El dorsal número cinco de la selección de baloncesto de las Islas Åland (Finlandia) entró en el baño de caballeros del Eckeröhalleny y antes de alcanzar a ver el urinario se topó con unas grandes letras mayúsculas de color azul que rezaban «Rhodes». Enseguida supo que no se trataba de un cartel turístico fijado en la pared porque las letras se movieron para girarse desde lo que resultó ser la espalda enciclopédica de alguien que le observaba con el cuello inclinado hacia abajo. Contra él y el resto de su equipo comenzaba, en apenas media hora, su partido de baloncesto de los Juegos (olímpicos) de las islas: The Island Games.
Estamos a principios del verano del año 2009, pero la historia de los Island Games comenzó hace muchos años.
Por ayudar a los chicos
A principios de los años 80, algunos próceres de la Isla de Man tenían una preocupación en común: el futuro de los grupos de chicos que pasaban horas y horas, durante todos los meses del año, en la Avenida Douglas de la capital (también llamada Douglas) de la isla. Estos señores tenían poder político en esa especie de paraíso fiscal que es la isla del mar de Irlanda y quisieron ponerle remedio a aquello. No sabían exactamente por qué sucedía. Tal vez era cosa de la insularidad, o de vivir en una ciudad con apenas veinte mil habitantes, o de sentirse atrapados en esa isla situada entre Irlanda y Gran Bretaña; tal vez por todo esto o quizás por nada en concreto, aquellos jóvenes parecían estar hastiados.
Los próceres querían animarlos a hacer algo que les hiciera sentir bien, para así intentar evitar que emigraran (“Tiemblo antes de hacer una maleta/-cuánto pesa lo imprescindible-/A veces preferiría marcharme/El espacio me angustia como a los gatos/Partir/es siempre partirse en dos”, decía Cristina Peri Rossi) a lugares con horizontes más excitantes, como los que hay en las dos grandes islas que rodean Man, y el sex-appeal de los puertos de Liverpool y Belfast. Porque las ciudades portuarias de regiones poco pobladas son también una forma de no lugares. Como los aeropuertos, como las autopistas. Lugares de los que hay que huir.
La paternidad
El político local Noel Quayle Cringle fue quien se encargó de impulsar la primera iniciativa, declaró el 1985 año del deporte en la Isla de Man. Aquello fue la semilla de los juegos, y, en la práctica, la primera celebración de estos, porque invitaron a isleños de otras regiones del planeta. Fueron atletas de Malta, Islandia, Islas Feroe, Islas Åland, Gotland, y unas cuantas más hasta sumar quince equipos insulares incluyendo a la alejada de todo Isla de Santa Helena, en el Océano Atlántico, donde murió en su destierro Napoleón Bonaparte.
El torneo
Era domingo, y un 28 de junio del año 2009. Algunos de los integrantes del equipo de la selección de baloncesto de Åland tuvieron la tentación de huir cuando vieron calentando a su rival, el equipo de la Isla de Rodas. Además, estaban nerviosos porque les faltaban dos de sus jugadores. ¿Dónde se habían metido? Uno se había quedado trabajando hasta tarde y el otro tuvo un pequeño accidente porque un ciervo que se le cruzó en la carretera. En la isla de Åland hay la misma cantidad de ciervos que de personas, y los primeros están por todas partes.
Los compañeros que llegaron tarde quitaban el chándal en el banquillo poco después de que el que el árbitro pusiera la pelota en juego en el centro de la cancha. Delante tenían un equipo de jugadores semiprofesionales y algunas jóvenes promesas. Habían entrenado durante casi un año para aquel momento; su reto era lograr meter algunos puntos. Su objetivo era la honra.
El partido de baloncesto contra Rodas terminó con una derrota por 120 a 21, pero, a pesar del resultado, Wojtek se confirmó como la gran estrella de la selección de Åland al lograr anotar 12 puntos. Wojtek era un ingeniero informático polaco que estaba en el paro y al que habían seleccionado a última hora entre los 14 miembros del ahora en desuso grupo de Facebook «Basketballgigsin Mariehamn» porque, aunque no había participado nunca en esos partidillos dominicales entre amigotes, era el único que pasaba del metro noventa.
No había mucho más donde elegir
Al día siguiente jugaron contra la isla de Saaremaay fueron capaces de meter 42 puntos, dejando el marcador final en un 141-42. Los jugadores de la isla estonia se dieron cuenta en seguida de que no había competencia posible y bajaron el nivel de intensidad. “Have you ever played basketball before?”, les preguntaba el base del equipo rival cuando se saludaron tras terminar el partido.
No se trataba de arrogancia sino de curiosidad genuina
Y sí que habían jugado. Entre amigos y durante meses. Con la idea de prepararse para los juegos en los que iban a participar en verano, entrenaban una o dos veces por semana alternando dos escuelas, rodeadas de pinos royos, arces, abedules y castaños bordes, del sur de Mariehamn. Alquilaban las pistas por unos pocos euros al mes. Una era más cara que la otra y la barata no tenía línea de tres, pero quedaba cerca del restaurante que la cadena finlandesa Kotipizza tenía en la capital de la isla y, paradójicamente, era el sitio en el que tenían el mejor café de la ciudad.
La selección de baloncesto de Åland aún jugó dos partidos más: contra la Isla de Man y contra Jersey. Los dos los perdió, pero su papel fue relativamente digno quedando sólo a 32 y 36 puntos del rival. En el último partido el número cinco (pongamos que se llamaba Daniel y que era de Madrid) desbancó del estrellato emergente al informático polaco porque logró hacerle un tapón a un jugador de Jersey que medía un palmo más que él, redondeando así sus estadísticas personales en la competición: cuatro partidos jugados, una canasta de dos puntos anotada, un rebote en defensa, uno en ataque y un tapón. Esa misma noche, tomando una cerveza con algunos de sus compañeros de equipo, Daniel confesaría que no intentaba hacer un tapón sino una falta personal.
Un año después, en Lahti (Finlandia), Åland consiguió la primera victoria de su historia. Ganaron de 8 puntos el último encuentro de un torneo en el que el equipo rival se presentó tarde en el pabellón, con pintas de no haber dormido nada, y con un pack de 24 cervezas Sandels con el que combatieron la sed durante el partido.
Cringle, que falleció en el año 2021, ostenta la paternidad histórica de los Juegos y fue miembro vitalicio de la Asociación Internacional de los Juegos de las Islas (International Island Games Association, IIGA). Además, y seguramente lo más destacable: fue el presidente del Tynwald (el parlamento autónomo de la Isla de Man) durante 11 años.
La IIGA tiene hoy en día 24 miembros (como Bermuda, Menorca, Groenlandia, Isla de Man, Jersey, Gibraltar, Gotland, Islas Caimán o las Islas Falkland) repartidos por todo el planeta y sus juegos se celebran bianualmente, se reciben alrededor de 2000 deportistas por edición. En la actualidad, tienen 18 disciplinas deportivas, que incluyen golf, tiro, vela, judo, bádminton, fútbol, atletismo y, por supuesto, baloncesto. Decenas de miles de atletas profesionales y de aficionados al deporte de todo el mundo han participado en los juegos desde aquel, ahora lejano, año 85. Entre ellos encontramos a medallistas olímpicos o mundiales como las atletas Cydonie Mothersill y Kelly Sotherton, el nadador y campeón del mundo Pál Joensen, el campeón de Europa de maratón Janne Holmén, o incluso a un Mark Cavendish jovencísimo, casi adolescente.
Aquellos juegos del año 2009 en las islas Åland terminaron el día 4 de julio. A atletas y voluntarios les quedaba una noche de fiesta por los tres bares de Mariehamn, a la isla de Åland un largo verano por delante y al puñado de informáticos, fontaneros, contables, camareros, médicos, ingenieros de diferentes países del mundo, les quedó un amasijo de historias y recuerdos de su participación en los Juegos (olímpicos) de las islas. El presidente de la edición, Jörgen Pettersson, dio el discurso de clausura bajo una tromba de agua después de haber disfrutado de una semana de sol y buenas temperaturas. El acontecimiento había sido un éxito y, a diferencia de los Juegos de Åland del año 1991, no se había terminado la cerveza.
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