Antes de que existiera la competición liguera, e incluso después de su creación y hasta los inicios de la Guerra Civil, el campeonato de España, la actual Copa del Rey, era el torneo futbolístico más importante de nuestro país. Desde que la RFEF empezara a organizar la competición en 1914 decidió vetar que cualquiera pudiera jugarla, como se hacia hasta entonces, para acordar que tan solo lo harían los campeones de cada campeonato regional existente. De esta forma, el torneo local era el único acceso disponible para intentar ganar la Copa. Para la temporada 1925-26, la federación amplió el criterio y acordó aumentar el cupo de equipos. Ya no solo accedería el ganador regional, sino también el segundo clasificado. En la capital, el gran dominador del campeonato regional Centro, era el Real Madrid. En las últimas diez temporadas lo había logrado en siete. El torneo tenía varias categorías, las cuales se jugaban en formato liguilla, aunque siempre con un numero escaso de equipos para lo que estamos acostumbrado hoy en día.
Para la edición de 1925-26, tan solo 5 equipos (Real Madrid, Athletic de Madrid, Gimnástica, Racing Madrid y Unión Sporting) disputaron la primera categoría. El club blanco alteró ese año su indumentaria y dejó el blanco impoluto para vestir con una camiseta de seda color crudo y pantalón negro. Un cambio promovido por dos de los pesos pesados del equipo, Félix Quesada y Patricio Escobal, que permitió Pedro Parages, presidente madridista, aunque a este no le hiciera mucha gracia. Aquello le trajo buena suerte para el torneo. Como de costumbre los dos grandes rivales de la capital, Madrid y Athletic, eran los favoritos y su doble enfrentamiento sería el que condicionara el resto del campeonato.
El primer partido ante los rojiblancos, disputado en Chamartín, se saldó con victoria local por 2-0. Algo similar, aunque esta vez con un solitario gol de Muñagorri, le bastó al Madrid para ganar en el Stadium Metropolitano y ponerse líder con un punto de ventaja a falta de dos partidos. En estas que apareció un tercero en discordia, la Gimnástica, quien derrotó al Athletic y le apeó antes del camino del titulo. Como quiera que el campeonato tenía un numero impar de equipos y las jornadas no se jugaban completas, se dio la casualidad que los rojiblancos tenían 10 puntos tras jugar sus 8 partidos. El Madrid se mantenía líder con 11 pero a falta de jugar un partido, mientras que la Gimnástica con 7 puntos aún tenía opciones, puesto que le restaban 2 partidos, uno de ellos ante el Madrid, por disputar.
A finales de febrero de 1926 la Gimnástica recibía en Chamartín, prefirió jugar en el campo del rival para recaudar mas dado el aforo de este, al Real Madrid. Los blancos necesitaban únicamente de un punto para ser campeones, mientras que los blanquinegros tenían que ganar los dos partidos para forzar otro de desempate ante el Madrid y jugarse el título a una carta. Si no eran capaces de eso, aún podía optar la Gimnástica a quedar segundos y jugar la Copa. Entre semana, en la previa del encuentro, los aficionados madridistas empezaron en las tertulias de los bares a hablar, parte en broma parte en serio, sobre si merecía mas ganar o empatar para perjudicar al eterno rival. Algo que indignaba a los seguidores rojiblancos. Nada raro entre hinchas. Sin embargo, de fondo parecía que podía haber algo más, algunos jugadores madridistas estaban muy molestos con los dirigentes rojiblancos.
El día del encuentro, Chamartín registró una gran entrada. Salieron fuertes al césped los blanquinegros, lanzados contra el marco defendido por Cándido Martínez, para poco a poco ir perdiendo fuelle ante los avances madridistas. Hubo emoción en la primera parte e incluso algún que otro incidente, cuando el madridista Paco González y el gimnástico Goiburu tuvieron un intercambio de opiniones, con algún golpe de por medio. El colegiado barcelonés Vilalta lo cortó de raíz expulsando a ambos. Poco después, el Madrid se adelantaría por medio de Monjardín, resultado con el que se fue al descanso y que daba el título a los blancos. En la segunda parte empató la Gimnástica, pero el Madrid, por medio de Muñagorri, volvió a tomar ventaja poco después. El partido decayó poco a poco hasta que, a falta de diez minutos, la pareja de centrales madridista formada por Quesada y Escobal empezó a mostrar cierta desidia en las labores defensivas, propiciando que la Gimnástica llegara cada vez con más peligro. Lo que al principio se podía interpretar como fallos concretos producto del cansancio, pronto se transformó en un escándalo donde la defensa blanca parecía querer que el rival marcara para empatar el partido.
Algunos gritos de tongo se escucharon en las gradas, ya que el asedio a la portería blanca fue exagerado con disparos a bocajarro. E incluso Quesada llegó a golpear claramente un balón con la mano que el árbitro no vio. La Gimnástica, además, logró marcar un gol pero fue justamente anulado por fuera de juego. Pese a todo, allí estaba Martínez en la portería quien se convirtió en omnipresente, y el mejor jugador de los blancos, para llegar a todos los balones, defender la dignidad del escudo e impedir el empate. Vilalta no alargó el esperpento y pitó el final del partido dando fin al vergonzoso tramo final. El Real Madrid conseguía el campeonato pero con un coste de imagen muy alto.
Lo presenciado sobre el césped no gusto nada a Pedro Parages. Este era un viejo exponente de la vieja guardia madridista y de los máximos valedores del amateurismo. Aún no existía el profesionalismo como tal en el futbol. En realidad la actitud pasiva no fue de los once jugadores, sino tan solo de los dos defensas mencionados. Pese a esto, Parages fue determinante y convocó para la semana siguiente una asamblea extraordinaria de socios con solamente dos puntos en el orden: Dimisión en pleno de la junta directiva, con explicación de los motivos de la renuncia, y elección de una nueva junta.
La totalidad de la prensa se hizo eco del bochorno del tramo final del partido, y la condena, sobre los dos jugadores, fue unánime. Incluso la Federación Centro, en su reunión semanal, también indicó su malestar con lo sucedido en el campo. Ante el jaleo organizado a Quesada y Escobal no les quedó más remedio que dar explicaciones, o intentarlo, y lo hicieron a través de una carta abierta publicada en varios diarios. En ella, por un lado, negaban su implicación en un presunto tongo, ya que no había tenido ningún lucro personal, y lo achacaban a una mala actuación; sin embargo, por otro lado también decían que, de haberlo hecho, no hubiera sido para perjudicar al Athletic ni a sus aficionados, sino a la sociedad Stadium Metropolitano que estaba asociada al club a través del terreno donde jugaban los rojiblancos.
De esta sociedad, que tenia la titularidad del estadio, ponían varios ejemplos de hechos que habían tenido contra dos jugadores madridistas: Del Campo, quien presuntamente había sido despedido de dicha empresa por no abandonar el Real Madrid para fichar por el Athletic; y Félix Pérez, a quien se le pidió que no jugara con el Madrid un derbi para recibir a cambio un puesto de trabajo para él y su hermano. La carta más que exculparles casi parecía un acto de confesión. Para liar más la madeja, un grupo de socios del Athletic envió a Cándido Martínez una medalla de oro para agradecerle su actuación en el partido, aunque el cancerbero madridista rechazó el regalo. La misiva de los madridistas tuvo su contestación con otra hecha publica por parte de Luciano Urquijo, gerente de la sociedad que gestionaba el estadio rojiblanco. Este no hablaba de los casos concretos indicados por Quesada y Escobal, sino que mencionaba la utilidad que el Stadium había traído al deporte en la ciudad y resaltaba lo poco beneficioso, en términos monetarios para los accionistas, que aún era el estadio para la sociedad. También atacaba al Real Madrid acusándole de no haber querido jugar en el estadio, al no poner el mismo con su titularidad.
El cruce de cartas enfrió un poco los ánimos y dejo todo abierto de cara a la asamblea. En ella se habló de dimisiones, expulsar a los jugadores, imponer multas, etc… pero al final los socios no permitieron la dimisión de Parages, al que no culpaban de lo sucedido. Este se mantuvo en el cargo y el incidente del partido empezó poco a poco a olvidarse, para centrarse en el inicio de la liguilla de Copa, que se iniciaba una semana después. La primera parte de este torneo se saldó con 4 victorias madridistas, a ida y vuelta, ante el Real Murcia y el Sevilla, con Quesada y Escobal siendo titulares todos los encuentros. El pase a cuartos deparó un Madrid-Barcelona, con la ida en la capital. Es posible que envalentonados por el buen juego madridista, y por las dudas que traía el Barcelona, que el dúo defensivo decidió aplicar tácticas que habían visto el anterior verano en la gira del Madrid por Inglaterra. La idea era simple: intentar dejar en fuera de juego a los delanteros azulgranas y/o realizar pequeñas faltas para cortar los ataques. Fue un desastre. Samitier, quien luego acabaría jugando en el club blanco, marcó 4 de los 5 goles con los cuales venció en Chamartín el Barcelona. La vuelta fue similar con otro 3-0 que eliminaba a los blancos. Aquello sentó muy mal a Parages quien aprovechó y se tomó la revancha. Ordenó desterrar la indumentaria elegida por los defensas para volver al blanco. Si bien es cierto que la dirigencia de un club regía los destinos del mismo, en aquellos años los jugadores tenían bastante peso en ciertas decisiones. Puede parecer extraño pero la pareja de centrales poseían bastante ascendencia entre la plantilla y los aficionados.
Félix Quesada nació en Madrid el mismo año de la fundación del club. Debutó con el primer equipo madridista en la temporada 1921-22 tras jugar varios años en las categorías inferiores del Recreativo Español junto a Félix Pérez, quien también sería en el futuro un querido jugador madridista. Tras su paso al Real Madrid no tardó en hacerse un hueco en la defensa para acabar siendo un fijo en el once titular. Ya fuera en amistosos, el campeonato de Copa o los campeonatos regionales, su regularidad y su buen fútbol hacían de él un elemento indispensable para la zaga blanca.
Aquellas actuaciones le valieron para que recibiera la llamada de la selección española, donde acumuló un curioso récord: con él sobre el césped nunca perdió la selección española. Cierto es que únicamente jugó nueve partidos entre 1924 y 1929, pero su despedida fue histórica, con la victoria de España ante Inglaterra por 4-3. Fue la primera derrota inglesa en la Europa continental. Quesada era un jugador muy querido por la hinchada madridista y prueba de ello fue su victoria en el Balón de Oro, por votación popular presencial, que obtuvo en 1926 y su reconocimiento como capitán del Real Madrid en esa misma década.
Con la llegada del nuevo campeonato nacional de liga en 1929 siguió siendo titular, pero el paso de los años no perdonó y el fichaje de la pareja defensiva del Alavés, Ciriaco y Quincoces, le apartó de la titularidad en 1931. Por aquel entonces el club ya le había ofrecido su primer partido homenaje como reconocimiento a su trayectoria. Sin embargo, su juego no decayó y en las temporadas 1933-1934 y 1934-1935 volvió a ser titular en el tramo final de su carrera. En la siguiente temporada, ya con 33 años, apenas jugaría partidos. En enero de 1936 recibiría su segundo partido homenaje ante el conjunto húngaro del Szeged, al que se derrotó por 4-1. Este quedó un tanto deslucido al no presentar Chamartín una buena entrada. Algo triste para quien había jugado cerca de 300 partidos en 14 años de carrera en el Real Madrid, sin tener interés en cambiar de aires y permaneciendo fiel al equipo de su ciudad.
Quesada fue también de aquellos jugadores que no descuidaron su vida fuera de los terrenos de juego, ya que gracias al dinero obtenido en el fútbol pudo sacarse la carrera de Derecho y acabar trabajando como procurador en los tribunales. No dejó de lado el fútbol ya que, una vez retirado, fue entrenador de la AD Ferroviaria, con la que quedó campeón de España en la categoría de aficionados en 1946 y 1947. Posteriormente, en 1951, sería seleccionador-entrenador del combinado nacional en un triunvirato idea de la Federación, junto con Luis Iceta y Paulino Alcántara. Al igual que como jugador, siendo seleccionador tampoco conocería la derrota en los tres partidos que permaneció en el cargo. Murió en 1959, víctima de una trágica enfermedad que se llevaría a uno de los primeros ídolos de la hinchada madridista.
En cuanto a Patricio Escobal, riojano de nacimiento a comienzos de siglo, llegó a la capital para continuar sus estudios de bachillerato y comenzar una ingeniería. Se unió al Real Madrid en la década de los 20, alcanzando el primer equipo. Sus actuaciones le sirvieron para ir convocado a la Olimpiada de París, aunque no jugaría el partido ante Italia. Siguió en el club hasta la vuelta de la gira americana de 1927, momento en el cual se marchó al Racing de Madrid, tras unas divergencias con la directiva madridista. Por aquel entonces ya no estaba Parages, pero si Luis Urquijo, el hombre que transformó el club amateur en uno profesional. En agosto de 1929 se haría público que el riojano sería uno de los precursores de la «Asociación de Trabajadores de Futbol». Junto a los futbolistas Félix Pérez, Manuel Valderrama y Tomás Castro, y ayudados por la Unión General de Trabajadores, intentaron crear el sindicato, además de un montepío para exfutbolistas. Sin embargo no lograron su objetivo y el sindicato quedo olvidado hasta varias décadas mas tarde.
Escobal volvería al conjunto blanco en la temporada 1930-1931. Solo estaría esa temporada pero sin ser titular como antaño. Acabados los estudios de ingeniería, y con muchas inquietudes sociales en la izquierda, dejó Madrid y volvió a Logroño, donde trabajó en el Ayuntamiento tras sacar plaza de funcionario. Allí fue donde sus ideas y su militancia en partidos de izquierda le trajeron muchos problemas. Primero, tras la Revolución socialista de Asturias en 1934, cuando fue expulsado del consistorio. Retornó a Madrid hasta la victoria del Frente Popular en 1936, momento en el cual volvió a Logroño.
Tras el alzamiento de los sublevados en el verano de ese año, acabaría detenido y encarcelado por sus ideas políticas. Corrió riesgo varias veces de ser asesinado y se salvaría de milagro. Con el paso de los meses, y gracias a los contactos familiares de su mujer, y a la mediación de un general italiano, logró salir de la prisión y obtener documentos para poder irse de España. A comienzos de 1940, abandonó el continente europeo con destino al americano para instalarse finalmente en Estados Unidos, donde comenzó una nueva vida y acabó convalidando su ingeniería para trabajar en Nueva York. La reforma del alumbrado de Queens, uno de los cinco barrios de la ciudad, lleva su firma como ingeniero jefe.
Allí fue buscado y encontrado por el club, para el que Escobal escribió unas palabras en el Libro de Oro de la entidad en 1952. En aquel texto recordaba al por entonces recientemente fallecido Juanito Monjardín, los campos en los que jugó, los compañeros y empleados, los periodistas, el orgullo de haber sido capitán varias veces y, sobre todo, a su gran amigo Santiago Bernabéu, a quien alababa su gran labor al mando del club. Durante la dictadura tan solo volvió a España brevemente para enterrar a su madre, al igual que retornó varias veces durante la Transición, pero solo de visita puesto que su vida estaba al otro lado del Atlántico, donde falleció en el nuevo siglo, casi centenario, solo y olvidado por todo el mundo. Durante su estancia en Nueva York publico un libro, «Las Sacas», donde narraba de manera cruenta, pero verídica, todo lo que tuvo que soportar durante su estancia en diferentes presidios durante la guerra. Un libro que solo podía obtenerse en nuestro país de manera clandestina y que en los últimos meses ha sido publicado en una edición digna para recordar aquella historia.
Gran historia y no muy conocida.