Cuando usted eche la mirada por estas líneas para ver si encuentra en ellas algo en qué enredarla o entretenerla un rato, y ojalá sea así, servidora andará ya metida en la resaca de la resaca de Año Nuevo. No soy dada a celebrar estas festividades, y más tras perder a mi padre el 30 de diciembre pasado, pero encuentro poético el borrón y cuenta nueva que realiza la mayoría de población al cambiar el calendario de la cocina. Lo de que el año nuevo -y nos toca un 2023- será mejor, dejará atrás lo malo del anterior y supondrá una nueva oportunidad para hacer las cosas bien.
Las listas de propósitos son un reciclaje de las incumplidas el 1 de enero previo. Si revisamos objetivos, no hemos adelgazado lo que nos proponíamos, no leímos los libros que teníamos apuntados, no pisamos un teatro y la lechuga se quedó de aderezo en la mayoría de los platos. Hablo por mí aunque utilice el plural mayestático. Si usted ha conseguido cumplir sus objetivos año a año, le felicito y le envidio, no es tarea fácil.
En lo que nos ocupa, este año que entra tiene para el fútbol femenino unos propósitos también repetidos. Los logros del año pasado hay que mantenerlos y mejorarlos, y, como en la vida, eso no depende siempre de la voluntad de uno mismo. Tener una liga profesional implica la responsabilidad de que no muera, como cuando te regalan una planta en el amigo invisible de la oficina y después te piden fotos para saber cómo va creciendo. Hablo una vez más por mí, que no se me dan bien las plantas, y hablo por Beatriz Álvarez Mesa, Presidenta de la Liga F que llegó al puesto con ilusión, dio a luz a la vez a su última hija y a la primera liga profesional que se hacía en España desde 1990, y no ha dejado de coger aviones para apagar fuegos en todo su mandato.
La Real Federación Española de Fútbol, ese organismo que prometió lluvia de millones con el contrato de Arabia Saudí y no invirtió un céntimo en el crecimiento de la liga, sigue sin soltarle el brazo a la Presidenta, a la que tratan como una marioneta de Javier Tebas, ninguneándola hasta el extremo.
Durante casi una década -va aquí una confesión- yo me opuse a las cosas que hacía Álvarez Mesa en Asturias. Sin embargo, he de decir que las lograba. Que cuando nadie miraba para el fútbol femenino asturiano, ella sacó un club adelante capaz de firmar patrocinios, de fichar jugadoras, de ganar ligas y subir a primera división. Que me gustarían más o menos sus métodos, pero la tía sabía mandar. Quizá por eso no gusta, porque las mujeres que saben trazar un plan y ejecutarlo no son bienvenidas en mundos de hombres. No se entiende que puedan sacar adelante un proyecto sin la tutela de un adulto.
En este deporte, que lleva al cuello el yugo de la RFEF desde su creación, es necesaria una mano dura que logre apartar las manos de Camps y Rubiales de todo lo que nos afecta. Esa mano amiga no la va a encontrar en José Manuel Franco, presidente del Consejo Superior de Deportes, que durante todo el año pasado fue flexible con las negociaciones y genuflexo en las decisiones. Que creó una Ley del Deporte en la que deja vendidas una vez más a las ligas profesionales, haciéndolas depender de que las Federaciones correspondientes sean tolerantes y sepan llegar a puntos de acuerdo en los convenios de coordinación. Esto nos condena, porque si algo hemos aprendido es que quien tuvo el poder, lo retiene como pueda. Y nos condena a nosotros, con la Liga ya en marcha, pero condena a los que vengan detrás a hacer profesional su deporte.
Tomarse en serio el fútbol femenino desde las instituciones es el caballo de batalla de 2023, como lo fue en los tres años anteriores. Esto ya cambió. El plan de FIFA de que se convierta en el deporte femenino de referencia ya venció. La visibilidad, la mejora del juego, la repercusión mediática, ya son una realidad. Los datos GPS de las futbolistas entre los mundiales de Canadá y Francia muestran una mejora de la capacidad física superior al 30%, y esto era solo la rampa de salida de una profesionalización en la que tanto ellas como sus staffs técnicos se han afanado en mejorar durante cuatro años, consiguiendo un deporte más atlético y físico, con el aliciente de que ahora, por fin, desde el banquillo hay mentores capaces de analizar el juego, suplir carencias, crear estilos y mejorar tácticas. El Mundial con el que comparar los datos de Francia llega este verano, en una Copa del Mundo que en nuestro país viene marcada por la marcha de las 15+3 y la resistencia de Vilda a amoldarse a un mundo que le queda grande, en el que no ha conseguido nada y donde ya no vale tener un cargo de responsabilidad por amiguismo o por proporcionar un trato exquisito. Esto ahora va de resultados. Y si tampoco se consiguen en Australia y Nueva Zelanda, se acaban las excusas para mantenerle en el cargo.
Con todo y con esto, los propósitos de este nuevo año pasan un enero más por aumentar la visibilidad y con ella la participación de niñas y jóvenes en el fútbol. Llenar el Camp Nou está bien, pero la imagen desangelada del resto de estadios que se abren es difícil de digerir. También la asistencia media a los campos. El dinero de los Fondos Europeos para la mejora de infraestructuras es necesario, y se va a invertir en mejorar accesos y gradas junto a muchas más cosas, pero trazar un plan para atraer al público a ellos es vital. Los clubes tienen que entender que parte de sus presupuestos tiene que ir a un departamento de prensa y marketing capaz de organizar campañas para aumentar la fidelidad y la participación de los aficionados locales. De nada sirve llenar el campo cuando viene el Barça o el Real Madrid si luego te juegas la permanencia con 200 personas en la grada. Ese mal lo compartimos con el masculino, no se crean que es propio, pero nosotras tenemos el beneficio de saber batallar y abrirnos huecos a codazos, solo hay que poner a las personas correctas en el sitio adecuado y darles herramientas para trabajar por algo que no beneficia solo a un club, sino a una liga y a todas las categorías base de la zona.
Este 2023 que empieza nos da la posibilidad de recurrir al mantra de año nuevo, vida nueva. De que no sea un cambio más de calendario, sino una realidad plausible. Que el apoyo institucional, la mejora del juego y las condiciones, y la visibilidad, sean algo que nos haga recordar esta vuelta al sol dentro de unos años como el año que lo cambió todo. Esos son mis propósitos de Año Nuevo, que no son más que los de los tres años pasados reciclados. A ver si este es el bueno.