El localismo habitual de los medios deportivos ofrece paradojas de lo más inquietantes. Una portada en A Coruña puede no ser más que un pie de foto en Sevilla. Un titular contundente en Bilbao se queda en un breve en página impar en Valladolid. Y, guste o no, las portadas de la prensa en Valencia suelen quedarse en mera anécdota en los medios de tirada nacional de Madrid.
Quizá por eso llame tanto la atención últimamente la explosión de artículos en medios de alcance nacional e internacional respecto a la enésima barrabasada de un señor de Singapur que un día se compró un club de fútbol y nunca ha sabido muy bien qué hacer con él. Peter Lim aterrizó en Valencia allá por 2014 con la moqueta puesta por aquellos –Amadeo Salvo, presidente del club: y Aurelio Martínez, presidente de la Fundación VCF- que estaban en la obligación de salvaguardar el futuro de la entidad. No lo hicieron. Se renunció a una venta rigurosa y con todas las garantías «atadas» y por escrito a cambio de Dios sabe qué. Y de aquellos polvos, los lodos posteriores.
Es cierto que la capital del Turia tiene ciertas peculiaridades sociales a la hora de abrazar y favorecer la llegada de charlatanes y prestidigitadores a los puestos de mando de sus instituciones con mayor solera. Será la brisa marina o los 320 días de sol al año. O el dicho aquel de las Fallas, la pólvora y la pirotecnia. Siempre me pregunto si las otras sociedades anónimas deportivas de enjundia comparable a mediados de la década pasada (Atlético de Madrid, Sevilla, Real Betis, Real Sociedad…) hubiesen podido ser vendidas con tanta facilidad a propietarios extranjeros con apenas un par de promesas, media docena de apoyos mediáticos locales y varias toneladas cúbicas de humo como únicos avales. En lugares como Santander o Málaga saben bien de lo que hablo.
Conforme el Valencia se hunde más y más en el lodazal de una crisis económica, social, institucional y deportiva permanente, el aficionado medio siente que tiene menos que perder en su protesta. Y cada vez la limita menos a esa esfera etérea de las redes sociales y la traslada, con contundencia, a las calles de la ciudad. Conforme el equipo rebasa rachas negativas que no se veían desde 1986 –año del último y único descenso a Segunda División en 104 años de historia-, la masa social se moviliza en todo partido que se disputa en el Camp de Mestalla.
No dejan de ser curiosos los paralelismos con otros clubes que vivieron situaciones similares hace no demasiado tiempo. Esta misma semana, un compañero y amigo desde A Coruña exorcizaba sus propios demonios confesándome lo mucho que le recordaba el trance actual del Valencia a la deriva deportiva e institucional que terminó los huesos del Deportivo en la Primera RFEF. «Hay quien piensa en el descenso como una oportunidad para hacer limpieza. Pero no. Porque limpiar, no limpias. Descender, sólo desciendes», me escribió. En un contexto como el que tiene el Valencia ahora mismo, un derrumbe deportivo no tiene lado bueno que valga.
Viendo a históricos del fútbol español como el propio Deportivo, el Zaragoza, el Sporting o el Málaga entrampados en categorías por debajo de la élite y sin lograr el regreso soñado, el seguidor blanquinegro ya tendría, de base, motivos para el pánico. Si a todo ello le añadimos una situación económica precaria, con porcentajes de los derechos televisivos ya pignorados o en manos de CVC, la necesidad de abonar las fichas de la plantilla en pagarés y el grifo de la inversión en fichajes cerrado por el máximo accionista… la cosa iría mucho más allá de un descenso de categoría. Hablamos de una sociedad fallida, de una bancarrota, de una desaparición como entidad deportiva.
Y no están dispuestos a que sus ojos vean eso. Al menos, no sin luchar.
Resulta encomiable la manera en que la oposición a Peter Lim ha ido organizándose en los últimos años, prácticamente a impulsos y como respuesta a unos mecanismos de control fallidos para quienes esperaban algo de ellos. Mientras Anil Murthy –un ser humano con querencia por las melopeas y que nunca escondió su afán por la diversión líquida, como saben en casi todos los palcos de LaLiga- se sentaba en el sillón de la presidencia y faltaba al respeto día tras día a la institución y a sus aficionados, ninguno de los colectivos valencianistas existentes (Agrupació de Penyes, Asociación del Pequeño Accionista…) movió un dedo para detenerle. Fruto de la inacción y de la desesperación, un grupo de aficionados de base se juntó para hacer algo. Así, en verano de 2020, surgió Libertad VCF. Menos de tres años después, el colectivo cuenta con más de 1.700 asociados y miles de simpatizantes más que alzan sus carteles amarillos con el texto «Lim Go Home» en cada minuto 19 de los partidos en casa.
Poco a poco, las protestas fueron creciendo en ambición e intensidad. De unos pocos a centenares primero, miles después y decenas de miles en las últimas concentraciones. Y con el crecimiento, llegó el ruido. Y con el ruido, llegaron los ojos curiosos. Y de la mano de esa curiosidad, llegaron los reportajes en medios cada vez más internacionales, más prestigiosos y, lo más importante, más cercanos a Singapur, donde Peter Lim reside en su torre de marfil.
A sus 69 años, el magnate singapurés ha desistido en visitar una ciudad que le repudia. No lo hace desde diciembre de 2019, cuando estuvo en Mestalla presenciando un duelo ante el Real Madrid con los cadáveres deportivos y societarios de Marcelino García Toral y Mateu Alemany todavía humeantes. No necesita que le piten los oídos en vivo y en directo, y para ello no duda en amortizar a todos sus emisarios con parsimonia y una estricta obediencia jerárquica. Liquidado Anil Murthy el año pasado (perdón por el chiste), la actual temporada vive el retorno a la poltrona de Layhoon Chan, la mano derecha del empresario que gestiona gran parte de sus activos de mayor retorno y a la que, para su desgracia, le ha tocado volver a un cargo que abandonó en 2017 agotada y cansada de ser objeto de protesta de una masa social que ya le había tomado la matrícula a su máximo accionista. Una mujer que reside en Londres y que, cada vez que pisa la ciudad, viene sintiendo en sus carnes el rigor de las pitadas, las protestas, las concentraciones, los cánticos y las miradas de unos aficionados que ya no pasan ni una más.
En la semana en que se cumplen nada menos que catorce años con las obras del Nuevo Mestalla paradas, el cerco a Peter Lim se estrecha cada vez más hasta llegar literalmente a la puerta de su casa. El diario más importante de Singapur, Straits Times, abre este fin de semana su sección deportiva con el siguiente titular: «El Valencia de Peter Lim, en apuros: la relación entre dueño y aficionados es cada vez peor». El periódico más relevante del país titula así una noticia sobre uno de los empresarios más relevantes del país, acostumbrado casi siempre al baño y masaje mediático. Me arranca una carcajada pensar en ese señor millonario bajando en batín y pantuflas a la puerta de su mansión o rascacielos, coger el diario del suelo –aunque seguramente el servicio se lo lleve a su habitación-, abrirlo y escupir la taza de café sobre la alfombra.
Y todo por culpa de unos cuantos aficionados que seguro considera ingratos, andrajosos, ignorantes, pobres como ratas y que han cometido la osadía de no besar el suelo por el que pisa el tipo que está destruyendo su club desde los cimientos. ¡Qué desfachatez!
La afición del Valencia está, poco a poco, volviendo a redescubrir el poder y la fortaleza que tiene, adormecida durante nueve largos años de anestesia general y fracturas propiciadas por Meriton Holdings. Divide y vencerás. El manual de las tiranías se fue aplicando gradualmente pero sin freno hasta sofocar y ahogar a una masa de gente antaño exigente, orgullosa y con carácter. Pero hasta el maltrato tiene un límite, y ese límite se rebasó en 2019, cuando el señor Lim dinamitó desde dentro un proyecto ganador construido por personas de fútbol que fueron expulsadas de malas maneras del club y de la ciudad. Desde entonces, todos los parches que el propietario ha intentado poner a una institución que hace aguas sólo han servido para aumentar el número de fugas.
Se han jugado ya todas las cartas de la baraja. La de poner un entrenador sumiso y de la cuerda (Celades). La de vender o regalar a los jugadores que ponían en apuros al propietario y directivos (Parejo, Coquelin, Kondogbia). La de prometer cosas a entrenadores para después dejarles con el culo al aire (Javi Gracia, Bordalás). La de traer a otro entrenador de la cuerda y con carácter, para propiciar de nuevo una salida precipitada, presa de la desesperación (Gattuso). Y ahora, con el equipo en el fondo de la tabla y con el fuego de Segunda quemando por detrás, tirando mano de la carta de las leyendas: trayendo a héroes del «Doblete» de 2004 como Rubén Baraja o Carlos Marchena a arriesgar su prestigio personal y profesional en la hombrada de sacar al Valencia del hoyo.
Todo lo anterior viene siendo reflejado con puntualidad y fidelidad por medios del calibre de New York Times o Financial Times en 2021, The Guardian en 2022 o la BBC y Forbes en las primeras semanas de 2023. En todos esos reportajes, las cifras de clicks y difusión en redes sociales han superado las expectativas más optimistas de sus editores. El telón de acero de la prensa anglosajona, esa que Peter Lim consume y que da buena cuenta de sus peripecias empresariales por todo el globo, ha acabado de caer. Incluso en su país natal, para sorpresa de quien esto escribe.
La ciudad de Valencia, los políticos de Valencia y los aficionados del Valencia no quieren a Peter Lim. Hecho probado y contrastado. El sentido común dicta que, ante semejante panorama, lo normal sería buscar comprador para el club, vender la mayoría accionarial, ganar un buen –e inmerecido- dinero por el camino y darse el piro. Pero Peter Lim no obedece a patrones lógicos de comportamiento. Por eso, la gente protesta. Cada vez más. Ante su empecinamiento, resistencia. Ante su obcecación, alzar todavía más la voz. Porque el volumen de los gritos logra alcanzar cada vez costas más lejanas. La devastación que Lim está causando en una institución centenaria ya no es sólo pasto de titulares en clave local: España, Europa y el mundo saben de su incapacidad para dirigir el club, con pelos y señales. Y todo gracias a unos aficionados que un día decidieron que, si había que morir, morirían de pie y haciendo ruido.
Lim OUT
Peter Lim compró el Valencia después de que Atleti y el Liverpool le cerraran las puertas tan sólo para hacer sus negocios sucios con Jorge Mendes de compraventa de jugadores con sobrecostes.
La mafia.
Lim es una lacra para el Valencia, como siga en el club, va a conseguir que desaparezca!
Grande Paco Polit y todos a una… Lim Out! The sooner the better!
Creo que Lim esta en Valencia gracias a la gestión de primero Llorente como presidente y su séquito hoy «libertad vcf» como Bankia q no renovó crédito.
Hubo estafa con las acciones regaladas a la fundación. De esos polvos, estos lodos.
*PETER LIM VETE A TU PAIS Y VENDE LAS ACCIONES DEL VALENCIA Y DE VUELVE EL DINERO QUE TAS GASTADO EN LAS PUTAS QUE ESO SI QUE SABES
La situación actual quizá sea por esa lista de personajes estrujadores, en beneficio propio, de la entidad.
Quizá sea por esas ilusiones deslumbrantes que hacen mella en la afición cuyo resultado es la nada.
Quizá sea este carácter tan valenciano que llamamos «coent».
Quizá sea la falta, muy en las entrañas, del «sentiment», desde hace tanto tiempo que el actual es ligero y en el recuerdo.
Quizá sea el meollo de la actual, y longeva, sociedad de consumo, dinero, dinero y solo dinero.
Quizá sea el fin de un camino que perdió el norte.
Quizá sea una mezcla de todo lo dicho y quizá algo más.
Quizá haya que pasar por el dolor necesario, que nadie quiere, para renacer como el Ave Fénix, tal cual a la idiosincracia fallera, tan valenciana.
Quizá no se merecen esto los del «sentiment» fundacional ni los de la dilatada historia del Valencia C.F.
A la memoria de mi padre, aficionado con «sentiment» del Club de fútbol de Valencia, así le llamaba él.