Los caminos del balón son inescrutables. Tanto es así que la manera en la que se propagó por el continente no es en absoluto homogénea. No voy a entrar en polémicas sin solución sobre si el primer lugar en el que se jugó al fútbol en España fue en Huelva o en Bilbao porque fue en Vigo, pero sea como fuere, en los tres casos estaríamos hablando de que fueron trabajadores británicos (y resalto tanto trabajadores como británicos) los que trajeron consigo este deporte. En Alemania, sin embargo, esa llegada fue muy diferente: el fútbol lo introdujeron directamente en el país alemanes que habían estudiado en Gran Bretaña o en internados británicos en Suiza; es decir, gente adinerada. Y se trataba de protestantes y, muy especialmente, de judíos, entre los que además este deporte tuvo un impacto inmenso y cuyo papel en las primeras décadas del fútbol en Europa Central fue muy destacado.
El libro del historiador alemán Dietrich Schulze-Marmeling Der FC Bayern und seine Juden (El FC Bayern y sus judíos) es un maravilloso repaso sobre la llegada y la popularización del balompié en ese país, centrándose, como el título indica, en el Rekordmeister alemán. Si uno es aficionado al Bayern encontrará, en la profusión de datos y nombres, un auténtico tesoro; si no lo es, como un servidor, disfrutará también gracias a la buena narración y la excepcional contextualización histórica que aporta. De hecho, la lectura puede hacerse de una manera mucho más amplia que la que el título indica porque sí, el fútbol será el opio del pueblo, y sin que eso tenga por qué ser malo, sirve también para entender cómo es el pueblo que lo consume.
El fútbol y el crícquet representaban a finales del siglo XIX lo que los alemanes originalmente denominan Sport en contraste con otras actividades deportivas de mayor arraigo y peso, conocidas como Turn. Estas, centradas principalmente en la gimnasia y la esgrima, (¡un cordial saludo a los lectores de La Plata!) representaban los valores más tradicionales y las asociaciones que fomentaban su práctica vetaban en muchos casos la presencia de socios judíos. El Sport, por el contrario, representaba los valores liberales del fair-play, permitía una forma de expresión individual en el marco de un deporte de equipo y era «meritocrático» ya que uno no tiene (en la inmensa mayoría de los casos, que hay excepciones como todo) un puesto asegurado en el once inicial por tener un apellido compuesto o introducido por von, lo que lo hacía especialmente atractivo para los jóvenes judíos acostumbrados a ser ciudadanos de segunda, bien de iure o bien de facto. En la actualidad no son pocas las asociaciones deportivas locales en Alemania que se denominan TuS o TSV, abreviatura de Turn- und Sportverein como muestra de superación de esa diferencia histórica, entre otras el otro equipo de Múnich, el TSV 1860 München.
Debido a esta asociación burguesa y liberal, el fútbol en Alemania se convierte en un deporte netamente urbano en contraste con el balonmano, el deporte de equipo más popular en el medio rural. Ante los intentos de élites urbanas conservadoras de «germanizar» este pasatiempo extranjero a finales del siglo XIX, en 1900 un grupo de jóvenes miembros del MTV Múnich (MTV que no es un canal de música sino Männer-Turn-Verein, Sociedad Gimnástica Masculina, que, por cierto, todavía existe) decide crear su propio equipo de fútbol para poder participar en competiciones regionales. Los 17 firmantes del acta fundacional del FC Bayern (FCBaviera) eran un grupo muy heterogéneo en el que la mayoría había llegado a Múnich por estudios o trabajo y residían casi todos en Maxvorstadt, el céntrico barrio bohemio de la que entonces era la ciudad más liberal del Imperio Alemán.
Desde un comienzo el FC Bayern es un club abierto que acepta entre sus filas a extranjeros (entre ellos en 1902 a un neerlandés, Willem Hesselink, estudiante de químicas e hijo de un vendedor de vinos que es además vicecónsul de España en los Países Bajos) y a judíos. De hecho, entre sus fundadores había dos judíos (Josef Pollack y Benno Elkan, que es, a día de hoy, más recordado por su labor como escultor) pero no era un ni un club exclusivamente judío, tales como Hakoah de Viena o Makkabi de Brnó (que, por cierto, según cuenta la obra le ganó 3-1 al Real Madrid en un amistoso), ni siquiera el club con mayor presencia judía en Alemania; el TeBe (Tennis Borussia Berlin, un clásico de la capital alemana que compite esta temporada en la 4ª división, pero sigue siendo el primer equipo de muchos berlineses) llegó a perder un tercio de sus socios tras la llegada al poder de los nazis, o el Eintracht de Frankfurt, equipo patrocinado por varias empresas de propietarios judíos hasta 1933. Sin embargo, la llegada al club muniqués en 1901 de un portero judío, Kurt Landauer, y la influencia que tendrá como directivo del club en las siguientes décadas hará que la asociación entre judíos y Bayern quede fuertemente marcada.
En una Europa en la que el fútbol era cada vez más popular, «club judío» solía ser el termino con el que despectivamente se referían los clubes de origen trabajador a sus rivales burgueses. Un caso interesante es el de Praga: los aficionados del Sparta -de origen proletario-denominaban al Slavia -de origen liberal- «club judío»… mientras que el tercer equipo de Praga, el DFC, un equipo fundado por y para judíos alemanes (y que llegó a ganar el campeonato alemán de 1903, antes de que la FIFA pusiera orden y prohibiese la disputa de campeonatos nacionales a equipos con sede en otro país) no recibía dichos calificativos.
Múnich experimenta en apenas 30 años una evolución socio-política que sin ser exclusiva en Europa, no deja de ser llamativa; la capital de Baviera pasa a ser la ciudad más liberal del Imperio Alemán, a convertirse en la capital de una república popular de corte soviético (1918-1919) para acabar siendo el lugar donde un cabo austríaco, famoso por sus mítines en cervecerías, decide dar un golpe de estado fallido (1923) y convertirse así en una suerte de centro neurálgico en el imaginario ideológico del nacional-socialismo alemán en cuanto se hacen con el poder en 1933. Berlín intercambia los papeles con Múnich y pasa de ser la capital de la militarista Prusia al epicentro de los locos años 20 y la república de Weimar.
El Bayern, paralelamente, es un club que no pierde esa apertura de miras mientras la ciudad se radicaliza: entre 1900 y 1933 disputa un total de 106 amistosos contra equipos extranjeros, incluyendo además de los grandes clubs europeos a Boca Juniors y Peñarol de Montevideo, este último el 10 de abril de 1927 ante 30.000 espectadores, récord de la época. Y el Bayern suele perder muchos de esos partidos, pero los aprovecha para copiar las innovaciones tácticas vistas a sus rivales, en especial las de los equipos austríacos y húngaros, la flor y nata europea.
MTK de Budapest, que a día de hoy deambula por la 2ª división húngara, pero que fue, probablemente, el equipo más importante de Europa continental en la primera mitad del siglo XX, es el club que más influye en todos los sentidos en el Bayern. Tal y como sucede en Alemania, en Austria-Hungría el fútbol era el deporte más popular entre los judíos y MTK es el equipo más popular de Budapest, la ciudad con más judíos del Imperio. MTK tuvo predilección por el denominado «estilo escocés», que los alemanes del Bayern también adoptaron (curiosamente fichando a un técnico inglés, William Townley, al que le pilló el comienzo de la I Guerra Mundial en Alemania y la pasó internado en Berlín) y denominaron «fútbol científico» (se ve que los panenkitas no son algo nuevo), un fútbol combinativo, de balón al pasto y al pie, diferente del «estilo inglés», también conocido como «patapún parriba».
Tanto Hungría como Baviera se convirtieron brevemente en repúblicas soviéticas (entendido «soviet» como «consejo», tal y como el nombre de la URSS indica) cuyos líderes más destacados (Béla Kun y Kurt Eisner respectivamente) eran judíos. Los movimientos contrarrevolucionarios que siguieron a ambas repúblicas exageraron el papel de los judíos en dichos gobiernos e hicieron del antisemitismo su bandera. De hecho, no son pocos los historiadores que hablan de que es en estos movimientos contrarrevolucionarios donde el antisemitismo moderno (aquel que sustituye al judío como culpable de la muerte de otro judío a principios del siglo I por el judío como responsable del capitalismo y comunismo… a la vez) termina por cuajar. El impacto que esto tuvo en el fútbol fue brutal.
Los mejores jugadores de Hungría, entre ellos un importante número de judíos, emigran a Viena y a Alemania principalmente, escapando de la revolución soviética o del antisemitismo posterior. Sus fichajes irán acompañados de todo tipo de artimañas rozando la ilegalidad ya que el profesionalismo está todavía prohibido. Lo habitual será un «contrato» en la empresa que patrocina al club o de uno de los directivos del equipo (por lo general grandes almacenes, fábricas de ropa y calzado o bancos). El Bayern, por su parte, ofrece suculentas «dietas» como compensación por los «contratiempos laborales» que sus jugadores padecen al tener que entrenarse y disputar encuentro con el equipo.
En 1925 se legaliza el profesionalismo en Austria y el primer campeón de la primera liga profesional es un equipo exclusivamente judío, el Hakoah de Viena, que había reforzado con jugadores húngaros una plantilla de judíos austríacos que era parte de la élite de ese país. Tal vez, a día de hoy, cueste imaginarse que lo que el autor denomina «fútbol danubiano» (incluyendo en una pirueta geográfica difícilmente explicable a Praga junto con Viena y Budapest) era el epicentro futbolístico mundial. Tanto es así que se suele recordar que Hungría perdió la final del Mundial de 1954… pero se suele olvidar que en Hungría disputó la final del Mundial de 1938 y Checoslovaquia la del Mundial de 1934. Austria, por su parte, disputó la semifinal de 1934 y en 1936 la final de los JJ.OO. de Berlín. El ganador, en estas tres competiciones, fue Italia.
En Alemania el Bayern y el Eintracht llevan la voz cantante en la lucha por la profesionalización del fútbol lo que es aprovechado por los nacionalsocialistas, que defienden el deporte como una actividad amateur, para asociar profesionalismo a judaísmo. La obra, con profusión, desmantela ese mito, indicando que en las directivas de los clubes de fútbol no había una sobrerrepresentación de judíos, pero que a nivel propagandístico cuajó el relato, tal y como había sucedido con las revoluciones soviética de Baviera y Hungría. Consecuentemente será en el fútbol donde, incluso antes de llegar al poder, los nazis mostrarán de manera ejemplar su capacidad de intimidación.
El primer título nacional del Bayern será el campeonato de 1932, el último disputado antes de la llegada al poder de los nazis, al ganarle la final el 12 de junio al Eintracht de Frankfurt. El Bayern, además de un presidente judío, tenía un entrenador judío, Richard «Dombi» Kohn. En la semifinal había derrotado al 1 F.C. Nüremberg, equipo entrenado por el judío húngaro Jenő Konrád.
Konrád era un exjugador del MTK Budapest que, tras la revolución soviética de Hungría, se había mudado a la capital austríaca donde tras jugar entre otros en en el Austria de Viena y había comenzado una exitosa carrera como entrenador. Dos meses después de perder la semifinal contra el Bayern, apareció publicado en Der Stürmer, el periódico central en la propaganda nazi, un artículo en el que acusaba de la derrota a la «judeización del equipo» causada por su entrenador y su salario. El artículo no solo «explicaba» las causas, sino que además indicaba una solución: mandar al judío a Jerusalén con un billete de ida para limpiar el equipo y hacer que volviese a ser alemán. Dicho y hecho: un par de días después, el 5 de agosto, el club despedía a Konrád.
Los nazis aún tardarían cinco meses en llegar al poder, pero mostraban ya sus intenciones y demostraban su fuerza. Esas prácticas de «limpieza» continuaron tras formar gobierno; en primer lugar prohibieron los clubs y asociaciones deportivas comunistas y socialdemócratas, unas 11.000, con casi un millón de socios. La expulsión de los judíos de las asociaciones deportivas «arias» se produjo unos meses más tarde y provocó un éxodo de socios a asociaciones exclusivamente judías -que en Alemania, a diferencia de Austria o Hungría, había sido marginales hasta esa fecha- incluyendo a profesionales e internacionales alemanes. El 22 de marzo de 1933 «dimitía» el presidente del Bayern, Landauer, junto con el responsable de la cantera, Beer, ambos judíos. Los directivos deportivos judíos eran, según Bruno Malitz, responsable de deportes nazi, «peores que el cólera, la peste pulmonar, la sífilis (…), peores que los incendios, la hambruna, las rupturas de presas, las sequías, las plagas y el gas venenoso.»
El entrenador del Bayern campeón, Richard «Dombi» Kohn (judío también) se vio forzado a abandonar el club y Alemania y, tras cruzar la frontera suiza, recabó en el FC Barcelona, equipo al que ya había entrenado en 1923, aunque sin demasiado éxito en esta segunda etapa. Este es otro aspecto interesante, ver lo extremadamente globalizado que era ya el fútbol profesional de la época. Esa globalización era otro elemento que despreciaban los nazis y que asociaban al judaísmo: la falta de raíces y su internacionalismo.
Richard «Dombi» Kohn tuvo enorme éxito en la etapa final de su carrera, en los Países Bajos, entrenando y haciendo campeón a Feyenoord (una calle lleva su nombre en Roterdam); otro conocido entrenador judío húngaro, Béla Guttman, también sobrevivió a la guerra (sin que se sepa muy bien cómo y dónde) para convertirse a uno de los mejores entrenadores de Europa y dejar maldito al Benfica de Lisboa. El exilio fue el destino de un importante número de entrenadores y jugadores judíos, pero no solo a Palestina o Estados Unidos, sino incluso a Brasil, como el caso de Izidor Kürschner, que tras entrenar entre otros a MTK (donde había destacado como jugador) y a Bayern, dirigió a Flamengo y a Botafogo.
Sin embargo, muchos otros sufrieron el funesto destino de la inmensa mayoría de los judíos europeos durante la II Guerra Mundial. Landauer y Beer estuvieron en Dachau de donde salieron debido a haber luchado como voluntarios en la Primera Guerra Mundial. Landauer huyó a Suiza desde donde no consiguió emigrar a Palestina o a Estados Unidos. Por su parte, Beer (responsable de la creación de la cantera del club) y toda su familia se quedó en Alemania y fueron asesinados a finales de 1941 en Kaunas. Alfréd Brüll, presidente de MTK entre 1905 y 1940 fue asesinado en Auschwitz en 1944. Julius Hirsch, segundo judío en vestir la camiseta de la selección alemana, fue asesinado en Auschwitz en 1943. Bethold Koppel, judío y jugador del Bayern, asesinado con toda su familia en Piaski. Max Rath, futbolista profesional alemán, en Auschwitz, 1944. Árpád Weisz, entrenador más joven en la historia de Italia en ser campeón (con 33 años) fue asesinado en Birkenau en 1942…
Hay pocos libros que combinen de una manera tan brillante y tan bien contextualizado fútbol y la sociedad en un periodo histórico concreto. Es una obra para muy, muy cafeteros del fútbol, pero no exenta de explicaciones que son extrapolables a otros muchos otros contextos. Así:
«La resistencia sin tapujos -acompañada del peligro que supone poder ser encarcelado o incluso perder la vida- en dictaduras como la del régimen nacional-socialista no es una opción para la inmensa mayoría de las personas, algo (desgraciadamente) muy humano. El ejemplo de Siegfried Hermann [el presidente que sustituyó a Landauer en 1933] y otros gentiles del Bayern muestra que hay otras opciones, tales como mantener distancias. La relación de los nazis con el FC Bayern, hasta el final, fue de escepticismo cuando no de rechazo. Eran conscientes de que en el club había socios que no habían cambiado, que no se habían olvidado de su presidente judío y que no simpatizaban con el régimen»
Hermann, que había tenido sus más y sus menos con Landauer cuando este era presidente, no era un miembro de la resistencia… pero tampoco era un colaboracionista, un oportunista o un arribista que aprovecha la coyuntura para beneficio propio, especie esta que florece en contextos así. Con todo, el 9 de abril de 1943 las autoridades deciden cortar por lo sano y nombran presidente del Bayern a Josef Sauer, banquero y nazi convencido. Siete meses después, en un amistoso en Zúrich, sucede uno de los hechos fundamentales en la historia del Bayern: los jugadores saludan efusivamente a un espectador del encuentro, Kurt Landauer. Las autoridades no pasan este hecho por alto y se negarán a celebrar la consecución de un título regional del club meses después, alegando que «hasta la toma de poder, el FC Bayern estuvo dirigido por un judío». Habían pasado más de 10 años desde que Landauer dimitiera, pero el club seguía estando dirigido, en el imaginario nazi, por un judío.
Landauer volvió a Múnich 1947 y sustituyó en la presidencia a Hermann (que retomó el mando del club una vez finalizada la guerra). Su labor fue fundamental para reconstruir un club que había padecido una pérdida sustancial de su capacidad competitiva por motivos políticos, a pesar de que duró apenas 4 años. Perdió la presidencia en 1951 pero la forma en la que lo hizo (por un complot de la sección de balonmano) provocó un cambio en los estatutos del club que hace que solamente exfutbolistas profesionales puedan ser presidentes del Bayern, algo que se mantiene hasta la fecha. No volvió a ocupar ningún cargo, aunque las directivas posteriores consultaban muchas decisiones con él. Falleció en 1961 sin volver a ver al Bayern campeón de liga, algo que no sucedería hasta 1969, 37 años después de su primer campeonato nacional. Desde 2013 Kurt Landauer es presidente de honor del club.
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