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Reminiscencias de los Old Knicks en el Madison Square Garden

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Qué bien suena la bocina del final cuando ganas. Tremendo partido, hoy los hemos destrozado ¿a que sí? 112-103 y quinto partido a la buchaca. Hemos matado a los malditos Miami Heat y al maldito Pat Riley, que seguro que anda por aquí, por su vieja casa del Madison Square Garden. Que se joda, el muy esquirol.

No creo que vayamos a pasar la eliminatoria de todas formas, eh. Todavía vamos 3-2 por debajo y, no sé por qué, tengo la intuición de que este viernes 12 de mayo vamos a perder 92-96 el sexto partido en Miami y esto de los playoff se va a acabar en las semifinales de conferencia. Que hasta aquí ha llegado la temporada de los New York Knicks en la 2022/23. Pero, oye, que nos quiten lo bailao. Porque, ay, muchacho, cómo estoy disfrutando este año.

¿Cómo? ¿Que es tu primera vez en el Madison Square Garden? Pues lo que te has perdido, porque qué año el de los Knicks, qué 2023. ¿Controlas a los jugadores? ¿No mucho? Pues mira, fíjate en ese. Sí, en el bueno, en el que se va ahora a los vestuarios, el que hizo un partidazo. No, no, ese no, por dios, ese es Julius Randle. ¿Que si es bueno Randle? Sí… bueno, creo que no… la verdad esque no lo sé. Dejemos esa cuestión para otro de estos relatosficcionadossobre el encuentro entreun aficionado veterano de los New York Knicks—o sea, yo—, y un visitante despistado del Madison Square Garden —o sea, tú—.

Willis Reed

Porque a ver si te enteras, chaval: el bueno es el pequeño, el fuertecito, el número 11. Efectivamente, ese: Jalen Brunson. ¿Has visto cómo ha controlado el tempo del partido?¿Qué juego de pies?¿Qué jugador de equipo? Mucha clase. ¿Sabes qué es eso? Aroma de Old Knick, vaya si lo es.

¿Cómo? ¿Qué no sabes lo qué es un Old Knick? Joder, pero pareces de fuera. Los Old Knicks: Walter Frazier, Willis Reed, Earl The Pearl Monroe, Phil Jackson, Red Holzman, todos esos ¿Pero qué coño dices? ¿Que tampoco sabes quiénes son? Pero tú qué haces aquí, entonces, tío.

Ah, que sí eres de fuera. Turista, ¿no? Claro, si es que me lo tenía que haber imaginado, con esa gorra de los Yankees que te gastas…

Pues mira, ¿sabes qué? Tienes suerte: vas a recibir una clase de cultura neoyorquina. Quédate aquí sentadito mientras se vacía el Madison de gente, que le va a llevar un rato, y mientras te cuento una historia que le vendrá bien a tu viaje. La de los Old Knicks, la razón por la que esta franquicia sigue siendo la mejor, digan lo que digan más allá del río Hudson. Porque, y eso los neoyorquinos lo tenemos claro, más allá del Hudson solo viven los bárbaros. Y porque no solo importa ganar: sino también cómo, cuándo y dónde se hace.

Vamos a viajar en el tiempo: a 1964. Por aquel entonces, Nueva York no era esto, eh; no era esta ciudad empaquetada para que turistas mierdosos como tú vengáis a haceros selfis. Aquello era una cosa verdadera, dura, única. ¿En Times Square habrás estado, no? Bueno, pues en los 60 era un nido de yonkis, prostitución, chulos, porno y maleantes. ¿El Harlem? Malcolm X, James Brown en el Apollo y la virgen santa. El Spanish Harlem era una locura total, con Héctor Lavoe y Willie Colón iniciando su odisea malandra antes de que este último, el cabrón, deviniese en un señor rancio. A Brooklyn ni te acercabas y Greenwich Village era otra cosa, bohemia, pero de bohemios sin millones en el banco, no como los de ahora. ¿Y esto? ¿Lo de los Knicks? ¿El Madison? Pues esto, chico, esto sí que era otra cosa. Porque los Old Knicks, si algo eran, eran otra historia.

Todo empezó en el draft de ese 1964. Hasta entonces, pues sí, el básquet era un deporte muy neoyorquino, que si Harlem, que si los Knicks, que si la Universidad de St. Johns… que si lo que quieras, pero en la NBA incipiente los primeros anillos se iban a otros lugares: a Minneapolis, Philadelphia, Boston, Siracusa. A sitios de mierda, vamos. Pero en el draft de 1964, ay, amigo, los Knicks escogieron a Willis Reed.

La palmó hace poco el pobre de Willis. Seguro que salió en los periódicos de tu país, porque fue un símbolo, nuestro símbolo. The Captain le llamábamos. Un señor. Serio, respetable y que se hacía respetar. Un espécimen curioso precisamente por no ser, en aquel equipo, un espécimen curioso. Venía de un pueblo del sur, de Luisiana, y ya sabes ,allí las cosas también eran duras. Bueno, eran más que duras. Eran injustas, crueles, inhumanas. Te repito: años 60, macho, que todavía estaban las leyes Jim Crow, la segregación y todo eso, ¿sabes? Y criarse allí, yo creo, endureció a Willis.

En la pista era tremendo pívot. Pequeño pero duro. Andaba por los 2,05 metros de altura y se fajaba con los Bill Russell, Wilt Chamberlain, Kareem Abdul-Jabbar, Wes Unseld, con todos esos morlacos, y venga que salía indemne, el tío. Muñeca de oro, zurdito, listo como él solo. En defensa los mantenía a raya, en ataque los sacaba de la zona, y venga tiritos de cinco metros, pam, pam, pam. Un fenómeno, el Willis.

Pasa que fue el primero en desembarcar en los Knicks de aquella generación y, claro, las primeras temporadas fueron un desastre. El equipo era un erial y lo peor es que los Boston Celtics, los putos Boston Celtics, no paraban de ganar. Tío, que se llevaron once anillos entre 1957 y 1969. Y el mamón de Red Auerbach, más chulo imposible, fumándose sus puros. Yo es que hubiese bajado allí para metérselo por… pero bueno, lo cierto es que aquellos Celtics eran muy buenos, buenísimos. Con Bill Russell en la zona nos machacaban a nosotros, a Chamberlain y a los Lakers, y a quien se pusiese por delante, para qué mentir.

Pero llegó 1967, y el mismo scout que había recomendado a Willis, un tal Red Holzman, quédate con el nombre, drafteó a otro chico del sur, negro también. Walter Frazier se llamaba. Era de ciudad, de Atlanta, y yo creo que eso marcaba la diferencia con Willis. Tenía ese mismo punto noblote, tranquilo, pero con matices distintos. Digamos que, rural como era, la pasión de Willis siempre fue salir a cazar y a pescar, ¿OK? Pues Frazier era igual, solo que en vez de ir al lago o al bosque, iba a los garitos de moda. Ya tú sabes. En su apartamento tenía una cama redonda con un espejo en el techo y su apodo, Clyde, escrito en neones. Y tenías que ver los trajes que llevaba. Bueno, que lleva. ¿Ves a ese comentarista de ahí abajo con traje verde fosforito y corbata amarilla y al que, de alguna forma, le queda bien ese espanto? Pues ese es Walter Frazier.

Walter Frazier

Como jugador, Frazier era la antítesis de toda esa exuberancia. Era un tío cool. No necesitaba toda esa horterada que os gusta ahora a los jóvenes del trashtalk. ¿Lo picaban? Pues él seguía igual de callado, pero te metía 40. Gran base y, sobre todo, grandísimo defensor. Cerebral, tranquilo pero competitivo, de los que ponen primero al colectivo.

Con esos dos ya teníamos nuestro equipito, más si sumabas a un tal Dick Barnett, un escolta con sus muchos puntos en el bolsillo. A Cazzie Russell, una alero muy, pero que muy bueno. Y pese a todo, nada: seguíamos perdiendo. Empezamos la temporada 1967/68 con un récord de 15-22, una basura. Pasó, entonces, lo que tenía que pasar. Dick McGuire, el entrenador, a la puta calle. En su sitio pusieron a Red Holzman, el ojeador, que era judío —en las historias de esta ciudad siempre tenía que haber un judío— y más listo que el hambre. Un entrenador de esos que interviene poco pero sabe mucho. Y Holzman los puso a jugar. A jugar bien, fantástico, como los ángeles. En 1969 perdimos contra los Celtics en los playoff, pero la leyenda ya se estaba gestando. Porque Nueva York es la capital mundial del básquet, sí, pero necesitaba su momento fundacional.

Y ya que aquí, cerquita de Broadway, lo del drama lo controlamos bien, hubo que vivir un momento de clímax antes del éxito.

Pero bueno, ¿quieres ir a por una cerveza y te sigo contando? Venga, dale, qué más da, si las luces del Madison todavía van a seguir encendidas un rato. Y de paso pongo un ladillo, que hace falta.

El casi-fin de los Old Knicks

¿Budweiser, no? Sí, una mierda, pero es lo que hay. Qué le quieres, no todo va a ser maravilloso en la mejor ciudad del mundo.

Bueno, volvamos a donde dejamos la historia: a 1969. Lo curioso es que, en aquellos años tan convulsos, ninguno de los dos sureños, Willis Reed o Walter Frazier, se metía mucho en política. En cambio, otros afroamericanos que estaban en el equipo y que venían del norte, como Cazzie Russell o Dick Barnett, sí estaban más concienciados.

Dick Barnett el 27 de marzo de 2023

Piensa que la situación era muy dura, y no solo por el tema racial. Ahora se dice mucho eso de «las fracturas», de que los EEUU están más separados que nunca. Que no me jodan. Solo cuatro tontos creen eso de que América fuese great en algún momento. Tío, hasta 1964 los negros no podían entrar a muchos establecimientos del sur, ni jugar al baloncesto contra blancos. En esos años se cargaron a Malcolm X, a Martin Luther King, a Fred Hampton, a JFK y a Robert Kennedy. En la calle había represiones constantes, mataron a tiros a cuatro estudiantes en la Universidad de Kent por protestar contra Vietnam. Aquí al lado, en Stonewall, se lio pardísima y estuvo la semilla de los movimientos LGTBI. Nueva York era un cóctel antisistema de feministas, panteras negras, younglords, beatniks, hippies, punkies. ¡Esto era la hostia! Imagínate tú cómo chocaba NYC con gran parte del país. Fracturas, dicen. ¡Ja! Fracturas las que tengo aquí colgadas, aquello sí que era un país fracturado. Y esas fracturas, inevitablemente, llegaron a los Old Knicks.

Porque mira, cuando Red Holzman todavía era scout, el tío acudía a todos los partidos universitarios, y el más potente de aquellos años 60 fue el de semifinales de 1964 entre Míchigan y Princeton. Entre Cazzie Russell, negro, de Chicago y líder de la pública Universidad de Míchigan; y Bill Bradley, rico e hijo de banquero de New Jersey, líder de la privadísima Princeton. Ganó Míchigan, claro, pero la prensa de la época ya te la imaginas: que si Bradley es la gran esperanza blanca, que si tal, que si qué listo, qué bueno, qué guapo, qué inteligencia superior a la de sus rivales.

¿Qué pasó? Pues que los Knicks escogieron a los dos en el draft: a Russell en 1966, a Bradley en 1965. Ambos eran aleros. Y en 1970, Bradley, que era más jugador de equipo pero menos brillante, se quedó con el puesto de titular tras una lesión de Russell. Ahí las teorías son muchas. Los hay que dicen que realmente el juego de Bill Bradley era más colectivo y que venía bien que Cazzie Russell saliese del banquillo para anotar a saco. Los hay que dicen que todo tenía que ver con que uno era blanco y el otro negro. Quién sabe.

El caso es que el problema explotó. Lo cuenta de maravilla Harvey Aranton en un libro buenísimo sobre esta época de los Knicks, lo tienes que leer: se llama Whenthe Garden wasEden. El equipo estaba de gira por ahí adelante y, antes de entrenar, la policía había parado a Cazzie Russell—por ser negro, obviamente—y lo habían retenido un tiempo. Llegó cabreado al entrenamiento y la emprendió a golpes con todos en el partidillo. Se cebó especialmente con Bill Bradley, el blanco que le había quitado el puesto. Ojo: eso pudo ser el final, porque casi acaban a hostias. Pero Holzman, el entrenador, aguililla él, no dijo nada. Dejó que el líder, el capitán, Willis Reed, interviniese. Y ya te he contado cómo de duro era Willis. Cuando se le enfrentó, Cazzie le llamó «Uncle Tom», que es lo peor que un negro le puede llamar a otro. Willis, aunque ganas no le faltarían, por suerte no lo mató allí mismo. Las cosas, tras su intervención, se calmaron. Y, a partir de ahí, inteligencia de Holzman y liderazgo de Willis mediante, comenzó el ascenso.

Al quinteto formado por Frazier, Barnett, Bradley y Willis, conCazzie Russell saliendo del banquillo, se le había unido un tipo de Detroit tan duro como su ciudad, Dave DeBusschere, y esto comenzó a subir como la espuma. Aquellos Knicks eran como los San Antonio Spurs del último anillo, como los Warriors de estos años. Pases para aquí y para allá, movimiento sin balón, juego coral, defensa colectiva. Una maravilla. En la temporada 1969/70 ganamos 60 partidos, 18 de ellos de manera consecutiva. En playoff tumbamos a los Baltimore Bullets, a los Milwaukee Bucks del futuro Kareem Abdul-Jabbar. Era nuestro año. Y… ¿te sabes la historia de Willis Reed?

Dean Meminger

Joder, es que eres un indocumentado, tronco. Venga, voy al baño, que la próstata me llama, pongo otro ladillo, te cuento la historia y nos piramos ya del Madison, que no queda ni dios ya.

Los anillos

Mira,lo de Willis Reed es, básicamente, es uno de los momentos más importantes de la historia de la NBA. Sí, lo es, me da igual lo que digan por ahí adelante, en Los Ángeles o en Boston o en Amarillo, Texas.

Sitúate: finales de la NBA de 1970 contra los Lakers, que de aquella eran igual de mataos que nosotros. No ganaban nunca, Bill Russell y los Celtics siempre le metían una tunda a Jerry West, a Elgin Baylor, a Wilt Chamberlain y a toda esta panda. Así que íbamos confiados para ganarles, pero en esas, pum, Willis Reed se lesionó en el quinto partido. A tomar por culo. Willis no jugó el sexto, y los Lakers se pusieron 3-3 después de barrernos en el Forum. Nos quedaba jugar el séptimo aquí, en el Madison, y los que pudimos venir rezábamos para que Willis estuviese preparado… pero ni lo vimos salir a calentar. Pues eso, destrozados, ya te imaginas.

Earl ‘the Pearl’ Monroe

No exagero si te digo que ahí, justo ahí, tuvo lugar el mejor momento de mi vida. Es mejor que te lo pongas en YouTube: el jodido Willis Reed salió del vestuario cojeando, pero corriendo. Mirabas a Chamberlain, a West, a todos los Lakers y veías en su cara el miedo, tío, el miedo. Qué ovación, chico, qué momento. Ahí quedó claro que habíamos ganado. Y así fue: Willis metió las primeras canastas del partido e hizo poco más, pero ya estaban noqueados. Frazier se salió y nos llevamos el primer anillo. Nueva York tenía su anillo. La capital del mundo, nosotros, los egocéntricos, por fin, teníamos motivos para serlo también en el baloncesto.

Lo mejor fue que llegó 1973 y repetimos, hala, como si nada. Ahí ya habían entrado en escena Earl the Pearl Monroe, Dean Meminger, Jerry Lucas y Phil Jackson, a cada cual más personaje.

Los dos primeros se hicieron súper colegas aquí, en el Madison. Eran sangre de barrio. A Earl Monroe, en su Philadelphia, le llamaban Black Jesus, y venía de tumbarnos en 1971 con los Baltimore Bullets. Era un jugón, acostumbrado a llevar el peso del equipo él solo. Pero claro, eso no funcionaba en los Old Knicks. Y el primer año estuvo rayadete, discreto, depresivo. Le acompañó en su tormento Dean Meminger. Otro base-escolta callejero, pero neoyorquino. De Rucker Park, tío, con todo lo que ello conlleva: defensa, uno contra uno, competitivo a muerte, descarado. Hicieron muy buenas migas y ambos fueron cruciales en el anillo de 1973. Monroe se quedó a vivir en Nueva York y montó discográficas de música negra que le fueron mal, pero siempre apoyó a su amigo, que acabó peor: en la calle, pasándolas putas. De hecho, murió de sobredosis en una habitación de hotel del Harlem, dicen que con aquel anillo de 1973 puesto en el dedo. Lo que te decía: sangre de barrio.

Jerry Lucas era tan bueno como raro: un superdotado de los números, un freak, y hasta acabó haciendo carrera en la tele con ello. ¿Y Phil Jackson? Nada que ver con lo que te puedes imaginar. Venía de una casa muy religiosa en Dakota, ¡en Dakota, loco! ¿Tú sabes lo que es eso? Un frío que te cagas, la estepa, la tundra. En mi vida fui por allí ni ganas que tengo. Pero claro, llegó a Nueva York y esa alma de hippie cultureta irredento que tenía dentro encontró su primavera para florecer. Que si Greenwich Village, que si tal, que si protestas contra la guerra. Ahí fue donde nació el Maestro Zen. Curiosamente, en la pista no tenía nada de zen: su trabajo era pegar hostias al rival. Si llega a estar aquí, Jimmy Butler no sale a jugar en toda la serie.

Pero de todo esto hace 50 años. Nuestro último anillo, macho, el de 1973. Medio siglo viniendo aquí, al Madison, a sufrir. Y sin embargo, después de cada año de miseria siempre regreso, quizás por esas buenas épocas, como si les debiera algo. No a Ewing, ni a Starks, ni a Sprewell, ni a Carmelo. No. A los 70, a los Old Knicks. Porque supongo que soy viejo y nostálgico, qué le voy a hacer. Porque supongo, también, que son el mejor equipo que he visto.

A ver, hay gente que dice que aquello no fue para tanto. Puede que el palmarés no lo fuese: dos anillos, y ya.Tras el de 1973, Willis se lesionó de forma definitiva y la cosa fue a menos. También es cierto que los New York Jets de Joe Namath ganaron la Super Bowl III en 1969,y que los New York Mets las Series Mundiales en ese mismo año; o sea que los Knicks no fueron los únicos en dar alegrías por aquí. Y sí, si todo esto hubiese pasado en otro lugar, no sé, en Des Moines, o en la mierda de Las Vegas, pues igual a nadie le importaba.

Pero nah, ni caso, los Old Knicks eran diferentes. Un equipo de personajes que casaba con una Nueva York de personajes. Tío, que Bill Bradley acabó siendo senador y candidato en las primarias del Partido Demócrata, y Cazzie Russell fue pastor en su propia iglesia. Que Walter Frazier ya ves cómo era, y Phil Jackson era un jodido hippie. Eran el equipo que más se parecía a su ciudad, el que más se fusionó con ella, y lo fueron en unas épocas de locura. Entre los 60 de esperanza, protestas, hippies y LSD, y los 70 de la depresión y la resaca, de Lou Reed, los punkis y la heroína, los Old Knicks fueron un refugio, nuestro refugio.

Por eso lo vivimos tanto, por eso en el Madison sigue existiendo un ambiente real, de verdad, pese a que indocumentados como tú vengáis aquí como quien viene al circo. Porque en esos años se forjó la mística de este edificio, del baloncesto de esta ciudad y de esta camiseta. Porque, te repito, ganar importa, pero sobre todo importa cómo, dónde y cuándo se haga.

Coño, me he enrollado y ya van hasta a apagar las luces del Madison. Pues me da en la piel que este ha sido el último partido de la temporada. Bueno, qué coño, ha estado bonito. Ha sido un buen cierre para la 2022/23 y un homenaje de lujo al bueno de Willis, al anillo de 1973 y a la madre que me parió.

Venga, despídete del santuario y vámonos para afuera. Y no, claro que no me importa cómo te llames ni de dónde vienes, soy de Nueva York, macho, qué te piensas. Tú vete para tu mierda de hotel y yo me voy para mi casa, que ya bastante he hecho culturizándote un poco. Y quítate esa gorra, coño, que pareces tonto.

One Comment

  1. Alberto José de Pinillos

    Otro imitador de Pereda: batallitas y puntuación creativa. Qué cruz.

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