A veces me imagino a los memes como a los replicantes de Blade Runner, preguntándose quiénes son, cuál es su identidad. Recientemente, se hizo viral una imagen de un Piotr Mhsvenieradze anciano bañándose con su nieto, ligeramente asustado por la fotografía. Las dimensiones de Piotr y su simpático gorro hicieron que la foto circulase por las redes a toda velocidad. Mucha gente aseguró que se trataba del Yeti o del Big Foot. Pero no, era uno de los mejores deportistas de todos los tiempos. Un hombre con una biografía digna de ser tenida en cuenta porque incluía en ella muchos elementos fuera de lo convencional. En lo deportivo, en lo personal y en lo humano. Además de haberse visto manchado ante el mundo entero por uno de los sucesos más penosos de la Guerra Fría, la invasión de Hungría por parte de la URSS en 1956.
Mshvenieradze nació en Tiflis, Georgia, el 24 de marzo de 1929. Con 14 años, le daba a todos los deportes, fútbol, baloncesto, atletismo. En 1943, con la guerra en marcha, no había jóvenes en su ciudad, todos habían sido enviados al frente. Aprovechando el ambiente, un día reunió valor para colarse en la piscina de la sociedad deportiva Dynamo y allí fue visto por Luka Aleksandrovich Ioakimidi. Podría haberse comido un marrón, pero la determinación de un chaval tan joven llamó la atención del entrenador y le invitó a ir a nadar más a menudo.
Bajo sus órdenes, se convirtió en campeón de Georgia y, representando a esta república soviética, se hizo con el título de la URSS de natación a braza en 100 y 200 metros. Ioakimidi era uno de los fundadores de la sociedad deportiva Dynamo en Tiflis. En waterpolo, ejercía de entrenador y portero al mismo tiempo. Formó a grandes figuras del waterpolo soviético, como Lery Gogoladze o Nodar Gvakharia, que jugaron con Mshvenieradze. Además de nadadores medallistas olímpicos como Vladimir Lavrinenko o Boris Nikitin.
El interés de Mshvenieradze por el waterpolo empezó en 1946 y debutó en el campeonato nacional de la URSS con el Dynamo de Tiflis. Quedaron sextos, pero llamó la atención en la capital y se tuvo que mudar a Moscú. En 1949 ya estaba en la selección soviética y, en una serie de partidos contra Checoslovaquia, anotó la mitad de los goles de su equipo. Era el nuevo crack.
Vasily Stalin, hijo del todopoderoso líder soviético, en ese momento era comandante de la Fuerza Aérea del Distrito Militar de Moscú, por lo tanto, responsable del MVO Moscú y el Dynamo de la Fuerza Aérea, sus clubes deportivos, que destacaron también en hockey sobre hielo, baloncesto, fútbol y voleibol. Jugando con ellos, Mshvenieradze llegó a ser diez veces campeón de la URSS.
Aunque esa estancia no fue un camino de rosas. En un momento dado, Mshveneridze decidió regresar al Dynamo de Tiflis, el club de su ciudad natal, una decisión personal que era ilegal y tuvo que enfrentarse a un juicio de cuatro horas, al que asistió toda la selección de Georgia y el teniente Vasily Stalin. Finalmente se tuvo que quedar en el club de la Fuerza Aérea moscovita hasta 1963.
¿Por qué era tan codiciado Mshveneridze? No solo era un jugador extraordinario por sus características físicas y talento, también por la técnica que había logrado depurar innovando él mismo sus propios entrenamientos. En 1951, en un encuentro contra Hungría conoció al jugador Istvan Szivos, padre de Istvan Jr, campeón olímpico de waterpolo y abuelo de Marton, también campeón del mundo con Hungría, concretamente en Barcelona en 2013. Cuando Mshveneridze vio jugar a Szivos se quedó totalmente prendado. En sus palabras: «me impactó su técnica virtuosa, la posesión de balón perfeccionada que tenían, calculada, ajustando cada movimiento al centímetro, cómo contemporizaban, la economía de fuerzas, su talento para conseguir resultados al mínimo costo».
El georgiano se acercó a él y le pidió una clase maestra. Un gesto de humildad tratándose de dos jugadores internacionales que podían tener egos considerables. En cambio, Szivos aceptó sin dudarlo y, en la piscina, con los dos en el agua, le enseñó todos sus trucos. La forma de lanzar, cómo hacer fintas. A Mshveneridze le sorprendió que todo lo que le estaba enseñando, él sabía hacerlo, pero había un factor que se le escapaba. Szivos le dijo: «¡Mira mis piernas y lo entenderás todo!»
Mshveneridze no es que se fijara, es que le pidió al equipo técnico de la selección soviética que le filmaran las piernas de Szivos en acción. En la década de los 50, el uso del vídeo, evidentemente, no era cómo ahora. Aquello era una extravagancia, sobre todo porque la filmación tenía que hacerse bajo el agua, pero se llevó a cabo. Entonces el georgiano lo entendió todo: «trabajaba con tal habilidad sus pies, creaba tal fuerza de elevación con ellos, que no importaba la potencia del defensor que tuviera al lado, daba igual que le intentaran meter bajo el agua, Szivos permanecía a flote todo el rato y no se hundía».
Los dos jugadores se hicieron verdaderos amigos. El húngaro no solo le enseñó un secreto técnico, también le inculcó un código de honor: «Nunca te quejes al árbitro, no muestres expresiones faciales de que te están ahogando para dar a entender que el defensor ha violado el reglamento». Resumiendo: «no le ruegues al juez que penalice a tu rival. Quédate en el agua y no te hundas, deja que el defensor se acerque a ti y muéstrale al árbitro que está colgando de ti, ¡cómo una bolsa! Ese es el verdadero waterpolo, un juego de hombres fuertes. Sé fuerte. Desarrolla tus piernas, tienes que estar igual en el agua que en tierra firme. Recuerda estas palabras y serás un gran jugador de waterpolo».
Años después, Mshveneridze reconoció que esas palabras no es que le influyeran, es que las memorizó. Por su cuenta, se puso a trabajar en sus piernas. Aprendió a mantenerse a flote en el agua independientemente de la situación en la que se encontrase. En un principio, copió su técnica y estilo. Hasta el punto de que el entrenador húngaro, Rajki Béla, le dijo en una ocasión: «No hace falta que copies a Szivos, una copia nunca será mejor que el original». Palabras que a Mshveneridze le daban igual, soñaba con ser como su ídolo.
Sin embargo, siguiendo los consejos de su colega húngaro e innovando en sus propios entrenamientos, logró convertirse en un jugador único. Una de las novedades que introdujo en su trabajo fue el giro de muñeca. Se fijó en el de los jugadores de baloncesto y trató de llevarlo al waterpolo. Luego trabajó la fuerza de las manos y los dedos aplicando técnicas de halterofilia. Para lo más importante, la coordinación de movimientos, aplicó técnicas de voleibol. No existía un desarrollo metodológico del waterpolo en aquel momento y siguió un proceso de prueba y error. Hubo ideas, como probar con la barra de gimnasia, que no le aportaron y las abandonó. Pero, al final, llegó un momento en el que Mshveneridze podía disparar a puerta desde cualquier posición e independientemente de su orientación, aunque estuviera de espaldas. A todo esto había que añadir su 1’98 metros de estatura.
Para los Juegos Olímpicos de Merlbourne, Mshveneridze se había convertido en capitán de la URSS. El equipo llegó hasta semifinales donde se cruzó con Hungría, un partido que ha pasado a la historia con el sobrenombre de «sangre en el agua». Ese día, se iba a enfrentar a su ídolo y su maestro, Szivos. Sin embargo, ese encuentro estaba marcado por la intervención soviética en Hungría escasos días antes. Los movimientos tectónicos propios de la desestalinización, un episodio hilarante en la historia del comunismo -tras exigir Moscú a sus satélites regímenes duros, monolíticos y represores, pasó a exigir a las mismas burocracias regímenes más abiertos y tolerantes-, llevaron a Hungría a la Revolución de 1956 que tuvo que ser contenida y reprimida con el envío de tropas soviéticas, un enfrentamiento que se saldó con miles de muertos, decenas de miles de encarcelados y centenares de miles de exiliados.
Los jugadores húngaros, semanas después de estos sucesos, estaban furiosos. Habían entrenado en un campamento de montaña cercano a Budapest y habían podido escuchar los disparos y ver el humo de los combates. Rápidamente, se les trasladó a Checoslovaquia para que terminaran su preparación y se les aisló. Solo se enteraron de lo que había pasado al llegar a Merlbourne. Cuando llegó su enfrentamiento ante la URSS, sentían que estaban disputando algo más que un partido de waterpolo. El encuentro está dentro de los lugares comunes de la historia del deporte y ha sido ampliamente narrado incontables veces.
Bajo el agua, hubo patadas y golpes de toda clase. Los soviéticos estuvieron descolocados, como reconoció uno de ellos, Yuri Shlyapin, se habían preparado para un partido, no para una pelea. En un momento, cuando el partido ya iba 3-0 a favor de los magiares, el delantero Dezho Gyarmati le rompió la nariz a Mshvenieradze. Todos los jugadores prácticamente se pelearon, de hecho, ha pasado a la historia la foto de Ervin Zador saliendo de la piscina sangrando por una ceja. En cambio, Mshvenieradze no intercambió golpes con nadie. Fue notorio que fue el único jugador que no se peleó. Se secó la sangre despacio y, en ese momento, recibió otro golpe en el mentón de Gyarmati.
Cabe preguntarse por qué no se defendió. Entrarían muchas conjeturas, enfrente estaba su ídolo, no querría alimentar la espiral de violencia, cualquier cosa, pero en una entrevista años después salimos de dudas: fue porque no pudo. Fueron instantes fugaces, pero aun así, tras el segundo impacto, Mshvenieradze recordó: «salí tras él, si lo llego a coger, lo habría estrangulado, pero consiguió alejarse nadando». Quizá las respuestas correctas sean las dos. Fue noble tras el primer golpe y no pensó en devolverlo como un vulgar macarra, pero no toleró el segundo, aunque no pudo vengarse.
A partir de ahí, a los soviéticos se les metió el miedo en el cuerpo, pero no por sufrir más agresiones, precisamente, sino porque temían acabar como la selección soviética de fútbol que perdió contra Yugoslavia en los Juegos Olímpicos de Helsinki en plena ruptura Tito-Stalin. La furia contra aquellos futbolistas fue tal que se disolvió el club del que formaba parte la mayoría de la plantilla, el CDSA (germen del CSKA posterior) y algunos fueron señalados personalmente como culpables de deshonrar a la patria. Pero ocurrió lo contrario. Le condecoraron, Mshvenieradze fue nombrado Honorable Maestro de Deportes de la URSS. Casi cincuenta años después, los protagonistas del incidente se reconciliaron en un acto en Budapest.
En Roma 60, los Juegos Olímpicos que se disputaron en unas instalaciones que conservaban la iconografía fascista de Mussolini, los soviéticos cayeron ante los italianos y se tuvieron que conformar con la plata, fue un gran fracaso para todos ellos. Mshvenieradze metió cinco goles en siete partidos, pero no fue suficiente.
Cuando se retiró, el georgiano se convirtió en profesor de Derecho penal en la Academia del Ministerio del Interior con el rango de coronel, un trabajo que conservó hasta 2002, cuando le diagnosticaron leucemia. Falleció un año más tarde, el 3 de junio de 2003. Está enterrado en cementerio de Troekurovsky de Moscú. Al igual que su ídolo, también inauguró una saga de waterpolistas. Su hijo Gueorgui Mshvenieradze logró el ansiado oro olímpico en los Juegos de Moscú de 1980 y un bronce en Seúl 88, mientras que su hermano mayor, Nugzar, fue plata en los campeonatos del mundo de Belgrado 73 y Viena 74.
«…llevaron a Hungría a la Revolución de 1956 que tuvo que ser contenida…»
«Que tuvo que ser…» Vamos, que la culpa es de los húngaros.
Yo quiero ver esta película
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