En la temporada 1996/97, el Celta se salvó en la última jornada. Para conseguirlo goleó al campeón de Liga, el Real Madrid. Dependía de sí mismo y se hizo cargo de la situación como sólo los grandes equipos pueden hacerse. El resultado fue 4-0 y el estadio, Balaídos.
Nada resultó fácil en los últimos meses de competición. El equipo llegó a la fecha definitiva en barrena, desde que en abril ganase por el mismo resultado al Logroñés para vivir aparentemente en mitad de tabla. No obstante, durante la segunda vuelta, cuando los resultados empeoraron, el ambiente tornó inadecuado. Aquel Celta fue pensado para aspirar a competiciones europeas y pesaba no cumplir el objetivo. Entonces, tras la goleada a los riojanos, se encadenaron cuatro jornadas donde el mejor resultado fue un empate, y otras dos derrotas previas a la última cita que lo situó ante el abismo. La primera de ellas fue contra el Sevilla y la última ante el Extremadura, equipos que acabarían entre la cifra récord de cinco descendidos.
Aquel curso fue el segundo, y último, de la llamada Liga de los veintidós, desde que en 1995 precisamente Celta y Sevilla evitasen el descenso administrativo a Segunda B cuando ya había sido anunciado. «La Liga fue tajante: al Sevilla le faltaba un aval por valor de 85 millones y al Celta otro aval por 45. Y la Liga aplicó la norma: no podrán jugar en categoría profesional», se resumió en El País el 1 de agosto. Los aficionados de ambos clubes se tiraron a la calle para protestar, incluso trasladándose a la sede de la Liga de Fútbol Profesional, en Madrid, durante la conocida como Crisis de los avales. Dada la presión, el caso pasó por el Consejo Superior de Deportes y llegó hasta el gobierno, para finalmente volver al tejado de la LFP. En una asamblea celebrada dos semanas después, ambos clubes mantuvieron la categoría sin perjudicar a quienes habían otorgado la plaza en su lugar, Albacete y Valladolid, descendidos previamente en el campo. Directivos del Celta dijeron que la rectificación era lógica, puesto que sólo se debió a un error de forma.
Además de una desmedida cantidad de equipos en la competición doméstica, para la 96/97 el número de futbolistas no tenía parangón. Aquel fue el primer mercado estival con la Ley Bosman vigente. El dinero que los clubes habían ingresado meses antes por el novedoso reparto de los contratos televisivos fue aprovechado para llenar las plantillas de comunitarios, muchos de buen nivel. De ahí que, en la segunda mitad de los noventa, la española fuese bautizada como Liga de las estrellas, tomando el testigo al Calcio como país referencial de destino para grandes jugadores.
El primer Celta Bosman, un equipo reforzado
El club gallego representó bien aquello. Fue uno de los mejor reforzados en el primer mercado Bosman, gracias a los derechos adquiridos por Canal Plus. «El Celta deja de ser un equipo pobre en la Liga de las Estrellas», tituló El faro de Vigo.
La temporada anterior el conjunto vigués acabó en mitad de tabla, ya dirigidos por Fernando Castro Santos, tras un pésimo comienzo a cargo de Carlos Aimar. Para 1996, las expectativas crecieron, produciéndose reformas sustanciales en la plantilla. Se cedió al naciente Salgado al Salamanca, como parte del pase de Josema y Del Solar; se perdió a Prats, por quien el Betis pagó los 400 millones de la cláusula; el regular Gil fue al Ferrol y Vicente, eterno capitán, se retiró, ya sin demasiada influencia en el equipo. Pero el plantel fue renovado sobre la estructura que daban futbolistas notables. Así, se mantuvieron los defensores Alejo, Salinas o Berges, los centrocampistas Eusebio, Merino y Ratkovic, o atacantes de fiabilidad goleadora como Sánchez y Gudelj. Mientras que algunos de los fichajes fueron Dutruel, Mazinho, Del Solar, Mostovoi y Revivo.
Pese a que Castro Santos dijo que «no todo lo que ha venido es de calidad», lo cierto es que ese grupo lo integraban internacionales cuyas carreras acabarían por demostrar la calidad que atesoraban. La directiva, presidida por Horacio Gómez, invirtió 1.300 millones de pesetas, al tiempo que el presidente del Consejo de Administración declaraba: «Vamos a dejar de ser pobres de una vez por todas y ahora lo que necesitamos es un mayor número de abonados».
Castro Santos en un proyecto europeo
El técnico fue muy criticado ese curso, desde varios frentes. En primer lugar por sus palabras sobre los fichajes y más tarde por la inestabilidad de resultados. Sin embargo, la realidad es que el equipo practicó buen fútbol. Ser dirigidos por un entrenador a la altura permitió que las virtudes de tamaños futbolistas se expresaran de manera grupal. El rendimiento volvió a ser adecuado, pese a lo que pueda extraerse de una salvación en dichas circunstancias. La Liga tuvo mucho nivel. Compitieron bien aun contra rivales de superior entidad y presupuesto, mirándoles a los ojos. Cosecharon empates contra el Súper Dépor o el Atleti y el Valencia, campeón y subcampeón de Liga en curso, respectivamente, amén de la victoria señalada contra el Madrid. Y fueron semifinalistas de la Copa del Rey.
Castro Santos había llegado al Celta después de hacer historia en el Compostela, a quien ayudó a ascender desde Tercera a la máxima categoría. Y no por casualidad. Aun habiendo renovado hasta 1998, esta sería su última temporada al mando. Así lo recordó el pontevedrés en 2019, entrevista concedida a La Voz de Galicia: «En mi segunda temporada, con Félix Carnero, trajimos a jugadores como Mazinho, Mostovoi o Revivo. Algo tuve que ver en eso. Nos quedamos a diez minutos de la final de Copa y en liga pagamos el desgaste. Nos salvamos en la última jornada. La primera pregunta que le hicieron al presidente, al conseguir la permanencia, fue que cuándo me iba a cesar. Estuvimos catorce meses imbatidos en Balaídos. Empezamos a poner los cimientos del gran Celta que vino después».
¿Cuáles fueron, concretamente, aquellos cimientos futbolísticos de los que habla el entrenador?
El Celta de salvación cimentó al Celta de Europa
El equipo estuvo bien dispuesto por Castro Santos, siempre con prioridad al futbolista talentoso. La asimetría que presentaba una alineación por escalones pretendía aprovechar las características de los hombres elegidos, que se detallarán en los siguientes párrafos. Debido a ellas, el juego fluía a menudo raso desde el ecuador del terreno, acelerando en la mitad de campo rival. Todo sin menoscabo de buscar la vía directa aérea hacia el delantero centro si el alineado era Gudelj, o el contragolpe profundo si arriba jugaba Sánchez. Los atributos de los jugadores hacían el sistema. Además, el fútbol de aquel Celta se expresaba sobre una base táctica adecuada a los tiempos: la zona.
Desde el aspecto táctico, Castro Santos se decantó por el sistema de marcación zonal, de actualidad en la época. Tradicionalmente, en el fútbol español imperó la marcación combinada, en la que defensas marcadores perseguían delanteros asignados y líberos corregían sus errores. Los noventa es la década en que técnicos de todo el mundo dejaron progresivamente de aplicar dicha marcación para trabajar con la defensa zonal, donde todos los futbolistas se reparten los sectores y las acciones del juego. Defender en zona es tratar de controlar más el nervio último del partido, así lo indican numerosos entrenadores profesionales. Valgan las sentencias de Clemente y Cappa, exitosos en la época usando la zona, dadas a El Confidencial en 2022.
Según el por entonces seleccionador nacional, «la defensa zonal es más perfecta que la combinada. Para ejecutarla, hay que ser mejor futbolista. Si tienes malos jugadores, no podrás jugar en zona. Para jugar así, hay que entender el fútbol en su concepto general, no individual». Mientras que para el campeón de Liga Cappa, «la zona se refiere a los espacios, y uno trabaja de acuerdo a los espacios. El fútbol es cómo cubro los espacios y cómo manejo los tiempos. Si yo marco al hombre, la marca decide sobre el espacio, llevándome al marcador hacia donde quiere».
En el primer Celta bajo ley Bosman, la zaga se dispuso con cuatro en el fondo. El portero era Dutruel, quien adelantó al también fichado Diezma como sucesor de Prats. Guardameta de talla, fiable en el juego aéreo, con personalidad, reflejos suficientes, buena estirada y excelente desplazamiento, sus actuaciones lo llevarían al Barça en el año 2000.
Como centrales formaron los veteranos Alejo y Salinas. Eran expeditivos a ras de césped y potentes en las alturas, empleando bien su estatura. En los noventa los equipos solían usar dos delanteros centrados, por lo que Salinas se emparejaba con el más corpulento y Alejo saltaba sobre el móvil. Ambos adolecían de lentitud en grandes distancias, por lo que la retaguardia no avanzaba sobremanera, salvo en acciones donde el bloque estuviese alto y fuera necesario reducir espacios hacia delante, evitando así exponer sus espaldas de manera sistemática.
A sus 33 años, Patxi Salinas desarrolló media carrera en el competitivo Athletic, que desde Clemente empleó la zona. En la figura de Salinas el Celta encontraba la experiencia de un ganador de Liga y Copa, bagaje que le permitía dirigir la zaga a la perfección. Llevó el brazalete de capitán. Mientras, Alejo ofrecía similar entereza y mejor pase medio y largo. Junto a Dutruel, era el encargado de lanzar, activando así la vía directa en busca de la segunda jugada desarrollada por los imaginativos, quienes esperaban recibir el balón de cara en tres cuartos de campo. Asimismo, aún corrían tiempos donde las presiones intensivas en la mitad rival eran puntuales y desordenadas, siendo lo corriente la espera en bloques medios y bajos. En fase defensiva, el Celta actuaba así. Mientras que, en la ofensiva, el canterano del Barça Alejo daba el inicio necesario para que recibiera Mazinho, volante central del 4-4-2 dispuesto normalmente por Castro Santos. Epicentro del juego del Celta.
Desde el campeón del mundo brasileño surgía el fútbol. Mazinho era sabiduría y virtud con el balón. Un maestro en el uso del cuerpo. También de la recepción y el pase, siempre preciso hacia el lugar adecuado. Mientras en táctica defensiva se mostraba posicionalmente perfecto, en el apartado técnico era impecable. Alguien de carácter, al que no le intimidaba ningún partido. Con Mazinho en el campo, un equipo de nivel medio podía aspirar a posiciones europeas, como le sucedió al propio Celta las siguientes temporadas.
Conocedor de sus virtudes, Castro Santos dio a Mazinho el hábitat necesario. Lo rodeó de futbolistas aptos para la combinación y la transición. Como volante derecho escalonado formó Del Solar (en ocasiones, izquierdo), mientras que de interior izquierda se mantuvo Ratkovic. Ambos eran futbolistas con fina zurda, hábiles en el toque, la generación y el avance a través del manejo de la pelota. En funciones de volante de ida y vuelta, Del Solar auxiliaba en la salida a Mazinho para luego acercarse al área rival, expresando así su elegante capacidad de conducción. Con mayor físico y empaque futbolístico, Merino también disfrutó de intervenciones como volante derecho. A veces, la decisión dependía del rival. Desde la izquierda, Ratkovic se juntaba con el enganche central, Mostovoi, o en alguna ocasión el veterano Eusebio, para asistir a los delanteros. El bosnio era hábil en el regate corto, buen asistente y chutador lejano, atributos comparables a los de Mostovoi. Necesitaban libertad de movimiento para inventar jugadas y disponían de ella. Junto al mediapunta Revivo, de un tipo de creatividad más relacionada con el gol, en un equipo que se movía en función del balón, los centrocampistas ofensivos se intercambiaban posiciones en zona de aceleración de jugada.
Aunque también titularidades, puesto que no había sitio para todos. La suplencia de tan buenos futbolistas conllevó tensiones y algún incidente. Caso de Mostovoi, talento con estatus de haber jugado Copa de Europa. Como la mayoría, el ruso no fue indiscutible. En la jornada 37, disputada en El Molinón, a falta de diez minutos y con el equipo abajo por dos goles a uno, un molesto Mostovoi quiso abandonar el terreno de juego, pero sus compañeros consiguieron evitarlo.
En aquel centro del campo también estaba el francés Dutuel, jugador de zancada técnica que venía de ser finalista UEFA con el Girondins. Partía como medio derecho. Su buen rendimiento tampoco le aseguró la titularidad, puesto que tanto Merino como el rápido Sánchez, quien desde el costado atacaba el área con sus vivos desmarques de ruptura, le robaban minutos.
Si bien la amplitud por la derecha la daba normalmente un mediocampista, generando el espacio interior donde se relacionaban los creativos, en la izquierda era el lateral quien se proyectaba en ataque. El especialista defensivo Aguirretxu, el olímpico Berges o en ocasiones Josema, que usaba ambas piernas con soltura, eran las alternativas. Todos participaron bastante. Mientras, en la derecha jugaron Merino, Adriano o el propio Josema, una vez recuperado de lesión.
Debido a su polivalencia y estabilidad, Merino fue quien más titularidades disfrutó en la temporada y el segundo en minutos acumulados, después de Mazinho. Como se ha contado, el ex de Osasuna, mediocampista potente y seguro, alternó zonas derechas de la zaga, sobre todo en el primer tramo de curso, con el centro del campo, que le era natural.
Completaban la rotación, a la que no faltaba característica alguna, el zaguero Tárraga, los centrocampistas Geli, Javi González y Bajcetic, así como el delantero rematador Moisés, contratado en invierno, o un Prieto que no consiguió los registro de su paso por el Mérida.
Un leyenda celtiña para machacar al Real Madrid
A la altura de su leyenda, Gudelj dio la salvación. Con 30 años, ese ejercicio no fue fijo en las alineaciones. Sin embargo, acabó máximo goleador del equipo una vez más. En la fecha definitiva, diez minutos fueron suficientes para imponerse a los defensores más cualificados. Primero trazando una ruptura por la derecha ante la zaga adelantada del Madrid, equipo dirigido por el tacticista Capello. Luego, adelantándose al central para rematar en el primer palo un centro desde la izquierda tocado por Mostovoi. Ese día completó el hattrick sobre la bocina, lo que ascendió su cifra a 13 goles, números similares a sus temporadas previas en Primera.
Tras un partido de éxtasis, a la altura del juego del equipo, el Celta se salvó. Castro Santos no continuó, pero fue parte de los éxitos de su futuro inmediato, ya dirigido por Víctor Fernández.
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La siguiente temporada el Celta fue entrenado por Javier Irureta, quien clasificó al equipo para la UEFA. No fue Víctor Fernández, quien llegaría en la 98-99.