La columnista, en estos casi trece años que lleva metiendo el hocico en el fútbol femenino y molestando, ha visto tantas cosas que ya no se sorprende. También ha intentado cambiarlas, unas veces con acierto y muchas cayendo al vacío institucional. Cuando esto pasa -que le pasa a muchos, no solo a ella-, se come el suelo, se sacude el polvo y vuelve a escalar a ver si en la siguiente ocasión hay más suerte o, al menos, durante la caída alguien la escucha y cambia de actitud.
A lo que iba la columna de esta semana es que en este periplo y por ese afán incansable y desagradecido de pelear contra todo y contra muchos, la columnista ha tenido fuerzas para colaborar en tantos proyectos interesantes y comprometidos como se le han aparecido por el camino. Uno de ellos, a día de hoy, es un orgullo, y es formar parte de una agencia de asesoramiento de futbolistas en la que se cuida cada detalle de la vida deportiva de las que allí buscan apoyo. No es un publirreportaje, no teman. Lo que les vengo a contar es que en esas labores de asesoramiento, tan alejado de la labor y facturación del representante habitual, hay una palabra que empieza a sonar a estas alturas del mercado, cuando el avispero se agita y los papeles de la mesa, las hojas de Excel y las llamadas se acumulan, y que representa el orgullo del trabajo bien hecho: renovación.
Cuando la palabra renovación aparece en la conversación con una futbolista, y termina con una firma en un nuevo contrato, significa que tanto ella como el club están de acuerdo en estrechar más aún los lazos que les unen. Significa que hay un vínculo que va más allá del compromiso de jugar un número indeterminado de minutos o marcar un saco de goles. Significa que el club le ha calado a ella, por motivos que van desde el buen trato del staff y personal, una plantilla que la acoja y se convierta en segunda familia, o una afición que la respalde en malas y buenas. Y significa por la otra parte que la tarea siempre difícil y poco comprendida de representar a un escudo muchas veces ajeno, se ha cumplido con profesionalidad. Allá donde algunos se conforman con mover jugadoras como si su vida fuera el modo carrera del FIFA, poco se entiende que el bienestar de una futbolista muchas veces está en haber conseguido hacer hogar un vestuario, sea en su ciudad o a mil kilómetros de ella. Eso es lo difícil, pero eso también es lo más importante.
Esta última semana se ha nombrado la palabra renovación en muchos medios de comunicación que no suelen hablar de fútbol femenino. El nombre de Alexia va pegado a ella. Alexia, que ya ha traspasado la barrera de nuestro deporte y asoma la cabeza en las tertulias, víctima de filtraciones, y se convierte en un caso habitual del fútbol global, ese en el que la noticia de una renovación ocupa meses de montaña rusa, de rumores y discusiones, de gente a favor y en contra, de cifras, balances y especulaciones. Es el mercado, amigos. Estamos en el Boss final, aquí, con Alexia frente al gigante mediático que lo enfanga todo, sabremos si estamos preparados para la mercantilización total de nuestro fútbol.
Sin embargo, me van a permitir que el tema de Alexia me dure solo ese párrafo, porque ya tendremos meses por delante para cansarnos de su debate. Las que no renuevan son las niñas de las categorías inferiores del Betis. No renuevan porque las echan. No renuevan porque en el Betis las cosas se llevan tanto tiempo haciendo tan mal que dicen que un infantil da pérdidas. Si el infantil de un club de primera división da pérdidas, no es culpa de las niñas si no de sus gestores. Cómo de mal hay que dirigir un club para que el agujero económico te lleve a cerrar categorías de formación. Cuánto de mal hay que trabajar para que el equipo femenino de un club histórico sea de los que peores instalaciones tiene, más bailes en su banquillo, menos planificación deportiva a futuro y un presupuesto que le da para hacer la goma cada temporada entre la permanencia y el descenso. Cuánto cobra un gestor en el Betis, cómo ha llegado uno en concreto a saltar del trampolín de ahí a CEO de la Liga F sin que esto le pase factura, y por qué nadie en Sevilla se planta y exige que en vez de echar a las niñas a la calle, renuncien al puesto quienes despilfarran centenares de miles de euros en sueldos inservibles. El futuro del fútbol pasa por la base, no por los despachos. Si nos cargamos eso, no hemos entendido nada.