El otro día andábamos escasos de gente y vino a la pachanga un chaval, amigo de otro que había venido a ponerse de portero. Como dictan las normas sagradas de la pachanga que ya vimos, un tipo que viene de portero a una pachanga es lo más cercano a un semidiós que podáis conocer. Le invitas a almorzar, le haces la pelota, le prestas tu coche y le dejas a tu novia (si no sois muy tiquismiquis).
El caso es que aparece el tío. Así, de entrada, regular. Con una camiseta de Cristiano Ronaldo y el ‘9’ a la espalda. Que yo no tengo nada en contra del Bicho, pero no sé, man, que tienes 40 palos y cuatro hijos en casa, te invitan por primera vez a un partido y apareces de esa guisa… Como decía Loulogio en el Pajilleitor Plus: «Ha sido… ha sido raro». Pero bueno, es colega del tipo que va en la portería, que él no lo sabe pero va a ser mi nuevo mejor amigo, así que a chocar manos y guiño de: «Tranquilo, hermano, lo he pillado, balones a ti».
Llega pronto, buena presencia, calentamiento largo, el colega enchufando bien de lejos. Nos gusta que sea puntual, el sonido del golpeo… el dato de cuatro hijos también suma: conciliar es difícil, pero sabes que no te dejará tirado por salir de fiesta. El portero también tiene pintaza: mirada limpia y se reboza sin problema de primeras pese al frío que hace. «Hoy, fichamos», me digo a mí mismo.
Empieza el partido y a los pocos lances del juego, falta favorable al borde del área. El amigo Cristiano la pide, volando por la arbolada todos los códigos de antigüedad del equipo. Abro los ojos un poco pero bueno, es Navidad (y lo ha traído el portero). Total, que el tipo le mete un suque a la bola que entra a 200 kilómetros por hora por el lado del portero en plan red superior.
Miro a mi central -el que los ha traído- y sonrisita de complicidad. «¡Cómo sabe el mamón que no peligra su puesto!», me digo. Todo es muy prometedor, pero a los pocos minutos algo se rompe dentro de mí. Recibe un balón de espaldas con un central colgado de la chepa en tres cuartos de cancha y me abro en el centro del campo para que tenga línea de pase. Es muy básica la jugada, tocar de cara e irse. Pero caracolea. «Quizá no me ha visto… ¡Chss… tete!», la pido. Veo que me ve, lo veo muy claro. Pero gambetea para irse a su lado bueno y tirársela larga… su lateral va a la ayuda y se la levanta fácil. Me giro y miro de manera furibunda a mi central: «Wtf??!!!». Pálido como nuestra camiseta, en sus ojos aprecio el pánico.
Poco más hay que contar. No es casual; no da ni una de cara en todo el partido. Diría que no atesora ni cinco pases completados en una hora de juego y perdemos 6-3 (el tío se hace un hat-trick después de tirarse hasta las zapatillas que dirían en el basket). En la ducha aparece ufano y se ofrece para «cuando haga falta gente», sonrisa forzada de asentimiento y en cuanto sale por la puerta el preceptivo: «Una cosa, ese tío no va a volver». La felicidad de tu sábado de pachanga no puede depender del día que tenga el chupón de turno.
Ahora bien, y lo digo como exchupón anónimo, de todo NO se sale. Si con 40 años no das ni una, es que ya no la vas a pasar. A veces con la edad, como pasa con la política, la gente se modera o definitivamente se hace más extrema. Creo firmemente que el chupón no nace, se hace. Quizá una infancia en la que un desarrollo prematuro o unas cualidades iniciáticas destacadas te permiten irte de todos mientras tus padres te jalean en la banda. Lo normal es que llegue un momento en el que eso ya no ocurra, especialmente cuando todo empieza a igualarse a partir de cadetes. Entiendo que ahí es donde se pulen esas costumbres, aunque yo debo decir que fui un ‘pajas’ mucho más tiempo y por eso -y por ser un desecho físico- lo que chupé fue banca a paladas unos cuantos años.
Pero bueno, llegó la catarsis y la redención. Estoy muy a favor de los jugadores desequilibrantes y para eso hay que tirárselas. No me gusta que a los niños se les obligue ya a jugar encorsetados y sin poder tirar de fantasía, porque al final, generas futbolistas que sólo parecen tener el botón de pase de la Play. En el fútbol, o al menos en el que a mí me gusta, hay que potenciar las habilidades individuales y el desborde para generar superioridades y eliminar rivales. O como decía Valdano sobre esto: «Al jugador hay que dejarle convivir con sus excesos y ya llegará el momento de madurez». Eso sí, tarde, a partir de los 30, me dediqué a pasarla y a hacer feliz a la gente. Os invito a todos a hacerlo. La putada es que el ‘9’ era amigo del portero, que por cierto era bueno…
Jajaja, muy divertido.
Yo creo que los chupones se hacen. En las pachangas no hay nada peor que los ultra motivados. El delantero ultra-motivado, chupón de manual, que no da una de cara ni aunque le defienda Rudiger y no se vaya ni una, es uno de los más difíciles. Suele ser también el primer indignado cuando alguien no se la pasa.
El defensa motivado, segador de vocación, también es muy pesado. Y lo digo como ex-segador. Suele ir a ras de suelo a la mínima y, tras darte un patadón, no admite la falta y jura por sus padres que ha tocado balón. Sí sí, balón, pero antes de has llevado por delanto mi tobillo, gilipollas.
El mediocentro jugón, habitualme el mejor del equipo, también puede ser muy pesado. Cual Xavi Hernández, su misión es repartir juego, y se enfada cada vez que alguien da un pelotazo en largo. Da igual que ya os hayan marcado 3 goles por pérdidas en defensa; su obsesión es sacar el balón jugado, cual Paco Jemez en versión jugador.
Y de los más pesados, es el entrenador – jugador. Habitualmente es el peor del equipo. Se dedica a dar instrucciones desde la banda y organizar los cambios. Siempre la lía, pero se le quiere.
Lo mejor de todo, el que nunca perdona las cerves de después. El que insiste en que, aunque sean las 23:30 de un lunes de enero, tengas un dia horrible de curro a la vista y a los niños con diarreas en casa, siempre dice: no jodais tíos eh, una cañita rápida va.
Viva las pachangas y viva los artículos de JDown