«Una tribuna, un corazón» es el lema de un derbi que tiene lugar sólo en el imaginario colectivo. Göztepe y Karşıyaka son dos equipos de fútbol rivales en la ciudad turca de Esmirna, en la costa del Egeo. Juegan en ligas distintas y hace siete años que no se enfrentan en un partido, pero el odio entre sus seguidores no ha disminuido. El historial de reyertas es largo. Muertos y heridos en peleas entre ultras. Lanzamiento de piedras contra coches de los jugadores, cuchillos de döner encontrados en el autobús de aficionados que iban al campo contrario. Cuando uno de los clubs cayó a segunda, el otro sirvió en la calle unos dulces tradicionales que se dan en los funerales. Otros ultras llegaron a alquilar una barca con los colores de su equipo para pasearse por la otra orilla de la bahía cuando el club rival celebraba su aniversario en las calles.
Ahora, ambos equipos han vendido más de 80.000 entradas de este derbi simbólico que une a los hinchas por una buena causa: recaudar dinero para los afectados por los terremotos que sufrió Turquía a principios de febrero. La tragedia movilizó a todo tipo de organizaciones de la sociedad civil, desde abogados, médicos, mineros, organizaciones feministas e hinchas de fútbol. Éstos últimos tienen unas estructuras internas que han sido muy útiles para agilizar el recaudo y transporte de ayuda humanitaria. Siguiendo el ejemplo del Göztepe y Karşıyaka, ambos clubes abrieron sus puertas el día del terremoto y habilitaron sus estadios como almacenes para la recogida de agua, pañales, ropa y todo tipo de necesidades urgentes en el área afectada. Centenares de seguidores se acercaron al estadio formando una cadena humana para transportar cajas y cajas del estadio a camiones que iban directos al sureste del país. «Nosotros tenemos una buena estructura de organización. Somos una gran familia, nos conocemos entre todos y es más fácil crear esta cadena de ayuda, tanto para recoger cosas como para enviarlas», explica Alper, un seguidor del Göztepe. Este ejemplo se ha producido en equipos de otras ciudades como Estambul, Trabzon, Antalya o Ankara.
«Ser hincha no es solo ir al estadio una vez por semana, cantar cuatro proclamas e irte a casa. Son una comunidad organizada y por eso se pueden movilizar con rapidez. En un suceso como el terremoto, pueden organizar camiones de ayuda, autobuses… Saben hacerlo, a menudo los alquilan cuando juegan fuera de casa», explica la socióloga especializada en fútbol, Yağmur Nuhrat. «Además los clubes tienen instalaciones, recursos, por eso algunas organizaciones acudieron a ellos. Por ejemplo, hubo una organización feminista que pidió un autobús a clubs de fútbol porque saben que tienen un acceso directo a ellos», señala. Otros equipos han abierto sus estadios y dormitorios de sus escuelas de fútbol para alojar a damnificados hasta que encuentren de nuevo casa.
Tras una reunión histórica entre hinchas del Göztepe y el Karşıyaka, salieron con la iniciativa del derbi simbólico. Esta acción ha producido imágenes inolvidables para los seguidores del fútbol en Turquía, con los representantes de las tribunas de Karşıyaka visitando las del Göztepe. «Un hincha puede llegar a conectar más con otro hincha de un equipo rival que con un espectador de su propio club que no se involucra, que sólo ve el fútbol desde casa. Ambos son fanáticos incondicionales, saben organizarse en comunidad, tienen apego hacia sus equipos, una identidad común», explica Nuhrat. La socióloga recuerda un dicho turco común en el fútbol: Ezeli rekabet, ebedi dostluk, «rivales desde el inicio de los tiempos, amigos para siempre».
En la historia reciente de Turquía hubo otro episodio en el que hinchas rivales se juntaron por una causa común, las protestas de Gezi contra el Gobierno del partido islamista AKP en 2013. Empezó como una pequeña manifestación de activistas ambientales contra un proyecto del entonces primer ministro y ahora presidente Recep Tayyıp Erdoğan, que quería construir en uno de los últimos espacios verdes que quedan en el centro de Estambul. La brutalidad policial contra estos ecologistas empujó a miles de personas a protestar en las calles de las principales ciudades del país, convirtiéndose en la mayor protesta antigubernamental de la historia reciente de Turquía. La concentración aglutinó a partidos de izquierda turca, kurda, intelectuales, feministas, colectivos LGBTI e hinchas de fútbol. Los ultras de los tres principales clubs de Estambul, el Beşiktaş, Fenerbahçe y Galatasaray, protestaron codo a codo en las calles contra la deriva autoritaria de Erdoğan. El mandatario los llamó çapulcus, en turco saqueadores, y tomaron la palabra como mote reivindicativo.
Los hinchas, curtidos en peleas entre ellos y contra la policía, ya tenían mascarillas antigases lacrimógenos antes de las protestas. Llegaron a la plaza equipados, con habilidades para movilizar a la gente, para montar barricadas con lo que encontraran en la calle y también para encararse fácilmente con las fuerzas de seguridad. «Enviad los cañones de agua, no nos hemos duchado en tres días», «el gas lacrimógeno es mi perfume favorito», gritaban los hinchas. En un momento de emergencia se desdibujaron las rivalidades entre los ultras de los tres equipos, que llegaron a ser apodados como los «Istanbul United». Este mote da título al documental de Olli Waldhauer (2014), que retrata la pasión de los ultras de Estambul, su rivalidad y el vínculo que establecieron durante las manifestaciones de Gezi.
Tras las protestas, el Gobierno recrudeció su deriva autoritaria, reprimiendo poco a poco expresiones de descontento de la sociedad civil y críticas con el Gobierno. Cerca de 6.000 personas que participaron en las protestas de Gezi han pasado por los tribunales. Uno de los casos más rocambolescos fue el juicio contra 35 miembros del grupo Çarsı, de ultras del Beşiktaş, acusados de intento de golpe de Estado. En 2016 entrevisté al fundador del grupo, Cem Yakışkan, que intentaba tomarse la acusación con un poco de humor. «¡Si tuviéramos el poder de dar un golpe de Estado, lo habríamos usado para hacer campeón al Beşiktaş!». Yakışkan defendía la unión de los tres grupos de aficionados durante las protestas, aunque decía con ironía que la alianza con los ultras del Fenerbahçe y el Galatasaray se esfumó cuando terminó la manifestación. «No han venido al tribunal a apoyarnos. En Gezi nos unimos por un futuro mejor, pero en cuanto comienza la liga… Bueno, todos queremos ser campeones». El grupo fue absuelto de las tremendas acusaciones en 2015, pero seis años más tarde, un Tribunal de Casación anuló el veredicto y fueron de nuevo a juicio. A día de hoy continúan con el proceso judicial.
Después de Gezi el Gobierno ha tomado diferentes medidas para controlar las protestas antigubernamentales en los estadios y poder identificar a los instigadores. Años antes intentó sin éxito prohibir los cánticos políticos en los partidos. En 2014 introdujo el Passolig, un sistema de identificación de socios para entrar al estadio. Cada tarjeta está asociada a un equipo de fútbol y con tus datos te asignan un número y asiento. Así las autoridades pueden identificar con más facilidad quién está lanzando objetos al campo o haciendo proclamas políticas. Luego imponen sanciones individuales o por bloques de tribuna. En el campo se ha desplegado una unidad policial especial para los eventos deportivos. Una de sus funciones es grabar cámara en mano constantemente a la grada, haciendo zoom si hay incidentes, para luego aplicar a las imágenes sistemas de reconocimiento facial. El Passolig provocó una caída de la asistencia de los hinchas a los partidos, pero con los años se han resignado y llenan de nuevo los estadios.
¡Gobierno dimite!
En las primeras décadas de la República turca hubo un estadio en Taksim, en el centro de Estambul, que compartían la mayoría de clubs de la zona. El gran poeta turco Nazim Hikmet, escribió una vez sobre la libertad de expresión en los estadios:
«Los espectadores se dividen en dos secciones. Cada uno alienta a los jugadores de su propio lado y sigue maldiciendo al enemigo. Cada uno dice lo que quiere. Todo el mundo grita y grita a voluntad. Una libertad de expresión, y de pensamiento, a toda velocidad… Aquellos que quieran entender la democracia en un sentido específico, deben ir al estadio de Taksim. Yo, por mi parte, pasé allí dos horas hermosas y lúcidas.»
Estos días se debate de nuevo en Turquía sobre la libertad de expresión y los eslóganes políticos en los estadios. Después de interrumpir la liga dos semanas por el terremoto, en el campo del Fenerbahçe y del Beşiktaş una muchedumbre coreaba «Gobierno, dimite» y «veinte años de mentiras y engaños, dimite», una crítica contra la gestión de las autoridades del despliegue de las labores de rescate y atención a las víctimas del sismo.
Cuando los vídeos de los cánticos empezaron a circular por redes sociales, el líder del partido ultranacionalista MHP y aliado de Erdoğan, Devlet Bahçeli, condenó el «uso del deporte en política sucia» y advirtió que o los clubs ponen a raya a los fans o deberían jugar a puerta cerrada. Poco después anunció que cancelaba su carné de fan del Besiktas. «Estos cánticos son muy importantes porque en Turquía ya no queda otro espacio para criticar al Gobierno. En la calle te detienen, si publicas algo en redes te detienen y ahora han cerrado los campus universitarios. Solo nos queda el fútbol», explica un hincha del Fenerbahçe. Por su parte, el ministro del Interior, Suleyman Soylu, señaló que no se deberían «convertir los campos de fútbol en plazas políticas» y advirtió que el Gobierno no baja la guardia y que «levantará el escudo en cuestiones de seguridad». Un inspector de la Federación Turca de Fútbol (TFF) que observó el partido del Fenerbahçe-Konyaspor el 25 de febrero, donde se produjeron cánticos, exigió que el tema se discuta en la junta disciplinaria del fútbol profesional, por lo que si se acepta su demanda, el club podría recibir una sanción de cierre temporal de tribunas. «Cuando Bahçeli o Soylu dicen que la política no debe interferir en el fútbol, quieren decir que las voces de la oposición no deben alzarse desde las gradas, todos lo sabemos», señala Burkal Efe Sakızlıoğlu, presidente de la Asociación de Derechos de los Aficionados (THD).
Tras la presión de las autoridades, algunos clubes publicaron declaraciones apoyando al Gobierno. La Unión de Clubs, que representa a los equipos de la Süperlig, emitió un comunicado pidiendo que la política se mantenga fuera de los campos de fútbol y algunos clubes como el Fenerbahçe secundaron la declaración, remarcando que es el momento de «unir fuerzas». Sin embargo, varios grupos de hinchas han rechazado las declaraciones de sus propios clubs.
«Fue como una operación mediática a medianoche, uno tras otro publicaron declaraciones. La mayoría de directivos están en contacto con la política, por eso dijeron que están del lado del Gobierno. No hay que olvidar que existe una gran presión del Gobierno y de la Federación para publicar este tipo de comunicados», señala un hincha del Beşiktaş.
Poco después, un tribunal prohibió a los fans del Fenerbahçe asistir como afición contraria al partido contra el Kayserispor. «No quieren que el fútbol y la política se mezclen? Solo hay que mirar los clubes. El presidente del Kayserispor, que ha tenido un papel importante en esta prohibición, es un ex imán candidato del AKP. El presidente honorario del club es también del AKP. El presidente del Konyaspor, es del AKP. El presidente del Alanyaspor, es hermano del ministro de Exteriores», describe Sakızlıoğlu. «En otras palabras, el problema principal no es que el fútbol interfiera con la política, sino que no pueden digerir que surja una voz tan fuerte en una zona donde el poder es administrativamente dominante».
La socióloga Yağmur Nuhrat por su parte, cree que más allá de las relaciones económicas de los clubs la política también ha estado presente en los estadios con otro tipo de expresiones. «El fútbol siempre es político en Turquía, pero no es considerado político cuando es pro-Gobierno. En cambio es muy nacionalista: se cantan eslóganes promilitaristas, eslóganes nacionalistas, banderas, se recita el himno nacional al principio de cada partido. Si piensas en ello, es un espacio muy político, aunque estas cuestiones se den por sentadas», señala. «Creo que la palabra «política» está mal usada, la gente la usa como si fuera algo sucio que contamina el fútbol», añade.
Los eslóganes de ¡Gobierno, dimite! se han extendido a partidos de segunda división e incluso de baloncesto. En varios vídeos aparecen voces gritando «¡grábame, no tengo miedo!», de fans que retan a los policías que toman imágenes de estas protestas espontáneas. La prensa deportiva turca anunció que la Federación ha invitado a los clubes a discutir una liga sin espectadores y se espera que anuncien su decisión en los próximos días. «El Gobierno es consciente del poder de las aficiones y no quiere ver un gol en propia puerta en este partido donde controla todos los puntos menos la afición. Desearía que después de esto se allanara el camino hacia la libertad de expresión, pero la experiencia nos dice que volverá la presión sobre las aficiones», explica Sakızlıoğlu. «La afición no tiene nada que perder en este partido. Aunque gane o pierda, seguirá estando en las gradas para siempre», concluye.
Los hinchas hace años que enfrentan la presión institucional pero han sabido siempre encontrar una forma de expresarse pese a las restricciones. Hace diez años, cuando el Gobierno prohibió los eslóganes políticos en las gradas, los hinchas del Gençlerbirligi de Ankara, gritaban, ¡eslóganes políticos!
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