Hace 12 años, el Rayo Vallecano femenino ganaba su última liga. Hace 9 días bajaba a la tercera división del fútbol español. Lo que ha pasado en ese periodo de tiempo se llama Martín Presa.
Martín Presa llegó al Rayo con el prejuicio anclado en el gaznate y obstaculizando la progresión de un equipo laureado, relegándolo a un adorno impuesto por el progrerío y al que no tenía la más mínima intención de hacerle caso. En la misma temporada en la que cogió las riendas del club vallecano, la 2013/14, salió a competir con un presupuesto de 0 euros. Es la afición quien tiene que dar el paso y conseguir que, al menos, tengan unos servicios mínimos para poder competir, con un carnet simbólico de cinco euros del que Presa no quiso saber nada, y por el que no dio ningún beneficio a los abonados.
Vallecas resistió ante el tirano. Año a año, las futbolistas que formaban parte de la plantilla del Rayo se aferraban a la tabla clasificatoria para no caer en el pozo, pese a los esfuerzos de Presa en que así fuera, para tener así una excusa para finalizar su secuestro en asesinato. Y temporada a temporada, la situación era más insostenible aún, soportada solo por el amor a la franja que todas y cada una de las futbolistas que la vistieron hicieron valer para mantenerla viva.
La última en primera fue un despropósito. A las puertas de una liga profesional, con un convenio colectivo firmado, la sección profesionalizada y dando beneficios, Presa lució su desgana de mantenerla viva y atractiva, con episodios como el sándwich de pavo para la cena tras un partido o el de la ausencia de médico que atendiera a cualquier incidente ocurrido en el transcurso de los mismos. Pero la gota que colma el vaso de la afición es la vuelta de Carlos Santiso, autor material de un audio escatológico en el que incitaba a su cuerpo técnico a cometer una violación para estar más unidos y conseguir mejores resultados.
Con Santiso a cargo, bajan a segunda. Y a Santiso, con 13 derrotas y solo 9 victorias, se le mantiene en el puesto. Con Santiso pasa lo que suele pasar con todos los entrenadores mediocres: gracias a un enchufe entran, y da igual lo que pase con ellos que no saldrán, porque no tienen a dónde ir. Nadie ficharía a un entrenador con su expediente, salvo otro gestor como Martín Presa. No al menos en el fútbol femenino, al que llegó en esta etapa catapultado por la Federación Madrileña de Fútbol, que le despidió con un escueto tweet en el que evitaba hablar del audio que todos teníamos y no sacamos hasta que Presa cometió el crimen de volver a meterle en un vestuario de mujeres.
Al Rayo lo bajan a tercera Presa y Santiso, uno por menospreciar a la sección hasta dejarla al límite presupuestario y sin atractivos para las futbolistas, y otro por ser un incompetente sentado en un banquillo. Con el Rayo bajaron a segunda y tercera jugadoras que tienen el honor de haber vestido la franja, y que en unos años darán entrevistas con semblante serio hablando de la tristeza de salir de Vallecas para poder jugar al fútbol a nivel profesional. Atrás queda el braserito de gloria de la vitrina de títulos: 16 temporadas en primera. Tres participaciones en «Champions». Tres ligas. Una Copa de la Reina. Una Copa de los Pirineos. Un Teresa Herrera. Dos descensos consecutivos. Una muerte anunciada. Un villano al que le da igual el fútbol, la afición, sus jugadoras, la historia, la franja. Un secuaz que no tuvo dignidad para marcharse a su casa en el primer aviso, ni decencia para hacerlo después cuando se vio incapaz de salvar una categoría que a un histórico le queda pequeña.
El Rayo Vallecano femenino se muere, abandonado en una cuneta como un perro herido. Y no hay ni una sola institución en España que le rescate y le ponga a salvo de su asesino.
Esto se veía venir. Impresentables, deberían irse Presa y Santiso por incompetentes. Ojalá podamos rescatar al Femenino. Además el femenino B también ha descendido. Y para colmo el Rayo B filial del Rayo descendido a 1a Regional. PATETICO.
Es un fascista , no hay más.
A Santiso le conocí en las categorías inferiores del San Blas, demasiada prepotencia para un puñetero incompetente, vendido a un padre que le daba trabajo en un gimnasio y dejaba hacer el ridículo al pobre hijo del dueño del gimnasio. Pobre fútbol allá donde vaya.