Que la final de la Champions sea un Manchester City-Inter de Milan y terminemos hablando de Madrid-Barça también nos retrata. Un día de estos, ojalá más pronto que tarde, se nos deberían ir quitando tics y manías y desterrar de paso argumentaciones que nos devuelven un reflejo en el espejo que produce bastante grima, la verdad. El triunfo del City de Pep Guardiola ha abierto, de nuevo, una caja de Pandora que amenaza con reducirlo todo a las batallitas de siempre. Y, uy sí, a todos nos da mucha pereza, pero ahí estamos, en bucle.
La influencia de Guardiola, su legado en el fútbol actual es incontestable. Hay un antes y un después de Pep ya no sólo en la España que se benefició de su apuesta, sino de manera global. Le faltaba la Champions lejos del Barça y sin Messi -que era a lo que se agarraban con ahínco sus críticos como prueba irrefutable de que era un camelo- y ya la tiene. Es el primer técnico en la historia que ha sido capaz de firmar dos tripletes con dos equipos diferentes y ha conseguido nada menos que 35 títulos en sus 14 años como entrenador, así que el debate se centra ahora sobre la forma en la que ganó en Estambul, como si restara mérito a su obra en general y a la última temporada en particular en la que borró del mapa, sin ir más lejos, al Real Madrid en la vuelta de la semifinal con un contundente 4-0. Que su City fuera terrenal, que se mostrara como un equipo ansioso, nervioso ante la presión de ser el megafavorito, que se lesionara De Bruyne y que el Inter jugara sus bazas y le planteara dificultades son minucias que se descartan de un manotazo para apuntalar la tesis de que tampoco es para tanto, añadiendo además la pasta que se ha gastado en fichajes como si otros clubes, pongamos como ejemplo al PSG, fueran hermanitas de la caridad.
Del otro lado tenemos a los más papistas que el papa, los más pepistas que Pep, que no hacen más que recordar agravios, apuntar en la lista a enemigos a la causa y que son los mismos que negaban el pan y la sal al Real Madrid a pesar de haber ganado cinco Champions en nueve años porque el estilo, la suerte, los fenómenos paranormales y los árbitros. Los mismitos que ahora destacan en positivo factores como oficio, competitividad y madurez y que resumían con un breve «puñetera chamba» lo logrado por el histórico rival, los incapaces de relajarse ni cuando Guardiola, feliz como una perdiz, suelta lo de «que el Madrid no se confíe, que sólo estamos a 13 y vamos a por ellos» y desactiva la tensión de la que se alimentan. Esos.
Entre los unos y los otros, cortos de miras que reducen el debate a los colores de su bufanda, dogmáticos extenuantes, nos han dejado una resaca que dan ganas de exiliarse. Ni la final se disfruta ya.
Como un Culé más he disfrutado el triunfo de Pep, pues le queremos mucho y adonde va siempre se acuerda de su Barça. Eso no significa que le agregue una UCL a nuestra vitrina, pero me alegra que con esta victoria Pep siga acrecentando su número de títulos. Evidentemente, para los gurús del madridismo tipo Roncero, la victoria del City escuece y mucho, pero honestamente a los aficionados de a pie que gozamos del fútbol como un mero entretenimiento, la disputa Barça vs. Madrid se queda en el campo. Uno de mis mejores amigos que ya no está con nosotros era el más madridista de mi colegio, los dos nos dedicamos a la docencia, y no saben cómo disfrutábamos la rivalidad desde el respeto y el deseo de compartir cada clásico juntos. Así que enhorabuena al City y a Pep y disfrutemos este bello deporte que últimamente se esta volviendo tóxico.
Pep Guardiola es uno de los mejores entrenadores de la historia del fútbol. Esta Champions League corona un proyecto que, con sus dilemas éticos (que la periodista, siempre tan aguda, hoy obvia), ha sido sensacional y muy prolífico en cuanto a títulos nacionales. Otra cosa es la procedencia del dinero, el fair play financiero, etc. Pero: Josep Guardiola e un entrenador fantástico de fútbol; e un entrenador fan-tás-ti-co de fútbol, yo repito, que ha ganado una Shempions que a mí no me daría ninguna verguenza de ganar, porque ha sido justa y merecida.
El único personaje que queda retradado es Gemma, la peor periodista que jamás ha pasado por la historia de Jot Down. No digo que los artículos largos sean condición necesaria de Jot Dowm… pero… un mínimo, por Dios. De calidad y de cantidad y de profundidad. Respeto a la bola.
El artículo más flojo que he leído en JotDown en todos estos años.