Dice el dicho popular —y los tweets virales de la sección de Twitter Macarrones con Tomatico™—, que a la gente no la conoces por cómo llega, sino por cómo se va. Estando de acuerdo absoluto con esta afirmación, también podemos deducir que a los clubes los conoces no por cómo fichan, sino por cómo despiden a las futbolistas que han vestido su camiseta, con mayor o menor acierto, pero más en el caso de quienes lo han hecho no solo ya con dignidad, más bien rozando la excelencia.
La columna de hoy es triste, porque la columnista está triste. Tuvo la mala suerte de entrar en la endiablada red social a la que hacía mención en el primer párrafo una tarde de cansancio y lluvia. Por si fuera poco, se encontró un video de Marta Perarnau y Bea Parra llorando en una entrevista, después del (pen)último partido con el Atlético de San Luis, el club mexicano al que llegaron el 20 de julio de 2021. Una se hizo capitana, la otra ídola de la afición potosina, con tifo incluido en el Lastras. El fútbol femenino en México tiene una dimensión estratosférica en la que los partidos se juegan en el mismo estadio del masculino y suelen estar hasta la bandera.
Ahí, en ese escenario del estadio lleno, el último partido que jugarían con ese escudo, la despedida se volvió lacrimógena. Niños con sus camisetas, llorando a pie de valla, pidiéndoles que no dejaran el club. Minutos después, una entrevista con Misael Eymar, los ojos vidriosos, la voz rota y las palabras «Tanto Marta como yo solo tenemos palabras de agradecimiento para la afición. No tenemos oferta de renovación por parte del club. Para nosotras esto ha sido despedirnos de ellos».
En las próximas semanas se anunciarán las despedidas de más futbolistas de sus clubes. Muchas de ellas se harán en el formato «lista de la compra», sin atención a los méritos deportivos, a la retahíla de minutos disputados o al cariño de los aficionados. Algunas tendrán la suerte de que en las cuentas oficiales se les dedique un vídeo o una simple fotografía que recuerde cómo le quedaba la camiseta. Es el mercado, amigo. Se te paga por jugar lo que dure tu contrato, y después, en la mayoría de los casos, si te he visto no me acuerdo. El mercantilismo en su máximo esplendor.
Pasar de un club a otro como quien pasa de una empresa a otra, sin mayor vinculación que lo firmado. Pero el fútbol, ese torbellino de pasiones, va más allá de los despachos, y al que se sienta en la grada o en el sofá poco le importa lo que diga un papel, y más en este deporte nuestro que tan buenos vínculos establece entre hincha y futbolista, donde es tan fácil recibir la atención de la jugadora antes o después de un partido, de un entrenamiento incluso. Una foto, un autógrafo, una camiseta, una sonrisa, una charla, todo lo que se ha perdido ya en la burbuja flotante e hinchada del fútbol tradicional, como se ha puesto encima de la mesa en las últimas semanas con vídeos virales en redes sociales de futbolistas bajando del autobús e ignorando a niños. Por esa cercanía se da el sentido de pertenencia. Por eso al aficionado le cuesta tanto entender las despedidas.
No en todos los casos. Marta Corredera, casi al mismo tiempo que se anunció la retirada de Meline Gerard, aprovechó su paso por los micrófonos de DAZN en el especial del Día de la Madre para hablar de su ausencia en el Real Madrid. Secuelas de una cesárea con complicaciones. «No estoy entrenando no porque no quiera, sino porque no puedo». Las redes, una vez más, se olvidaron del aspecto humano y se pusieron la bufanda blanca para achacarle que no había subido muestras de apoyo a sus compañeras o se la había visto por el Di Stéfano. ¿Acaso sabemos por qué? ¿No es suficientemente duro tener que admitir que tu cuerpo no es el mismo y que no puedes jugar al fútbol? ¿Expondrían ustedes sus pensamientos intrusivos a atarse a una situación que les genera malestar? ¿Si les quitaran lo que aman, aquello a lo que han dedicado toda su vida, querrían sentarse a ver cómo otros lo tienen y torturarse pensando en que ya no lo tendrán?
Si algo me ha enseñado la Queens League es que hay futbolistas que dejan el campo y no quieren saber más de él. Que colgar las botas es un eufemismo, porque muchas las tiran a la basura. Que odiar el fútbol, abstraerse de él, no encender el televisor ni para una final de la Champions o Mundial, evitar quedar con antiguas compañeras para no tener que preguntar cómo va todo, fingir que suena el teléfono cuando pasas por un parque y un crío te dice «señora, la pelota», se convierte en una forma de vivir la retirada.
En eso, que los clubes no despidan a las que les han servido, es solo la puntilla innecesaria a la decisión final. Solo aparece la ilusión el día que el fútbol se te presenta como lo que es, un juego y no un trabajo. Se recupera la alegría por jugar el día que te olvidas de los años que pasaste remando sin descanso y estáis solas la pelota y tú. En el momento en que recuerdas a aquel niño que lloró porque te ibas, o el descanso cuando cruzaste la puerta de casa sabiendo que no tenías que volver a la Ciudad Deportiva.
Interesante reflexión. El fútbol profesional, cualquier deporte al fin y al cabo, debe conservar ese halo humano, porque si no estamos avocadas/os a esto que cuentas. Enhorabuena. Me gusta cómo escribes.