. Había personas y había personas. Había gente con la que podías hacerlo, y había gente con la que tenías tanta mala hostia acumulada que no podías tener una relación con esa persona después del partido.
Pero sí, había alguno que otro dentro de esa época que eran buenos tíos, a pesar de haber jugado duro. Te lo puedo decir también en Puerto Rico, allí se jugaba muy duro. Si tú habías jugado duro y el golpe era limpio, no era debajo de los hombros, podías tener buena dinámica con alguien. Si había un golpe de mala fe o que demostraras que no había respeto mutuo, entonces había poca posibilidad de que pudieras compartir nada con esa persona.
¿Cuál era el rival con el que mejor rollo tenías, aquel que nunca estuvo en tu lista?
Bueno, te lo puedo decir. Sería Joe Arlauckas, sería Larry Micheaux, sería Ken Bannister, que también fueron compañeros. Ese tipo de jugadores, que fuimos amigos y somos amigos. Kenny Green es otro que…, después de haber jugado juntos, o inclusive hasta sin haber jugado juntos.
Granger Hall era otro que también fue compañero mío de la universidad, Tim Perry, gente que eran amigos aparte de poder ser rivales, Piculín… De ahí en adelante puede haber otros más, se me escapan ahora. Mario Butler era otro con el que me di hostias con él como un loco y somos grandes amigos, el mismo Edgar León… son jugadores que han sido compañeros míos en algún momento y aunque diésemos superfuerte, al final nos podíamos ir de copas tranquilamente sabiendo que había buen rollo.
¿Y en el caso contrario? ¿Con quién no te irías nunca de copas?
¡Ah! Siempre hay, siempre hay alguno que tiene algo, pero prefiero ni mencionarlo.
¿Cómo era jugar con Pablo Laso?
Con Pablo muy bien, muy bien. Era muy buen distribuidor de juego, quizá un poco egoísta en su juego, que era siempre querer asistir a sus compañeros. También era un ganador, intentaba siempre jugar para ganar, que eso es muy importante. Hay gente que juega por jugar y otros que juegan para ganar, y a él le encantaba ganar y eso es un crédito que tiene. Buen compañero, buen amigo.
Centrándonos en tu etapa con la selección de Puerto Rico, estuviste en momentos históricos del baloncesto internacional, como Seúl 88, el Mundobasket del 90 o los Juegos Olímpicos de Barcelona 92. Coincidiste con el Dream Team, Yugoslavia y la Unión Soviética. ¿Qué recuerdas de todo aquello?
Tuvimos buenos jugadores, como Jerome Mincy, Piculín o Édgar León. Y otros como Ramón Ramos, que eran buenos jugadores y que al final tuvieron circunstancias desagradables. Ramón era un chico que había jugado en la Final Four de la NCAA y luego tuvoun accidente cuando estaban haciendo el equipo de Portland.
Había otro que estuvo en el Mundial de España en Málaga que medía como 2,13 o 2,14, superalto, que era un verdadero defensor, y luego tuvo muy mala suerte, tuvo una enfermedad y no pudo seguir jugando.
Puerto Rico salieron muchos jugadores altos… El hermano de Édgar León… Había una cantidad de jugadores buenos importante, casi como en España, que se han dado épocas donde aparecen grupos que no son normales, tíos grandes que son talentosos.
En Puerto Rico siempre se ha dado que había buenos armadores, buenos bases, buenos escoltas, pero no se daba el caso de que hubiese tanto jugador alto que tuviera buen nivel. Tuvimos unos añitos en los que ganamos un Panamericano, que antes era una competición muy grande. Gana Brasil en Indiana frente a la selección de Estados Unidos y la siguiente, en el 91, la ganamos nosotros en Cuba, y estaban allí Óscar Schmidt, Andrade, Gerson. Había muchos jugadores todavía… Estaba Grant Hill con la selección de Estados Unidos. Y esa la ganamos nosotros.
En el 91 la ganamos, en el 90 hacemos el cuarto puesto en el Mundial, fuimos el único equipo que le ganó al campeón, Yugoslavia, que tenía a todos los jugadores. Ellos estaban invictos, nosotros estábamos invictos, y ganamos el partido. Lamentablemente, perdimos contra Rusia y luego perdemos en una prórroga con Estados Unidos y se nos escapa la medalla. Pero ese yo creo que fue unos de los momentos más bonitos.
Luego nos fuimos a jugar los preolímpicos y conseguimos «bailar en la casa del trompo». Fuimos allí a Argentina cuando todavía teníamos la selección que había castigado prácticamente a todos. Seguían jugadores que ya estaban en su última etapa y muchachitos jóvenes, y con ese equipillo quedamos campeones del preolímpico. ¿Qué más te puedo decir?
Por ejemplo, os enfrentáis en los Juegos Olímpicos de Seúl y en el Mundial del 90 a dos de las mejores selecciones de todos los tiempos, la Unión Soviética y Yugoslavia. ¿Cuál impresionaba más?
Las dos tenían grandes jugadores y, obviamente, eran dos selecciones que tenían mucho prestigio a nivel mundial. Para nosotros era un gran momento, ganamos a Yugoslavia en Seúl y luego les ganamos también en el Mundial del 90, eso dejaba en muy buen lugar a nuestra selección. Y a Rusia pues igual, con Rusia habíamos jugado en los Juegos de la Buena Voluntad que habían sido previos al Mundial del 90, un mes antes, y era la primera victoria que se le hacía a la Unión Soviética.
Realmente, el equipo de Puerto Rico tuvo, yo creo, su mejor momento en esa época. Hubo mucha euforia en nuestro país porque el baloncesto en Puerto Rico es el deporte favorito y, aunque somos una islita muy pequeña, nos llenaba de orgullo poder estar ahí combatiendo de tú a tú con los grandes equipos en esos momentos.
¿Y cómo era enfrentarte a Sabonis?
Complicado, complicado. Sabonis era un excelente jugador, muy grande, muy difícil de defender, tenías que amarrarlo, tenías que jugarle sucio y hacerle de todo para sacarlo de sus casillas porque como jugador era superior a la gran mayoría de los jugadores que jugaba en contra de él. Así que, chapó, era un fuera de serie, al nivel de que a esa edad y en esas condiciones fue a la NBA y, con todo y eso, tuvo la oportunidad de lucir su talento no estando en su mejor momento. En su mejor época, cuando estábamos en el 86, 87, que él estaba bien de salud (resopla), era complicado. En el Mundial de España, buff, eso era… Se comió a David Robinson y a todo el mundo, realmente era muy superior.
¿Recuerdas algo de tus enfrentamientos con Sabonis y de cómo intentabas sacarle de quicio?
Sí, que siempre terminaba llorando. Le empezaba a pegar y luego me tiraba encima, y ya no sabía qué hacer, eso le frustraba. Y yo sé, porque a mí me lo han hecho, que esto te saca de tus casillas. Pero era tanta la clase que al final él seguía siendo Sabonis, lo que pasa es que había que detenerlo de alguna manera, entre comillas, porque pararlo era muy complicado. Pero había que tratar de que no jugara cómodo, de que estuviera incómodo, y entonces terminaba quejándose al árbitro, y ahí tú sabías que él estaba llegando a la fibra.
Cuando lo veías así, con el lloro entre comillas del que hablas, ya veías que lo tenías.
Eso. Ya tú sabías que estaba en el lado de acá.
Que era tuyo, ¿no?
Sí, sí.
¿Y a ti te decía algo? ¿Se encaraba contigo o se centraba más en los árbitros?
Nunca fue jugador de encarar, ni mucho menos, era más que nada su llanto pidiendo clemencia al arbitraje, pero al final tenía mucha clase y no había manera tampoco de pararlo. Con su talento y su cuerpo, hacía prácticamente lo que quería. Y así fue a la NBA, donde pudo tener buenas campañas ya de mayor y dolorido. Porque en España estaba dolorido, imagínate con el ritmo que se juega en la NBA, pues aún más.
En los Juegos Olímpicos de Barcelona coincides con el Dream Team, aunque creo que se dejaron ver poco porque estaban alojados fuera de la Villa Olímpica.
Ellos estaban en un hotel, nunca estuvieron en la Villa Olímpica. Tenían en La Rambla un hotel y apenas los veías en el partido. Creo que alguno de ellos salía por ahí de vez en cuando, pero era muy rara la vez que te topabas con ellos.
Después de siete temporadas en Vitoria fichas por el Barcelona en la 96/97, pero solo permaneces allí aquel año. ¿Por qué no salió bien aquello?
Bueno, ganamos la liga y llegamos a la final de Europa. A mí me hubiese encantado estar un año más, pero bueno, ahí el equipo lo coge Manel Comas y él decide irse a por un chico más joven, que era Rentzias. Al final Manel me confesó que se había arrepentido porque yo era estaba con él y luego el equipo no le funcionó.
Cuando yo me marcho se dijo en varias ocasiones «si Ramón hubiese estado aquí no esto hubiese ocurrido». Perdió un poco el respeto de los jugadores, de no quererle jugar, ¿me entiendes? Él y compañeros míos me decían: «La de veces que nos ha dicho Manel ‘si Ramón estuviese aquí…’». Porque yo era pro entrenador y en todo momento, si él decía que había que hacer lo que fuese, había que hacerlo y yo lo acataba, tenía mi apoyo.
Ese mismo año yo termino yéndome a Grecia, él se va de Barcelona y coge al Cáceres, que estaba a punto de descender. Luego decidí irme de Grecia, estaba harto de estar allí y un día cogí y me piré sin decirle nada a nadie, me fui. No estaba dispuesto a seguir allí bajo las condiciones en las que estaba.
En cuanto me fui, me llamó Manel para que fuese a Cáceres a ayudar con el equipo para que se mantuviera en la categoría. Y luego se fue a Manresa y me llevó otra vez, a ser compañero de equipo de Tim Perry, pero ya yo no me sentía… ya había perdido un poquito el deseo de querer seguir jugando, y ahí fue donde me retiro.
Me hubiese encantado haber estado en Barcelona cuando él estaba y haber podido ayudar en ese primer año. Creo que se hubiese sentido apoyado, pero entró allí y, obviamente, tenía muchos jugadores que eran veteranos que habían estado muchos años con Aíto, que es un excelente entrenador, y prácticamente cuando llegó él pues no sintieron esa conexión. Yo podía haber sido un buen punto para equilibrar eso.
Teniendo en cuenta lo salvaje que era el baloncesto de tu época, ¿qué piensas cuando ves un partido ahora?
Diferente, diferente. Alguna que otra vez surgen chispas en los partidos, pero es lo de menos. El juego interior no es lo que era antes, el hombre grande ha perdido un poquito de protagonismo. Jokic, haciendo lo que hace, no es un jugador meramente interior como antes, y sigue siendo un fenómeno como jugador, no le quito mérito, para nada.
Ahora es otro juego, ha evolucionado tanto que para los que jugamos en aquella época pues hasta cierto punto, pues no sé… Tiene sus muchas cosas buenas, y no lo quiero criticar porque ha evolucionado, pero aquel juego tenía un encanto. Al hombre siempre le gusta boxeo, le gusta el fútbol americano, todo es contacto. Y el basket de antes tenía eso, que era el contacto. Conozco a personas que me decían: «Yo pagaba la butaca debajo de la canasta porque quería verte dar hostias».
La disfrutaba del juego de contacto y eso ha mermado un poco. Ahora el arbitraje no permite muchas cosas, especialmente en Estados Unidos, yo creo que en Europa se juega un poquito más físico, y obvio, cuando ya vienen los playoffs y todo esto, el arbitraje empieza a ser un poquito más permisivo y permite un poquito más.
Pero antes, en cualquier partido sin ningún tipo de importancia saltaban chispas, o sea, que no tenía que ser un partido de playoffs, la chispa estaba garantizada antes de que empezara lo gordo.
Creo que hoy, pudiendo elegir, poca gente pagaría la entrada debajo de la canasta para ver los duelos de los pívots en la pintura.
Así me lo decían: «Yo pagaba para estar debajo del tablero porque lo que quería es verte dar grasa», así mismo.
¿Se parece en algo el Ramón de las canchas al de fuera de ellas?
No, para nada. Bueno, como todos, tienes esa capacidad de en cualquier momento que alguien te venga…, pues sí, de defenderte, pero soy muy pasivo, diría yo. Como decía en una ocasión, soy un osito de peluche, lo que pasa es que si al osito de peluche lo pinchas mucho, pues entonces sale… Es como Hulk. No sé si tú llegaste a ver esa serie del Increíble Hulk… No quiero enfadarme, o sea, le he avisado a la gente, no quiero que me enfades. Pues más o menos un poco de eso.
Cuando publico algo en las redes sociales sobre Pep Cargol, hay gente que lo sigue recordando por el ‘¡Dale, Ramón!’. ¿Has hablado de esto con él después?
No, nunca hemos tenido la oportunidad de volver a vernos, pero me da mucha pena que su nombre se haya quedado como grabado en eso. Él simplemente estaba jugando e hizo lo mejor que pudo para hacer un flop, que le llaman aquí, se tiró y entonces yo creo que a la afición eso le dio coraje, que lograsen expulsarme y que encima no lo hubiese podido conectar. Al final, pues la afición lo recordará siempre. A lo mejor tuvimos la oportunidad de haberles ganado allí y, sin embargo, sin mí en la cancha, poco pude hacer para ayudar a llegar a la final.
Recordemos, Real Madrid – Taugrés, quinto y definitivo partido de las semifinales de la ACB, temporada 91/92. Mediada la primera parte, tras un forcejeo previo, tú sueltas el brazo contra la cara de Cargol y, aunque apenas le rozas, Pep cae al suelo con visibles gestos de dolor y el árbitro te señala técnica descalificante. Finalmente, el Real Madrid ganaría el partido y se clasificaría para la final. Tu baja fue determinante para la derrota de tu equipo porque te echaron muy pronto.
Tempranísimo, muy temprano.
A raíz de aquello, el ‘¡Dale, Ramón!’ se convirtió en uno de los cánticos más populares en Vitoria, era como un grito de guerra para la afición baskonista.
Efectivamente, y para mí era como… Me subía la adrenalina y me hacía como, qué se yo, transformarme, como si fuera un superhéroe (risas). Siempre se cantaba al principio del partido y eso ya a mí me daba chispa y de ahí en adelante ya iba encendido a la maldad, como dicen, pero bueno, para mí siempre fue un grito especial.
También es muy recordado tu encontronazo con Tony Massenburg, por entonces jugador del Barça. ¿Teníais algún pique especial de antes o todo surgió en aquel partido?
Bueno, siempre que jugábamos, desde que él estaba en el Barça, trataba de amilanarle y le hablaba y chocábamos. Como yo veía que se intimidaba, sabía que eso funcionaba. Creo que en esa final de la Copa empezó a cambiar su costumbre de pasar de todo y me contestó por detrás y yo me piqué.
A partir de ahí, lo estaba buscando para que en el momento que tuviera la oportunidad de darle un viaje, pues dárselo. Y efectivamente, se escapa en una jugada y estaba perfecto para hacerle una falta dura, no para lesionarlo, pero para hacerle una falta dura y hacerle pensar un poco.
Y nada, a mí me habían expulsado poco antes contra el equipo de Reggie Slater, no sé si jugaba en el Valvi o en qué equipo jugaba, tuvimos una guerra entre nosotros y nos expulsaron a los dos. Esto había sido muy previo a esta Copa… Y yo sé que cuando Massenburg va, se escapa, que tiene una bandeja que la va a machacar, pues yo creo que ahí aprovecho, le doy un viaje, le doy una falta dura en la que él se cae, y cuando se levanta va a por mí.
Y a todas estas, yo estaba consciente de que en el partido de liga anterior me habían echado contra Reggie Slater, y al final, como dicen en inglés, «I’ll take one for the team», o sea, en vez de volverme loco y empezar a irme a las manos con él, pues simplemente me tiré una «Pep Cargol» (risas).
Cuando me lanzó me tiré, yo iba prácticamente con las rodillas flexionadas y asumí el golpe. Era una falta intencionada que me iba a pitar, no me acuerdo ahora mismo del nombre del árbitro, pero levantó las dos manos porque iba a ser una falta intencionada, antideportiva de estas, y al árbitro se le fue la olla, no pitó la falta y tuvo que expulsar a Massenburg…
La falta mía me la pitaron, pero no me la pitaron intencionada, antideportiva. Sin embargo, como se dio cuenta de que se le había olvidado por la trifulca, pues lo que hizo fue castigarme durante el partido. A él lo echó y a mí me echó de otra manera, que fue que no me dejó jugar ni 5 minutos. Cada vez que me movía o levantaba las manos era falta y, lamentablemente, para desgracia de nosotros, Ken Bannister picó también con Quique.
Quique Andreu le hace lo mismo a Ken, o sea, que la final fue deslucida porque no estaba Massenburg, no estaba Ken y a mí, prácticamente no me dejaron jugar. Creo que salimos perdiendo en eso. Yo no podía moverme, fue como la manera de…
Compensar.
Sí, exacto.
Gran entrevista, todo un personaje vaya crack. Me encantan esta entrevistas con anécdotas del pasado
Buenisima, super interesante. Tremendo jugador.
Este hombre no se ha mordido la lengua. Brutal entrevista.
Lo que dice de Massenburg (creo que se escribe así), lo de que casi le asesinan cuando estaba con los Céltics en Madrid, lo de que Sabonis se ponía a llorar, lo de Cargol, etc. Es que cada respuesta de Ramón Rivas es oro puro. Buenísima entrevista.
He leído tardíamente (casi 2 meses después de su publicación) esta extensa e interesantísima entrevista de Javier Balmaseda a Ramón Rivas y me parece excelente en todo su contenido.
Chapó.
Como aportación anecdótica al cántico de «Dale, Ramón», decir que su origen es de referente futbolístico, tratándose de una canción popularizada por los Payasos de la Tele (Gaby, Fofó, Miliki y Fofito): el pequeño Ramoncito era un niño juguetón que al cumplir los cinco años le compraron un balón…. Dale Ramón, dale Ramón, chuta más fuerte para ver si metes gol…
Bueno, anécdotas al margen, lo dicho: magnífica entrevista de Javier Balmaseda a Ramón Rivas.
Enhorabuena!!!!