Comenzaba la década de los 90 y en el fútbol español destacaba un jugador especial. En el Valladolid y en el Rayo Vallecano, pegado a la banda, mirando al suelo y con la pelota cosida al pie, Onésimo regateaba a sus rivales una y otra vez, generando en poco espacio jugadas que parecían imposibles. El apodo con el que se le conocía era revelador: el último mohicano. No era casual. Hacía ya tiempo que escaseaban los jugadores habilidosos en un contexto futbolístico global donde cada vez primaba más la faceta física y la parcela táctica por encima del talento. Onésimo era una saludable excepción y pertenecía a una especie, la de los extremos regateadores, que en las décadas anteriores siempre había tenido destacados representantes.
Grandes extremos regateadores de la historia
Entre los grandes jugadores españoles de este estilo que ha dado la historia del fútbol, quiero destacar a tres. Dos de ellos brillaron en el Real Madrid. Gento por izquierda, en los años 50 y 60, y Amancio por derecha, en los años 60 y 70. Ambos muy rápidos y verticales. Gento sigue siendo a día de hoy el único jugador que ha ganado 6 Copas de Europa. Amancio ganó la Eurocopa de 1964 con la selección española, año en que ganó el Balón de Bronce.
Otro fue el «Lobo» Carrasco, que brilló en el Barcelona y en la selección española de los años 80. Muy habilidoso, elegante y de larga zancada, jugaba como extremo por las dos bandas y se movía con libertad. El buen fútbol que exponía en el césped es el mismo que ha defendido siempre después. Entre los muchos grandes jugadores internacionales que ha dado la historia del fútbol, destacaría seis. El primero es el inglés Stanley Matthews. Apodado «El mago del regate», jugaba de extremo derecho y tuvo una larguísima carrera en el Stoke City y en el Blackpool (de los años 30 a los años 60). Fue el primer ganador del Balón de Oro, en 1956.
Entre finales de los años 50 y los años 60 brilló el que para muchos es el mayor paradigma de extremo en la historia del fútbol: Garrincha. Deslumbró en el Botafogo y en la selección de Brasil con un regate indescifrable y mágico, pegado a la banda derecha y con esa característica tan suya de frenar, amagar con el cuerpo y después arrancar, con el rival ya desestabilizado. Fue junto a Pelé la estrella de su selección y eso lo dice todo.
Entre los años 60 y los primeros 70, el norirlandés George Best causó sensación en Inglaterra y en Europa. Arrancando desde una u otra banda y con mucha libertad de movimientos, tenía talento para elegir la mejor jugada y una pierna derecha endiablada, con un regate rápido y punzante. Balón de Oro en 1968, es considerado uno de los mejores jugadores europeos de la historia.
René Houseman fue un jugador que representaba perfectamente el típico jugador de potrero argentino. Un extremo derecho imprevisible, que jugaba por instinto y tenía una gran habilidad. Deslumbró jugando en Huracán en la década de los 70, siendo una de las principales figuras del recordado equipo que salió Campeón en 1973 con César Luis Menotti, con quien también fue Campeón del Mundo en 1978.
En los años 90 destacó especialmente el galés Ryan Giggs, que formó parte de los «Fergie Boys», la particular «Quinta del Buitre» surgida en la cantera del Manchester United de la mano de Alex Ferguson, junto a Beckham, Scholes, Butt y los hermanos Neville. Extremo izquierdo elegante, de buen toque y con una carrera muy larga en el máximo nivel, hasta entrada la segunda década de este siglo.
El último extremo que quiero mencionar entre los ya retirados es Arjen Robben, gran extremo derecho que comenzó su carrera a primeros de siglo y se retiró en 2021. PSV, Chelsea, Real Madrid y Bayern de Múnich vieron brillar a este gran jugador que es junto a Best y Carrasco el único de esta lista que jugaba a pierna cambiada, algo mucho más común en este siglo que en el anterior. Hábil e incisivo, tenía patentada su jugada de regatear desde la banda derecha hacia dentro, buscando el espacio para sacar su colocado disparo con la zurda.
Grandes extremos regateadores en activo
Son más bien pocos los destacados jugadores de este perfil que sigan en activo o que jueguen en esta demarcación. Messi y Neymar comenzaron sus carreras siendo extremos y con el tiempo (sobre todo en el caso de Messi) se convirtieron en jugadores que, aún partiendo muchas veces desde la banda, se mueven con gran libertad y participan en cualquier sector del ataque.
De los jugadores que siguen jugando como extremos con un perfil regateador destaco a Di María, ya veterano y con una brillante trayectoria en diversos clubes europeos. Siempre vertical y con una excelente relación con el gol, ha destacado por poder jugar eficazmente en cualquiera de los dos perfiles, por derecha y por izquierda.
Brillando especialmente como extremo derecho, el ambidiestro Dembélé me parece claramente el más destacado de los extremos actuales. Impredecible, puede salir por cualquier lado y cuando está enchufado es extraordinario. Regatea, asiste y marca goles con una calidad excepcional. Acaba de ser nombrado como mejor extremo del mundo en un estudio del CIES Football Observatory, que analiza la frecuencia de regates exitosos y centros.
Por la izquierda, Sané brilló especialmente en el Manchester City y ahora destaca en el Bayern. En sus primeros años era más eléctrico, de desbordar y llegar a la línea de fondo. Hoy en día juega más suelto, por el medio e incluso por derecha. Tiene mucho gol.
Vinicius sobresale en el Real Madrid por una cualidad esencial en el deporte: la insistencia. Lo intenta una y otra vez, nunca se achanta, pide la pelota y asume la responsabilidad de ir a buscar el gol. Muchas veces decide mal y se enreda en trifulcas que le desconcentran, pero en el último año ha mejorado en la definición.
A otra escala destaco a Abde, jugador del Barcelona que juega cedido en el Osasuna. Aún en formación, es muy saludable su descaro, su intención de regatear y desbordar cuando tiene la oportunidad.
Siempre bajo sospecha
El extremo regateador es por definición un jugador imprevisible, intermitente, que durante un partido suele desaparecer un rato y de repente puede hacer dos o tres grandes jugadas seguidas. Por sus condiciones, está mucho más asociado a la aventura que al rigor táctico. Tiene más relación con la inspiración que con el compromiso defensivo. Un jugador así necesita para rendir el respaldo de un entrenador que le apoye, que confíe en él, que logre comprometerle con el equipo y le aliente para que arriesgue sabiendo que si no le sale un regate no va a tener como consecuencia directa el castigo de la sustitución.
Un extremo regateador necesita un entrenador que potencie sus cualidades, y lo cierto es que cuando hace ya décadas el fútbol fue haciéndose cada vez más rígido, más robotizado, más pendiente del rigor táctico defensivo que de potenciar el talento creativo, este tipo de jugadores fue desapareciendo paulatinamente, quedando como exóticos versos sueltos dentro de un fútbol desbordado por las estadísticas, santo grial de la mayoría de entrenadores, más apegados a lo que les dice el ordenador que a lo que les dice el instinto.
A esto se une que el tradicional fútbol de calle, de los barrios, que se jugaba a todas horas y que potenciaba la improvisación y la habilidad, fue sustituyéndose por el fútbol de escuela, de academia, de cumplir con lo previsto, de la obligación de jugar a dos toques, de coartar la inspiración natural de los regateadores.
El fútbol es un juego y el juego necesita del riesgo para romper el orden y desequilibrar. Es paradójico escuchar desde hace mucho tiempo, cuando un equipo no puede romper una defensa cerrada en un partido, que «en el fútbol actual no hay espacios».
El fútbol se trata de eso, de generar espacios donde no los había. ¿Y quién mejor para ello que un extremo que abra el campo, desborde por donde hay menos acumulación de rivales y genere una ocasión de gol?
En el fútbol actual, donde muchos entrenadores utilizan el falso dogma del «equilibrio» para justificar su querencia a la contención defensiva, los regateadores quedan relegados a un rol de último recurso, de ese jugador en quien no se confía y que se utiliza si no queda más remedio. Y es paradójico que en este fútbol donde la mayoría de equipos juegan con extremos (en un esquema 4-3-3 o 4-2-3-1) muy pocos de ellos son regateadores. La mayoría que ocupa esa demarcación o son centrocampistas reconvertidos que juegan a pierna cambiada y entran hacia dentro para dar espacio a la subida del lateral o son jugadores rápidos con muy poco desborde que son utilizados esencialmente para jugar de contragolpe o para marcar al lateral rival cuando este sube a atacar.
El ejemplo de Di María en la final
Frente a esta extendida tendencia del «equilibrio», del fútbol robotizado y previsible, me parece muy destacable lo que ocurrió este pasado diciembre en la final del Mundial, cuando Scaloni sorprendió en su alineación al incluir como extremo muy abierto a Di María, que venía de recuperarse de una lesión producida durante el torneo. Además, aunque en la selección suele jugar más por la derecha, en ese partido lo colocó de extremo izquierdo. Su función no fue la de marcar al lateral derecho rival (Koundé), sino que abrió el campo y se dedicó a generar espacios, a encarar y a intentar desequilibrar, en definitiva a aportar a la selección argentina una característica diferencial: el regate.
Di María generó varias jugadas peligrosas, provocó el penalti con el que Messi marcó el 1-0, definió la excelente jugada colectiva que desembocó en el 2-0 y, pese a ser sustituido por cansancio en el minuto 64, fue el mejor jugador de la final.
Tras su marcha, Argentina se quedó con menos recursos en ataque, con menos salida, y el partido cambió, con una Francia que hasta entonces se había visto desbordada y que a partir de la marcha de Di María se vio menos amenazada y creció hasta emparejar el juego.
Entre los diversos méritos que llevaron a Argentina a ser Campeona del Mundo, uno fue ese: el acierto de Scaloni al incluir a Di María como extremo titular en la final y permitirle explotar sus cualidades. Sorprendió al rival y le dio a su equipo un punto diferencial.
Ojalá este reciente ejemplo en la máxima élite sirva como estímulo para que muchos más entrenadores apuesten por este tipo de jugadores y los alienten a jugar, a explotar sus condiciones, a arriesgar sin miedo al error. Eso podría ayudar a hacer del fútbol algo no sólo más vistoso y saludable, sino también más eficaz.