Historia

Andre Agassi y la ciudad de los casinos

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@Patsy Lynch/Cordonpress

«Detesto el tenis, lo odio con toda mi alma». La esencia de la vida de Andre es esa contradicción entre lo que quería hacer y lo que hizo, y eso es tan inseparable de su figura como la ciudad de los casinos y de Elvis, Las Vegas, donde creció y donde vive. Pero sobre todo la ciudad donde se formó, y que añadió a su personalidad unos rasgos de carácter únicos.

Entre sus primeros recuerdos de niño está el de pasar horas y horas en el coche para ver casas que su padre no se preocupaba en conocer. En lugar de eso corría al jardín trasero para comprobar que podía tener las medidas de una cancha de tenis, donde poder seguir obligando a practicar a sus hijos. Sobre todo a él, André. La descripción del «dragón», un lanzapelotas modificado por su progenitor, capaz de enviarlas a ciento ochenta kilómetros por hora y con una trayectoria baja, anómala, hoy lo calificaríamos como maltrato a un niño de siete años. Pero en 1977, y en Las Vegas, los Agassi eran solo una más de las familias donde la exigencia a los hijos estaba por encima de cualquier otra consideración.

Y qué exigencia. Mike Agassi, antiguo boxeador olímpico, no tenía la menor idea de técnicas de entrenamiento. Se limitaba a aplicar una cuestión estadística, si su hijo lograba devolver un millón de pelotas al año sería invencible. El futuro acabó por darle la razón, si bien restar tiempo de juego, y de cualquier otra cosa, a un niño para que devuelva, exhausto o no, dos mil quinientas pelotas al día, solo puede producir odio.

Cuando no estaba peloteando con el dragón, André contemplaba junto a su hermano Philly el perfil de Las Vegas en la distancia, más allá del desierto que les rodeaba. Esa imagen tan característica compuesta por sus hoteles y casinos. Si no vivían en ella era únicamente porque su padre no podía permitirse comprar un terreno lo suficientemente grande para instalar la pista de entrenamiento. Philly sufría, lo mismo que él, el obsesivo entrenamiento paterno, con la desgracia añadida de escuchar que no iba a llegar, porque le faltaba el instinto asesino. O tenía razón o le convenció de que no lo tenía, pero el resultado no fue tanto que Philly fuera dejando el tenis, como que se convirtiera en inseparable de su hermano, y fundamental apoyo en sus inicios.

Esa unión que solo es posible entre hermanos tiene un momento especial, el torneo en que André participa con quince años, el de La Quinta de Las Vegas, cuando la gente empieza a murmurar a su paso, «mira, ahí va el chico prodigio». Dos adolescentes sin un duro en la ciudad del juego, que comen patatas asadas con sopa de lentejas de bote como desayuno, comida y cena porque no tienen dinero para más. Tampoco lo reciben al final del torneo, pese a las victorias de André, porque participa como amateur. Pero el modo en cómo consigue, pese a todo, obtener su premio, es una muestra más de la influencia de la ciudad, o eso es lo que él mismo explica en su biografía. Con una anécdota que no puede ser más Viva Las Vegas.

Ambos hermanos han pasado la infancia entre casinos y eso les ha hecho creer que marcarse faroles está en su naturaleza. Deciden ir a la oficina del director del torneo y presentar una imaginada relación de gastos, que la competición cubría para los participantes. Una desorbitada nota de gastos que ascendía a dos mil seiscientos dólares, el premio total si André no hubiese competido como amateur. Riendo, el director le entrega dos mil y le dice que se olvide de los otros seiscientos. En ese momento, el tenista recuerda esos momentos que ha vivido en la ciudad. Sus trabajos como recogepelotas junto a su hermana Wendy, y las imágenes de los torneos a que ha asistido en los casinos, Julio César y Cleopatra empujando una carretilla llena de monedas de plata. Definitivamente, es un jugador más.

Como para cualquier habitante de Las Vegas, para los Agassi el juego forma parte de la vida diaria. Un día, ya retirado, cuando caminaba junto a su hermano escucharon la melodía de una máquina tragaperras, un slot. Y según cuenta en su biografía imaginaron ganar un jackpot, es decir, el premio equivalente a tanto dinero como se haya acumulado desde el anterior ganador. Movidos por eso, entran en el casino para jugar. Eso fue en 2009, aquel momento en que los slots se hicieron accesibles no solo para quienes vivían o visitaban Las Vegas sino como hoy lo son para cualquiera que entre con páginas como Mansion Casino. Para los Agassi el espíritu de su ciudad y el entretenimiento que la caracteriza son una parte más de su personalidad, de la que no pueden separarse, lo mismo que del tenis.

Pero André no se ha limitado a ser influido por la ciudad en que nació, sino que ha dedicado el resto de su vida a influir en ella. Permanecer en el lugar que creciste no es un rasgo habitual de la cultura estadounidense, y quizá sea influencia de los orígenes armenios de los Agassi. Desde que se retiró, el tenista ha usado parte de su fortuna personal para mejorar Las Vegas. No es lo que se hubiera esperado de aquel jugador rebelde que competía con un look ochentero y poco convencional, pendiente en la oreja, pelo largo, pantalones vaqueros -cortos, eso sí-. Un tipo, vaya, que pasó de competir en Wimbledon entre 1988 y 1990 por el estricto código de vestimenta que le obligaba a ir de blanco. Quizá expresando la dualidad que le acompañó toda su vida deportiva, dedicarse a algo que odiaba, amar todo lo que podía darle y ser, pese a ello, uno de los más grandes.

La exigencia paterna y la de la competición misma le hizo abandonar los estudios muy pronto, y eso, junto a la experiencia personal en su infancia, le ha hecho volcarse en lo que hoy reivindica como un principio para mejorar la sociedad en que vivimos. Dar educación a los más jóvenes. Proporcionarles una herramienta que les permita pensar por sí mismos, y por tanto, elegir. Su fundación en Las Vegas cumplirá el año que viene treinta años tratando de mejorar el sistema educativo de toda Nevada.

Fruto de su labor, hoy no solo su sede, sino otros tres puntos urbanos fundamentales, han influido de manera decidida en la ciudad, amparados por el tenista. La academia ofrece clases extraescolares para niños y jóvenes de ambos sexos, de seis a dieciocho años, que les orienta académicamente, en hábitos de alimentación, deporte y vida saludable, y valores. Con varias sedes en todo el estado. Una escuela que abarca todos los niveles educativos, mezclados con formación deportiva. Y la academia de tenis No Quit, no rendirse, que ya ha elevado a ocho de sus estudiantes a números uno del tenis.

Aunque el impacto de André en la ciudad no se limita a la labor filantrópica, ni ha abandonado tampoco el rasgo por el que más se conoce a su lugar natal, y que él mismo reconoce disfrutar como uno más. Suele dejarse ver anualmente en eventos en los hoteles casino junto a su esposa, la también leyenda del tenis femenino Steffi Graff, donde comparte cóctel y lección de tenis con los exclusivos invitados capaces de pagar el precio de estos actos. La pareja gestiona además un holding empresarial que invierte en todo tipo de ocio, hoteles, casinos, restaurantes, equipos y hasta estadios deportivos. Hoy cerrado, el restaurante Andre´s fue durante mucho tiempo un lugar de referencia dentro del Monte Casino, cuyo icónico edificio, en forma de ángulo agudo, de fachada blanca con muchas ventanas, forma parte de la mayoría de fotos turísticas de la ciudad. Lo mismo que el interior de su hotel, casino y piscinas, componen el escenario imaginado de Las Vegas.

Para completar del todo ese escenario solo faltaría el calor. La ciudad de los casinos está en el desierto, lo que hace su temperatura intolerable para los que no están acostumbrados a los climas cálidos. Según la biografía del tenista, eso siempre fue una ventaja para él, y se puso de relieve en el Open de Australia, que recuerda como si hubiera jugado dentro de un horno. Bueno, y donde gana su tercera final de Grand Slam, que en su memoria ha quedado como «su primera victoria como calvo».

Lo cierto es que André Agassi odió el tenis con toda su alma a lo largo de toda su vida deportiva. Tanto como amó la ciudad donde estuvo condenado a jugar, y donde decidió retirarse para ser uno más de los hitos que adornan la leyenda de Las Vegas.

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