Habla en un tono sosegado, con una parte del cerebro en la entrevista, otra en llevar a los niños al colegio en Nueva York, donde vive, y una tercera en sus múltiples actividades. La principal de ellas es ahora la de consejero especial de los Cleveland Cavaliers, uno de los siete equipos en los que militó en la NBA. Tres años después de su retirada de las pistas tras una laureadísima carrera, José Manuel Calderón (Villanueva de la Serena, Badajoz, 28 de septiembre de 1981) suena exactamente igual que cuando jugaba: reflexivo, equilibrado, sin estridencias. Un «family guy» con acento extremeño.
¿Echa de menos jugar?
Jugar en sí, no. A cualquier deportista le pasa que, si estás treinta o treinta y cinco años de tu vida haciendo esa sola cosa y la dejas, pues la echas de menos. En mi caso, tengo otros retos y estoy súper entretenido. Eso hace que la cabeza esté en otras cosas. Y además todavía echo alguna pachanga.
¿Es de los que le gusta pensar en lo que ha hecho en su carrera? Por ejemplo, se pone partidos antiguos, o se queda enganchado si por casualidad hay uno que jugó en la tele.
Sinceramente, no he vuelto a ver muchos partidos míos, aunque es verdad que es difícil olvidarte porque siempre surge alguna cosa, algún recordatorio de algo que te hace volver a momentos tan interesantes que hemos pasado.
Siempre ha tenido fama de persona muy racional…
Soy un tío normal. Muy tranquilo. Es lo que he intentado siempre dar. Es la forma en la que me educaron. Ahora con mi familia, igual. Sigo avanzando, pasándolo bien con la gente y con los nuevos proyectos. Es verdad que nunca he hecho nada fuera de lo normal. Soy tranquilo.
Tantos años en primera línea y cuesta encontrarle metido en polémicas…
Nunca me he escondido, pero tampoco he estado fuera de lugar.
¿Hay alguna decisión que cambiaría? Quizás cuando en 1999 optó por operarse de una antigua lesión y tuvo que perderse el Mundial junior de Lisboa, con lo que no ganó el oro con sus compañeros de generación.
Siempre me acuerdo. Aquel fue un momento muy importante, pero luego te das cuenta de que en el deporte es imposible estar sano en todos los momentos. Por mucho que lo intentes, que te cuides, que comas lo correcto, necesitas descansar. Son gajes del oficio. Con los «y si», si te pones a pensarlos, siempre ganarían los mismos y todo sería perfecto. Puedes estar en el mejor equipo del mundo, en la mejor generación del mundo, pero siempre hay un día en el que el otro lo hace mejor que tú, no te salen las cosas y tienes que seguir avanzando.
¿Y haber jugado un año más en Europa antes de retirarse?
Siempre, claro: solo debía volver allí cuando todavía podía aportar realmente cosas para intentar ganar algo que no había ganado. Pero quería quedarme en Estados Unidos por la educación de mis hijos. La balanza estaba más en la parte de la familia que en la del deporte.
Es que todo lo que ha vivido usted, un chico de Villanueva de la Serena (25.000 habitantes), ha sido como un sueño…
Conforme más pasa el tiempo, uno mismo se va dando más cuenta de lo que ha logrado. Ha sido una experiencia increíble: he vivido en distintas ciudades, he viajado a muchísimos sitios, tengo amigos de todo tipo gracias al baloncesto, he podido ir formando una familia al mismo tiempo… No sé si ha sido un sueño, pero sí tengo claro que he disfrutado de cada momento. Los ha habido mejores y peores, pero todos son parte de cualquier carrera en cualquier sector. He tenido la suerte de poder hacer lo que me gustaba, que era jugar a baloncesto.
Es curioso porque tenía fama de jugador defensivo y pasador y acabó convirtiéndose en un tirador…
Siempre digo que un jugador tiene que intentar siempre lo más honesto consigo mismo. Cuando vas subiendo de edad, vas perdiendo algunas cualidades, normalmente físicas, y vas ganando otras. He tenido momentos de mucho dominio de balón y de crear más para mis compañeros. Y otros en los que otros podían hacer eso y los entrenadores se aprovechaban más bien mi tiro. Pero siempre tuve claro mi rol: nunca fui a un sitio donde pensase que iba a hacer una cosa y finalmente hiciese otra. Los equipos siempre están por delante. Es mi forma de ser.
Hay una imagen icónica fotografiándose con 4 años con dos norteamericanos de su futuro equipo, Essie Hollis y Terry White, que jugaban en Villanueva. ¿Recuerda el momento o era muy pequeño?
Me acuerdo más del partido, de ir con mi padre. La foto siempre me dice muchas cosas: eran jugadores del Baskonia, el equipo al que me marcharía, en el pabellón que ahora lleva mi nombre. Detrás aparecen Alberto Ortega, que fue mi primer entrenador en Vitoria, y Josean Querejeta, que acabaría siendo mi presidente en el club. Te pones a pensar y dices… «oh». Alucinante.
Hoy en día no es fácil sacar a un niño al medio de la pista para que se haga una foto con dos jugadores en plena rueda de calentamiento…
Tienes que tener mucho enchufe (risas).
Mantiene su pandilla de amigos de Villanueva de la Serena, ¿no? Quizás el mejor de ellos, Nono Borreguero, dice que tienen que engañarle para que ellos logren pagar alguna ronda…
Es que sigo siendo el mismo. Veo a las mismas personas de siempre, que han tenido vidas diferentes. La clave es que lo pasamos bien igual que cuando éramos niños. Yo soy uno más. Ni más ni menos que ninguno de ellos.
¿Qué le parece la fusión entre Villanueva y Don Benito, que ha sido noticia a nivel nacional? Apenas hay precedentes en las últimas décadas de algo así en España…
Estoy a favor. Nos convertiremos en la tercera ciudad de Extremadura. Ya es ganar que haya dos pueblos que se quieran unir, cuando hoy en día pasa más bien todo lo contrario porque todo es división. No tenemos que pensar en el presente, sino en un par de generaciones hacia adelante. Si no lo hacemos, sitios así se van a quedar cada vez más pequeños porque mucha gente tendrá que salir a la búsqueda de trabajo, de estudios, a otro sitio. Esta unión hace que nuestra comarca sea más importante y que podamos dar más opciones a esas generaciones que vienen. Yo siempre voy a ser de Villanueva de la Serena y el que sea de Don Benito será siempre de Don Benito. Eso nunca cambiará, pero le estamos dando una oportunidad importante a nuestros hijos y a los hijos de nuestros hijos.
Sobre sus años en los Raptors, siempre ha puesto de manifiesto que no pudo caer en un sitio mejor que Toronto, donde les gusta presumir de admiración por lo europeo y de tener valores distintos a Estados Unidos…
Tuve suerte. Casi 20 años después, la NBA es más fácil para un europeo, es una liga más internacional. No es que antes no lo fuese, pero ya no hay tanta diferencia entre ser norteamericano y ser europeo. Cuando yo fui allí éramos menos y en Toronto viví unos años claves: en una ciudad tan multicultural era más fácil adaptarse porque había gente de todo tipo y no era tan importante que mi inglés no fuese perfecto en aquel momento porque lo comprendían. A mí me dieron mucho.
Detroit (dos etapas), Dallas, Knicks, Lakers, Atlanta, Cleveland… ¿qué hubiese preferido tener que no logró y estuvo cerca? ¿Jugar un All Star o ganar el anillo?
Ganar el título, claro. Estuve cerca, pero no lo pude conseguir. Jugué una final en 2018 con los Cavaliers y es una experiencia. ¿El All Star? Si hubiese sido un poco más egoísta buscando más mis canastas quizás me hubieran seleccionado algunos años, pero de ser así puede que no hubiese permanecido 14 años en la NBA. Es posible que otros equipos no me hubiesen querido después porque tiraba de más y no pasaba tanto. Le he dado muchas vueltas a eso. Estuve cerca, pero ya está. Estoy encantado de todos modos.
¿Aquel episodio de 2017 que tenía hecho irse a Golden State Warriors y finalmente no hacerse lo ve con pena o como una simple curiosidad? Llegaron a mandarle una equipación…
¡Tengo varias todavía! Las hicieron de todos los colores. Estaba con las maletas preparadas, tenía el hotel reservado y llegué a firmar el contrato, pero justo esa noche hubo una lesión y me cortaron para fichar a otro jugador en un puesto diferente. Fue muy mala suerte, una anécdota increíble. Después ganaron el título. Pero quizás si voy allí no hubiese firmado en Cleveland el año siguiente. La vida da muchas vueltas y en tantos años de profesional hay cosas de todo tipo.
En los Cavaliers jugó con LeBron James. ¿Cómo ve el debate de que compite con Michael Jordan como mejor jugador de la historia?
Muchas veces tiene que pasar el tiempo para que nos demos cuenta de las cosas positivas de mucha gente. A LeBron se le ponen peros, pero con 37 años y todas las lesiones sigue haciendo casi 30 puntos de media. Por supuesto que puede estar en esa carrera por ser el mejor, aunque Michael Jordan es Michael Jordan, que es alguien de una época en la que la NBA estaba más alejada de nosotros. Fue más que un jugador de baloncesto porque hizo más cosas. Quizás por tenerle tan encima y verle todos los días nos parece que lo que hace LeBron no es tan importante y lo damos por hecho. Cuando acabe su carrera nos daremos cuenta y lo difícil que va a ser que alguien le iguale.
Por cierto, conoce personalmente a Jordan, ¿no?
Por supuesto. Siempre nos saludamos. Suele andar en el banquillo o por los pasillos del pabellón en los partidos del equipo del que es propietario, Charlotte Hornets. Es un placer aunque solamente sea decirle hola a alguien así.
Cuando se retiró decidió quedarse a vivir en Nueva York. Casi no hace falta preguntarle por qué…
Fue un cúmulo de cosas. Le dimos bastantes vueltas aquel verano de 2019. Me estaba preparando en la pista que tiene en la ciudad la asociación de jugadores [National Basketball Players Association] para ver si seguía jugando o no. Al retirarme, a nivel laboral quería seguir conectado con varios proyectos relacionados con el baloncesto y Nueva York era lo mejor porque hay dos equipos, los Knicks y los Nets, y está la propia sede de la NBA. Y luego en lo personal, aquí se vive muy bien: no necesitamos coche, estamos en una zona buenísima, me interesaba que mis hijos siguiesen aquí por el tema de los idiomas y… está cerca de España.
¿Perdón?
Sí. Hay cinco o seis vuelos diarios por si de repente pasa algo y tengo que ir allí y llegar el día siguiente. Son apenas siete horas de vuelo, menos que desde cualquier otra ciudad de Estados Unidos.
¿Alguno de sus tres hijos apunta al baloncesto?
El mayor, Manuel (12), y el pequeño, Gonzalo (8), sí juegan. El mediano, Jaime (10), hace taekwondo desde que tenía 4. Y ahí sigue el tío.
¿Y usted? ¿Descarta por completo ser entrenador y se ve más bien como un hombre de gestión, como ha pasado primero en el sindicato de jugadores y ahora en Cleveland Cavaliers?
Ser entrenador me llama la atención, pero en cuanto a flexibilidad y tiempo me echa para atrás. Buscaba otra cosa diferente. En mi vida he estado mucho tiempo viajando, fuera de casa, y quería algo que pudiese compaginar más con la familia. El entrenador debe llegar el primero e irse el último. Luego llega a casa y no puede desconectar: debe ver lo que ha ido mal en el partido anterior y preparar el siguiente. No encajaba en mis planes. Lo que hago en Cleveland me gusta: la estrategia para formar el equipo, configurarlo para los próximos años… También trabajo como consejero en una empresa española, Sngular, y gestiono junto a Berni Rodríguez un centro de entrenamiento en Málaga. Son cosas que voy haciendo, que me encantan, y que no las haría si fuese entrenador. Me gusta mucho el baloncesto, pero me gustan más mis hijos, mi mujer, y pasar tiempo con ellos.
¿El juego es hoy más entretenido que cuando usted empezó a ser profesional? Hay gente a la que le aburre tanto triple…
Creo que es diferente. Hay otro tipo de jugadores y el baloncesto tiene que adaptarse a ellos también.
¿Le sorprendió el oro de España en el Eurobasket?
Sí, pero menos. Teníamos un equipo mucho más joven que otras veces al que quizá le faltaba experiencia en este tipo de torneos, pero sí sabía competir. Ese gen competidor es una herencia que te llega cuando eres parte de La Familia [la denominación que le da la Federación Española a la selección]. A mí me faltó el oro olímpico, pero no por mí, sino por la generación. Hubiese sido el remate.