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Diario de Catar II: Perdido en el desierto, sin entradas y en el contrabando de alcohol

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El viernes, lamentablemente, no conseguí entrada para el partido entre Argentina y México. Tiré de contactos en Catar e hice todo lo que estaba al alcance de mi mano, pero no hubo manera. Podía haber recurrido a la reventa, sí, pero 700 dólares me parecían demasiado.

Como Dios da, Dios quita, eso mismo viernes vi Ecuador-Países Bajos e Inglaterra-Estados Unidos en la zona VIP del Fan Fest, a la que me habían invitado. Después, invitado también, fui a una fiesta privada en un hotel del centro. Pensé que era en el piso once y ahí fui. Al llegar, mi nombre no figuraba en la lista. A esas horas ese tipo de cosas no suelen importar. El portero era español, me puse a hablar con él. Cuando estaba a punto de ingresar, aún sin estar en la lista, me llamaron y me explicaron que la fiesta a la que estaba invitado no era esa, sino la que se estaba realizando en el piso siete… del edificio de al lado. La entrada no pudo haber sido mejor: coincidió con «La Mano de Dios» de Rodrigo.

El sábado jugó Argentina y, sin entrada, tuve que verlo en un restaurante cercano al estadio. Me senté prácticamente al lado del televisor junto a unos españoles y… varios saudíes. Este es un dato no menor. Desde su victoria ante la albiceleste, los saudíes no dejaron ni un solo momento de vacilar a todas y cada una de las personas que veían con la camiseta argentina. A uno de los que viven conmigo le hicieron una buenísima. Mientras comía, un saudí le preguntó el significado del mítico «Brasil decime que se siente». Al responder, en inglés y con la mejor de las intenciones, obtuvo como respuesta, en castellano y con la peor de las intenciones, un lapidario «Ok. Ahora decime que se siente».

Uno de los saudíes tenía puesta la camiseta de Argentina. Le pregunté por qué y, como la mayoría de aficionados de todo el mundo que vinieron a Catar a vivir la experiencia del Mundial, dijo que por Messi. Sus compañeros dijeron que también les gustaba Messi, pero eso no les impidió hacer chistes sobre él ni sobre la victoria de Arabia Saudí. Para evitar cualquier tipo de incidente, les hablé de Saeed Al-Owairan y les pedí que omitiesen hacer cualquier tipo de comentario al respecto. Como fuere, terminé haciéndome amigo de ellos y, obviamente, vacilándolos por la derrota de su selección frente a Polonia.

El domingo transcurrió con total normalidad mundialista. Esto es: dormir poco, caminar mucho, hacer filas y acostarse tarde. Muy tarde. El partido entre España y Alemania se jugó en el Al Bayt a las 22 hora local. Para el que no vive en Catar no significa nada, pero para los que estamos aquí significa dormir poco, caminar mucho, hacer filas y acostarse tarde, muy tarde. Está ubicado en la parte más al norte del país e ir y volver consume mucho pero mucho tiempo. Llegué a casa dormido.

El lunes vi jugar a Cristiano Ronaldo por primera vez en mi vida en directo. No está a la altura de Messi en fanatismo por estos lares, pero casi. Es muy querido. El partido entre Portugal y Uruguay se disputó en Lusail, como el de Argentina. Llegué sobre la hora porque el chofer del autobús que me trasladaba desde mi casa hacia el estadio se perdió y nos tuvo casi 30 minutos dando vueltas por Doha. Y eso que todas las unidades están equipadas con GPS. El encuentro terminó a medianoche, como el de Argentina, y llegué a casa dormido. Otra vez, pero no tanto como el martes cuando fui a ver Países Bajos-Catar en el Al Bayt después de haberme pasado toda la mañana en el desierto porque la camioneta que nos trasladaba por tan estético paraje se averió. El hecho de haber salido con demoras por un neumático pinchado había sido un mal presagio.

Lo más destacado del encuentro de la selección de Van Gaal fue la interrupción de la entrevista que le estaba realizando a unos indios por parte de una responsable de seguridad del estadio que de forma no muy amigable me pidió la entrada, la tarjeta Hayya, la credencial de medios y hasta el pasaporte por considerar que había utilizado mis privilegios como cronista para colarme, cosa que no era cierta y que me costó casi 20 minutos de mi tiempo. Me terminó dando la razón y pidiéndome disculpas.

El miércoles jugó Argentina contra Polonia y tampoco pude conseguir entrada. Vi el partido en el edificio de Prensa, que está ubicado en la zona del Souf Waquif, punto de encuentro de las aficiones de todas las selecciones que participan en este mundial. Finalizado el encuentro, que se saldó con victoria de la albiceleste, las calles se llenaron de argentinos, indios y fanáticos de Messi celebrando su clasificación a octavos.

Estoy escribiendo estas líneas en la madrugada del viernes después de haber presenciado la derrota de España frente a Japón en el estadio internacional de Jalifa acompañado por B. y C., dos amigos españoles a los que prefiero mantener en el anonimato porque hicieron algo que podría haberles costado la cárcel: contrabandear alcohol. Sí, como leéis. Consiguieron el contacto de una filipina que comercializa ilegalmente sustancias espirituosas y fueron hasta su casa, ubicada en una de las zonas de la ciudad que no se muestran a los visitantes, y por unos cincuenta dólares compraron una botella de brandy. Doy fe de que no era garrafón despidiéndome hasta la próxima semana.

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