Entrevistas

Carlos Muñoz: «El Barcelona ha hecho mucho daño al fútbol con el tiquitaca»

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«Sé que lo mío no es normal. Soy un andaluz criado en Catalunya, mi mujer es de Elche y mi niña, asturiana con nombre vasco: Ainhoa. ¿Conoce a muchos como nosotros?». Es 1990 y habla Carlos Antonio Muñoz Cobo (Úbeda, 1961); son declaraciones al periodista —un tal Tomás Guasch— que firma una semblanza titulada «De la Bordeta a la selección» en El Mundo Deportivo. Carlos, delantero del Oviedo de Jabo Irureta, acaba de ser convocado para un encuentro contra Islandia. Escribe Guasch: «Oviedista a muerte, Carlos encontró la paz que no tuviera en el Barcelona a la vera del Tartiere, aunque para ello los carbayones tuvieron que pagarle 70 millones de pesetas a Jesús Gil, tras su paso por el Atlético. ‘Luché para irme de Madrid y volver a Oviedo. Esta es mi casa. El año pasado marqué catorce goles en la Liga, este ya son dos’, comenta». Ganará la Selección aquel partido disputado en el Benito Villamarín de Sevilla por dos goles a uno. Carlos marcará uno de los dos. No lo hemos comprobado, pero posiblemente no haya otro jugador con mejor estadística goleadora en su paso por lo que, entonces, aún no se conocía como La Roja. Jugó Carlos seis partidos internacionales, seis goles metió: uno en cada encuentro. El primero, en El Molinón, contra Brasil, entre pitidos de la afición gijonesa. Es general consenso y clamorosa evidencia que tuvo que jugar más, pero Javier Clemente no le perdonó una vieja pelea y le vetó el paso. Fue uno de los varios golpes de mala suerte de un delantero que también tuvo la frustración de poder jugar pero no hacerlo en el Barça, y la de no rendir bien en su año en el Atlético de Madrid. También los tuvo de buena suerte, y el mayor fue recalar en Asturias, donde encontró la felicidad convertido en un ídolo del viejo Carlos Tartiere, del que presenciaría con dolor la demolición. En aquel solar en el que un día se derrotó al Dream Team de Cruyff o al Superdépor, o se jugó y se ganó un partido de la Copa de la UEFA, hoy se yergue un «centollo» —Calatrava te la clava— que horroriza a Carlos, como a toda una ciudad en la que hace ya veinte años que no se juegan partidos de Primera División. En el Real Oviedo, histórico de la Liga que descendió a los infiernos, pero viene resucitando, trabaja hoy como embajador. La terraza del Cundo, un bar castizo del casco histórico de la capital asturiana, es el lugar convenido para un repaso largo de su vida.

Carlos, naces en Úbeda en 1961. Te crías entre olivos, en el seno de una familia muy humilde, ¿verdad?

Mi padre tenía un bar, pero en invierno, lo típico en mi pueblo era la aceituna, la industria del aceite, sí. Siendo yo muy chiquito, mi madre se levantaba a las cinco de la mañana para recoger la aceituna y me llevaba a una especie de cortijo en el que tenían a los niños. Ahí nos metían hasta que terminaban de trabajar y así continuamente, durante toda la temporada de la aceituna.

A tus siete años, os vais a Cataluña.

En aquella época, había mucha emigración a Madrid, Barcelona… Nosotros teníamos familia en Barcelona, unos tíos —todavía tengo familia allí—, y aunque mi padre tenía aquel bar, al final decidió irse para sacar un poquito adelante a mi familia. Primero se fue mi padre con mi hermano mayor; y a los ocho o nueve meses, marchamos mi madre, mi hermano y yo. Nos criamos en Santa Eulalia, un barrio de Hospitalet pegado a Barcelona. Cruzabas la calle y estabas en Barcelona; una acera era Hospitalet y la otra, Barcelona. Ahí hice toda mi juventud, desde los siete años hasta los veintitrés, veinticuatro, que ya empecé a marcharme a jugar al fútbol en distintos clubs.

¿Cómo era aquel extrarradio de la Barcelona de los setenta? ¿Cómo era la vida de aquellos altres catalans, llegados de otras regiones de España, sobre los que Paco Candel había escrito un famoso ensayo?

El ochenta por ciento de la barriada eran andaluces, extremeños y gallegos que trabajaban, sobre todo, en la SEAT y la construcción. Todos nos ayudábamos para salir adelante; éramos como una familia. Para nosotros, al principio fue duro. Cuando ya llevas cuatro o cinco años, las cosas van saliendo mejor, pero primero fue complicado: era dejar todo lo que era tu vida en Úbeda —una ciudad pequeña, de treinta mil habitantes— e irte a una ciudad tremendamente grandiosa. Recuerdo aquello muy fugazmente, pero sé que mis padres lo pasaron mal.

He leído que te colabas con amigos en el Camp Nou para ver al Barça y que también ibas a Sarrià, el campo del Espanyol, en el que tu padre era acomodador.

Efectivamente. Antiguamente, en los campos había acomodadores que te decían dónde te sentabas; y mi padre trabajó de eso y en algún partido me llevaba allí, a la grada alta de Sarrià. Lo del Camp Nou, también, sí. Cuando empecé a trabajar, nos colábamos cuando podíamos y no nos pillaban (risas).

¿Tú eras del Barça o del Espanyol? ¿O de ninguno?

No, la verdad es que yo no era aficionado a ningún equipo; ni al Madrid, ni al Barcelona, ni al Espanyol. Simplemente me gustaba el fútbol y quería ver el fútbol; y como vivías allí, ibas a lo que había allí. También iba a ver al Barcelona entrenar en La Masia, pero forofo de algún equipo no era.

Al fútbol, tú empiezas a jugar en el club de tu barrio.

Empecé en el colegio. Iba a un colegio que se llamaba San Isidro Labrador. Jugábamos al fútbol en el recreo y en una plazoleta en la que estábamos todos los días, al lado de la iglesia. En el barrio había muchos equipos, y nosotros, con un hombre mayor de la parroquia que nos vio jugar y que preparaba actividades con ayuda municipal (marquetería, manualidades, pintura…), hicimos uno de lo que ahora se llama fútbol siete, y entonces se llamaba en pista. Con ese equipo, en 1973, fuimos campeones de Hospitalet.

Se había montado una selección de todo Hospitalet para jugar contra vosotros, y les metisteis una goleada descomunal.

Sí (risas). Yo, de ahí, me fui a un equipo que se llamaba Juventud Hospitalet, con el que jugábamos en el campo del Santa Eulalia; un campo de arena.

El calentamiento en aquel primer club —contabas hace tiempo en una entrevista— era quitar las piedras y correr a por cada uno de los tres balones que teníais cuando los tirabais fuera.

Así era. Compartíamos campo con otro equipo: La Bordeta. Un día, necesitaron un portero y se lo ofrecieron al nuestro, pero no quiso. Me ofrecí yo y me fui para allá, pero a los ocho partidos, dije: «No quiero jugar más de portero; yo soy delantero». Al domingo siguiente, salí de delantero.

Y hasta hoy.

Y hasta hoy.

¿Cómo era aquel fútbol?

Campos de arena, campos en los que pegaban al árbitro… Fue bastante duro. Yo nunca fui juvenil. De la pista, pasé a campo; y en el campo, yo tenía dieciséis, diecisiete años y jugaba con gente de cuarenta. Hasta que firmé por el Barcelona Atlético, antes de irme a la mili, yo no pensaba en ser futbolista profesional. A los diecinueve años todavía estaba jugando en Tercera Regional.

Entretanto, trabajaste de toda clase de cosas.

Sí. De camarero en un bar del barrio, de pintor, de escayolista, de butanero, en una casa de recambios de coches… Hacía falta dinero en casa: mi padre tenía una bronquitis y un enfisema. Dejé de estudiar muy pronto, a los catorce años. Empecé un módulo, pero al año lo dejé, porque necesitaba ganar dinero ya, para llevarlo a casa. Mi madre también tuvo que trabajar mucho, en casa y fuera, limpiando escaleras. Y yo, en lo que salía. En aquella época, gracias a Dios, había bastante trabajo. No se pagaba mucho, pero lo había.

En aquellos primeros clubes de fútbol, ¿cobrabas?

El presidente del Juventud Hospitalet me compraba las botas, y para mí aquello ya era… Ninguno cobraba; todos trabajábamos para el club, un club de Tercera Regional que se llevaba entre amigos.

¿Cómo llegas al Barça B?

Aquella temporada en La Bordeta, en Tercera Regional, metí como ochenta y cinco goles, y entonces me firmó un equipo de Preferente que se llamaba Polvoritense.

Del Polvorín de Montjuïc, ¿no?

Sí. Me acuerdo de que le dieron al club un juego de equipaciones y no sé cuántos balones. Estando allí, salió una propuesta (en el fútbol, aparte de que seas bueno, importa la suerte) de que todos los equipos nacionales tenían que tener dos jugadores sub-20. El Igualada Club de Fútbol, que estaba en Tercera, no tenía juvenil, ni infantil, ni nada; y su entrenador, Solsona, que alguna vez venía a vernos y se había fijado en mí, le dijo al Polvoritense que me compraba. Lo mismo: balones, camisetas… En el Igualada, juego seis meses; soy el mejor jugador sub-20 de la categoría. Pero entonces, tengo que marcharme a la mili. Marcho a la mili y estoy un año sin jugar.

¿Dónde la hiciste?

El reclutamiento en Cerro Muriano, en Córdoba; y luego, trece meses en Cádiz.

Y ¿qué tal?

Hoy en día, yo pondría el servicio militar para la gente que no trabaja, la gente que no estudia… Yo pensaba que era un inútil, una nulidad, que no valía para nada. Era un poquito vago; era a lo que aprendías. Pero en la mili, te enseñaban disciplina.

Hay gente que tiene un recuerdo muy bueno de su paso por el servicio militar, pero también hay mucha que lo tiene muy malo.

Es querer o no querer… Reconozco que había muchas cosas malas. Pero a mí me vino muy bien, y a muchísima gente le vino muy bien.

Vuelves de la mili.

Vuelvo de la mili y sigo jugando en el Igualada, y otra vez volvemos a la suerte. Mussons —que era el presidente del Barcelona— y Casaus eran de Igualada, y allí todo el mundo hablaba de que había un chaval que jugaba muy bien. En aquella época también salió que me querían el Espanyol, el Andorra… Mussons y Casaus mandaron que me fueran a ver y acabé firmando con el Barcelona Atlético.

Estarías que no te lo creías, ¿no? Pasar a jugar en aquel campo en el que te habías colado tantas veces.

Recién venido de la mili, habiendo estado un año sin jugar al fútbol… Sí, fue como: «Pff, ¡madre mía!».

Debutas, cosas de la vida, contra el Oviedo.

Firmo por el Barcelona Atlético, pero sigo jugando con el Igualada. Y sí: cosas de la vida, el míster me convoca por primera vez esa semana. Juego contra el Oviedo, marco dos goles y me hacen un penalti. A partir de ahí, juego media temporada con el Barcelona Atlético y, cuando se acaba la temporada, me llama Menotti para entrenar con el primer equipo.

Entrenas con Maradona y con Quini. Y con otros también, pero tengo curiosidad por tu relación con estos dos futbolistas concretos: el «genio del fútbol mundial» que decía Víctor Hugo Morales y la gran estrella histórica del gran rival del Oviedo, el Sporting.

Estaba Urruti, estaba Lobo Carrasco, estaba Schuster, estaba, sí, Quinocho… Eso fue el novamás. Date cuenta que un año y medio antes estaba en Tercera Regional. Yo siempre he dicho que juego al fútbol por casualidad. Nadie lo esperaba. ¿Quini? Súper. No hay futbolista más querido en el fútbol español que Quinocho. Aparte de que era buen jugador, era una persona excepcional. Y Maradona, yo llegué al primer equipo con Valor y Manolo, y lo primero que hizo fue abrazarnos y decirnos: «Enhorabuena, que tengáis suerte; y aquí, como si estuvierais en familia; como si fuera el Barcelona Atlético». Tuve un trato agradable con él.

Con el Barça no llegarás a jugar.

Sí, juego; juego la Copa de la Liga.

Cierto. Estaba pensando en la Liga.

No, la Liga no la juego. Aquella temporada termina con la patada famosa en la final de la Copa del Rey.

La de Goikoetxea a Maradona.

Sí. Expulsan a siete u ocho del Barcelona. Y después hay una gira en Estados Unidos y unos se van para allá y otros se quedan a jugar la Copa de la Liga. Menotti me llama y me dice que quiere que juegue. Juego hasta que nos elimina el Atlético de Madrid. Al año siguiente, yo iba a hacer la pretemporada con el primer equipo, pero echan a Menotti, llega Venables, y me quedo en el Barcelona Atlético. Juego casi media temporada y me voy cedido al Elche, ya en Primera División; y a partir de ahí, voy siendo cedido cada nueva temporada.

Elche, Hércules, Murcia, Oviedo… ¿Cómo es esa experiencia del futbolista peregrino, que no acaba de echar raíces?

De todo lo malo y lo bueno hay que aprender. Al Elche me fui a disgusto. El equipo había hecho una primera vuelta en la que había conseguido seis puntos y había metido cuatro goles, una cosa así: un desastre. Y me dijeron que tenía que irme allá a demostrar si podía jugar en Primera División. Pregunté cuánto iba a ganar y me dijeron que me iba gratis: te van a dar la comida, vas a vivir en una pensión y, si hay primas, pues que te las den, pero tienes que demostrar si puedes jugar.

En Elche, ¿no cobrabas? ¿Solo casa y comida? ¿De qué vivías por lo demás?

Cobraba doscientas cincuenta mil pesetas al año, veinticinco mil pesetas al mes, del Barcelona Atlético.

Ah, claro.

Me fui pensando que había primas y con la ilusión de jugar en Primera División, algo que, después de todo lo que estaba viviendo, no me podía creer. Pero tengo la desgracia de que, en cuanto llego a Elche, no al primer entrenamiento, pero casi, a los tres o cuatro días de llegar, me lesiono un tobillo con grado uno, o sea, cuatro o cinco semanas sin poder jugar, con el pie inflamado. Dije: «A tomar por saco: no me sale nada bien». Al llegar, me habían preguntado qué prometía para el Elche, dadas las dificultades, y había dicho: «Voy a marcar seis o siete goles fijo». Quedé de fantasma, pero en los últimos siete partidos metí seis goles. Por desgracia, descendimos. Vuelvo a Barcelona y tampoco me dan la oportunidad de hacer la pretemporada. Me dicen que me tengo que ir al Hércules. En Alicante ya es distinto: sí que llego con contrato.

¿Esta vez sí te fuiste con ilusión, o nuevamente de mala gana? El Elche quería conservarte en Segunda, pagándote una buena cantidad; pero el Barça quería que siguieras en Primera y te fuiste a un Hércules que te pagaba la mitad de lo que te ofrecía el Elche.

No, marcho obligado. Cuando me fui al Murcia, lo mismo; y al Oviedo, igual. Me iba adonde ellos querían. Yo no tenía representante; el fútbol se movía de otra manera.

Nunca lo tuviste, ¿verdad?

En aquella época, había muy pocos jugadores que lo tuvieran; no era como ahora, que ya hay chavales de cuatro o cinco años que lo tienen. Venían, te decían «oye, ¿quieres venirte aquí?», firmabas y te ibas. Yo no lo necesité; a mí todo me salió seguido: oye, que te quiere el Barcelona; oye, que te quiere el Hércules; oye, que te quiere no sé quién. Para firmar los contratos, mirabas un abogado y punto. Tampoco había mucho que mirar. No había derechos de imagen, no había… Por desgracia para mí, no conocí nada de eso.

En el Hércules, coincides con otro mito de la Liga: Mario Alberto Kempes, el Matador.

Un tío espléndido, sensacional. Tuve la suerte de compartir habitación con él. Era algo más que un buen futbolista; era el alma viviente del equipo. Tanto era así que, estando él en el club, anduvimos bien, rozando el descenso, pero manteniéndonos; pero lo fichó el Austria de Viena y el equipo, aunque era un equipazo que bien podía haberse salvado, se vino abajo y descendimos. No había nadie que soportara la presión esa.

La siguiente temporada, te vas al Murcia, pero juegas muy poco. «Estaba desquiciado porque el Barcelona no me daba la oportunidad en el primer equipo», te he leído contar en otra entrevista. Al año siguiente, a un Oviedo en Segunda y que acababa de salvarse del descenso a Segunda B por una carambola: una reestructuración de las categorías que amplió la Segunda División a veinte equipos.

Tampoco quería venir. Tenía equipos de Primera División para ir, y no me dejaron.

Había un interés del Osasuna, ¿no?

Es que el Osasuna tenía un contrato con el Barcelona de que todo futbolista que el Barcelona no quisiera, el primer club al que se marchase fuera el Osasuna. Tuve que firmar una carta diciendo que no quería ir. Era mentira: claro que quería ir. Les decía: «¿Cómo no me voy a ir al Osasuna, que es un equipo de Primera División?». «No, no, tú te vas a ir al Oviedo». «¿Cómo que al Oviedo? ¿Dónde está el Oviedo? ¡Acaba de bajar a Segunda B! Se ha salvado porque…». Pero nada. O firmabas, o firmabas; o te ibas, o te ibas. En aquella época era así.

También te enteraste tarde de una oferta del Valencia.

Cuando ya había firmado. Me llamó mi madre, que en paz descanse, diciéndome: «Llama a este teléfono, que quieren hablar contigo». Llamé y me dijeron: «No firmes nada y vente para Valencia». Pero ya había firmado con el Oviedo.

En esta ciudad a la que vienes a desgana, te conviertes en un ídolo. Tus goles son cruciales para que ese club que había descendido a Segunda B ascienda a Primera, después de doce años de ausencia de la máxima categoría.

Otra vez la suerte. O el trabajo y el sacrificio, no sé. Pero sí. En un equipo que estaba hecho para asentarse en Segunda División y, al año siguiente, intentar luchar por el ascenso, se conjugaron muchos aspectos y, con cuatro futbolistas de la plantilla del año anterior, hicimos una campaña muy buena. Éramos muy amigos, y eso ayudó mucho. El club era como una familia: los jugadores, los dirigentes, el presidente, todos. Salió todo bien y no subimos directos, pero jugamos la promoción de aquella época. Nos tocó el Mallorca: un equipazo. Todo el mundo estaba un poco… ¡uf! Pero ya habíamos cumplido, así que fuimos con la tranquilidad de saber que, si nos ganaban, nos ganaban, pero iban a tener que sudar. Al final, lo conseguimos. La épica.

Marcaste veinticinco goles aquel año. Formabas con el paraguayo Ramón Hicks y el inglés Keith Thompson una delantera a la que se bautizó con un nombre muy políticamente incorrecto.

El negro, el indio y el gitano. Yo decía: «Bueno, el negro es negro, el indio es indio, pero yo no soy gitano, ¿eh?». Pero nos quedamos con ese nombre. Luego, Thompson tuvo la desgracia de que se lesionó y dejó de jugar mucho, y pasaron a llamarnos los Tres Mosqueteros a Juliá, Hicks y yo.

La temporada siguiente, te venden contra tu voluntad al Atlético de Madrid, donde empiezas con mal pie. La noche antes de tu presentación, el melón con jamón de una cena con amigos termina en un cólico nefrítico, que hace que no rindas bien en tus primeros entrenamientos. Tampoco congenias con tu entrenador, José María Maguregui. Te había querido Menotti, pero lo echaron.

Julio Salinas y Eusebio se habían ido al Barcelona, y el Atlético había dicho que quería tanto dinero y a Carlos. Yo decía: «Bueno, y ahora, ¿por qué no me puedo quedar en el Oviedo?».

¿Querías quedarte?

Sí, sí. Pero bueno, irme al Atlético de Madrid no dejaba de suponer un paso de gigante. Me fui, pero al llegar, sí, echan a Menotti. Me lo encuentro en las oficinas de Jesús Gil y me dice: «Carlos, adonde yo vaya no te voy a llevar más».

En plan «eres mi gafe», ¿no? Equipo al que te llamo, equipo del que me echan.

Sí, sí.

¿Cómo fue aquello del melón con jamón?

Una gastroenteritis provocada por un jamón que estaba hormonado. Fue lo más duro que viví; creí que me moría. A las tres o cuatro de la mañana me empecé a sentir mal: vomitar, diarrea, vomitar, diarrea, vomitar… Al final, ya era sangre por arriba y sangre por abajo, de tanto que forzaba. Al día siguiente, teníamos la presentación del Atlético. En el mismo hotel, mi mujer llamó al recepcionista y vino el médico de guardia. Me pusieron la ultravenosa esa que ponen y se me paró un poco, pero ya había perdido casi cuatro kilos. Estaba pálido, chupadísimo. Al llegar a la presentación, le comento esto al director y me dice: «Tranquilo, no te preocupes: te vamos a dar una dieta buena». Nos vamos a San Rafael, a Segovia, y hacemos la presentación. Luego, el médico me receta agua con limón los primeros dos días y luego, arroz con tal. Y me dice: «Y no vas a entrenar». Pero yo digo: «¿Cómo no voy a entrenar, macho? Vengo del Oviedo al Atlético de Madrid, con toda esta gente que… Si no entreno, no juego nunca. Entreno, pero entreno a menos ritmo; voy al ritmo que pueda». Efectivamente, así lo hago. Pero antiguamente, el entrenamiento era mucho de «corre y corre y corre y corre por la montaña» [Carlos hace círculos con el dedo índice]. Y claro, yo iba el último; siempre iba el último, asfixiado. Un día, Maguregui, que estaba así apoyado, me dice: «¡Qué! ¿Otra vez el último?». Y salté. No sé lo que le dije; ni me acuerdo [Carlos sonríe con malicia]. Mi carácter me ayudó a ser futbolista, pero también me hizo hacer ciertas cosas que no debía.

Jugaste poco.

Se me cruzaron los cables. Mira que jugaba, mira que luchaba, pero llegaba, tenía la portería vacía y la echaba fuera. Era todo una locura.

Aquel era ya el Atlético de Jesús Gil, con las cosas propias del Atlético de Jesús Gil. Tuvisteis cuatro entrenadores aquel año: Maguregui, Briones, Atkinson, Addison y otra vez Briones. ¿Qué recuerdo tienes tú de Gil?

Un personaje campechano, dicharachero, muy amable y muy cariñoso; simpático con el que quería, aunque, como te cruzara, te cruzaba. Tenías que darle la razón casi siempre. Yo me llevé fenomenal con él, la verdad, aunque también tuvimos muchas peleas, y peleas gordas. Me acuerdo de una vez que fallé un penalti en Valencia y me dijo que por qué lo había tirado yo. Nos acordamos de nuestras madres, que en paz descansen. Pero sabías que te peleabas ahora y mañana hacías otra cosa y te alababa. Era un hombre al que se veía venir, una persona que no te engañaba. Estuve de vacaciones en Málaga con él, en el yate.

¿Os llevaba a todo el equipo, o te llevó a ti en concreto?

Fui allí con Futre de vacaciones.

En aquella Liga 1987/1988, el Tartiere, donde el Oviedo os gana 5-2 en un partido en el que eres suplente, pero acabas entrando a jugar, te canta «Carlos, te quiere la gente del Tartiere».

Efectivamente. Durante toda la temporada, todo el mundo de aquí de Oviedo me decía: «Carlos, tienes que volver, tienes que volver». El presidente, Eugenio Prieto; la afición, el alcalde, todos: «Tienes que venirte, tienes que venirte». Aquel partido fue televisado. Era un sábado. Empecé de suplente, sí. La gente empezó a cantar eso, aunque siempre he dicho que también era porque íbamos perdiendo cuatro a uno: si hubiéramos ido ganando, no hubiera pasado (risas). Me acuerdo de que, en la televisión, el locutor dijo: «Voy a callarme para que oigáis lo que la gente está diciendo». Los jugadores del Atlético de Madrid no se lo creían. Futre me decía: «Pero tú ¿qué has hecho aquí que no has hecho en el Atlético de Madrid que te quiere la gente tanto?». Un recuerdo entrañable, la verdad, y que ayudó a que, al final de temporada, provocara venirme.

Lo cual te hace discutir con Clemente, el entrenador de la siguiente temporada (bueno, el primer entrenador: luego llegan Briones y Peiró). Él quiere que te quedes y tú te quieres ir. ¿Cómo fue aquello?

Fue también a través de Cerezo, que en aquella época era vicepresidente. Querían que me quedara. La junta directiva, o los directores deportivos, decían: no vamos a encontrar a ninguno como Carlos con ese sueldo, con esa ficha. Y Clemente también contaba conmigo; decía que aquel año había sido malo, pero que me quería para el equipo. Pero yo ya había hablado con el presidente Eugenio Prieto, y estábamos todos de acuerdo en que me viniera a Oviedo. Total, que Clemente decía que no le doy la baja, que no le doy la baja, pero yo digo que no me quedo, que no me quedo, que le den por saco a Clemente, que me voy. Provoqué tanto que acabé yéndome, y yo creo que, luego, él eso me lo hace pagar.

Pasa a ser el seleccionador nacional y se niega a llevarte, cuando llegas a ser el máximo goleador nacional de la Liga. Acabarás tu carrera con solo seis partidos jugados con la Selección. El primero lo jugaste en El Molinón, contra Brasil. La afición gijonesa te recibió con pitidos y una pancarta que decía «puta Oviedo». Marcaste un gol. ¿Cómo recuerdas aquel partido amistoso, jugado el 12 de septiembre de 1990?

Con veintiocho o veintinueve años, yo ya no pensaba en la Selección. Acababan de venir del Mundial de Italia, que yo pensaba: «Bueno, a ver si me llaman». Había metido dieciséis o diecisiete goles con el Oviedo. Pero no me llamaron. Perdí un poco la esperanza, pero un día vienen y me dicen: «Estás seleccionado». No me lo creía. Era un sueño cumplido: jugar en Primera División y ser internacional. Y sí. El Molinón, el campo del Sporting. La que tuve esos dos días fue criminal, pero salí y metí gol. Me dije: «Ahora ya no me quita nadie de aquí». Con Luis Suárez, fui convocado ocho veces de las que dos no pude jugar, una por lesión y la otra porque al final no me puso. Pero luego, me vino otra vez la desgracia. Echan a Luis Suárez, viene Miera y no me llama, cuando con él había metido veintiséis goles.

Había sido tu entrenador aquel año del Oviedo en Segunda. ¿Os habíais llevado bien?

Me hacía jugar infiltrado todos los días.

¿Cómo?

Tenía el tobillo que no podía andar y me decía: «Pínchate y juega». Hice mil cosas de esas. Así estamos ahora todos, jodidos, con artrosis, con dolores de cadera…

¿Llegaste a saber, como lo sabías de Clemente, por qué no te quiso llevar a la Selección?

No, nunca lo supe.

Aquel partido en El Molinón también fue duro por otro motivo: los insultos de José María García hacia tu persona, que hicieron llorar a tu madre.

Sí, sí. Yo sé qué él no iba a por mí: iba a por Luis Suárez. A través de mí, se metía con él. Decía que cómo me podía llevar a mí, un jugador de veintiocho, veintinueve años. Lo ponía verde. Y mi madre, oyendo eso, me decía: «Hijo mío, pero tú ¿qué has hecho?». Ella no sabía de fútbol y no entendía lo que pasaba. Yo le decía: «No te preocupes, son los periodistas, para picar a uno y a otro, no pasa nada». Pero sí: me metió zumba de cojones. No quería a Luis Suárez y le dio por mí como le podía haber dado por cualquier otro que hubiera llevado. Hubiera llevado a un chaval de veinte años y hubiera dicho que cómo se le ocurría llevar a un chaval de veinte años. Ya sabes cómo son los periodistas (risas). Luego tuvo que callarse la boca. Dijo: «Tengo que reconocer que me equivoqué con Carlos». Fue en un partido que jugamos en Checoslovaquia, y que empezamos ganando con un gol mío, pero en el que, nada más marcar el gol, me cambió Luis Suárez, y acabamos perdiendo dos uno. Entonces dijo: «Yo tengo que pedir perdón por lo de Carlos, pero ya se ve que Luis Suárez no tiene ni puta idea, cambiando al jugador que…». Era todo así.

¿Qué tal era Luis Suárez como entrenador?

Tenía mucha fama; era el único jugador español que tenía el Balón de Oro. Me llevaba muy bien con él, lo que pasa es que la Selección tampoco era… Excepto una vez que tuvimos que jugar contra Francia y contra no sé quién, que estuvimos diez días concentrados, las concentraciones eran dos días de entrenamiento, un poco de estiramiento, un poco de charla, un poco de saber cómo vamos a jugar y poco más. No había esquema más allá de eso. Partido a partido ibas conociendo a la gente y sabiendo cómo jugaba, quién corría, quién tiraba el córner, quién salía hacia el palo, si presionabais, si no presionabais… Así que, con Luis Suárez, puedo decir que muy bien, pero no lo conocí tanto como para enjuiciarlo como entrenador, como sí puedes hacer con el que conoces durante una temporada entera.

Conociste un fútbol muy distinto del actual, más espontáneo, menos tecnificado.

El futbolista ahora parece una máquina. Ha cambiado el fútbol, sí. Seguramente cambió también de cuando jugaban Pelé o Di Stéfano a cuando jugué yo. El fútbol tiene que evolucionar, pero ha evolucionado de una manera muy aburrida para el espectador. Eso de que tengan que llegar a portería para empujarla, yo no lo entiendo, y cada día lo entiendo menos. Posesión del noventa por ciento, pero he perdido tres cero. El otro, diez por ciento, pero ha llegado tres veces y ha metido tres goles. Yo siempre digo que el Barcelona ha hecho mucho daño al fútbol.

¿Con el tiquitaca?

Sí. Ahora, todo el mundo quiere jugar como jugaba el Barcelona en su tiempo. Pero es que el Barcelona, en aquel tiempo, tenía jugadores técnicamente muy buenos para hacerlo. Un equipo guerrero como puede ser el Atlético de Madrid o el Bilbao no tienen jugadores en su cantera para eso. Los tienen para otra cosa. El Bilbao tiene una cantera en la que juegan a un estilo: llegar, centrar y rematar; llegar, centrar y rematar. El Barcelona, que tiene más calidad, puede jugar a otra cosa. Lo que yo no sé es cómo el Oviedo, el Sporting o el Barakaldo pueden jugar a tener el balón.

El tiquitaca sin Messi y sin Iniesta.

Es como si, en mi época, dijéramos: «Vamos a jugar como el Madrid: centrar y que la remate Santillana de un cabezazo». ¡Pero es que yo no tengo a Santillana! Y como no tengo a Santillana, tengo que jugar por abajo. No podemos jugar todos igual.

Otra crítica que se hace a los entrenadores de tiquitaca es que, aunque optes por ese estilo, hay que saber jugar a otro si el partido se complica; tener un plan B, ser capaces de adaptarse a circunstancias cambiantes, como sabía hacer Luis Aragonés.

Lo vimos con la Selección de Luis Enrique. Tenemos un delantero centro, vale. Se lesiona como nos pasó en no sé qué partido en que se lesionó Morata. Vamos perdiendo uno a cero y llegamos por banda, pero no hay nadie para rematar. Si cuando tienes alguien para rematar no centras, y cuando centras no tienes nadie para rematar… Hay cosas que yo no entiendo del fútbol. Admiro mucho al entrenador que dice: «Yo quiero resultados; y cuando el balón está en mi área, me preocupo; pero si está en la otra área, no me preocupo». Es más coherente eso que querer jugar como el Barcelona, pero teniendo maceteros. Si tienes maceteros, tienes que jugar al patadón p’arriba. ¿Por qué no puedes pegar un balonazo para arriba? No sé. El fútbol ha cambiado. ¿Para mejor o para peor? Pues no lo sé. Para mí, para peor.

¿Ha perdido el fútbol también en cuanto a dejar de haber jugadores que, como fue tu caso, vengan de la calle, del fútbol de patio, de descampado, y ahora se formen en escuelas ya desde muy pequeños? ¿Se ha perdido frescura?

No sé quién dijo hace un tiempo que antaño se llegaba al fútbol profesional con veinte mil horas de fútbol, y ahora con cuatro mil. Esa diferencia de cuatro mil a veinte mil horas son dieciséis mil horas en las que ¿dónde has estado? Con la PlayStation. ¿A qué futbolistas se les ve hoy aquella viveza? A los sudamericanos, que están todo el día en la calle; a los africanos, que están todo el día en la calle; a los de países del Este… Ahora, los niños hacen una hora de no sé qué y dos de no sé qué más. Yo, antes, salía del colegio y desde las cinco que salía hasta las seis y media o siete, que merendabas, estabas una hora y media en el patio, jugando al fútbol. En un patio que era como esto y donde jugábamos catorce o quince jugadores. O te pegaban patadas, o las pegabas, o empujabas. Todo eso, ahora, ya no existe. Pero bueno, ¿quién soy yo para juzgar?

Volviendo a lo de la Selección, ¿le tuviste manía a Julio Salinas, en el sentido de «me cago en la hostia, donde está él debería estar yo»?

No, no, no. Yo jamás voy a criticar al jugador. Puedo criticar al que lo ha llevado. Julio Salinas era un futbolista como yo, que tenía la misma ilusión que yo. Lo mismo podía tener la oportunidad él que tenerla yo, o Juanele. Con quien estoy dolido es con Clemente, porque no hay en la historia del fútbol mundial —mundial, no español— un caso de que el máximo goleador de su país no haya ido a un Mundial. Julio Salinas había jugado catorce partidos y había metido tres goles. Yo había jugado treinta y cinco partidos y había metido veinte o veintiún goles. No lo entendí yo y no lo entendió nadie. ¿Qué pasa? Que jugaba en el Oviedo. Si llego a jugar en el Barcelona, o en el Real Madrid, o en el Atlético de Madrid, por más que Clemente no quisiera llevarme, se hubiera armado.

La de Luis Aragonés por no llevar a Raúl.

Por ejemplo. Clemente llegó a decir, cuando le preguntaban por qué no llevaba a Carlos, que Carlos estaba entre los veinticuatro jugadores en los que había pensado, pero solo podía llevar a veintitrés.

En todos estos años, ¿te lo has encontrado alguna vez, habéis hablado de esto…?

Me lo encontré muchas veces. Y sí: «¡La que me liaste…!». «Bueno, bueno…». Pero… yo qué sé. Ahora, ¿qué le dices?

Vuelves a Oviedo, donde permaneces siete años. Vives la que no es exactamente la edad de oro del Oviedo, que serían más bien los años treinta y si acaso los sesenta, pero sí una escuadra competitiva; un rival temible de Primera, capaz de derrotar con contundencia a los grandes de la categoría, y que llega a clasificarse para la UEFA. ¿Cómo era aquel equipo?

Me encontré, después de un año fuera, con casi el mismo equipo que había dejado; a todos mis amigos; a los que habíamos ascendido a Primera. De los veintitrés que estábamos, creo que se fueron cuatro o cinco nada más. Se fue Latorre, se fue Vargas y no recuerdo quién más. Y llegué yo, llegó… Sarriugarte, vino creo que Jerkan y… no sé qué otro. No me acuerdo ya. Básicamente, éramos los mismos que veníamos de Segunda División, y tiramos ocho años con catorce o doce de aquellos veintitrés que habíamos ascendido. Gracias a eso tuvo el Oviedo la buena trayectoria que tuvo en sus buenos años. Luego, cuando llegó la sociedad anónima deportiva, los fichajes ya eran cinco, ya eran seis, ya eran siete…, hasta que, al final, mira dónde acabó el equipo: en Tercera. Aquellos primeros años, éramos como una familia. La gente estaba ilusionada. El equipo se había salvado bien, y yo me encontré el calor de decir: «aquí soy importante». Es importante eso para un goleador. Al que se siente importante dentro del equipo, las cosas le van a salir muchísimo mejor que al que se cree que no es nada. En el Atlético de Madrid, como te dije antes, yo jugaba, la gente me quería, los compañeros me querían, el entrenador también, pero no era capaz. Me quedaba solo delante del portero y la tiraba fuera. Tenía veinte ocasiones y no metía ninguna.

La importancia del factor psicológico.

Claro. Si tienes la seguridad de «yo llego y la meto», la meterás. Todo lo bueno que a mí me pasó en el Oviedo fue por eso: porque yo me creía muy importante. Todos los años que estuve aquí me sentí muy importante. Todo el mundo decía: «Balones a Carlos, y olvídate». Eso para mí era…

¿En tu carácter había una especie de paradoja: ser un jugador célebremente fiero, aguerrido, pero también inseguro, vulnerable; necesitar un entorno protector para brillar?

En algunos momentos, sí. Yo siempre lo he dicho: si me siento querido… Pero creo que todo el mundo, no solo yo. Cualquiera que se siente querido hace las cosas mejor. Pasa con el fútbol y con todo. Si a ti te dan la tranquilidad de «entrevista como quieras», si puedes desarrollar tu trabajo con la tranquilidad de que confían en ti, responderás mejor. Yo, en Oviedo, me sentía seguro, y respondía.

Tu primer entrenador en esta segunda fase en el Oviedo es Jabo Irureta, que instaura un sistema 5-3-2, con tres centrales y dos carrileros, que demostrará ser muy potente. ¿Qué recuerdo guardas de él?

Muy bueno. Es una persona muy entrañable, muy noble. Con él era como… paz y tranquilidad. No era un entrenador específico, de decir: vamos a jugar así y así y así, o «tú tienes que cubrir esta banda y de aquí para allá, no pases». Dejaba trabajar mucho al futbolista y no se metía con nadie. No sé, ¿lo distinto a Luis Aragonés?, pues Irureta. Aragonés que estaba siempre encima de ti, él no; todo lo contrario. Su carácter, su forma de ser, pienso que ayudó mucho a los equipos en los que estuvo: el Sestao, el Coruña… Dejaba desarrollarse al futbolista, y eso es bueno.

¿Aragonés te entrenó?

No, no. No tuve la suerte de que me entrenara. Un buen tipazo, también. Siempre lo admiré, y como persona también me cayó siempre muy bien.

Aquella primera temporada tuya en el Oviedo de Primera, conseguís la permanencia con comodidad y un inicio potentísimo: un 2-0 al Barça de Cruyff, un 5-0 a la Real Sociedad dos partidos después, que acabó con el Tartiere haciendo la ola… A la altura de la jornada 9, tras ganar al Atlético 3-0, sois subcampeones de Primera.

El Tartiere pesaba mucho. La prensa siempre lo decía: al Tartiere se va a luchar, hay que llevar el no sé qué.

Era un campo muy inglés.

Sí: la grada encima. Y cuando llovía un poco, estaba embarradillo. Todo eso ayudaba. Y el equipo presionaba, peleaba. La gente estaba volcada, y después de aquella alegría de, gracias a Dios, mantenerse en Segunda después de haber descendido, y luego subir, se volcó todavía más. Y había también ese aspecto que te comentaba de que mantuviéramos la plantilla con la que se había subido. Había todo un cúmulo de circunstancias que hacía que el equipo cogiera confianza.

Se habla a veces del perjuicio que supuso para la Real Sociedad el abandono del viejo campo de Atotxa, también muy inglés, y el traslado a Anoeta: un estadio abierto, con pista de atletismo, en el que las gradas estaban más distanciadas del terreno de juego. Aquel equipo que venía de unos años ochenta dorados y de haber sido campeón de Liga acabó bajando a Segunda, e indudablemente no fue solo por eso, pero ese factor campo jugó —se suele decir— un papel en ello. ¿Crees que al Oviedo también le perjudicó la demolición del viejo Tartiere?

Esa fue la culminación. Yo creo que el equipo empieza a decaer cuando hacen la sociedad anónima. Ya no era la familia del Real Oviedo: ya era la empresa del Real Oviedo; se había partido el alma especial de este equipo. Todos sabemos quién y cómo… Empezó a haber fichajes raros, empezaron a hacerse bajas raras, se despidió a mucha gente que no era normal… Los jugadores ya no eran aquellos jugadores emblemáticos. Bueno, sí: estaba Oli, había alguno más. Y había jugadores buenos: Pompei era buen jugador, estaban Gamboa, Paulo Bento… Pero ya era otra cosa. El declive viene de ahí. Lo del campo influye: es un campo ya muy distinto, con la gente más distanciada, etcétera. Pero el declive viene de atrás, de ese cúmulo de circunstancias por el que al final se acabó bajando a Segunda A, pero se siguió con la misma ideología, el equipo no funcionó bien, se bajó a Segunda B, no había dinero para pagar a los futbolistas y se llegó a casi desaparecer y a tener que jugar en el barro, como se llamó aquí, de Tercera División.

¿Qué sentiste al ver la imagen del viejo Tartiere convertido en un rectángulo de escombros, cuando fue dinamitado para, en su solar, levantar el polémico Palacio de Congresos de Calatrava?

Lo que todo el mundo. Si hoy preguntas a cualquiera por Oviedo la peor hazaña de Gabino de Lorenzo, te dirá que fue desterrarnos del campo de Buenavista. En su momento, decían que no se podía subir una grada porque se perjudicaba a los edificios de atrás, pero, de repente, resulta que te hacen el centollo este.

En la temporada 1990/1991, ocurre lo contrario que en la anterior: vais de menos a más. Volvéis a ganar al Barça de Cruyff en Oviedo y le empatáis en el Camp Nou. Y acabáis sextos y clasificándoos para la Copa de la UEFA. ¿Cómo recuerdas esa temporada que es una de las mejores de la historia del club, y la mejor que recuerdan casi todos los aficionados vivos?

Volvemos a lo mismo. Mantenemos la misma infraestructura de cuando ascendimos, hay muchísima gente que está ahí de antiguo, se hacen buenos fichajes que se acoplan perfectamente al enjambre nuestro y volvemos a hacer una buena familia y las cosas bien. Sabíamos lo que teníamos que hacer. Ya no era que Irureta nos dijera que teníamos que jugar así: nosotros jugábamos así. Empezaron a salir las cosas bien y nos enchufamos arriba. Menos mal que pusimos que si jugábamos la UEFA nos daban un premio, porque, normalmente, en el Oviedo no lo pondrías nunca. Teníamos una prima por jugar la UEFA, y también la pusimos por ser campeones.

¿Creíais en esa posibilidad?

Bueno, decíamos: «¿Y si…? ¿Y si…?». Fue una campaña en la que era difícil ganarnos en casa. Creo que estuvimos dieciséis meses sin perder en casa, lo que para un equipo como el Oviedo era la leche. Fue un año magnífico. Conseguimos lo que nadie pensaba. Será difícil que volvamos a estar ahí.

¿Quiénes eran tus mejores amigos en aquel vestuario?

En aquella época, me llevaba muy bien con Janković. Incluso ahora nos llevamos muy bien. Nos llevamos prácticamente todos, pero esos cuatro o cinco años que coincidimos, me entendí muy bien con él: él sabía dónde me movía, mis movimientos, dónde iba a estar yo… Creo que es el futbolista que mejor se ha entendido conmigo.

Me han contado que salíais de marcha con los jugadores del Sporting.

Alguna vez, sí; algún sábado que habíamos terminado de jugar nosotros, o ellos venían de jugar, o lo que fuera, nos juntábamos en un pub, en un restaurante comiendo o lo que fuera. Salíamos, hablábamos y estábamos en paz y gloria. El problema es que ir nosotros a Gijón ya era más complicado (risas). Pero cuando ellos venían a Oviedo, nunca tuvieron ningún problema. Juanele siempre me lo decía: «Oye, yo aquí no tengo ningún problema». ¡Pero es que tú aquí no tienes que tener ningún problema! Yo te puedo llamar hijoputa jugando, pero no te tienes que sentir ofendido. Lo que no puede ser es que yo esté en un restaurante y vengan cuatro capullos a decirme «¡Carlos, cabrón!». Una vez salí de un bar corriendo porque me pegaban con los tacos de billar; y otra, tuve que ir tapado en un coche porque me empezaron a increpar, con mi hija pequeñita. A ellos, en Oviedo, siempre los han tratado bien. Hombre, siempre hay algún tonto en la huevera, ¿no? «¡Pepito, o Juanito, o Julio, hijoputa!». Esas cosas. Pero nos llevábamos bien. Yo voy a Mareo y con los jugadores me llevo de maravilla, y la gente tampoco me dice nada.

Formaste parte de un Oviedo con muchos jugadores yugoslavos. Jerkan, Janković, Gračan y Prosinečki eran croatas; Jokanović, serbio; Stojkovski, macedonio. Coincidiste también con un montenegrino: Scepanović. Y con dos entrenadores serbios: Antić y Brzić. ¿Cómo vivían, cómo se vivía en el vestuario, la guerra que asolaba sus países?

Aquí lo vivieron muy tranquilos; yo creo que demasiado tranquilos. Estaba prohibido hablar de Serbia y de Croacia.

¿Prohibido por quién? ¿Por el club?

No, no: por ellos. Ellos se llevaban muy bien, pero porque no se hablaba de la guerra. Se hablaba del partido que íbamos a jugar el domingo, de lo que íbamos a hacer en el entrenamiento, de tomar algo…, pero no de la guerra. Tendrían cada uno su idea; pensarían que estos o aquellos eran unos cabrones, o «nosotros somos culpables, pero tampoco voy a decir que soy culpable». Y supongo que lo hablarían en casa. Pero en el vestuario, no. Todo el mundo miraba para ellos, pero como nadie hablaba de la guerra… Se podía comentar: «Bueno, a ver si se acaba ya esto». Pero nunca los vi discutir. Se llevaban bien.

La UEFA. Os elimina el Génova, al que habíais ganado por la mínima en Oviedo, pero que os derrota en Italia, con seis mil oviedistas en las gradas del Luigi Ferraris. ¿Qué recuerdo tienes de esos dos partidos?

Muy entrañable. Nos tocó con un equipo italiano cuya masa futbolística es la hostia. Además, eran las fiestas de San Mateo aquí en Oviedo. Decían que venían no sé cuántos aviones y que no cabían en el aeropuerto de Ranón, y había que llevárselos a Santander y a Bilbao. Yo me acuerdo de que, cuando llegamos al campo, dos horas antes del partido, más de media grada estaba llena ya de tifosi con una cantidad increíble de banderas. El partido, muy bien. Y cuando llegamos a Génova, igual. Los de la Sampdoria, cuando nos veían pasar, nos animaban: «¡Oviedo, Oviedo!» (risas). Luego, llegas al campo y es el infierno: bengalas, etcétera. Lo que nos pasó dentro ya fue criminal.

Era la edad dorada —si se le puede llamar así— de los ultras y del descontrol de la violencia en los campos de fútbol.

A las peñas, gente de seguridad de allí les dijo que, si ganábamos, se quitaran la camiseta, la bufanda y demás, y saliera tranquila y relajada, porque, si no, se podía armar. Además, decían que los ultras del Génova eran bastante… Pero bueno, ganaron y fue todo paz y gloria. Incluso ahora viene mucha gente de allí a pasar las vacaciones aquí. Fue algo maravilloso. Ojalá la gente que no lo vivió pueda volver a vivirlo.

¿Qué falló? ¿Por qué perdisteis aquella eliminatoria?

Fuimos un poco inexpertos. Irureta tuvo mucha culpa: creo que se equivocó en los cambios, pero bueno, al final los que perdemos somos los jugadores. El árbitro también nos fusiló: un penalti clarísimo que no nos pitan, todo era al final faltas contra nosotros… Yo creo que, si no nos llegan a meter el tres uno en el minuto noventa, noventa y uno, todavía estaríamos jugando. En fin, un cúmulo de circunstancias. Y que tenían un equipazo.

¿Cómo fue aquello de que Lăcătuş le había cortado una oreja a otro futbolista a su paso por Italia, antes de recalar en Oviedo?

El año anterior a venir a Oviedo, él jugaba en Italia, creo que en la Fiorentina. Y en un partido Fiorentina-Génova, a uno que estaba en el suelo le pisó y le rajó la oreja. Todos sabíamos que no tenía que jugar. Tenía que jugar si las cosas iban jodidas: salir ahí y, bueno, a ver. Ese fue otro error. Empezaron a picarlo, a picarlo, a picarlo, hasta que saltó y le cayó la roja.

Un poco, salvando distancias, como ahora con Vinicius: sabiendo que es un caliente, provocarlo para que la líe y sea expulsado, ¿no?

Claro. Estaba clarísimo. Yo sabía que, tarde o temprano, iba a saltar. Y al final, saltó.

¿Qué tal era al trato? ¿Cómo te llevabas con él?

Bien, bien. Para la gente era muy seco, pero con los amigos, muy bien. Si lo ves desde fuera, ¡uf!, un poco… Un poco rumano. Pero desde dentro, muy bien. Yo me llevo muy bien con él. Muy bien. Hombre, como en un entrenamiento dijeras algo que no le gustara, aunque se lo dijera el entrenador… Pero nah, buen tío.

Paco Jémez contaba en una entrevista para Jot Down que le dijiste que tuviera cuidado con él.

Paco era un jugador duro, aguerrido; y, charlando y gastando bromas antes del partido, decía no sé, «aquí estoy yo», ¿no?, «ya veréis conmigo». Yo le dije: ¿sí? Ten cuidao con Lăcătuş…

Como diciendo: tú eres duro, pero este más, ¿no?

Sí, sí (risas). Nada, un comentario. Al final queda en anécdota.

He leído que, en el vestuario, teníais una consigna: «Como bajemos la intensidad, nos convertimos en un equipín».

Sabíamos lo que teníamos que hacer; cada uno sabía lo que tenía que hacer. A Berto, no se la des por la cabeza; no le centres balones a Berto, que no remata ninguna. Pero si te driblan, Berto está ahí, y a Berto hay que driblarlo tres veces. O: voy a tirarla ahí arriba, que sé que Carlos me la va a aguantar, y salimos; Carlos la aguanta y salimos. O: a este no se la des aquí, que sabes que no lo va a hacer. Y luego decíamos: aquí hay que morir. Si no corremos, estamos jodidos.

Hoy cuesta explicar a chavales que no han conocido al Oviedo en Primera que el Tartiere acabó cansándose de Irureta, el entrenador que había llevado el club a Europa. Le gritaban: «Irureta, prepara la maleta». Acaba yéndose a mitad de la temporada 1992/1993, que es verdad que es una temporada mala en comparación con las anteriores: el club bordea el descenso.

Lo echaron muy mal echado, hay que decirlo. Recuerdo que veníamos de jugar la Copa del Rey en Extremadura.

Llega otro nombre ilustre de la historia de la Liga: Radomir Antić. ¿Qué tal con él?

Es el entrenador que me sacó el mejor juego que tuve. También me jodió, pero bueno…

Luego te preguntaré por eso. ¿En qué se diferenciaba Antić de Irureta?

Era mucho más táctico, mucho más técnico; mucho más «hay que hacer esto, hay que hacer aquello». Veíamos vídeos. Antes, no veíamos imágenes del equipo contrario. Con Antić, empezamos a verlas: cómo marcaban, cómo se colocaban… Antić nos decía: mirad cómo se colocan en los corners: uno al primer palo, el otro tal, viene no sé quién, no sé cuánto. Era mucho más estudioso. También tenía un carácter de su madre. Como le cayeras bien, bien; pero como te cruzara…

¿Tú le caíste bien?

Yo le caí muy bien. Tengo anécdotas increíbles. Por ejemplo, de una vez que jugábamos contra el Madrid en casa. Yo tenía una contractura atrás y no andaba; andaba cojo. Le digo: «Bueno, míster, yo no puedo ir convocado». Me dice: «No pasa nada. Esta semana no entrenas». Pero llega el sábado y en la convocatoria está Carlos. «Míster, no puedo ir: ¡estoy cojo!». «Tú, Carlos, tranquilo. Tú vienes conmigo vestuario, banquillo. Jugadores te ven, se animan. Si vamos bien, no juegas». Le digo: «¿Y si vamos medio jodidos?». «Ya veremos». Efectivamente, jugamos contra el Madrid, gol de Rivas, marca Luis Enrique, marca Rivas, marca Hierro. Faltaban seis o siete minutos y me dice: «Sal». «¡Míster, que no puedo!». «Sal; verás cómo gente se anima». Salgo y todos: «¡Caaarlos, Caaarlos!». Primer balón que toco, gol. Ganamos tres dos. Antić era así. Sacaba el jugo del futbolista. Pero también te crucificaba y no jugabas más…

¿Qué otras modernidades viste llegar con Antić?

Muchas, muchas. Quería que todos fuéramos una piña. Me acuerdo, por ejemplo, de que, con Irureta, los viernes teníamos baño-masaje, y cada uno iba a la hora que quería o se apuntaba en la pizarra, y por la tarde entrenábamos en El Requexón. Pero Antić nos decía que baño, sí, pero que a las doce teníamos que estar todos arriba, en un despacho que había, donde hacíamos un pincheo, tomábamos una Coca-Cola, un café, y hablábamos un poco. O el desayuno: «¿Cómo? ¿Desayuno en la habitación? No, no. Los desayunos, allí abajo, y hablar». Y después del desayuno o de la comida, un paseíto. Vas viendo aparecer esas cosas que hoy son normales. Pero mira lo bien que salieron las cosas con Irureta, y no digamos ya lo que consiguió en el Coruña: ¿cómo dices tú que eso no es bueno? Los futbolistas son importantísimos. Tú puedes ser el mejor entrenador del mundo, pero si el futbolista no rinde…

En 1993, ganáis tres a dos al Milan de Fabio Capello —que aquel año se proclamaría campeón de Europa— con un gol tuyo, en el Trofeo Ciudad de Oviedo.

Fue algo histórico. Era un torneo en el que jugábamos contra el Barcelona y el Milan; y, con todo lo que significaba el Milan en aquella época, fue muy ilusionante para la gente de Oviedo y alrededores. Tuve la suerte de marcarle el primer gol, sí; un golazo, además, la verdad es que bastante bonito.

¿Cómo fue?

Se fue Janković por banda derecha, centro, y a bote pronto me tiro en plancha y la meto por la escuadra, del otro lado del portero.

Después de Antić, llega otro yugoslavo: Iván Brzić, amigo suyo, y que llega recomendado por él. Una temporada normalita, pero de la que se recuerdan grandes victorias a domicilio, entre ellas las conseguidas en el Bernabéu, San Mamés y Riazor, donde le metéis cuatro al Superdépor. ¿Qué tal con este nuevo entrenador?

Al principio, muy mal. Muchos problemas. Brzić llega con una idea del fútbol muy distinta del fútbol europeo. Venía de Perú. No conocía prácticamente el fútbol español. No se sabía los futbolistas de aquí; no sabía nada. Era muy buen tío, un fenómeno como persona, pero no sabía. Y no sé si alguien le dijo que ciertos jugadores tenían que hacer ciertos cambios, pero me acuerdo de que nos fuimos de pretemporada y tuve un lío con él, porque yo salía de titular, pero en el minuto quince de la segunda parte, me cambiaba. Pum, cambio. Pum, cambio. Cambio. Todos los partidos lo mismo. Al minuto quince me cambiaba a mí y al veinte o veinticuatro, a otro, no recuerdo a quién. Empezamos la Liga y lo mismo. Mediada la temporada, habiendo tenido muchos problemas con él, alguna vez ya me dejaba de titular, pero en general seguía haciendo lo mismo.

Un día viene y me dice: «Carlos, ¿qué te pasa conmigo?». Digo: «Míster, no me pasa nada. ¿A usted le pasa algo?». Me dice: «Después de cenar, te espero habitación». Termino de cenar ahí en La Campana y subo. Me dice: «¿Qué pasa, Carlos? Tú siempre cara mala. ¿Estás bien?». Le digo: «Míster, usted no tiene ni puta idea de fútbol». Yo tenía carácter para eso y para más. «Usted no tiene ni puta idea de fútbol. ¿Por qué me quita a mí a los quince minutos? ¿Por qué no pone a este, por qué no pone al otro? Usted está haciendo una locura de cojones». Me dice: «No entiendo, no entiendo». Le digo: ¿usted quiere salvar al equipo? Vale. Portero. Jerkan. En el medio campo, ¿quién era? ¿Peter? Creo que era Peter. Pues eso: Dubovsky. Oli y yo. Y por lo demás, ponga a los que quiera, pero a esos cinco los pone. Eso, si quiere salvar al equipo. Si no lo quiere salvar, no lo salve. Me fui. Seguimos jugando, las cosas cambiaron, fueron a mejor. En Coruña ganamos cero cuatro, sí. Aquel día echaron a Toshack. Y Brzić vino al vestuario y me dijo: «¡Carlos, qué razón tenías!». Luego, al pobre, cuando mejor lo estaba haciendo, cuando le estaba cogiendo el ritmo al fútbol español, lo echaron.

¿Qué tal te llevabas con Dubovsky? ¿Cómo viviste la noticia de su trágica muerte en Tailandia?

Muy bien, muy bien. Una persona sensacional. Fui muchas veces con él, salí con él, comí con él. Era muy amigo mío. Éramos amigos casi todos los que estábamos ahí, y la verdad es que fue un palo. Estaba en México cuando sucedió eso. Me dijeron: «¿Estás de pie? Siéntate. Murió Peter». Una pena para el fútbol y para todos.

¿Y qué tal con Oli, una persona que hoy es odiada en esta ciudad por el papel que jugó en el descenso administrativo a Tercera División en 2003?

Bien, bien. Yo no lo puedo odiar: primero, porque es muy amigo mío; y segundo, porque yo fui el que lo hice futbolista. Bueno, no lo hice futbolista, porque futbolista se hizo él. Me refiero a que él no iba a jugar en Primera División. Antić no lo quería. Pero me acuerdo de que un día se lesionó creo que Lăcătuş y me preguntó —Antić me preguntaba mucho—: Carlos, oye, no sé a quién poner. Le digo: «Míster, ponga a Oli conmigo». «No, no; Oli, no». «Míster. Ponga a Oli. Yo me quedo más fijo, y él que trabaje un poco más. Y si no, de vez en cuando lo hacemos al revés». «No, no». «Míster, póngalo, por favor». Lo puso y a partir de ahí… Él lo sabe.

Otro jugador extranjero muy recordado de aquel Oviedo era el ruso —aunque nació en Luhansk, en Ucrania— Víktor Onopko.

Un futbolista impresionante, con una capacidad enorme. Parecía que no podía ser futbolista, por la estética suya, pero era un jugador sensacional, que trabajaba bien para el equipo y mejoraba la plantilla. Era muy callado, pero buena persona.

En la temporada 1995/1996 juegas uno de los partidos más raros de la historia del fútbol español: un 3-8 en el Tartiere contra el Valladolid, con seis penaltis. Tú marcaste el 3-6.

Cuando nos juntamos los que lo jugamos, todavía comentamos que no entendemos lo que pasó. Hubo tantas cosas raras… Terminamos la primera parte ganando dos uno.

Los tres goles habían sido de penalti.

¡Sí! El árbitro, que yo creo que se pasó un poquito de la raya, era Japón Sevilla, que ni era de Japón, ni de Sevilla. En la segunda parte, yendo ellos ya ganando, nos pegaban a la contra, cuando éramos nosotros los que teníamos que pegarles a la contra a ellos. No sé, hubo cosas muy raras, pero en el fútbol, a veces, pasan cosas raras. El Valladolid se estaba jugando el descenso; había muchos equipos implicados; nosotros estábamos matemáticamente salvados y no nos jugábamos nada. Y se comentó que nos habíamos dejado perder, cuando al contrario: teníamos alguna prima por ganar, y jugamos el partido para ganarlo. No sé. Muy raro.

Tus años en el Oviedo se acaban en 1996. Sales contra tu voluntad y por la puerta de atrás, sin homenaje oficial. Te he leído lamentar un feo de Eugenio Prieto. ¿Qué pasó?

Yo había firmado un contrato sin firmarlo. Tenía un contrato de palabra. Había quedado con Eugenio Prieto y con otra gente y se me había dicho: «Mira, tú no te vas a ir de aquí nunca. Cada vez que metas quince goles o juegues treinta partidos, renuevas automáticamente». Digo: «Vale. Perfecto». Acabo ese año, creo que habiendo metido quince goles y jugando treinta y dos partidos, y me doy por renovado. Me iba a ir de vacaciones. Pero me dicen que tengo que ir al club a firmar. Hablo con Manolo Lafuente, íntimo amigo mío, que es economista, para ver el contrato; para saber qué es lo que tengo que firmar ahora. Voy a firmarlo y cuando llego me dicen: bueno, Carlos, el año que viene va a ser esto, esto y esto. Digo: «No, no: yo tengo un contrato con Eugenio Prieto. Quedé con él en que, si metía quince goles o jugaba treinta partidos, renovaba automáticamente, con la misma cantidad que este año». Él, además, siempre tuvo palabra; palabra que te daba, la cumplía. Pues bueno. Que sí. Que no. No sé qué. No sé cuánto. Yo: «Ya tengo contrato y no voy a firmar nada. Manolo, vámonos». Y me fui.

Me mandaron un notario a casa como que no quería firmar el contrato. Llamé a AFE a ver qué podía hacer, porque claro: si no tienes contrato firmado… Puse verde a Eugenio Prieto. Lo único que quería de él era la vergüenza de decir: oye, no puedo cumplir esta palabra que te di porque el abogado me tiene pillado por los huevos. Total, que nada. Recibo la oferta de México. No me pareció mala idea. Viene Lillo y el director deportivo canario aquel, no me acuerdo cómo se llamaba, ¿Miguel?, y me dicen: «Cago en diez, Carlos, ¿cómo te vas a México?». Se les dice: «Si queréis a Carlos, mañana mismo firmamos». Y dicen: «Nah, es que ya tenemos a Oli, ya tenemos no sé qué…». Querían que me marchara. Y me marché. Y justo cuando se supo que me marchaba, salieron en la prensa diciendo que «por su trayectoria, vamos a dejarle que se vaya para México». ¡Mentira! ¡Mentira! Luego querían que hiciera el saque de honor con el Vetusta. Una vergüenza.

México. Butragueño y Míchel te ayudan a instalarte y pasas por el Puebla FC y Lobos de la UAP. ¿Qué tal aquella etapa?

Muy bien. Distinto. Juegas al nivel del mar con cuarenta grados, juegas a tres mil metros de altura… Un fútbol muy técnico, pero despistado en los marcajes… Cosas de esas. Se jugaba con mucha más libertad. No es fácil jugar; yo siempre digo que no es fácil jugar allí. Pero llego y soy el máximo goleador en Primera División. Estoy dos años en Puebla y firmo con el Pachuca, pero dejo Pachuca, porque no me encontraba a gusto; no iba a darles lo que ellos me pedían. Me voy a Lobos de la UAP, en Segunda, y soy máximo goleador otra vez. Soy el único jugador que ha sido máximo goleador en Primera y en Segunda. Estuve cuatro años allí.

Decías antes que Antić fue tu mejor entrenador, pero que también te jodió. Creo que te refieres a algo que pasó en su segunda etapa en el Oviedo, estando tú en México.

Yo había decidido retirarme, pero entonces salió la oportunidad de jugar en la Segunda mexicana un año más, como director deportivo, entrenador y jugador de Lobos de la UAP. Dije que sí. Teniendo aquel contrato, me vine a Oviedo de vacaciones, y le digo a Antić: oye, ¿puedo entrenar con vosotros? «Sí, sí, hombre. Entrena». Antić vio que venía bien, y en un momento dado se lesionó Losada y quedó una ficha libre. Me dice: «Carlos, sigue entrenando, porque vas a jugar aquí conmigo. Vas a firmar». Le hago caso. Estoy quince días, veinticinco, un mes, un mes y diez días…, entrenando. Digo: «Míster…». Me dice: «Cuando vengamos de Madrid». Iban a Madrid a jugar. «Cuando vengamos de Madrid, firmas». Pero resulta que vuelven con Collymore. Yo ya había dicho a Lobos de la UAP que no iba más; que rescindía el contrato. Y al final me quedé sin una cosa y sin la otra.

La retirada fue dura, ¿verdad? Me ha parecido leerte hablar alguna vez de una depresión no diagnosticada.

Noooo. No, hombre. Yo dije que una vez que te retiras, no todo el mundo asimila esa circunstancia. Hasta que te das cuenta de… Porque si tú te retiras y dices «voy a ser entrenador», o te retiras y dices «voy a ser camarero», o vas a ser lo que sea, pues bueno. Pero si no tienes eso claro, cuando te retiras, el primer mes o mes y medio es de maravilla, pero luego echas en falta toda tu vida anterior. Vas al campo y dices: «Hostia». O te levantas por la mañana y dices: «Y ahora ¿qué hago?». Te vienes un poquito abajo. Luego, te das cuenta de que no hay otra.

Yo tuve suerte de dejarlo a los cuarenta, o de que me dejara el fútbol a los cuarenta, pero hay gente que con treinta y dos o treinta y tres años ya no juega al fútbol. Con treinta y tres años, o tienes muy claro tu camino, o… Y puedes tener mucho dinero, no cabe duda, pero por mucho dinero que tengas, al final es levantarte por la mañana y no saber qué hacer. Tienes que tener algo planificado. Si juegas pensando que no vas a dejar nunca el fútbol, cosa que nos pasa a muchísimos, llega un día en que ya no juegas por las circunstancias que sean —puede ser una lesión— y, hostia, es duro. Hasta que te das cuenta de que tienes que hacer otras cosas, y adaptarte a esas cosas, es complicado. No sé cómo se llama eso. Supongo que será más o menos lo que has dicho, pero no lo sé.

Tú has sido entrenador de algunos equipos asturianos: el Lugones, el Llanera y el Campomanes. También nutricionista y entrenador personal.

En un gimnasio, sí. También trabajé en el Ayuntamiento, aquí en Oviedo: fui coordinador de las escuelas deportivas de los clubes. El Ayuntamiento les pagaba para que dieran clases en los colegios, y yo llevaba la coordinación de todos los colegios. Luego, marché a México, a la sub-20 del Puebla. También entrené al Elche de División de Honor.

¿Qué tal esa experiencia como entrenador? ¿Qué tipo de entrenador eres?

Depende del futbolista. Yo siempre lo he dicho: no voy a ser un entrenador ni bueno, ni malo; voy a ser un entrenador que vea a los jugadores, y si tiene jugadores para tocarla, la tocará, y si no, no. Mira, antes, hasta que no dejabas de jugar al fútbol, no podías sacarte el título de entrenador. Ahora, tú estás jugando y sales de entrenador. Yo empecé a ser entrenador a los cuarenta y dos o cuarenta y tres años. Ahora, un futbolista se retira a los treinta y tres y ya se retira con el título. ¿A quién van a firmar antes: al que jugó hace veinte años o al que acaba de terminar de jugar ahora? El primer entrenador va a ser ese. Antiguamente no teníamos esa posibilidad, y yo me perdí un poco del fútbol. Decía: «Ya vendrá». Y cuando quieres que venga, si no hay alguien que apueste por ti…

¿Cómo viviste los peores años del club; aquellos en los que bordeó la desaparición, con el Ayuntamiento auspiciando la fundación de un nuevo club llamado Oviedo ACF, construido a partir del Astur y que los ovetenses bautizarían el Engendro?

Tuve algún que otro problema. Se me achacó que yo apoyé al ACF. No sé de dónde lo sacaron. A lo mejor lo sacaron de una foto mía en el campo del Astur, pero, como te he dicho, yo era coordinador de las escuelas deportivas, y de ahí la foto. No había más que eso. Luego hubo una reunión, cuando querían refundar el Astur para que el Oviedo desapareciera. Me acuerdo de que tuvimos una comida con varia gente: exfutbolistas y futbolistas y gente del Ayuntamiento y del club. Lo primero que dijimos la mayoría fue: «¿Estáis locos? Si se tiene que morir alguien, que se muera, pero no lo mates». Yo, aparte, decía: «¿Y quién eres tú para matar al Oviedo? Eso te va a perjudicar toda la vida». Bueno. Salimos de ahí y el ACF empezó a funcionar.

¿Llegaron a contactar contigo para hacer publicidad del nuevo equipo, como la hicieron otras estrellas históricas del Real Oviedo?

Sí. Me dijeron de poner en la parte de atrás de los autobuses una foto mía con el escudo y el carné del ACF.

Recuerdo la campaña, y los autobuses aquellos. Hubo algún futbolista histórico del Oviedo que aceptó.

Yo no veo mal que tú firmes si tienes que dar de comer a tu familia. Si a ti te echan de tu revista, y te viene el Marca, por ejemplo, o te viene el Hola, ¿qué haces? Aunque sea el enemigo… Pero bueno, hay formas y formas. A mí me dijeron que tenía que salir ahí. Les dije: «¿Estáis locos? ¿Cómo voy a hacerme esa foto?». Me dicen: «Tienes que hacerlo. El miércoles te haces la foto». Me negué. Les dije: «Yo no mato mi historia, y menos al Oviedo. Si mato al Oviedo, muero yo, porque es mi historia. No. Y además, quiero hablar con el alcalde. Decidle al alcalde que quiero hablar con él».

Tú habías ido en una lista electoral de Gabino de Lorenzo, ¿verdad?

Sí, sí, sí. Yo había ido con Gabino. Pero bueno, eso fue al principio de dejar el fútbol. Le dije: «Voy contigo, pero voy el último. No quiero salir. Yo de política no tengo ni puta idea. No sé lo que es la política». Así fue. Fui de emblemático, en el último puesto.

¿Te recibió Gabino?

Nunca me recibieron, y a los diez días de decir aquello, me echaron del trabajo en las escuelas deportivas. Luego fui al palco un montón de veces con Manolo Lafuente, que era el presidente. Y no sé. Hubo alguna loca, o loco, que empezó a decir que yo había apoyado al ACF. Es mentira.

Me parece que escribiste un artículo que molestó a algunos por equidistante.

«¿Y tú de quién eres?», sí. Salió en una revista que se llamaba El Diario, que salía una vez a la semana. No era equidistante. Lo que yo decía era que cómo podía ser que yo fuera a un bar y me preguntaran de qué equipo soy. «¿De quién eres tú? ¿Del ACF o del Oviedo?». Yo no tengo ni puta idea de escribir, pero ese reportaje lo escribí yo, y me salió de maravilla. Denunciaba eso. ¿Quién es nadie para preguntarme a mí, cuando entro en un bar, de qué equipo soy? ¿Te pregunto yo a ti si eres no sé qué o no sé qué más? ¿A que no te pregunto?

Un artículo contra la exigencia de pronunciarse, ¿no es así?

Claro. Contra que me preguntara a mí o a cualquiera. Cada uno es libre de hacer lo que quiera. Aquello fue una guerra increíble. Yo tuve que sacar un día que tenía cinco carnés del Oviedo. ¡Yo era socio del Oviedo! Cinco carnés tenía: el mío, el de mi mujer, el de mi hija… No tenía que dar explicaciones. Pero te las exigían constantemente, o decían que tú eras del ACF. Nadie podía demostrar que yo había sido del ACF. Pero tampoco juzgo al que lo fue. Berto se equivocó en decir que el Oviedo estaba muerto, pero ¿por qué por haber jugado en el Oviedo y en el Vetusta no podía…? Si tú tienes que dar de comer a tu familia… Tú eres del Oviedo, pero si te dice mañana el Sporting «vente para acá»…

Yo soy del Sporting (risas).

Bueno, pues si te dicen «si te haces socio del Oviedo, te doy mil euros al mes», ¿vas?

Me lo pensaría, me lo pensaría.

Claro, si no tuvieras que comer, te lo pensarías. Es tu trabajo. Entonces, bueno. Hubo mucha problemática, pero, gracias a Dios, se solucionó todo, y hoy hay que darle las gracias a Gabino de Lorenzo, porque gracias a aquello el Oviedo subsiste, y a lo grande.

La resurrección del Oviedo desde los infiernos, después de bajar a Tercera dos veces, fue una cosa cierta y objetivamente admirable: como sportinguista, no me importa nada reconocerlo.

Nosotros tenemos socios y accionistas de todas las partes del mundo: cuidado, ¿eh? De Australia, de China, de Japón… De donde digas. De Canadá, de Finlandia… De todos los sitios, aunque sean uno, dos o tres.

Eres embajador del club. ¿En qué consisten tus responsabilidades como tal?

Imagen. Estar en todos los actos que puede hacer el Oviedo: por ejemplo, ir a los colegios, o acompañar a las visitas al museo, o cuando van los jugadores a las peñas, o los sábados y los domingos, cuando jugamos al fútbol, estar ahí. Llevo solo tres meses y estoy todavía, como aquel que dice, entrenando, pisando el terreno. Voy aprendiendo poco a poco. Esperemos que el equipo gane, que es lo más importante.

Has tardado muchos años en volver, cuando ha sido habitual que las estrellas del equipo trabajaran o se relacionaran con él tras su retirada. ¿Por qué esa demora?

Por lo que te decía antes. Yo soy de los más queridos en Oviedo, por la gente del Oviedo: no tengo ninguna duda. Todavía voy por la calle y la gente me pide fotos y autógrafos. Pero los que estuvieron dentro de la directiva del club no desearon o no querían que fuera a trabajar con ellos, no sé por qué circunstancias. Cada uno tendrá la suya. Se habló mucho de que sí, pero nunca se hizo. Ahora, llegó el Grupo Pachuca, aquella gente con la que firmé en México, con la que estuve un mes o mes y medio y a la que dejé porque no iba a cumplir con ellos. A pesar de aquello, ahora han vuelto a darme la oportunidad, y ahí estamos. Jesús Martínez me firmó a mí en Pachuca.

Vamos terminando ya. Te voy a preguntar dos cosas más. ¿Cuál es el rival más impresionante al que te hayas enfrentado?

Uf, muchos. Romário, Maradona, Hugo Sánchez… Tuve la suerte —o la desgracia, porque los tuve que sufrir— de coincidir con varios futbolistas impresionantes.

¿Cuál es la cosa más asombrosa que hayas visto hacer a otro futbolista en un campo de fútbol en el que tú estuvieras jugando?

Lo más impresionante que yo he visto en un campo de fútbol es a Maradona tirando faltas en el Camp Nou, al principio de mi carrera. Luego, le vas dando menos importancia a muchas cosas. Pero yo era jovencito, me sentaba en un balón y veía a Maradona tirarle faltas a Quini, que se ponía de portero, al acabar los entrenamientos, y me sorprendía mucho. Decía: «¡Quinochooo! Te voy a dar en el palo, pero va a entrar, ¿eh?». Le daba en el palo y entraba.

Creo que Quini había empezado siendo portero, como su hermano Jesús.

Dicen que el buen delantero siempre es buen portero. Y luego, cosas que yo viviera en un campo… Muchas. Creo que lo que más me impactó fue la despedida a Zico en Italia, en el campo del Udinese, adonde fui con el Barcelona. El campo aquel, no sé si serían sesenta mil o setenta mil personas gritando: «¡Ziiiicoooo, Ziiiicoooo!». Era impresionante. Recuerdo ponerme los pelos de punta eso y ponérmelos La Marsellesa en Francia, con la Selección española.

Y ¿cuál fue tu mejor gol, Carlos?

[Se lo piensa] El que le meto a México, a mí me parece un golazo: en plancha, por la escuadra. Pero el más difícil, que luego lo intenté hacer jugando al fútbol cincuenta veces y nunca me salió, fue el gol del ascenso contra el Mallorca. No soy capaz de saber cómo se metió ahí.

9 Comentarios

  1. Un clásico, infravalorado en su época, guerrillero y gran goleador

  2. Grandísimo Carlos, quizá el último gran ídolo del Oviedo en época profesional. «¡Carlos, te quiere, la gente del Tartiere!!

  3. Carlos siempre estarás en el corazón de los Oviedistas y los Ovetense s. Te queremos todos.

  4. Suscribo al 100% lo que dice acerca del Tiki Taka…parece que todos quieren jugar como aquel Barcelona pero sin esos jugadores y es un despropósito. De hecho, veo equipos de fútbol base que les empiezan a enseñar táctica para que empiecen a sacar el balón jugado, pase, pase,pase…en cuanto se enfrentan a un equipo más físico….los destrozan…

  5. El mio primer ídolu del Uviéu, diendo a Pre-escolar. El mio hermanu colecionaba na escuela los míticos cromos de la Liga, y recuerdo la so semeya col pelu llargu. Yera el mio xugador preferíu, el mio primer héroe azul d’infancia (depués coló y tuvi que quedame con Oli), anque nunca nun lu llegué a ver xugar en vivu. Echáronlu xusto cuando me mercaron el PC Fútbol 5.0 pal ordenador (temporada 1996/97). Recuerdo d’empezar la lliga col Uviéu y nun entender por qué Carlos nun taba nel plantel. Busquélu per tolos equipos de toles lligues (fasta de Sudamérica) y nunca nun lu topé, solo a un Carlos del Sevilla que nun se correspondía. Por desgracia, aquella versión tovía nun tenía la lliga mexicana (habría qu’esperar fasta el PC Fútbol 2001); años dempués enteraríame de que xugaba en Méxicu. Entá recuerdo aquella frustración de neñu como si fore ayeri… La entruga de «¿Ú ta Carlos?» sigui resonándome na tiesta tovía güei.

  6. Florencio Botas

    Yo le estimo y le admiro… Pero sí, estuvo con Gabino y con el Engendro. Hace bien en intentar borrarlo, pero es un borrón indeleble. De todas formas, para los oviedistas pesa más, mucho más, lo bueno que le dio al Oviedo que lo malo que le dio al ACF.
    Le deseo lo mejor en su vida personal y profesional, y le envío un abrazo.

  7. El recuerdo que tengo de Carlos como futbolista (posiblemente visto en El Día Después) fue una vez que cae con un defensa en el área, el árbitro pita penalti y él se levanta mirándolo y diciendo que no con la cabeza. Esa imagen se me quedó grabada.

  8. Mateo González

    Entonces, ¿la Brasil de Pelé o la naranja mecánica de Cruyff también hicieron mucho daño al fútbol por jugar bien y que otros quisieran imitarles sin tener jugadores para ello? Ahora resulta que lo que ha hecho más bien al fútbol mundial es el estilo Maguregui. La prensa madridista saca un mantra y ya no faltan cuñaos como este que compran acríticamente el ¿argumento?

  9. Pingback: Rafa Alkorta: «El que inventó el nombre de cola de vaca me tiene frito»

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