Se ha cerrado una época única en el tenis con la retirada de Roger Federer y Rafa Nadal y ahora es el momento de escribir la Historia. Otra gran leyenda de su tiempo, John McEnroe ya ha dictado sentencia sobre el español. Entrevistado recientemente en el podcast In Depth, de Graham Bensinger, ha hablado de Nadal y lo ha descrito como «el único jugador que se ha dejado la piel más que Jimmy Connors en una cancha de tenis, en mi opinión, y no está muy lejos».
El tenista estadounidense, aunque nacido en Alemania, ha demostrado en la entrevista seguir obsesionado con Connors. Dice que su rivalidad le llevaba incluso a hablar solo antes de cada enfrentamiento: «Cada vez que me miraba al espejo antes de jugar contra él o contra alguien más, me decía a mí mismo: ‘¿Estoy esforzándome tanto como Jimmy Connors?’».
De entrada, Connors le dio un trato frío y distante, tratando de minarle la moral de inicio. «La verdad es que no me dio la oportunidad de decirle ‘Hola, soy John McEnroe, ya sabes. Me ignoró antes de que tuviera la oportunidad de presentarme. Entonces, pensé, este tipo es intenso». Sea como fuere, funcionó. El estado de ánimo de McEnroe estaba por los suelos: «Sentí que me temblaban las piernas, literalmente, pero no creo que fuera por lo que me había hecho, eso al final era algo típico de Jimmy».
Muy al contrario que Federer y Nadal, que se han declarado verdadero amor, «Amor de hermanos», ha declarado el suizo hace unas semanas, McEnroe todavía sigue a la gresca con Connors. No con enfrentamientos ni malas palabras, pero sí con una relación cortante y que no han llegado a formalidad, aunque hayan pasado décadas desde sus enfrentamientos: «No, no, no, no nos gustamos, ¿sabes? Pero creo que si estuviéramos en una habitación ahora, podríamos hablar. Siempre tuvimos respeto mutuo. Lo contrario es absolutamente falso. Siempre respeté a Jimmy Connors».
Por eso añade, riéndose, en tono de broma: «Además, pasaba que él era un completo idiota. Si encima pensaba que yo también lo era…». La realidad es que al menos ahora ha comprendido por qué le puso siempre la proa y le dio un trato gélido: «Si llega un chico de 18 años, cuando yo soy el número uno o dos del mundo, y está tratando de quitarme el título o convertirse en el número uno estadounidense, puedo entender por qué esa situación no le gustaba y por qué haría todo lo posible para asegurarse de que eso no ocurriera».
Una actitud que le recuerda a Peter Rose, el jugador de béisbol: «Tenían ese complejo de que todo el mundo estaba en su contra. La verdad es que yo veía a esos dos como casi como si fueran las mismas personas».
De hecho, una vez retirados, jugando un partido en Dallas, Connors decidió abandonar la cancha en pleno partido. En la entrevista, McEnroe no recuerda el porqué, pero se le quedó grabado que su rival todavía siguiese enfadado con el mundo: «Se cansó. No sé si fue porque hubo una mala decisión arbitral. Ni siquiera lo recuerdo ahora, sinceramente. O si estaba enfadado porque pensaba que me estaba burlando de él o porque estaba haciendo algo que no le gustaba, o lo que sea. Hacía calor. Se le acabó la paciencia. Y cogió y salió de la cancha. Dijo: ‘Ya basta, hombre’».
Sin embargo, lo que sobrevuela cuando se escucha una anécdota de estas características es que McEnroe nunca ha sido manco en el juego psicológico. Él mismo lo reconoce, aunque matiza que no siempre le ha salido como esperaba: «Por supuesto, tengo esta habilidad única, tengo la capacidad de hacer que las personas se cabreen tanto conmigo que se esfuercen más que nunca en su vida, expresan el enfado jugando y dan el 120%».
Cree que se enfrentó a alquien excepcional, uno de los mejores de todos los tiempos, solo al alcance, quizá, de… Nadal: «No hay muchos jugadores que puedan mantener la intensidad al máximo durante cada punto. Como Nadal, David Ferrer, Chang o Connors, de esos jugadores ha habido muy pocos».
De todos modos, la biografía de McEnroe ni por casualidad se queda en una sola rivalidad. También se las tuvo, y con mucha más expectación, con Björn Borg. McEnroe, cuando la recuerda, habla de ella con una mezcla de nostalgia y pérdida: «Era evidente que había algo realmente especial cuando jugábamos. Y fue en las mayor parte de las ocasiones».
Para McEnroe, Borg era más que un rival: era una brújula, era hacia donde quería ir: «Estábamos haciéndonos mejores el uno al otro. Al menos, yo sé que él me hacía mejor y espero haberlo hecho mejor a él», confiesa. Pero esta historia quedó incompleta, abruptamente interrumpida cuando Borg decidió retirarse del escenario.
McEnroe se quedó varado, desubicado, esperando un regreso que nunca ocurrió. «Fue tan impactante cuando se detuvo. Me pasé un año o dos esperando que volviera», admite. El impacto de la retirada de Borg llegó a ser algo profundamente personal. McEnroe descubrió que hasta su juego se había resentido sin Borg, que ya no tenía esa chispa, esa llama que él encendía. Me tomó un par de años volver a mejorar de nuevo como jugador».
Lo triste es que McEnroe, más allá de partidos como aquel épico de Wimbledon 1980, uno de los mejores de la historia, quizá el más icónico, como ha quedado en el imaginario popular es como el hombre de las rabietas. Ahora trata de verle un punto positivo: «En algunos aspectos, la ira puede ser utilizada de manera positiva. Si te lleva a esforzarte más, es algo bueno expresar tus emociones». Sin embargo, no siempre fue así. Hubo momentos en los que su carácter explosivo le llevó demasiado lejos y acabó buscando ayuda profesional: «He visto al menos a diez psicólogos diferentes. Algunos se mudaron, otros simplemente no funcionaron, pero en general, creo que me ha ayudado», admite con la franqueza.
Tampoco digirió muy bien el éxito. Alcanzar la cima del tenis mundial fue un sueño cumplido, pero no sin costos: «Trabajas durante años para mantener esa ventaja, y cualquier deportista te dirá que una vez que la pierdes, es increíblemente difícil recuperarla», reflexiona. Ese vacío, esa pérdida de identidad como número uno del mundo, le dejó tieso psicológicamente: «Cuando me tomé un descanso, no era para rendirme. Era para volver como un mejor jugador. Pero cuando regresé, ya no era el mismo», confiesa.
En 2017, la pérdida de sus padres también golpeó a McEnroe de manera devastadora, y del mismo modo que encajó muy profundamente los golpes deportivos, este también le ha hundido: «Todavía estoy lidiando con ello. Ambos tenían 81 años, lo que es una buena vida para muchos, pero sentí como si me golpearan con un mazo». Su madre, con quien compartía su fuerte carácter, y su padre, quien siempre fue un pilar de apoyo, le han dejado un vacío que aún no ha logrado llenar. «Mi madre debería haber tenido esos últimos años para irse a su manera, pero no fue así. Me cuesta aceptarlo».
Otro de las facetas icónicas de McEnroe ha tenido que ver con la moda, la deportiva al menos. Su relación con Phil Knight, el visionario fundador de Nike, es un testimonio de cómo una colaboración inesperada puede transformar toda una industria: «Cuando firmé con Nike en 1978, esto apenas estaba empezando. Era algo nuevo que se pagara a los deportistas por usar zapatillas, ropa o raquetas», recuerda.
Knight, un ferviente admirador del tenis, apoyó a McEnroe incluso cuando sus polémicas no estaban bien vistas en el ecosistema mediático: «Cuando todo el mundo decía ‘hay que sancionar a McEnroe, es malo para el juego,’ Phil me llamaba y me decía, ‘sigue haciendo lo mismo’», confiesa sonriendo. Ese respaldo incondicional no solo fortaleció la confianza de McEnroe, sino que también llevó a Nike a convertirse en la marca líder del mercado.
La marca supo alimentarse de su imagen, aunque fuera antideportiva, porque le metió un poco de heavy metal y logró hacer que fuera cool, lo que entonces era una nueva dimensión para el deporte. Normal que ahora exprese gratitud eterna, porque de la necesidad hicieron virtud: «Knight fue, y sigue siendo, el mayor apoyo para mí desde que inicié mi academia de tenis».
Tras su retiro, McEnroe aparece con frecuencia en los medios por sus opiniones como comentarista. No hay evento, noticia importante en el mundo del tenis, que no venga trufada de titulares con las opiniones de McEnroe. El personaje popular se convirtió en una leyenda de su tiempo, pero al mismo tiempo ahora es una autoridad técnica de este deporte y sus opiniones cuentan: «Ser comentarista me permite mostrar a la gente una luz diferente de la que vieron cuando jugaba», explica.
Con más de dos décadas a sus espaldas narrando los grandes acontecimientos, McEnroe ha aprendido detalles antes impensables en él como la sutileza del silencio: «Algunas de mis mejores intervenciones han sido cuando me he callado», confiesa. Aunque recuerda con claridad los partidos que le han dejado sin palabras, como la final de Wimbledon 2008 entre Federer y Nadal. «Lo que vi me puso la piel de gallina. No tenía absolutamente nada que decir».
Sin embargo, su relación con la fama sigue sin ser fácil de llevar. McEnroe aprecia el reconocimiento que le ha dado su carrera, pero no sin reservas. «He trabajado muchos años para aceptar el momento en el que alguien no sepa quién soy», admite. Imaginar un mundo donde la gente no lo reconozca es tanto un alivio como una preocupación: «Espero estar bien con eso. He trabajado para estarlo», reconoce con toda sinceridad. Porque lo vive cada día, cada vez que sale de casa a trabajar se hace las mismas reflexiones: «A veces pienso, ‘¿de verdad tengo que firmar otro autógrafo o sacarme otra selfie?’ Pero luego me pregunto, ‘¿y qué pasará cuando nadie me pida nada?’».