Recientemente, comentaba Ana José Cancio en Jot Down Sport las escenas lamentables del Tour del 98 en el que los equipos españoles, ayudados por algunos periodistas, tuvieron que salir a la carrera de Francia para eludir las redadas antidopaje. Fue bochornoso, sí, pero más que eso fue grave. El bochorno nos lo podemos reservar para actuaciones más vergonzantes que perjudiciales para la salud como la que sigue a continuación.
A mí me la contó un periodista entre vinos cuando yo era un tierno veinteañero. Acababa de suceder pocos mese atrás, pero no se le había dado mucho bombo. La correspondiente noticia apareció en los medios, pero no lo suficiente como para fijarse en el imaginario colectivo. La clave estaba en un testimonio que fue recogido en la revista Capital. En 2011, fui a la Hemeroteca Nacional a buscarla y ahí estaba la historia en toda su crudeza. A los Juegos paralímpicos de Sidney 2000, en el equipo de baloncesto que envió la Federación Española de Discapacitados Intelectuales, algunos jugadores no tenían discapacidad alguna. Actuaron como si la tuvieran, vencieron y se colgaron las medallas.
Cuando el equipo aterrizó en Barajas el 31 de octubre de 2000, la Federación le había dado instrucciones a la mayoría de jugadores de dejarse barba y taparse el rostro con gafas de sol y gorras. Llegaban como delincuentes más que como campeones. Había pánico a que les reconociesen. Ya había ocurrido durante el torneo. Cuando Marca publicó las fotos del triunfo, dos periodistas del Diario de Alcalá reconocieron a dos vecinos de Alcalá de Henares. Fernando Arias, un empresario con varios trabajadores a su cargo y Ángel Prieto, entrenador del equipo de Segunda Nacional femenino de esa localidad.
No abrieron el periódico de forma casual, un miembro del equipo de discapacitados CB Alcalá, campeón de España ese año y que no había aportado ningún jugador a la selección, había pasado el mensaje. Pronto, el periódico, la Cadena Ser y la revista Gigantes comenzaron a hacer preguntas y la federación ordenó que sus deportistas no salieran en más fotos.
En el número 784 de la revista Gigantes del Basket del 7 de noviembre de ese año se exigían explicaciones al presidente de la Asociación Nacional para el Deporte Especial. Le preguntaron por qué los jugadores ocultaban su discapacidad antes de viajar a Sidney. «Hombre, si tú tienes un defecto está claro que no lo vas a ir pregonando a los cuatro vientos», contestó. La siguiente pregunta fue para el coordinador del combinado nacional ¿Cómo confeccionaba un equipo de discapacitados si los deportistas ocultaban su condición? Su respuesta era difícil de entender. Decía que los discapacitados certificados como tales no habrían podido acudir. El máximo anotador del campeonato de España, Carlos del Río, explicó a Gigantes que le habían llamado, había reservado sus vacaciones para ir, pero luego nadie se dirigió a él.
Uno de los dos únicos jugadores que sí eran discapacitados, Ramón «Ray» Torres, capitán de la selección y jugador entonces del Aderes Burjassot de Valencia, explicó en Gigantes: «Empecé a ver gente nueva y pregunté a Eduardo García quiénes eran. Me decía que jugadores del Campeonato de España, o sea discapacitados también, pero yo llevo mucho tiempo jugando y conozco a todo el mundo y a estos no los conocía, pero confiaba en la Federación. Soy discapacitado, vale, pero jamás haría algo así, prefiero ser discapacitado a ser como estos personajes».
El otro, Juan Pareja, del Pingüi de Terrrassa, lo corroboró: «En cada concentración había gente diferente. Quedaron con unas chavalas y se fueron con ellas a sus casas mientras nosotros nos quedábamos durmiendo en el hotel. Nuestra relación con los demás fue mala. Algunos eran muy pasotas. Siempre hablando entre ellos. Muchas noches se iban de juerga sin decírnoslo».
La bomba apareció en la mencionada revista Capital. Carlos Ribagorda había formado parte del equipo en Sidney y él mismo reconocía que no tenía ninguna discapacidad. Nadie había pasado ningún tipo de control médico o psicológico para acreditarlo. La cuestión de fondo es que, con medallas por medio, había en juego mil millones de pesetas en publicidad. Para los jugadores, una medalla eran 150.000 pesetas. Lo que también denunció Gigantes fue que Ribagorda había hecho su denuncia un mes después de que ellos publicasen sus sospechas. Decía su director, Paco Torres: «Qué mala suerte, pícaro Ribagorda, que hayas tenido que esperar un mes para contar lo mismo que Gigantes (…) esta revista lo denunció cuando tú aún te estabas tostando en las playas de Sidney (…) intentas vender como primicia algo publicado ya queriéndote colgar otra medalla tan falsa como la primera (…) ¡Que llevabas ya dos años en la selección, pillín! (…) Quieres sacar partido del engaño del que has sido partícipe y protagonista. Una vergüenza».
Como explicó la revista de baloncesto, la idea vino de Portugal. Jordi Clarens, ex seleccionador, confesó: «Mi historia comienza en la Copa Ibérica frente a Portugal antes del Mundial del 98. Históricamente, siempre habíamos ganado a los lusos, pero en ese partido tenían a un 2.06 metros, que tampoco era discapacitado, que les hizo vencernos por 15. Al día siguiente me llamó Jesús Martínez, vicepresidente de la Federación y con cargo en el CSD, y me dijo que me iba a buscar unos chicos que estarían al límite de la legalidad y que nos subirían el nivel para meternos (…) Me di cuenta de que ni eran discapacitados ni nada, que ellos me podían dar lecciones de basket a mí (…) Lo triste de esto es que mis chicos de siempre, discapacitados de verdad, no han visto ni un duro de todo aquello y estos personajes, los de Sidney, se han embolsado medio millón de pesetas de la beca».
Jordi Clarens, cuando el presidente de la federación le propuso el plan de llevar a jugadores sin discapacidad para que dieran un plus, decidió abandonar el barco. No tenía contrato, lo hacía como voluntario, y decidió cortar su relación con la federación y todos sus equipos.
En el campeonato arrasaron. En un partido contra Japón en el que se habían ido en el descanso 30 arriba, el entrenador tuvo que ordenarles «defended con menos intensidad y dejarles tirar». El rey Juan Carlos les condecoró con la copa Barón de Güel, trofeo que distingue a la mejor selección española. Según destapó Ribagorda, a continuación Telefónica puso 300 millones, la ONCE, 150, el CSD otros 150 y el BBVA, 25. El presidente de la federación, Martín Vicente, cuando tuvo que dar explicaciones, dijo en la revista Capital: «Yo, como presidente de la Federación, solo respondo ante Dios».
En 2013, tras un acuerdo entre las partes, Vicente fue el único condenado con una multa de 5.400 euros, además de devolver 140.000 euros que el Comité Paralímpico Español consideraba que había defraudado. En 2018, se estrenó King Ray, disponible en Filmin, con el testimonio de Ramón Torres y algunos de los implicados, como Ribagorda y el entrenador que negó a aceptar el plan, Clarens. Ahí Ray revela que todo el fraude le hizo sentir «enfadado» porque, tras todos los años que había dedicado al deporte, todo lo que había hecho «no había servido para nada», que «había vuelto al principio», como cuando en el colegio «me insultaban y me ponían motes», «volví a no tener ganas de nada».
Muy rápido escribiste eso, el Caso Negreira te ha pasado por la derecha.
«…con el testimonio de Ramón Torres y algunos de los implicados, como Ribagorda y el entrenador que negó a aceptar el plan, Clarens….’
Falta alguna palabra, se lee mal.