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El tiro con arco nunca morirá, pero nosotros sí

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No sé cuándo comienza esta historia, realmente. Se podría decir que comienza una tarde cualquiera en mi casa. Mi madre quería que tomara la comunión, mi padre no quería que tomara la comunión y yo no quería aprender el Padre Nuestro, tal y como nos habían ordenado en Religión aquella semana. Mi padre vio ahí una grieta por la que colarse y supo utilizarla: mis respetos. En ese momento, aprovechando mi pereza con el Padre Nuestro y con los votos a favor de Enrique Ballester padre y Enrique Ballester hijo, se decidió democráticamente en el salón de casa que yo no tomaría la comunión. Además, a partir del día siguiente, en el colegio estudiaría Ética en lugar de Religión. Gracias a esa maniobra, meses después yo estaba con la Master System II jugando al Olympic Gold.

Porque pronto volví a Religión, pero ya se escurrió para siempre lo de la comunión. A Religión volví porque en mi colegio, que era concertado, había Religión o Nada. Cuando me desapuntaron de Religión, mis padres me apuntaron a Alternativa, pero no sabían que en realidad me estaban enviando a Nada, porque la Alternativa en mi colegio era la Nada. En Nada estaba con Esteban, que era el único de la clase que no iba a Religión porque era testigo de Jehová. Yo con Esteban no me relacionaba, no porque tuviera algo en contra de su fe, sino porque Esteban no jugaba al fútbol en el patio y yo en esa época con los que no jugaban al fútbol en el patio apenas hablaba. Así que en Nada estábamos Esteban y yo en un cuartucho, que no era ni aula, sin profesores, sin hablar de Nada y haciendo la Nada. Ahí cometí el pequeño error de contárselo a mi madre, que de inmediato me quitó de Nada, sin la alternativa de Alternativa, y me envió de vuelta a Religión. Fue una lástima porque se me daba genial Nada. Hubiese sido buenísimo en Nada. Como mínimo, uno de los dos mejores alumnos de la clase en Nada.

El caso es que volví con los demás a Religión a cantar villancicos, a adorar al Niño y a añorar la Nada. Mi madre fue a hablar con la tutora para decirle que al final no iba a tomar la comunión, pero que igual iba a ir a Religión, porque no era ningún rarito y nuestra familia estaba bien estructurada, para que me volvieran a acoger y no me marginaran. Mi padre aceptó el asunto a cambio de que la idea de la comunión se aparcara y, para asegurarse de que yo jamás me quejara, llegó un día del trabajo, me llevó al Pryca y me dijo, «a ver, a tus amigos que toman la comunión, ¿qué les compran?»

Jugada maestra. Genialidad táctica. Ovación de la grada. Otra vez: mis respetos. Yo ya tenía de casi todo, pero me faltaba la corona: La consola. Recuerdo llegar al Pryca y escuchar a mi padre decir «elige la que quieras». Yo no sabía mucho de consolas, porque solo había jugado alguna vez en otras casas. Yo no sabía mucho, pero la mayoría de mis amigos hablaba de la Nintendo, así que lógicamente elegí la Master System II, que era de Sega, y pasé los años siguientes defendiendo que Sonic era mejor que Mario, una postura que me ha caracterizado durante décadas en las tertulias futboleras (ya se sabe: Iturraspe era mejor que Mascherano y Abde es mejor que Dembelé, y todo eso). Aquella maravillosa consola tenía el juego del Alex Kidd en la memoria, mi padre dio la sorpresa comprando un juego de golf (World Class Leader Board) y yo estuve un siglo debatiéndome entre el Super Kick Off y otro de fútbol (European no sé qué) cuyo nombre no recuerdo ahora. No sabía entonces que aquello era el aperitivo para el Gran Juego. Aquello iba a ser hasta mejor que la Nada.

El Gran Juego apareció en nuestras vidas el Gran Año, y más concretamente en el Gran Verano: el de los Juegos Olímpicos de Barcelona. 1992, para más señas. El Gran Juego se llamaba Olympic Gold y era simplemente una pasada.

Mi padre había decretado que la consola se quedaba para siempre en el pueblo, oficialmente para que yo estudiara, pero hoy soy un adulto y tengo una perspectiva mejorada. Mi padre decretó que la consola se quedaba en el pueblo porque así tenía mi apoyo para pasar el verano en el pueblo y no en la playa (por tercera vez: mis respetos). En el pueblo yo jugaba a la consola sobre todo con mi abuela y con mis primos hermanos. Cuando elegíamos país, a mí me gustaba jugar bajo la bandera del equipo unificado porque me sentía mejor persona si jugaba con la bandera del equipo unificado. Quizá fuera una secuela de Nada.

En la práctica, mi abuela irrumpió a lo underdog y nos apalizaba. Se le ocurrió, para la prueba de los 100 metros lisos, que en lugar de dar al botón A y luego al botón B para correr, y así todo el rato, era mejor coger un trapito y restregarlo, como si estuvieras limpiando los botones del mando. Fue un antes y un después en la historia del Gran Juego. Un impacto con pocos precedentes en la historia de los Juegos Olímpicos: está lo de saltar a lo Foxbury y luego mi abuela con esto. La señora arrasó con esa innovadora técnica y nos abrió los ojos hacia nuevos récords y marcas.

En total, las pruebas del Olympic Gold eran siete: 100 metros lisos, 110 metros vallas, salto de trampolín, lanzamiento de martillo, 200 metros libres en natación, salto de pértiga y, dentro del Gran Juego en el marco del Gran Año y en la fase mágica del Gran Verano, la Gran Prueba: el tiro con arco.

Me da rabia no poder explicar con palabras cómo era la prueba del tiro con arco. Además ya he escrito mucho y me estoy cansando. Os diré que había un arco, unas flechas y una diana, hasta aquí todo más o menos claro. Tensabas, calculabas el viento, apuntabas y disparabas. La verdad es que pierde mucho explicado. Deberíais jugarlo. Solo añadiré que estamos en 2023 y aún, cuando me quiero concentrar en algo, cierro los ojos e imagino que estoy jugando la Gran Prueba, al tiro con arco, y trato de focalizarlo. No hace falta que lo diga, supongo, pero yo era buenísimo en tiro con arco.

[El tiro con arco, más que una moda. El tiro con arco, más que un deporte, un estilo de vida. El tiro con arco nunca morirá, pero nosotros sí. Ti-ro-con-ar-co]

Si Dios existe, seguro que le pareció bien que no tomara la comunión, o al menos me perdonó rápido por lo de Nada. Estoy convencido. Explicadme si no por qué permitió tanta felicidad en esa casa.

2 Comments

  1. Grande, grande, gigante. Recuerdos similares al de tus abuela restregando el A/B (sólo que yo recuerdo a un amigo con un mechero, jajajajaja). Brutal

  2. Fantástico, me ha encantado

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