Si uno coge el mapa y logra identificar dónde se ubica Jordania, además de estar por encima de la media social en conocimientos de geografía, pronto adivinará que no es el paradero ideal para cumplir sueños. Ni para otras muchas cosas. De vecinos tiene a Israel, Palestina, Iraq y Siria. Tristemente, ninguno de ellos necesita presentación.
Es difícil estar más metido en el avispero. Lo de Jordania me recuerda a ese show que de niño veía con frecuencia en televisión, donde un tipo con camisa negra y coletilla rizada lanzaba cuchillos con los ojos vendados a una joven voluptuosa. Para que algo saliera mal, solo había dos opciones: que el individuo un día no calibrase la puntería o que la estoica muchacha moviese a destiempo un centímetro de su cuerpo. Si no sucedía ninguna de las dos cosas, todo marchaba bien.
Supongo que Jordania en muchas ocasiones debe sentirse así. Y quizá por ello hace tiempo que decidió adoptar la estrategia europea de Suiza, que básicamente consiste en no hacer nada; mantenerse siempre al margen. Yo no me meto en la vida de nadie y que nadie se meta en la mía.
No es mala filosofía para protegerse de esta sociedad distópica que parece obligarnos a elegir siempre un bando. La era de la globalización, donde todas las fronteras de la comunicación murieron con Internet, y la aparición cada vez más frecuente en las listas de países más deseados por los viajeros también han ayudado a Jordania a blindarse ante ese maremágnum vecinal al que está condenado.
Ya solo falta derribar la última frontera, quizá la más difícil de todas: la necedad humana. Porque estamos tan llenos de prejuicios y vacíos de entendimiento que desde la comodidad de Occidente interpelamos al mundo árabe como un todo. No hacemos distinciones entre las naciones, las culturas y los territorios. A veces la alusión es tan ofensiva que parece que hablásemos de otra especie distinta a la humana. Es terrible. Por eso se me antoja necesario celebrar la figura de Abedallah Shelbayh, el chico que está llamado a cambiar la historia del deporte jordano.
Nacido hace apenas 20 años en Amán, capital de Jordania, Abedallah Shelbayh tuvo claro desde bien pequeño que quería ser como Rafa Nadal. En un país sin tradición ninguna por el tenis, su único vínculo con este deporte era su propio padre, el señor Shelbayh, quien de cuando en cuando jugaba de manera recreativa en alguna de las pocas pistas que ofrece la ciudad.
Suficiente para que el joven Abedallah quedase prendado de aquel misterioso juego. Igual que uno no elige de quien se enamora, tampoco puede escoger sus sueños. Son los que son, por capricho de nuestras ilusiones y fantasías. Y el de Abedallah era ser tenista profesional, como ese español de melenita y camiseta de tirantes que cada primavera ganaba Roland Garros en televisión.
Las posibilidades de que un niño nacido en Jordania llegue a ser tenista de la ATP son casi tan ínfimas como la de encontrar vida extraterrestre. No por nada en especial, sino porque jamás ha ocurrido. Y cuando no existen precedentes de un suceso, cuesta imaginar que alguna vez será diferente. Pero también es cierto que cuando uno es chiquillo no distingue entre la ficción y la realidad, y esa ignorancia es un arma muy poderosa, tanto como para creer que puedes hacer cosas imposibles.
Apuesto a que en la escuela nadie dijo a Muggsy Bogues que nunca podría jugar en la NBA. Lo mismo debió ocurrir con Abedallah Shelbayh. Por eso hoy, con toda la vida aún por delante, está a un paso de cumplir su propósito.
Su historia parece el guión de una película de Disney. Hay un deseo inalcanzable, un largo camino lleno de aventuras y hasta una princesa. En Jordania el deporte, la música o las artes son artículos de lujo, no el entretenimiento habitual del ciudadano promedio. Es menester apuntar que Abedallah no es tampoco un chico cualquiera.
Su familia guarda la suficiente jerarquía como para tener la oportunidad de impresionar a Lara Munjid Sukhtian, miembro de la casa real hachemita jordana y pionera en la defensa del talento deportivo en su país. Gran aficionada al tenis, Lara Faisal -su nombre de pila- se encargó de custodiar a ese niño que manejaba la raqueta con una destreza inusual a su edad. Aunque su brazo dominante era el derecho, el chico se empeñaba en utilizar la izquierda, porque quería ser como Nadal y Nadal era zurdo. Tenía todo el sentido del mundo.
Frigyes Karinthy fue un escritor y pensador húngaro que en 1929 lanzó una de las teorías antropológicas y sociales más interesantes del siglo. La expuso en un ensayo al que tituló Eslabones. En sus páginas explicaba que cualquier humano del planeta puede conectarse a otro mediante seis grados, es decir, usando solo a cinco personas como intermediarias. El joven Abedallah no necesitó una carambola tan compleja.
Fue algo más sencillo, aunque igual de novelesco. Se da la circunstancia de que en el año 2016, mientras Nadal disputaba el torneo de Doha, su tío Toni conoció a la princesa Faisal. Y por extrañas circunstancias de la vida hicieron buenas migas más allá de los formalismos del protocolo. El tío Toni invitó a la princesa a conocer la Rafa Nadal Academy, por entonces recién inaugurada, y ella, poco después, le obsequió con una invitación a un prestigioso festival jordano. Por entonces Abedallah tenía 12 años y jamás imaginó que aquella insólita conexión cambiaría su vida solo unos meses después.
Porque su pasión por el tenis seguía creciendo al mismo ritmo que sus habilidades con la raqueta. Ante semejante evidencia llegó el día en el que Lara Faisal lo hizo. Con la valentía que se le presupone a una princesa, llamó a Toni Nadal y le rogó que viajase de nuevo hasta Jordania para ver a un muchacho que parecía diferente.
El tío Toni accedió y voló a Amán con la promesa de encontrar a una futura estrella del tenis. No puedo imaginar el número de llamadas que ha debido recibir así durante todos estos años. Pero hablamos de un tipo con un sexto sentido y un vínculo especial con ese país. Seguramente no se equivocaba.
Abedallah Shelbayh tomó entonces la decisión más importante de su vida: abandonar a su familia y sus raíces con solo 14 años para marcharse a España y ponerse a las órdenes de los Nadal. La tierra prometida era Manacor y su nueva casa un monstruoso complejo de 76.000 metros cuadrados con todas las comodidades para convertirse en lo que siempre quiso ser: tenista profesional. La princesa Faisal se lo había servido en bandeja de plata; ahora llegaba su turno.
Supongo que muchas personas no coincidirán en la apreciación, pero el tenis es el deporte más psicológico del mundo. Cualquier partido puede mutar en la conocida tortura china de la gota de agua, taladrando tu cabeza punto a punto hasta hacerte enloquecer. Por eso es necesario trabajar la fortaleza mental casi al mismo nivel que la técnica. Y por eso no existe deporte donde sea más fácil que un talento natural se eche a perder.
Sobran los ejemplos: Kyrgios, Gulbis, Paire… Precisamente la Rafa Nadal Academy nació para evitar que eso suceda. Así, organizar el talento de Shelbayh fue una de las líneas de trabajo en la que primero se emplearon los entrenadores de la escuela. Otra de ellas, más fácil quizá, fue la de quitarle los vicios adquiridos con la raqueta. Es más sencillo rectificar las manías de un chico de 14 años que las de uno de 18.
Recibir consejos de Rafa Nadal es un privilegio que Abedallah jamás pudo imaginar. Pero ahora que los tiene, los guarda como un tesoro y se los repite como un mantra. La actitud debe ser siempre positiva, en cualquier circunstancia y escenario.
La positividad. Es fácil que a un pensamiento negativo le siga otro y después otro, y esas espirales en la cabeza de un tenista pueden destruir carreras. Otro de los consejos que Rafa le dio fue que no tuviese a demasiadas personas a su alrededor. El entorno, cuanto más íntimo, mejor. Y por último, el más obvio e importante, entrenar cada día dando el máximo, centrarse en el camino y no dejarse distraer por nada.
Desde el verano de 2022 todo ha sucedido muy rápido para Abedallah Shelbayh. Escaló más de mil puestos en el ranking ATP hasta alcanzar su posición actual, el 185. En febrero de 2023 rompió el primero de los muchos récord que le esperan durante los próximos tiempos.
Se convirtió en el tenista árabe más joven de la historia en llegar a la final de un evento de categoría Challenger. Fue en Bahrein y no tuvo un sorteo precisamente sencillo. Dejó por el camino a Vit Kopriva (114), Jason Kluber (95) y Salvatore Caruso (76). En la final no tuvo un buen día y fue superado con facilidad por el australiano Thanasi Kokkinakis (69), uno de los tenistas que, siendo adolescente, Abedallah disfrutaba viendo en televisión.
En el mes de abril el jordano batió otro récord nacional al convertirse en el primer tenista de su país en ganar un partido de categoría ATP. Fue en el torneo de Banja Luka, Bosnia, donde venció al joven húngaro Fabian Marozsan. Tan solo un mes después, sobre la tierra batida de Roma, Marozsan se presentaba al mundo endosando un 6-3 7-6 a Carlos Alcaraz. Casi nada. Si echamos mano de la regla de tres que aprendimos en el colegio, era cuestión de tiempo que Abedallah hiciese algo grande.
Y lo hizo. A finales de septiembre se celebró el Challenger de Charleston en Estados Unidos. Con una nómina de jóvenes norteamericanos que aspiraban a ser profetas en su tierra, Shelbayh fue eliminando rivales y avanzando rondas. Fueron partidos apretados, de esos en los que hace falta resistir mentalmente, como le habían enseñado en la academia. Y esta vez no falló en la final. Venció en tres mangas a Olivier Crawford para convertirse en el primer jordano en levantar un título Challenger y en el árabe más joven de la historia en conseguirlo. También ganó sus primeros 10.000 dólares como profesional. El sueño se había hecho realidad.
Shelbayh está llamado a romper todos los límites del deporte jordano. Es el único tenista árabe entre las 200 primeras posiciones del ranking y uno de los jóvenes con mayor margen de progresión. Es consciente de que tiene un don para jugar al tenis, y de que la vida le ha ofrecido un regalo que ha negado a tantos y tantos niños musulmanes, esos que juegan a la pelota en las calles y los páramos urbanos soñando ser como Messi o Cristiano Ronaldo.
En estos días Shelbayh se encuentra disputando las Next Gen ATP Finals, el exclusivo torneo que reúne a los siete mejores tenistas menores de 21 años y un invitado: él. Todas las piezas del puzzle de su vida continúan encajando para ser el elegido y poner a Jordania en el mapa del deporte mundial. Sin ánimo de presionarle, hoy más que nunca el mundo árabe necesita referentes, distraerse con alguien que pueda traer días felices. Sería bonito para quienes amamos al tenis y bueno para la humanidad en general.