Isco Alarcón deja el Sevilla después de ciento treinta y seis días. Desde el pasado 7 de agosto, cuando el club hizo oficial su incorporación, hasta la fecha de la rescisión de su contrato, solo han pasado cuatro meses. Atrás quedan esos sevillistas con la mirada brillante al imaginar, antes de que comenzara LaLiga, todo lo que el malagueño daría a su equipo. Había muchos motivos para creer, a decir verdad Uno de los mejores talentos del fútbol nacional venía a relanzar su carrera con treinta años. Como para no hacerlo.
Cuando llegó a la ciudad, los sevillistas nos subíamos por las paredes. Después de sufrir –y mucho– la temporada pasada por acabar cuartos en la clasificación liguera, la amplísima mayoría creímos que este fichaje solucionaría los problemas de falta de creatividad que acusamos desde enero. Recuerdo que, quienes criticaban su fichaje, fueron perseguidos y despojados del sentimiento palangana. ¿Cómo iban a dudar de que un genio de treinta años, cinco veces ganador de la Champions, no fuera a ser la piedra angular sobre la que girase un Sevilla campeón? Pues lo hacían. Y, lamentablemente, no se equivocaron. A los hechos me remito.
En Castillos de cartón (2003), lectura obligatoria de Almudena Grandes, tres amigos intentan llevar una relación afectivo sexual por encima de las dificultades que encuentran. Les une el deseo carnal y su pasión por la pintura, y por ahí intentarán resolver los desafíos con que topan durante el trío, pero todo salta por los aires. En el Pizjuán, Isco, Lopetegui y Monchi no estaban destinados a entenderse. Quizás, si fuera algo de dos, todavía, ¿pero tres? Mucho gallo para tan poco corral. Monchi no quiso traer a Isco, pero Lopetegui sí. Este verano, los dirigentes del Sevilla no querían continuar con Lopetegui en el banquillo, pero Monchi sí. E Isco solo quería ir donde estuviese Lopetegui.
Además, su principal valedor dejó el equipo hace algo más de dos meses. El exseleccionador siempre será recordado en la ciudad como uno de los mejores técnicos nervionenses, pero la situación deportiva del club hacía insostenible su continuidad. Su equipo no ganaba ni dando la sorpresa. Aunque, casualidades del destino, la única victoria de Lopetegui coincidió con el mejor partido de Isco con el Sevilla: 2-3 y gracias contra el Espanyol.
Cuando el «mago» de Arroyo de la Miel dio sus primeras palabras a los medios oficiales del club, se aventuró a retarse: «Entiendo que haya dudas –con el fichaje–; ahora me toca a mí disiparlas». Recuerdo leer esas palabras y, automáticamente, enviar el enlace de la noticia a un grupo de de whatsapp de amigos en que todos estamos tarados por el Sevilla. Nos creímos, de verdad, que Isco callaría la boca a sus detractores y rendiría a un nivel espectacular. Puedo decir, con su rescisión ya firmada, que mi vecino de asiento en el Sánchez-Pizjuán, Jesús, y yo, apenas nos habremos dado dos codazos por una genialidad del malagueño. Cuando metió su único gol con el Sevilla, en casa al Copenhague, y muy poco más. Su paso por el Sevilla ha sido eso, chispazos. Si la duda en su fichaje era si Isco capitanearía el resurgir de un equipo obligado a ganar, el propio jugador se encargó de disipar la duda pronto: no. En aquella entrevista, nadie dijo que despejaría la duda a favor del interés de los sevillistas. Dijo que la resolvería, pero no especificó cómo.
Sé que los sevillistas somos pasionales, injustos, a veces muy engreídos –o siempre–, sobrados de exigencia, inconformistas, tendentes a la autodestrucción y a la comparación insana, pero han esperado demasiado. En el esquema de Lopetegui, la figura de Isco casi nunca daba un salto de nivel especial al equipo. No por él, sino por los planteamientos de quien fuera su entrenador en el Real Madrid. El juego del vasco no lo ayudaba a desplegar su mejor fútbol. Ni un diez por ciento de lo que vimos en Madrid, mejor dicho. Nadie lo esperaba, a decir verdad. El jugador que venía a engrasar las fenomenales piezas de las que ya disponía la plantilla, casi siempre, acusaba poca velocidad, ritmo, espacios o, peor aún, ganas. En fechas en que era obligatorio ganar, Isco no llegaba a dar el paso adelante que se esperaba. Sobre todo, en Champions.
En ningún caso, la responsabilidad de que el Sevilla ocupe posiciones de descenso en liga parte del discreto rendimiento del mediocampista. No. Siendo justos, hasta ahora, Isco no había sido de los peores del equipo. Sí de los más decepcionantes. Él mismo vendió la piel del oso antes de cazarla en aquella entrevista. Me toca disipar las dudas. Qué aventurado, Francisco Román. Qué aventurado estuviste.
El principal motivo por el que la experiencia de Isco en el Sevilla ha sido un fracaso, además del mal hacer colectivo, es la sobrepoblación de jugadores como él en la plantilla. No hay dos jugadores iguales, que diría Heráclito, pero Lamela, Suso, Januzaj, Papu Gómez u Óliver Torres podrían hacer de él. Hasta Rakitic, llegado el caso. Siete jugadores para una función. El Sevilla de la 22/23 está gafado, también hay que tenerlo en cuenta. Este año, aquí no acierta nadie. Tampoco Monchi.
Doce partidos en liga, en los que ha aportado dos asistencias y cinco tarjetas amarillas; seis de Champions, con gol y asistencia; y sesenta minutos en Copa es la conclusión de lo que ha hecho Isco en feudo palangana. Su legado, como el de otros futbolistas que venían con cartel de estrella, será recordado con brevedad. Temporal y de contenido. Imagino que, cuando me pregunten por cómo lo hizo aquí, encogeré los hombros y diré: «Normal. No hizo nada que no hubiéramos visto ya».
Aunque, ya que hemos citado una novela para hacer una analogía, creo como mejor se resumiría el paso del ‘22’ sevillista por Nervión no sería con Almudena Grandes sino con Samuel Beckett. En 1952 nació uno de sus hijos más notables: Buscando a Godot. Una obra de teatro absurda en que dos personajes, Vladimir y Estragon, esperan a una persona que no llega nunca, Godot. Pasan las frases y su presunto amigo no aparece. En un momento dado, un niño les dice que «mañana seguro que sí», que ya viene. Pero jamás llega. Perdido Godot simboliza el tedio, el sinsentido de la vida y el absurdo de esperar lo imaginario.
En nuestro Buscando a Godot particular, Vladimir es Lopetegui, más tarde Sampaoli, y Estragon es Monchi. Ambos se preguntan si Isco (Godot) llegará para solucionar los problemas de un ambicioso proyecto deportivo llamado Sevilla Fútbol Club, que ellos mismos han diseñado a su imagen y semejanza. Pasan los partidos, los empates irritantes, las derrotas tontas, el tedio futbolístico más absoluto, e Isco no llega. Aparece tímidamente contra el Barcelona, Espanyol y Copenhague, pero nunca lo hará levantando la mano. Siempre de refilón. Ahora sabemos que Godot, efectivamente se ha perdido por completo. Quienes lo esperaban, pueden salir de la sala en fila india.
Pensar que el jugador que había arrodillado a los mejores centrocampistas de Europa con sus fintas, sus movimientos de cadera, el balón escondido entre los pies y los enormes golpeos desde fuera del área, iba a hacer lo mismo aquí, hubiera sido pecar de ingenuidad. El día de su fichaje, los sevillistas nos conformábamos con traer a un cincuenta por ciento del Isco que puso el Bernabéu a sus pies. Algunos el treinta. Pero ni siquiera eso hemos podido ver en cuatro meses esperando a Godot. Es cierto que llegó «tarde», a cinco días de empezar la competición liguera; que es el tipo de deportista prototípico al que le cuesta coger la forma física, y vale que no es lo mismo dársela a Benzema, Vinicius o Rodrygo que a Rafa Mir, Lamela u Óliver, pero tampoco es poca cosa. Tampoco se le exigía tanto como en Concha Espina.
Tras ciento treinta y seis días como sevillista, sale un Isco decepcionante. El jugador demostró tener voluntad de hacerlo bien mientras Lopetegui ocupaba el cargo de entrador. Después, solo cuando tenía el día. El cartel de Isco no podía ser el mismo que el de Curro Romero o José Antonio Reyes, a quienes la ciudad respetaba su falta de entusiasmo en la mayoría de días para no cabrearlos y que, al menos una vez al año, pudieran demostrar a gusto un nivel de época. Cuestiones de códigos y privilegios.
Isco deja a su paso un legado bueno, suficiente. El Sevilla le dio un hueco en un club de primera categoría continental y la libertad de crear a su antojo con las condiciones de traer resultados positivos y sentido para un equipo sin rumbo. Su incorporación ilusionaba a la afición, es cierto, pero Isco no nos hacía ningún favor aterrizando en el Sánchez-Pizjuán. En todo caso, al contrario: el Sevilla daba la oportunidad de disfrutar de un buen escaparate a un jugador venido muy a menos por deméritos propios en su anterior club. Qué menos que, en los momentos más duros de lo que llevamos de temporada, no se hubiera puesto de perfil a los vientos.
A esta triste historia de amor, que ya tiene una referencia novelística y otra teatral, le falta un poco de música. Hace pocos años, un grupo indie sevillano que cantaba una preciosa canción a la huida, el daño y, por qué no, el olvido. El tema se llama Naufragio y empieza así:
¿Dónde estabas
la noche del naufragio,
cuando todas
las luces se apagaron?
No encontraba
las huellas de tu paso,
solo cruces, cadenas, simulacros.
Un resplandor incendiaba el barco,
recordando el daño de una explosión
que hubo al otro lado
de ese mundo raro de tu interior.
Un paralelismo perfecto al matrimonio Isco y Sevilla FC. En las gradas, todos esperábamos el paso al frente del ‘22’ cuando el barco de Lopetegui comenzaba a mandar evidentes señas de auxilio. Más aún cuando se produjo la explosión y todo voló en la oscuridad de las derrotas, el mal juego y los puestos de descenso. ¿Saben cómo se llamaba el grupo sevillano que cantaba estos versos? Perdido Godot. Casualidades de la vida. Desde este humilde texto, les ruego que vuelvan a tocar.
Pero no nos desviemos, que ya estamos acabando. Isco sale por la puerta de atrás y ya es agente libre. A su paso por aquí le ha faltado de todo, desde resultados hasta comunión con sus compañeros. El lenguaje futbolístico que habla Isco es un dialecto del que ya expresó Banega, quien, siendo una leyenda del club, nunca fue comprendido por unanimidad. Ese juego lento, de más de cuatro toques, que agota la verticalidad y vive en el balcón del peligro, no ha favorecido a que el malagueño encajara del todo en la que ha sido su ciudad por menos de media temporada. Muy posiblemente, Isco hubiera brillado en el primer Sevilla de Lopetegui. El que salió campeón de Europa League en verano de 2020. Pero ahí ya estaba Banega.
A su favor habla el más que pobre nivel de sus compañeros. El ‘22’ no ha quedado en evidencia frente a los demás. Ha sido de los pocos que, cada fin de semana, daba un resquicio de esperanza a la afición. Casi siempre por debajo de lo esperado, pero suficiente como para que creyéramos que, algún día, la triste situación del equipo sería revertida.
En su contra, la falta total de personalidad y galones para tomar la pelota, echarse al resto a la espalda y decir «Aquí está Isco Alarcón». No ha ocurrido en ningún momento de la temporada, a excepción de los tres partidos ya citados. Desconozco qué ha ocurrido en sus meses aquí a nivel interno porque, cuando Lopetegui fue despedido, Sampaoli le dio la misma responsabilidad que su predecesor y se desenvolvió en elogios hacia él. Lo tuvo todo, hasta algunos minutos que no mereció.
Se dice que la salida del futbolista la ha forzado un enfrentamiento con Monchi. Justo a quien no hay que rechistarle. Menos este año, en que nada de lo que previo le ha salido como esperaba y debe estar que trina con el equipo. Isco decidió irse a por él y, como reza la versión del caso que se ha asentado en la ciudad, contarle las verdades del barquero al director deportivo. En un Sevilla que peca de tener reinos de taifas, Isco cayó con el más intocable. Monchi, que tiene que dar salida a muchos jugadores para evitar que su equipo se vaya a Segunda, vería abiertas las puertas del Cielo. No lo quería aquí desde el principio, su avalista en el equipo se fue hace meses y, además, tenía una ficha alta.
Isco ya es historia del Sevilla. Historia mediocre, para ser exactos. Cuando lo recordemos con nuestra camiseta, no podremos evitar pensar en un futbolista que no quiso dejarse la piel por el equipo. Nadie le hubiera pedido besuquear el escudo, jurar amor eterno al club y engrosar su vitrina de trofeos con nosotros, solo rendir a buen nivel y dar sentido al juego de un equipo con un galopante síndrome del folio en blanco. Al final, nada de eso. Isco se ha perdido del todo. Fracaso mayúsculo.
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