Cita Sergio Cortina en su artículo sobre la despedida de Gianluigi Buffon que a lo largo de su extensa y exitosa carrera, se vio envuelto en varias polémicas. Muchas de ellas, de carácter político. En el Parma jugó con el dorsal ’88’, que quiere decir Heil Hitler según los códigos de la ultraderecha contemporánea, por lucir el eslogan mussoliniano Boia chi molla, (A la guillotina el que se rinda o Muerte a los cobardes) y por enseñar, durante las celebraciones del Mundial obtenido en 2006, una pancarta en la que se leía «Orgullosos de ser italianos» en la que se podía ver una cruz céltica junto a la bandera nacional.
Sobre el primer escándalo, el lema de los camisas negras, dijo que fue un error. Los espectadores no pensaron igual, en cuanto le vieron con esa frase en su camiseta, muchos llamaron por teléfono a la Rai para quejarse. En el dialecto de su región, la Emilia Romagna, es un dicho muy común, adujo. Años después en El País explicó que se trató de un caso de «ignorancia», que no pretendía «enviar señales al exterior». Por mucho que en Italia la relación con el pasado y legado fascista tenga ciertas tolerancias, como con la Academia Fascista de Educación Física de Roma, este lema no solo era de la época del fascismo, también los neofascistas lo popularizaron en los años 70, cuando el terrorismo de extrema derecha se cobraba vidas en Italia.
Ocurrió durante los disturbios de Reggio Calabria en 1970. La localización de la sede de un nuevo organismo regional ocasionó levantamientos populares y murieron dos personas. Francesco Ciccio Franco, secretario del neofascista Movimiento Social Italiano en esta región, se convirtió en líder de los subversivos. A él se le atribuye popularizar entre los manifestantes el grito mussoliniano de Boia chi molla. Su intención no era que llegara a la zona una oficina que crearía unos cientos de plazas de funcionarios, sino escalar el levantamiento a revolución nacional. La policía le detuvo por «incitación a delinquir y apología del crimen», lo que llevó a quinientas personas a atacar la comisaría, lo que ocasionó otro muerto. En 1972, a la vista de los hechos, los sindicatos obreros convocaron una gran manifestación antifascista. La noche antes, ocho bombas estallaron en trenes con destino a Reggio.
Franco fue senador y, en no pocas ocasiones, se le acusó en el Senado de «tentativa de masacres» por aquellas jornadas. Cuando murió en 1991, Gianfranco Fini, líder del Movimiento Social Italiano en ese momento, dijo «Está más vigente que nunca, en el Reggio de hoy, el Boia chi molla que lanzó Ciccio Franco». En fin, que si estos sucesos nunca llegaron al conocimiento de Buffon, tuvo que haber estado muy centrado en el fútbol. Todos los líderes fascistas fueron absueltos por estos hechos, pero hubo declaraciones en 1993 de un arrepentido de la ‘Ndrangheta que acusó a Franco de haber encargado al grupo mafioso el descarrilamiento de un tren, para lo que habrían obtenido financiación de empresarios locales, con el fin de desestabilizar el país en los Años de Plomo o la Strategia della tensione.
Más adelante, todavía en el Parma, en lugar de llevar el 1 como cualquier portero titular tradicional, eligió el 88, fue Vittorio Pavoncello, presidente de la Federación Italia Macabi, responsable del deporte de la comunidad hebrea romana, quien denunció su elección y exigió explicaciones, a la vista de que los números 88 aluden al Führer e incluso en la misma Berlín había habido casos de bares neonazis que lo usaban para evitar las leyes que impiden la apología y exaltación del nacionalsocialismo. El portero también dijo que esa elección no tenía nada que ver con el nazismo, que era una casualidad y decidió cambiárselo por el 77, que en Nápoles significa las piernas de una mujer. Explicó que al ser el 88 cuatro círculos, para él significaban dos pares de bolas, es decir, «sinónimo de fuerza». Concretamente, la cantidad de atributos necesarios para que un equipo como el Parma ganase el Scudetto, explicó.
Según comentó, antes de elegir el 88, quiso llevar el 00, reiterando sobre la evocación del mismo concepto, un par de huevos, pero ese número no estaba previsto en el reglamento. «Yo quería el 00, como en la NBA, o el 01, pero no se permitían. El 99 era de Guardalben, con el 69 podría haber ofendido a alguien, con el 66 el problema sería del Vaticano, entonces solo quedaba el 88, que para mí es el número de la fuerza ¿Nazismo? Nada más lejos de mi intención, mi familia siempre me explicó lo que era el Holocausto». A raíz de las declaraciones, Leone Paserman, representante de la comunidad judía, casi le pidió disculpas al portero: «es un malentendido lamentable, pero más vale que Buffon tenga más cuidado, ya se había puesto unas palabras con Boia chi molla».
No quedó ahí, también intervino Michele Uva, CEO del Parma, criticó a los representantes hebreos diciéndoles: «la comunidad judía se tiene que ocupar de cosas más serias» y la madre del jugador, Maria Stella Masocco, denunció que tendrían que avergonzarse los que habían hecho esa asociación de ideas porque los Buffon eran «gente muy honesta». El portero tuvo que realizar un servicio civil en un centro de rehabilitación de drogodependientes.
Solo con eso se creó una imagen de Buffon inequívoca entre la opinión pública. La presentadora de televisión Ilaria D’Amico, con quien tuvo un romance por estas fechas, declaró años después en Vanity Fair que el Buffon que conoció , al principio, pensaba que era «un fascista inmaduro», pero luego se convirtió en «un hombre leal con un alma maravillosa».
En las celebraciones en la victoria del Mundial de Alemania, en 2006, en el autobús que llevaba a los jugadores por las calles de Roma, volvió a ocurrir una casualidad. Buffon sacó una pancarta que decía «Orgulloso de ser italiano. Fidene presente» (Fidene es un barrio de Roma) y debajo estaba la bandera de Italia junto a una cruz céltica. Ningún otro jugador la tocó, solo él. En Roma, ya es casualidad, Buffon siempre fue muy querido por la Curva Nord del Lazio. En 2013, se acercó a aplaudirlos después de un encuentro, un gesto poco común con aficiones rivales. Dijo: «la afición del Lazio siempre me ha respetado y cada vez que juego aquí les saludo». Esos aficionados son los Irriductibili, desde 2020 Ultras Lazio, que nunca han disimulado su filiación de extrema derecha.
En 2016, tras un Juventus – Torino, el derbi de Turín, Buffon haciendo referencia al resultado y una parada que le hizo a Kamil Glik, dijo que si llega a entrar esa ocasión, podría haberles «roto los riñones, como se dijo una vez», una expresión que en España puede sonar banal, pero lo que estaba haciendo era parafrasear un discurso de Mussolini. Ahí ocurrió otro misterio misterioso con las azarosas casualidades en la vida de Buffon, porque pronunció esas palabras un 25 de abril, Día de la Liberación de Italia en la II Guerra Mundial. El Duce pronunció esas mismas palabras en referencia a la guerra contra Grecia, batalla que, por cierto, perdieron los italianos hasta la aparición de la Wehrmacht en la Operación Marita para tomar toda Grecia.
Después de protagonizar todos estos malentendidos y coincidencias, Buffon, a los 43 años de edad, aprovechó una entrevista en la Repubblica para explicar con luz y taquígrafos su ideología. Era 2021, ya tenía 43 años y no era un niño, un adolescente que supuestamente no sabe lo que hace o no ha tenido tiempo de enterarse de lo que significa una frase o un lema. Negó tajantemente que fuera de extrema derecha. «¿Yo un fascista? Durante estos años he sido objeto de acusaciones excesivas. Dijeron que soy fascista y no sé cómo responder, solo puedo decir que me siento y siempre me he sentido orgulloso de representar a mi país».
Y entonces llegó el pero de rigor. «Lo entiendo y creo que es justo, humano y cristiano, dar una mano a los necesitados, pero sin crear conflictos entre los nacidos en Italia y los que emigran a ella. Si tuviera que definirme en lo político, diría que soy un anarquista-conservador».
Cualquier persona que sepa traducir lo que se dice en los medios de comunicación, sabrá que la conjunción adversativa «pero» sirve para invalidar lo que se ha dicho en la frase anterior y subrayar que lo que se piensa viene en la que sigue. En este caso, una criminalización de la inmigración, que se nutre en su inmensa mayoría de trabajadores. La verdad es que resultaba menos antipático el portero cuando era un adolescente que, salido de ambientes fachas, cometía provocaciones ultraderechistas porque es un descerebrado; mucho menos que ahora, cuando ya es un señor mayor, que no necesita cruces célticas ni evocar a Adolf Hitler o a Mussolini para armar su discurso, sino que sabe cargar las palabras de forma pasivo agresiva para hacer daño a quien menos puede defenderse.
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