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Alberto Tomba: «La prensa me puso a los españoles en contra por decir que Sierra Nevada está cerca de Marruecos»

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Alberto Tomba

Un año después de nuestra primera conversación acepta la entrevista, que se realiza -casi de manera clandestina- en las traseras de la estación de Ozzano, no lejos de Bolonia, en el corazón de la región Emilia Romaña.

Alberto Tomba (San Lazzaro di Savena, 1966) llega motorizado, con unas gafas de sol imponentes y un pañuelo pirata que luce bajo el casco, y que es reacio a quitárselo. No es para menos, porque hablamos de uno de los esquiadores alpinos más importantes de la historia. Quizá mucho más: la primera gran estrella de este deporte, que prácticamente lo convirtió en un fenómeno de masas, de consumo.

Del 1985 al 1998, el especialista de slalom y slalom gigante obtuvo cincuenta victorias en la Copa del mundo, y es actualmente cuarto en el ranking masculino de todos los tiempos, sólo por detrás de Hermann Maier (54), Marcel Hirscher (67) e Ingemar Stenmark (86).

Tomba ha entrado en las casas de todo el mundo -durante 21 años- normalizando un deporte de culto. Ha ganado, además, dos medallas de oro en los Juegos Olímpicos de invierno, en Calgary 1988. Para verle, incluso tuvieron que detener un Festival de San Remo.

De todo ello hablará durante la hora de conversación sentados en un sucio banco con la posición del cuerpo orientado hacia la pared de las vías del tren, dando la espalda al prodigioso vergel que se levanta en estas tierras. Hay poca gente por allí a las tres de la tarde, pero quienes pasean se percatan -contrariados- de lo que sucede entre estos dos intrusos que probablemente preferirían estar en otro sitio, con diferentes circunstancias. Más tranquilos, más cómodos… Pero tenía que ser así, y probablemente haya sido perfecto.

Tomba la Bomba. ¿De dónde viene este apodo?

Sucedió en 1988. Gané y exploté de alegría. El resto es por lo de la rima y tal con mi apellido. Para los americanos, ya sabes, bomba es como sex bomb. Entonces, en aquellos años, era todo así. Muy exagerado. Mucho histrionismo.

Tú comienzas a esquiar en Los Apeninos. Después vas a Cortina. ¿Quién te compró los primeros esquíes?

Mi padre. Sin la familia no puedes conseguir nada. Se sacrificó por mí. Nos llevaba a mí y mi hermano a la nieve. Eran los años de Cortina D’Ampezzo. Nos entrenaba el maestro Roberto Siorpaes. Eran los años setenta. Tenía siete u ocho años.

A diferencia de España, en Italia existen estos grupos deportivos del Estado que prácticamente os financia la carrera (1.500 euros mensuales aproximadamente) cuando sois aún adolescentes y apuntáis maneras. Está la policía, los Carabinieri como en tu caso…

Con dieciocho años tienes que elegir en qué cuerpo ir. En mi caso la armada de los carabinieri vino a por mí para ofrecerme su centro deportivo de entrenamiento. Hay otros cuerpos: Fiamme Oro (Policía), Fiamme Gialle (Financia), los Bomberos… Ya sabes. En mi caso estuve diez años con ellos, concretamente hasta 1996.

Alberto Tomba

Volvamos al 88. Esa edición del Festival de Sanremo la presentaba Miguel Bosé, quien interrumpió la transmisión para ver tus prodigiosas performances de la segunda manche. En Canadá era la una del mediodía.

Menos mal que gané. Sí, lo interrumpieron algunos minutos para ver mi carrera. Fue algo grandioso de lo que todo el país se acuerda. Muy emotivo para mí, sin ningún tipo de duda. Había veinte millones de personas delante del televisor. Se juntaron, por un momento, los amantes del festival y del deporte. Todos juntos.

¿Lo viste después grabado?

Sí, claro. Una experiencia única. Repito que menos mal que gané. Así contenté a todos.

Dos oros olímpicos en el 88. Slalom gigante y especial. ¿Cómo fue?

Yo ya sabía lo que era ganar en mundiales. Todo lo que venía después era un plus, un regalo. Me sentía bien, fuerte, muy motivado. En realidad, resultó todo muy fácil. Ganar en unos Juegos por vez primera no es difícil. Lo chungo es repetir.

Tú repetiste cuatro años después, en Albertville.

Ahí es dónde se ve la madera de la estrella, capaz de mantener la ilusión, las ganas, la constancia y la determinación para volver a consolidarse en unos Juegos Olímpicos. Fue mucho más complicado, aunque tenía más experiencia. La presión aumentó exponencialmente. Además, piensa que venía de ganar en 1991 nueve pruebas en Copa del Mundo. La exigencia que tenía era máxima, y eso lógicamente pasa factura.

En Italia hay un dicho aplicado a cualquier acción complicada que no se presta a cualquiera. «Questo soltanto riesce a farlo Tomba». Tú eras el dueño de las utopías, que las convertiste en carne. ¿Dónde encontrabas siempre la motivación? ¿En la música? ¿Así te abstraías de la ingente presión?

La escuchaba solo en los viajes. Música años setenta italiana e internacional. Pupo, Alan Sorrenti, Abba, Bee Gees. La que ponían en el coche mientras ibas de viaje. No mucho más. En realidad, me motivaba solo.

Cincuenta victorias en Copas del Mundo. Delante de ti solo tres, entre ellos tu gran ídolo: Stenmark. Estaban también Hirscher y Maier. Unos fenómenos.

¿Sabes lo que decían tus compañeros periodistas de estos mitos? Pues que yo cada año me topaba con muchos fuera de serie, sin embargo, estos tres que mencionas no sufrieron tanta competencia. Lo dejé cuando Maier comenzó a ganar. Hirscher tenía como gran rival a Kristoffersen. En mi caso, cada año tenía una pléyade de talentos para competir. Estaban Finn Christian Jagge, Pirmin Zurbriggen, Thomas Stangassinger, Paul Accola, Girardelli… Todos. En mis años estaban todos los buenos juntos, y eso no sucedió jamás con ningún otro esquiador alpino. Lo dejé muy joven.

¿Por las lesiones?

No. Estaba cansado y estresado. Doce años aquí equivalen a treinta o cuarenta en otro sitio. Me sentía condenado a la victoria siempre. En cuanto quedabas segundo o tercero… Me entiendes, ¿no? Logré todos mis objetivos, y después me retiré en el mejor momento.

Hoy la salud mental por suerte ya no está estigmatizada. ¿Tanto puede desgastar estar obligado a ganar?

Sí, mucho. Pensé en tomarme uno o dos años sabáticos para después volver, pero no. Así es complicado, así que lo desestimé rápido. Lo dejé en el 98.

¿Lo echas de menos?

Sí, incluso hoy día. Pero el físico… Mira, cuando cumplí cincuenta años me sentía incluso bien. Hoy, por ejemplo, tengo muchos reflejos. Qué pena, pero ya no puedo mirar atrás. Lo dejé en los más alto, con victoria. Luego te cuento cómo fue y a quién se la dediqué.

Tu explosión real fue en 1987. Ganaste la primera carrera gara mondiale, superando incluso a Ingemar Stenmark. Memorable.

Cuando yo empecé en los setenta sólo se hablaba de Stenmark y Gustav Thoeni. Dos auténticos fenómenos. En el caso de mi ídolo, me gustaba mucho porque era sueco, la gran atracción del momento. Cuando subía con ellos en el telesilla sentía que me temblaban las piernas. Es como un niño de diez años que hoy me ve. Ahora puedes entender qué sentí al ganar.

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¿Tú cuándo dejas de correr el supergigante?

En el 95, cuando fui a Japón.

¿Y la prueba de descenso?

Fue en Furano (Japón), cuando quedé el 25º. Ahí me di cuenta que no podía comprometer el gigante slalom por el descenso. Lo dejé, porque no quería arriesgar a lesionarme.

Ya tuviste un accidente en el 89 corriendo el supergigante de Val d’Isère.

Sí, me rompí la clavícula. Tres meses parado. En mi vida deportiva fui siempre al límite, aunque eso me trajo también más de cincuenta victorias. Me guie siempre por el corazón, porque de haber hecho caso a otras personas no habría abierto tanto el abanico con las carreras combinadas. Me habría especializado solo en una, y ya está. Menos polivalente. Siempre me gestioné todo: horarios, calendarios, viajes… Tenía confianza en mí, en cómo y qué decisiones tomar siempre sin estar condicionado.

Tu biografía se titula Alberto Tomba. Prima e seconda manche. ¿Por qué?

La primera es el Tomba que todo el mundo conoce, el esquiador. La segunda es el Alberto que estás conociendo, que hace cosas normales como todo el mundo una vez retirado. Soy humano.

Intuyo que la segunda fue (o es) mucho más complicada.

Sí, porque no he formado una familia. Aunque estoy bien, hay momentos en los que me siento solo. Tengo mis miedos, mis pensamientos intrusivos. A veces me tiembla el mundo. No soy diferente a los demás por mucho que haya ganado tanto en una pista de esquí.

No me esperaba yo este arrebato tan emotivo y delicado.

¿Y por qué no? Soy así. Mis padres fueron y son fundamentales (el padre falleció recientemente). Cuando terminaba las carreras llamaba a mi madre desde el hotel para preguntarle si había visto las piruetas por la tele. También le hablaba del lugar en que me encontraba, le explicaba cómo era la gente, el atardecer… Pasábamos horas al teléfono. Mi padre, a veces, venía conmigo. Luego dejó de hacerlo. Mi hermana, diez años más joven, me acompañó en el final de mi carrera, pero mi madre se quedaba siempre en casa porque tenía miedo. Cuando la llamaba para contarle todo era el delirio total.

La unión con su madre ha sido siempre especial.

Repito lo que dije al inicio. La familia es la clave de todo, al menos en mi caso. El apoyo psicológico que me dieron fue maravilloso. Después sí, como en todas las familias, comienza a haber problemas. Siempre hay luego un hermano con el que uno no se lleva bien… Comienza todo bien, pero después es un desastre.

Creo que sucede en todas las familias.

Sí, lo sé. Por eso yo cuando hablo con mi madre siempre le digo lo mismo. «Mamá, tenemos que retroceder treinta años, y permanecer ahí todos siempre». Ahora el mundo está cayendo a pedazos. Creo que el universo está terminando, sinceramente. El problema es que no nos estamos dando cuenta. Ya lo decían los mayas.

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Volvamos al esquí. Tu gran rival fue Pirmin Zurbriggen. ¿Cómo era?

También Marc Girardelli. Eran los más polivalentes. Hacían de todo, todas las especialidades. En el Mundial del 87 (celebrado en Crans-Montana, Suiza) dije: «Siento la caída de Gaspoz, porque si no habría sido cuarto». Fui tercero detrás de Zurbriggen y Girardelli. Ahí comencé a llamar a la puerta. Sentía que comenzarían a llegar muchas más victorias.

Háblame del Parallelo di Natale.

El 23 de diciembre de 1984, en Milán. Fue la primera victoria italiana. Yo estaba en la escuadra B y gané a todos los de la A. Fue en la montagnetta di San Siro, de la Segunda Guerra Mundial. No había nieve, pero la llevaron con camiones.

Estaba repasando el titular de la Gazzetta dello Sport. «Un azzurro della squadra B beffa a los mejores de la squadra A». Beffa, en español, significa algo así como les come la tostada.

Ya comenzaba a resultar incómodo para algunos, como sucede siempre en la escuela. Metía miedo, sí.

1987-88. Épica victoria del el slalom especial en el Sestriere delante de tu ídolo. En esa mítica montaña comenzó la leyenda.

Gané primero el slalom y días después el gigante. Hablamos del 27 y 30 de noviembre. Nevaba, y yo estaba a tope. Stenmark fue segundo; Gaspoz, tercero. Increíble lo de aquellos días.

¿Qué es un esquiador sin su memoria? En tu caso recuerdas con precisión fechas, detalles, matices…

Sin memoria no ganas. En el slalom vas a cien por hora. Debes saber por dónde pasar. Has de tener el recorrido, el trazado prácticamente interiorizado. Los puntos difíciles los tienes que tener en la cabeza. Es obligatorio tener seis ojos y dos cerebros.

Los periodistas de aquel período destacaban tu potencia reactiva y tu físico, siempre determinantes para llevarte a lo más alto. Algo fuera de lo común, decían. Eso es genético, eso no se entrena.

Siempre fui así. Deporte que practicaba, incluso en el colegio, era siempre el mejor. Atletismo, salto de longitud… El preparador físico de entonces se quedaba alucinado con mis prestaciones. Creo que era algo genético. Sí.

Si, pero tú entrenas mucho. Incluso hoy. Me consta que estás atento siempre a tu físico, porque la entrevista la hemos aplazado varias veces precisamente por esto. Para estar en forma antes de hacerla.

Lo primero es estar atento a lo que se come y se bebe. Después, suelo correr ocho o diez kilómetros al día. Me gusta también nadar, pero no el gimnasio. Con el gimnasio cerré hace años. A mí me gusta estar al aire libre. De hecho, cuando nado prefiero el mar o el lago, y no la piscina. La bici también. Cuando salgo intento estar dos o tres horas, pero siempre respirando el aire puro de la naturaleza.

Alberto Tomba

¿Ya no esquías?

De vez en cuando. Si ves mi documental en Netflix te enteras bien de qué hago exactamente. Subo la montaña, con aproximadamente mil metros de desnivel. Sudo y me cambio en el refugio para después hacer el descenso.

Eres obsesivo y sensible. ¿Cómo se tolera la sensación de coger manía a lo que amas?

Te lo he dicho. Esa es mi vida. Yo dejé de esquiar precisamente por eso. Por temer lo que más quería y me gustaba. De no haber dado rienda suelta a mi corazón, a mi instinto, habría seguido ocho o nueve años más, porque estaba físicamente bien y era relativamente joven. Por suerte, creo que elegí el mejor momento. Piensa que si hubiera querido habría llegado hasta los Juegos de 2002 en América. Le cogí manía, y ya está. Amor-odio. Esa es la vida.

¿La nostalgia cuando llegó?

Mucho después. Quizás hace diez años, pero no antes. Estaba estresado. La prensa, yo siempre solo intentando torear todo, la presión de ganar, el miedo a decir algo que después viniera tergiversado o manipulado, mi espalda… ¡No podía más! Por no hablar de las chicas, que venían en masa porque era Alberto Tomba. Ahí entraban los paparazzi siempre, y no tenía privacidad. Muy difícil vivir así. Fiesta, jolgorio en torno a ti. Tuve que parar, sí.

¿Qué te ayudó a salir?

Cuando lo dejé me refugié en la naturaleza. Verás, soy de Bolonia, pero nací en la montaña, y es dónde más me gusta estar. Es como la película de Ciudadano Kane. El final… El hombre que dominó el mundo y resulta que, antes de morir, su mejor recuerdo era la infancia cuando estaba con el trineo junto a sus padres. Yo, con mis colinas, con mis montañas. Solo con ellas.

¿Recuerdas la cita mundial de Sierra Nevada? 1996. Dos oros. ¿Qué atmósfera había?

Como si fuera ayer lo recuerdo. Te contaré una anécdota. Días antes estaba en Alemania como invitado de honor en un evento. Me hicieron una entrevista que causó mucha polémica porque se malinterpretaron mis declaraciones.

¿Qué sucedió?

Cuando me preguntaron por Sierra Nevada, dije que el hecho de estar cerca de África, de Marruecos, suponía que el clima podía cambiar de un día a otro. Si subes esta montaña ves Marruecos, claro que sí. Sucedió, además, lo que dije, y con malicia me cambiaron todo. Titularon irónicamente «Tomba va a África para el Mundial». Me pusieron a todos los españoles en contra. Recuerdo mi llegada al aeropuerto de Granada, que parecía -viendo la cantidad de periodistas que buscaban mi desmentido- la llegada del presidente de los Estados Unidos.

Contigo estaba Paco Fernández-Ochoa.

Sí, estuvo siempre a mi lado. A los periodistas les respondí esto en español: «Vamos a ganar. Me gusta mucho España y el vino tinto». Los fans me silbaron en mi primera prueba. ¡Increíble! Un desastre, no me lo podía creer. También te digo que no sé si se manipuló esa entrevista o hubo un problema de lengua con los traductores. Sabes que siempre los matices se quedan en el camino. El clima era hostil, y menos mal que yo era fuerte mentalmente. Si le sucede a otro igual ni corre.

La relación con Paco y Blanca era buena.

Sensacional. Familia estupenda. Estoy en contacto con Luis, otro hermano. Hablamos a menudo. Nos felicitamos las fiestas. Hace años estuve comiendo y cenando con él en Madrid. Un tipo sensacional. Recuerdo las carreras de la Copa del mundo del 84. Partíamos ambos con el número 40 o 50.

En Sierra Nevada, tras el oro, dijiste que debías ganar para callarles la boca. Hasta entonces sólo habías conseguido un bronce.

No lo recuerdo. En el podio estaba con las banderas italiana y española. Silencio sepulcral con mi oro en el cuello. Dos días después el otro.

Ese año era bueno Mario Reiter.

Sí, claro. Cada año uno, pero yo siempre estaba ahí. También te digo que sinceramente no era el momento clou de mi carrera. El tema es que me preparé muy bien para ese mundial, porque tenía muchas ganas de ganar. Hasta entonces no había tenido demasiada suerte en esas citas. Caídas…

Me viene a la cabeza el de 1991 en Saalbach. Iba primero pero no pude disputar la segunda manche, porque tuve un problema con el casco y caí. Yo fui el primero que comenzó a usar el casco en el gigante. Perdí ese oro por culpa del guardaporte, aunque prefiero no hablar ni hacer polémicas de este tipo.

¿Cómo recuperabas mentalmente?

Sabiendo que al día siguiente había otra oportunidad. Así es la vida. Más allá de la familia, no tenía a nadie cerca para analizar mis errores, ver en qué podía mejorar ni nada de eso. Todo autogestión. Tenía un entrenador, sí, pero decidía yo… Mi carácter, quizás indómito, me hacía ser así. Confiaba en mí. Basta.

¿Tienes miedo de la soledad?

No. Sigo solo todavía. Me gusta estar solo. Te contaré una cosa… Tras mis éxitos deportivos es imposible estar solo. Todo el país está detrás, pero fui yo quien me alejé para estar conmigo mismo y tomar distancia. No podía más con ese ritmo. Tampoco hoy. Donde quiera que voy -hoteles, bares, restaurantes- tengo que esconderme. Es bonito, pero a veces me apetece pasar desapercibido.

Hubo un periodo en que Akio Morita (ex jefe de Sony) os llevaba a Japón a todas las leyendas retiradas para esquiar allí. Erais como

Sí, durante años. Estaban Stenmark, Paco… Corríamos entre nosotros. Creo que estuve hasta el año 2001, cuando cayeron las Torres Gemelas. Durante esos años viajaba por el mundo porque colaboraba también con pastas Barilla y otras marcas.

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Háblame de Paco.

Un tipo simpático, mediterráneo como yo. Era muy bueno; también Blanca. El que después sería mi entrenador Flavio Roda (hoy presidente de la federación italiana de deportes invernales) trabajó con Blanca a principios de los noventa, cuando colaboraba con la federación española. Luego vino conmigo. La familia Fernández-Ochoa… ¿Qué decir? Gente buena, noble, humilde… Lo de Blanca, cuando me enteré, fue muy triste, la verdad.

Valentino Rossi y tú sois dos nombres que forman parte de la cultura popular española. Reconocidos incluso por gente que jamás vio una carrera de motos o de esquí.

(Risas) Una vez, durante el programa de Raffaella Carrà en Madrid estaba Paco como invitado. Cuando le preguntaron quién era el mejor esquiador de todos los tiempos, dijo que era yo. La sorpresa es que yo estaba detrás de los bastidores, y él no lo sabía. Sucedió hace veinte años.

Hablemos de efemérides, hitos y récords. En Sierra Nevada, con el oro en el slalom gigante, rompiste la maldición que te perseguía. Dos años antes lograste el oro con el especial, en Sölden (Austria), 1994. No sucedía desde los tiempos de Gustavo Thöni, dos décadas atrás. Eran también los tiempos de Piero Gros.

Estaban también Jure Kosir, Jagge y Thomas Stangassinger. Fue fantástico. Las tres generaciones de italianos que han dominado el esquí son: Zeno Colò en los cincuenta, Gustavo en los setenta y yo en los noventa. Ahora esperamos la cuarta.

Ahí emergen mujeres.

Efectivamente, y son tres. Sofia Goggia, Federica Brignone e Marta Bassino. No hay muchos hombres, porque esto no es Austria, donde salen estrellas cada dos por tres. No, aquí es como el calcio. Hay momentos buenos donde surgen estrellas, y después… No falta la calidad, sino la constancia. Tenemos que seguir esperando.

Quizás los veremos en los próximos Juegos de Milano-Cortina en 2026. ¿Crees que tu sombra pesa demasiado a las nuevas generaciones?

Puede ser, pero no puedo hacer nada. Cuando yo esquiaba, en Bolonia, los ancianos en el bar apostaban en esta disciplina. El fútbol, el baloncesto… Esos deportes pasaron a un segundo plano. No sólo en Bolonia, sino en toda Italia. El problema es que como la victoria mía estaba prácticamente asegurada no ganaban mucho dinero.

La voz de tus éxitos en la Rai era del periodista Furio Focolari.

Exacto. Pregúntale si cuando esquiaba la gente veía más el fútbol o mis pruebas en la nieve. También había otro histórico –Alfredo Pigna– pero ya falleció. Era él quien estaba en la cabina cuando cortaron la transmisión del Festival de Sanremo. Los presentadores eran Miguel Bosé y Gabriella Carlucci. Sabes que tengo buena memoria.

Volvamos al Mundial. 1997, Sestriere, bronce.

Estaba enfermo. Tenía fiebre. Clima seco a dos mil metros de altura. En el gigante no fue mal; en el slalom termino séptimo. Luego regreso al hotel entre la primera y la segunda manche. Incluso con casi 39 de fiebre me motivo afeitándome y cambiando las botas y todo el equipo. Fui tercero, y eso valía casi como un oro. En el esquí es algo anómalo que suceda eso.

Verás, cuando gané en Campiglio con el verde, mi color favorito, hablé con la marca Lange para que me fabricara unas botas para esa segunda manche. Al día siguiente, todo el mundo a la tienda para comprar ese modelo. Fue un caos, un delirio para la empresa que las fabricaba porque no las comercializaba. Eso por eso que tuve que volver a las azules.

La entrevista se interrumpe porque un señor se percata de su presencia y va hacia él para subrayarle que cuando competía había compañeros suyos que no iban a trabajar para verlo por televisión. La conversación después prosigue con Alberto hablando de los Juegos Olímpicos del 98. Se acerca el final de todo, que para los cristianos el inicio de la verdadera existencia.

No me sentía bien allí en Japón. No sé si el clima, la ausencia de energías. A mí me gustan Los Alpes. El 18 de febrero de 1998 se cancela el gigante por la nieve y lo ponen al día siguiente. No me levanté bien. Me hice daño en una caída. Después intenté el slalom, pero no me clasifiqué porque fui 16º. Me ausenté a la rueda de prensa mandando un mensaje a los periodistas desde la habitación. Les dije: «Lo siento. Mis Juegos terminan aquí. No hice esta vez lo que estaba acostumbrado a hacer». Ahí ya tenía claro cuándo iba a ser mi retirada.

¿Cuándo la fijaste?

Final de la Copa del mundo en Montana (Hermann Maier dominó el gigante). Gané la última carrera del slalom especial (el oro fue para Thomas Sykora). Se la dediqué a mi abuela paterna, quien había fallecido hacía poco, y a mi abuelo.

¿Tú comienzas sabiendo que es el final?

Sí, además me llega ya la propuesta para rodar la película (Alex, l’ariete, dirigida por Damiano Damiani). La despedida fue triste; mandé una nota de prensa que publicó la agencia ANSA. Di las gracias a todo el mundo, dije que gané y perdí, pero que fue todo maravilloso. Tenía 31 años. Muchos pensaron que volvería enseguida, pero no fue así. Lo tenía claro. Podía haber participado en seis Juegos y haber ganado cuatro, pero estuve en cuatro y gané tres. Esa es mi historia. Decidí cuidar de mí, pero cualquier decisión comporta pros y contra.

¿En tu caso?

Que me retiré en la cúspide y nadie me puede decir nada. El lado negativo, quizás, que podía haber ganado mucho más. Igualar o superar a Stenmark. Además, cambiaron los esquíes: de los 2,05 m de mi época se pasó al 1,60 o 1,55. En el 2000 se modificó toda la tecnología. Me dijeron que habría ganado mucho con ellos. Nunca lo sabré, pero no me importa demasiado.

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¿Qué supuso ese cambio al mundo del esquí en general?

Bajó la calidad. Es un esquí más para el turismo. Lo dicen todos los expertos en materia. También cambiaron los trazados, con algo más de curvas y con la posibilidad de coger pronto velocidad, incluso 130 por hora.

Para alguien que no sea experto en esquí, ¿cómo podemos explicar mejor qué supuso toda esta mutación?

Todo se ha homologado. Es más ligero, ropa que transpira más porque sudas mucho en la subida… Sabes, hoy esquía todo el mundo. Es mucho más accesible, aunque los descensos son peligrosos, repito. Puedes coger mucha velocidad en poquísimo tiempo. Cuando yo esquiaba tardabas mucho más.

En esquí alpino, ¿Qué podrá hacer Italia en Milano-Cortina?

Bueno, tenemos en el slalom a Álex Vinatzer. Es un joven que nació en Bolzano. De las mujeres ya hemos hablado, pero faltan dos años aún.

Tengo apuntado para ver la serie en Netflix, leerme tu biografía (escrita por Lucilla Granata y ver la película. ¿Merece la pena el film?

La ponen cada año tres o cuatro veces en abierto. A los niños y los jóvenes les gusta. Es verdad que el productor Cecchi Gori la hizo un poco a la ligera, porque estaba más centrado en el trabajo con Roberto Benigni en La vita è bella. Recibí muchas críticas, pero sabes cómo funciona esto… En la vida tuve miles de personas que me amaban y cuatro que me odiaban, pero estas hicieron siempre mucho ruido. Es como lo de los funerales… Un funeral es más noticia que diez bodas.

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