La mayor clave delictiva en el caso que la jueza investiga contra Luis Rubiales se basa en adjudicación irregular de contratos a una constructora amiga. Es un caso clásico que ha ocurrido miles, sino millones de veces en el fútbol. La construcción o reforma de estadios requiere cifras millonarias, y el desvío de unas decenas de millones de euros hacia cuentas en empresas interpuestas en paraísos fiscales ni se nota.
Es decir, en la contabilidad de una obra las partidas pequeñas son habituales, y es muy fácil hacerlas corresponder con trabajos que no se han hecho, cobrados por una empresa real. Si no hay filtraciones, suele ser Hacienda quien acaba descubriendo el pastel por la dificultad en justificar esos ingresos, cuando acaban en la cuenta personal de un responsable del fútbol. Y todo apunta a que estamos ante un caso como ese.
La RFEF gestionó los cinco millones de euros entregados por la Junta de Andalucía para adecentar el estadio de La Cartuja de Sevilla, entregando el contrato de obra a una constructora amiga. Se sospecha que parte del dinero ha acabado en manos de Rubiales y su entorno. Pero esto no es nuevo en la federación.
De hecho, presenta un patrón heredado, no solo del pasado, sino del propio equipo de Rubiales. A Ángel María Villar, que le precedió en el puesto como presidente de la RFEF, le detuvieron y encarcelaron -y cesaron- por un caso similar a este, el Soulé. Entonces los fondos provenían no de obras, sino de la Quiniela -dinero con origen público por tanto, como el andaluz-. Su destino también fueron los bolsillos del entonces presidente de la federación y amigos.
Aunque se usaron sobre todo para comprar árbitros y sobornos para que le renovaran en el cargo. Ese pasado conecta con el presente a través de Andreu Subies, que fue ex vicepresidente de Rubiales hasta su dimisión… pese a haber estado implicado en el caso Soulé. Él mismo admitió ante el juez que tenía una empresa para ser externo en la federación como profesional, aunque está expresamente prohibido que los miembros de la junta directiva de la RFEF, salvo el presidente, sean remunerados.
Todo esto podría llevarnos a la conclusión de que tenemos una federación corrupta. O un país muy proclive a corromperse con asuntos de la construcción. Pero cuando hay fútbol de por medio, los pelotazos constructores que conlleva, logran que casos como estos se repitan en cada rincón del mundo. O como dictaminó la Eurocámara después de Qatar 2022, que una corrupción «rampante, sistémica y profundamente arraigada», está ampliamente implantada en la FIFA. Si el órgano que gobierna todas las federaciones del fútbol mundial es corrupto, ya sabemos de quién aprenden las federaciones.
Qatar compró a base de sobornos su sede para la Copa Mundial de la FIFA, como reveló la investigación periodística de la revista France Football. Además de eso, lo más comentado sobre la competición fue el maltrato deparado a los obreros que construyeron en el país. Las condiciones laborales de los emigrados asiáticos a esa y al resto de las monarquías petroleras del golfo son siempre inhumanas, no importa en qué trabajen.
Pero quizá por primera vez el público de los países occidentales tomó conciencia de ello a través de las imágenes de barracones, ausentes condiciones de seguridad, y falta de protecciones frente al calor desértico, que provocaron la muerte de 6.500 trabajadores y un número desconocido de heridos. Ese impacto humano hizo que casi se pasara por alto quiénes fueron los mayores beneficiados por el soborno a la FIFA.
Las compañías constructoras europeas entraron en tromba en Qatar, y se llevaron miles de millones, pero no solo por construir estadios. La belga Six Construct, la austriaca Porr, las italianas Webuild y Cimolai sí estuvieron implicadas en la construcción de sedes. Muchas otras asumieron además obras de infraestructura para el reino qatarí.
La española ACS, que en teoría no consiguió contratos, obtuvo obras por algo más de 2.000 millones de euros a través de su filial holandesa Habtoor Leighton, para erigir cinco grandes embalses. Su CEO, el español José Antonio López-Monís, fue detenido por las autoridades emiratíes en Dubái -sede de la filial para Oriente Medio- tras una denuncia por irregularidades en la contabilidad, relacionadas con los flujos de caja.
¿Tesorería en B empleada para sobornos en Qatar? Nunca se llegó a saber. Ocho días después, y tras la intervención del entonces ministro José Manuel García-Margallo, y de la petición de Florentino Pérez, presidente de ACS, a Emirates (patrocinador del Real Madrid) para que intercedieran, fue liberado sin cargos. Y ahí acabó todo.
Todo, salvo el hecho de que las constructoras europeas, con las manos limpias, los bolsillos llenos, y una lluvia de millones entregados a responsables de la FIFA para salir elegidos, -uno de ellos Sandro Rosell-, terminaron el último mundial con gran éxito económico. Legalmente, los abusos a trabajadores los habían cometido las subcontratas qataríes, y ellas no tenían más opción que contratarlas para ejecutar los trabajos.
Qatar terminó, pero no la corrupción, a la que podemos calificar de endémica. Tenían mundiales de los que aprender. Como Rusia 2018, que fue posiblemente el último intento de Putin por mostrar un país moderno, económicamente capaz, democrático, y con derecho a ocupar su parte en la hegemonía mundial junto a las potencias occidentales. Todo lo contrario a la situación actual, vaya. Pero la imagen proyectada, de eficiencia al construir casi trescientas edificaciones entre estadios, hoteles, aeropuertos y resto de infraestructuras, quedó una vez más empañada por un sistema de corrupción absolutamente generalizada.
De las 202 obras que se acometieron, todas tuvieron sobrecostes, sin excepción. Cada uno de ellos puede unirse a los casos de concursos cedidos a constructoras, casualmente amigas de algún político local. Los sobrecostes sirvieron para la compra de la voluntad de las autoridades, y para desvíos de fondos al bolsillo personal de quienes gestionaban el mundial de fútbol. Un ejemplo, el vicegobernador ruso Marat Oganesyan, que se sacó 850.000€ por unas pantallas solicitadas para el estadio de San Petersburgo, a una empresa amiga que, obviamente, ni las compró ni las instaló nunca. El propio acusado lo admitió en juicio.
Como en Qatar, la gran tajada para las empresas extranjeras estuvo condicionada a que trabajaran con empresas rusas. Y así lo hicieron las que sacaron mayor tajada, como las alemanas Werner Sobek o Bollinger+Grohmann, la británica Buro Happold, o la estadounidense Populous. Todas ganaron los concursos en consorcios con constructoras rusas, a cuyos gestores tuvieron que untar generosamente, repercutiendo todo en los sobrecostes. Quedando para la historia el caso del estadio Krestovski de San Petersburgo, aún usado por los analistas como ejemplo de lo que ocurre cuando la corrupción se une a la incompetencia.
Pero cómo no iba a ser todo esto así, si Rusia consiguió ser la sede del mundial mediante el soborno a miembros de la FIFA. ¿Otra vez? Tan otra vez que Michel Platini, detenido por el soborno de Qatar, también aparece implicado en este caso, que es anterior. Las cartas filtradas de Sergey Kapkov, actuando entonces como diputado de la Duma (cámara baja rusa) revelaron una estrategia de sobornos a gran escala a veintitrés personas con capacidad de decisión o influencia en la FIFA, por importes de 1,5 a 3 millones de euros.
Encojámonos de hombros. Qatar, monarquía autoritaria del golfo. Rusia, país poco ejemplar. ¿Y qué nos queda, Brasil ? Tal vez deberíamos tirar de tópico y decir que es una república bananera. Porque todo lo contado hasta aquí suena a broma en comparación al mundial brasileño de 2014. Allí los sobrecostes exprimieron las arcas públicas hasta la extenuación.
De todos los casos detectados, la construcción del estadio Mane Garrincha sigue siendo un paradigma futbolístico. Primero, porque acabó costando al estado 900 millones de euros, de los 1.800M totales que precisó para acabar de construirlo. Las obras se anunciaron por un importe inicial de «solo» 476 millones, pero en medio del proceso hubo elecciones a la alcadía de la ciudad, Brasilia.
La empresa constructora brasileña Andrade Gutierrez, que siempre había hecho donaciones a los partidos políticos en campaña, las multiplicó por 50.000 en aquellas municipales. Desembolsando 31,7 millones de euros para ayudar a los políticos que ganaron, y consiguiendo ser la encargada de construir el estadio. Con muchos sobrecostes, naturalmente.
¿Quizá esta vez la elección de la sede por la FIFA fue, al menos, honesta? Aquí es mejor dejar hablar al FBI y a la investigación que llevó a cabo en 2015 sobre la organización, donde estableció que, por supuesto, había habido sobornos para la elección de Brasil. De hecho los detectaron también para la elección de Sudáfrica 2010. Joseph Blatter, presidente de la FIFA, fue suspendido tras conocerse que estaba implicado en todos estos escándalos.
Así que, para resumir, el mayor organismo rector del fútbol es corrupto por naturaleza, y tradición, catorce años lleva con ello: a los sobornos para elegir sede sigue siempre una absoluta corrupción en la reforma o construcción de estadios. Empezábamos hablando de Rubiales, cuya orden de detención fue emitida por desvío de fondos de las obras del estadio de La Cartuja, y otro de un patrocinador del negocio de las criptomonedas. Acabemos recordando que si repasáramos los casos de corrupción en cada una de las federaciones nacionales que gobierna la FIFA, no acabaríamos nunca.
Ya lo del COI lo dejamos para otro día que si no…
Es muy, muy, muy sorprendente ver que, con semejante nivel de corrupción endémica de las federaciones, donde todo parece putrefacto y los escándalos afloran por doquier, haya tanto rechazo a nuevos proyectos como la SuperLiga. «Football for the fans», fue el eslogan más escuchado; mientras, los precios de entradas son poco menos que prohibitivos y lo mismo para verlo en TV (al menos en España), la Supercopa se juega en Arabia para llenar los bolsillos de Piqué y la RFEF, caso Negreira, etc etc etc
¿Por qué será? ¿Tendrá que ver con los millones que recibe la prensa deportiva tradicional de LFP y RFEF? «Hablemos de fútbol», titulaba Marca el viernes en portada.
¿Creemos que será otro perro con el mismo collar? ¿O somos (los aficionados al fútbol) tan tontos y fácilmente manipulables?