A principios del verano de 1993, extinguidas ya las ascuas del Mundial de 1990, de aquel verano persiguiendo goles, y todavía en una Italia indignada y harta de la corrupcion, siete hombres, Marcello Dell’Utri, Antonio Martino, Gianfranco Ciaurro, Mario Valducci, Antonio Tajani, Cesare Previti y Giuliano Urbani, deciden fundar «Forza Italia! Associazione per il buon governo». Acababa de cambiar la historia política y social del país. Forza Italia, el partido que saldría de aquel cónclave, nacía de Fininvest y Publitalia’80, el emporio industrial y mediático creado en los años setenta por Silvio Berlusconi, el hombre que se iba a convertir en presidente de todos los italianos y cuya trayectoria fulgurante no se entendería sin el éxito logrado por el club de fútbol del que era dueño.
El AC Milan, con su estilo de fútbol total, arrasaba en Italia y Europa, era el fútbol moderno, implacable, los mejores de entre los mejores, en una época en la que el Calcio italiano reunía a las estrellas más rutilantes del fútbol y nadaba entre millones de liras. El Calcio forma tan parte de la idiosincrasia italiana como la pasta o la Iglesia Católica. Detrás de cada triunfo empresarial, hay fútbol. Tras cada fango y noticia oscura sobre Italia también hay fútbol. La historia del Milan y de Berlusconi es conocida por todos.
El éxito político del «Cavaliere» quizá hubiera sido imposible sin el carisma y el éxito que le rodeaba, no sólo por su imperio mediático, sino por ser el presidente de aquel brillante equipo. Pero en aquella reunión fundacional había un personaje que también sería protagonista del devenir de la política italiana, que acabaría protagonizando alguna de las peores páginas de la política italiana y que también estaba relacionado con el Calcio. Marcello Dell’Utri fue uno de los creadores de Forza Italia, fue fiel aliado de Silvio Berlusconi, senador y eurodiputado, fue condenado por colaboración con asociación mafiosa y fue también entrenador de pequeños equipos del infracalcio.
Dell’Utri se había licenciado en los años sesenta en derecho, facultad donde conoció y se hizo amigo de Silvio Berlusconi. Con tan solo 23 años empieza a trabajar como secretario de «Il Cavaliere» y comienza a entrenar al Torrescala. El Torrescala era un equipo juvenil de categoría alevín, de un colegio asociado al Opus Dei. Uno más de esos equipitos humildes donde chavales italianos pueden darle a un balón los domingos. Jugaban en via Pavesi, en Certosa, un distrito milanés. Dell’Utri que se había sacado su título de entrenador en Coverciano, el epicentro de la Nazionale y de cualquiera que quiera hacer carrera en el Calcio italiano, los entrenaba y su amistad con Berlusconi acabó propiciando que los chavales llevaran publicidad de una de las empresas del capo: Edilnord.
El ambiente era totalmente amateur, de fiesta, los chavales y Dell’Utri se compraban sus camisetas, sus botas y si ganaban el premio era ir al cine y comer pizza. Diversiones inocentes de un pandilla como otra cualquiera. Pero en esos años, el sistema político que había nacido tras la Segunda Guerra Mundial estaba a punto de colapsar.
En 1992, se llevó a cabo el proceso judicial conocido como Mani Pulite (manos limpias). Se juzgaba una extensa red de corrupción que abarcaba a los principales partidos que habían sido protagonistas de la escena política italiana desde el advenimiento de la república. La cabeza visible era Bettino Craxi, primer ministro a mediados de los años ochenta, pero implicaba a empresarios y miembros de toda la élite social italiana. En medio de una terrible conmoción, Italia descubría que sus partidos políticos estaban inmersos en un sistema de corrupción, extorsión y financiación ilegal, acusados de aceptar sobornos (de ahí que se conociera el proceso como Tangentopoli, de tangento, soborno en italiano) de bandas criminales a cambio de protección para sus actividades criminales.
La imagen más dolorosa de todo aquel escándalo fueron las escenas de italianos tirando monedas a esos políticos que habían traicionado su confianza. Algo muy profundo se quebró en esos meses en Italia, una herida y una desconfianza hacia las instituciones que es una de las causas principales de la deriva populista de la escena política transalpina. En las siguientes elecciones, las del año 1993, la Democracia Cristiana perdió la mitad de sus votos mientras el partido socialista prácticamente desapareció. La Liga Norte se convierte en la fuerza más votada.
Marcello, nuestro joven entrenador, mucho antes de que el país convulsionara, se muda a Roma y se hace cargo del Gruppo Sportivo ELIS, otro humilde equipo también asociado al Opus Dei y posteriormente se va a Palermo a entrenar al Athletic Club Bacigalupo, decisión clave para el resto de su vida y el comienzo de otra triste página de la política italiana. Allí en el césped siciliano comienza la amistad con Vittorio Mangano y Gaetano Cinà. Mangano es un «empresario» siciliano, muy cercano a Berlusconi, al que conoce poco antes de irse a Sicilia en reuniones que tienen lugar en Villa Arcore, residencia señorial berlusconiana. Ya entonces, Mangano era un conocido de la justicia italiana. La extorsión o la agresión aparecen ya en su hoja de servicio. Nada de lo que pasaba, nada de lo que pasaría era un secreto.
Dell’Utri comienza a trabajar en un banco de Palermo hasta 1974 cuando vuelve bajo el ala protectora de Berlusconi y comienza su labor como secretario personal y mano derecha. Mangano ya es un joven mafioso que manda en el clan de Porta Nuova y es convencido por Dell’Utri para que ninguna de sus acciones delictivas como extorsiones o secuestros vayan en contra de las empresas y la familia de Berlusconi. Dell’Utri fue condenado en 2010 a siete años de cárcel por esas relaciones con Mangano y la mafia. Se consideró probado que había mediado en la contratación del capo palermitano para que éste trabajase en la villa de Silvio Berlusconi. «A través de la mediación de Dell’Utri y del mafioso Gaetano Cinà», dijo el fiscal general Nino Gatto en su requisitoria, «Mangano aseguró la protección (de Berlusconi) contra la escalada de secuestros en Milán».
En el libro «L`intoccabile. Berlusconi e Cosa Nostra» de Leo Sisti y Peter Gómez se reconstruye la relación entre Dell’Utri, Mangano y Berlusconi. Un vinculo mafioso comercial. Colaborar con Berlusconi le vino muy bien a Mangano, que siempre había odiado las conversaciones políticas, pero estaba siendo ya perseguido por la justicia siciliana por estafa, extorsión y otra serie de delitos. En abril de 1995, ante la magistratura de Palermo, el capo explicaría que su relación con Dell’Utri comenzó en esos campos donde jugaba el Bacigalupo de Palermo.
La Bacigalupo era un «equipazo», llegó a decir Dell’Utri, en el proceso judicial en el que acabaría pagando sus devaneos mafiosos con una condena a siete años. En ese equipazo en la época en la que Marcello no era más que un humilde entrenador, jugaba Pietro Grasso, que luego sería juez antimafia y al que aludió Dell’Utri para defender su inocencia y la de aquel equipo que quedó estigmatizado. Para el exsenador, su relación con Mangano era una simple amistad basada en un vínculo futbolístico y no un régimen de ganancias a costa de un criminal. También jugaba en la Bacigalupo el hijo de Tanino Cinà, el otro gran capo de la mafia siciliana y el propio Mangano estaba presente en todos los partidos como una especie de tutor de los chavales.
Cinà falleció antes del juicio, pero en las diligencias previas declaró sobre su gran amistad con Dell’Utri forjada durante los diez años que el propio Cinà fue directivo del club. Todos los caminos que enlazaban Forza Italia, el nuevo y dinámico partido que tenía que acabar con la casta, los privilegios y el latrocinio de los políticos y la mafia que manchaba de sangre las calles de Sicilia pasaban por ese modesto club.
La Bacigalupo se fundó en 1957 y adoptó su nombre de Valerio Bacigalupo, el legendario portero del Grande Torino, aquel equipo inolvidable que se estrelló en mayo de 1949 contra la colina turinesa de Superga. Todos los chavales provenían de dos escuelas católicas de Palermo, los salesianos de Don Bosco y los jesuitas de Gonzaga, y su camiseta la vistieron chicos que a posteriori se convertirían en miembros de las élites, como el senador Carlo Vizzini o el rector de la universidad de Catania, Fernando Latteri. El club apareció treinta veces citado en el proceso contra el político. La realidad es que el club, de colores rojiblancos, rendía bien y todos los que estuvieron en esa época lo recuerdan como un gran equipo.
Como si Italia fuera una obra de teatro perpetua de la que salen y entran personajes en continuidad creando nuevos relatos, hubo otro hombre ilustre que dio sus primeros pasos en el Bacigalupo. En 1968 llegó a Sicilia, un joven checoslovaco a visitar a su tío, un tal Cestmir Vycpalek, que había sido jugador de la Juventus. Ese chico se llamaba Zdenek Zeman, el mismo que luego revolucionaría el Calcio tanto por sus esquemas ofensivos y divertidos como por sus irreverentes declaraciones en busca de una mayor limpieza y lucha contra el dopaje. Zeman empezó su carrera en equipos humildes no profesionales de Sicilia, entre ellos nuestro famoso Bacigalupo.
El técnico checo entrenó por última vez en el 2021 al mismo equipo que le hizo famoso, el Foggia. Dell’Utri se llegó a fugar a Líbano en 2014 y fue detenido en una operación conjunta entre la Interpol y la policia libanesa tras ser localizado en Beirut. Actualmente cumple condena en la cárcel de Parma. Vittorio Mangano murió de cáncer en julio del 2000 bajo arresto domiciliario a la espera de juicio. Silvio Berlusconi, que falleció el 11 de junio de 2023, lideraba Forza Italia y formó parte de la alianza de la derecha y extrema derecha que ganó las pasadas elecciones de septiembre. Renunció a su escaño en el Parlamento Europeo donde será sustituido por Alessandra Mussolini, nieta del dictador.
Es el eterno juego de la política italiana, el cementerio donde más cadáveres reviven del mundo, donde todo vale pero nada importa. Una política que se forja demasiadas veces de la forma más inocente, en la linde de un campo de tierra o de hierba, escuchando los gritos y exhortaciones de futbolistas, del juego preferido de los italianos, del juego más importante. Giorgia Meloni, la socia de Berlusconi, en cuyas manos está el destino de Italia, dicen, parece ser que es más aficionada al rugby y que el calcio le interesa poco, un pecado terrible, quizá lo único que no se puede perdonar en Italia.
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