Uno de los grandes logros de David Stern, el comisionado de la NBA entre 1984 y 2014, fue convertir el baloncesto en un fenómeno global. Y ciertamente lo es, aunque no alcanza, ni por asomo, la popularidad del fútbol. Hoy, a pesar de su difusión, sigue siendo un deporte para eruditos. Pero quizás hubo un punto de inflexión. Quizás algo cambió en el año 2020 con The Last Dance, el documental sobre Michael Jordan que se pudo ver durante el confinamiento de la pandemia. Tuvo una audiencia de 5,6 millones de espectadores en Estados Unidos (ESPN) y casi 24 millones en el resto del mundo (Netflix). Estaba en boca de todos, hasta de aquellas personas que no habían visto un partido completo en su vida. A partir de su éxito, se han publicado y traducido libros, emitido documentales sobre otras figuras. La atención sobre el baloncesto ha crecido en todo el mundo. Sin embargo, faltaba una serie de ficción a la altura.
A mediados de la década de 2000, cuando comenzaba el boom de la televisión tal como la conocemos en la actualidad, George Clooney coqueteaba con HBO para producir una ambiciosa serie sobre el mundo del baloncesto. Se dijo que hasta contaría con cameos de jugadores reales. Pero, a pesar de los rumores, esto nunca sucedió. La gran producción llegó mucho después, el año pasado, de la mano de Adam McKay, un célebre actor, guionista y director de comedias que propuso a HBO adaptar el libro Showtime, de Jeff Pearlman. El autor—y este es un dato muy curioso— no sabía quién era McKay hasta que este lo contactó para comprar los derechos de la obra. Incluso tenía muchas dudas de que algún día fuera a verse en la pantalla. Afortunadamente, se equivocó.
¿Y quién es Jeff Pearlman?
A pesar de tener poco más de cincuenta años, Jeff Pearlman (Nueva York, 1972) tiene un currículum impresionante, más allá de las publicaciones periódicas, como autor especializado: ha escrito tres libros sobre béisbol, cuatro sobre fútbol americano y dos sobre baloncesto. Estos últimos son el citado Showtime: Magic, Kareem, Riley y la dinastía de Los Angeles Lakers en los años 80 (2013) y El circo de los tres anillos: Kobe, Shaq, Phil y los años locos de la dinastía de los Lakers (2020). En España, han sido publicados por las editoriales Contra (2022) y Córner (2021) respectivamente. Ambos destacan por su estilo ágil, velocidad narrativa y sentido del humor. Se leen de un tirón, como una novela, y se han convertido en éxitos de ventas. Pero no por ello son obras menores: la cantidad y la calidad de las fuentes consultadas confirman que son reportajes meticulosos, serios y confiables.
En la biografía de su página web, Pearlman se presenta a sí mismo de esta manera: «No soy cool, ni profesional, ni inteligente. Huelo un poco a moho, me corto el pelo (mal), me duele la espalda y como demasiados bocadillos. Pero, por lo menos, soy bastante honesto». Estamos, entonces, ante un escritor al que le gusta la ironía y al que le importa, sobre todo, la honestidad. Y es que, para él, a la hora de escribir reportajes se pueden tomar dos caminos: «Puedes escribir crónicas verdaderas, honestas, reales, o puedes profundizar en la mitología y el pop y el pulp», explicó a la revista Time a propósito del riguroso retrato que hizo del Kobe Bryant en El circo de los tres anillos, publicado meses después de su fallecimiento. «Estoy escribiendo una historia real. Es de suponer que alguien, algún día, querrá volver atrás y saber cómo fue este período. Y ese es mi trabajo, registrarlo con precisión y honestidad».
Showtime es, en efecto, el registro de una época realizado con precisión y honestidad. Sin embargo, el camino que ha tomado McKay en su adaptación ha sido el de la profundización mitológica. Si el libro es un Lucian Freud, la serie es un Roy Lichtenstein. En todo caso, un fragmento de un Lichtenstein. Pearlman registra todo lo sucedido hasta la primera retirada de Magic Johnson. La serie, titulada Winning Time: The Rise of the Lakers Dynasty para no aludir a un canal de la competencia, solo aborda la temporada de 1979-1980. Está previsto que este año continúe con nuevos capítulos.
Distorsión en favor de la épica
Los créditos de apertura de WinningTime—en España y Latinoamérica, Lakers, tiempo de ganar—son toda una declaración de intenciones. Una sucesión de imágenes de Los Ángeles, granuladas y con contraste, que presentan desde chicas en la playa hasta adictos al crack entre electrizantes secuencias deportivas de época. Sin embargo, estas últimas no son reales, ya que McKay no obtuvo permiso de la NBA para usar su archivo. La música de la introducción tampoco pertenece a esos tiempos. El tema de hip hop My Favorite Mutiny, de The Coup, fue lanzado en 2006.
De algún modo, esto anticipa lo que vamos a ver: la mitología, el lado pop y pulp, de los Lakers del Showtime. Una visión exagerada y a veces satírica, capaz de distorsionar los hechos en cualquier momento por exigencias del guion, que tiene como objetivo recoger el espíritu del equipo que, en un momento en el que la NBA estaba envuelta en problemas financieros y escándalos por abuso de drogas, le dio glamur a la liga y marcó su devenir.
Son muchas las licencias que se toma la serie con respecto a lo que ocurrió en realidad. Pero prácticamente ninguna es relevante. Ni siquiera aquellas que tienen que ver con el juego en sí. Por ejemplo, Jerry West no dimitió como entrenador en plena pretemporada, sino meses antes. Al llegar a Los Ángeles, Magic Johnson no tuvo tantos problemas con sus compañeros. Por su parte, Pat Riley y Chick Hearn se llevaban bien cuando se desempeñaban como locutores del equipo. Y, si bien es cierto que Paul Westhead era capaz de recitar a Shakespeare en las ruedas de prensa, no tuvo un comienzo dubitativo como entrenador, como nos hace creer la serie. Su debut, de hecho, vino con una racha de victorias.
Todas estas licencias creativas cumplen el propósito de aumentar el vigor narrativo. Pero algo atacó los nervios de los eruditos en el séptimo capítulo de los diez que se emitieron: el primer enfrentamiento en la NBA entre Magic y Bird, que acabó con la victoria de los Lakers. No se decidió con unos tiros libres de Norm Dixon, sino con una canasta sobre la bocina de Michael Cooper. Y, sobre todo, no se celebró en Boston, sino en California. Lo verídico, aquí, es que Boston era una ciudad tan hostil como aparece en la ficción y, en el vestuario visitante del Garden, las duchas no tenían agua caliente. El parqué era viejo y solo los locales sabían por dónde botar el balón. Durante décadas, a nadie le gustó jugar allí.
Porque la historia de los Lakers del showtime tiene momentos que parecen inverosímiles. Un asesinato de la mafia impidió que Jerry Tarkanian se convirtiera en el primer entrenador del equipo. Jack McKinney fue relevado de los Lakers tras un accidente de bicicleta casi fatal. Y, sí, Spencer Haywood le pidió a un mafioso que asesinara a Paul Westhead tras ser apartado de las finales por consumir cocaína. El programa, como es habitual, exagera y también pide la muerte de sus compañeros. Pero es real. Hay un estupendo artículo de Gonzalo Vázquez, «Westhead debe morir», que cuenta los detalles de este episodio, que parece obra de una delirante imaginación.
Protagonistas descontentos
«La trama general se basa en hechos históricos, aunque rellenamos muchos espacios en blanco», admitió el actor John C. Reilly, quien interpreta al propietario de los Lakers, Jerry Buss, a Vulture. «Sabía que sería difícil para las personas involucradas en esta historia ver sus vidas representadas de una manera semificticia. Pero eso no significa que esta historia no deba contarse».
La serie despertó feroces críticas entre sus protagonistas. Magic Johnson mostró inmediatamente su rechazo. «Es difícil. No la veré porque es difícil de duplicar. No puedes duplicar el showtime», dijo a Entertainment Tonight. Kareem Abdul-Jabbar la calificó de «aburrida» y «deliberadamente deshonesta» en uno de sus artículos en Substack. «Jerry Buss es un empresario ególatra, Jerry West es un entrenador enloquecido, Magic Johnson es un simplón sexual, yo soy un imbécil pomposo. Son caricaturas, no personajes», opinó. «[Jerry West] nunca rompió palos de golf, no tiró su trofeo por la ventana», añadió más adelante.
El enfado de West no tardó en llegar y envió una carta legal a los responsables de la serie, con una lista de quejas por su «representación falsa y difamatoria», que incluía episodios depresivos y ataques de ira. Y es cierto que nunca arrojó su trofeo de campeón a través de una de las ventanas de su oficina; de hecho, su oficina ni siquiera tenía ventanas. Pero en sus memorias, publicadas en el año 2011, reconoce no solo haber padecido depresión, sino también romper muchas veces palos de golf a propósito, tal como se nos muestra en otra de las escenas de la ficción televisiva.
Pocas personas se mostraron satisfechas con el resultado de Winning Time. Solo la familia del difunto JackMcKinney, por rescatar del olvido al verdadero arquitecto de la fabulosa ofensiva del showtime, y Spencer Haywood, hoy rehabilitado, porque le dio la oportunidad de hablar sobre lo que le sucedió. «Desde el quinto episodio[cuando apareció su personaje] en adelante, me sentía enfermo. Estaba llorando. No podía controlar mis emociones. Pero resultó ser una bendición. La gente decía: ‘Sé que estabas loco en ese programa de los Lakers, pero quiero saber tu verdadera historia’», confesó el exjugador.
Diferentes versiones de una misma historia
Secuencias rodadas cámara en mano, en formato de ocho milímetros. Personajes caricaturizados. Constantes rupturas —a veces innecesarias— de la cuarta pared. Momentos hilarantes que nunca sucedieron. Winning Time es una serie de excesos, pero también de virtudes, como su ritmo trepidante y la ambientación de la época. Su punto fuerte, sin duda, es un acertadísimo casting en el que confluyen grandes nombres y grandes descubrimientos, como Quincy Isaiah (Magic Johnson) y Solomon Hughes (Kareem Abdul-Jabbar). Ambos guardan un increíble parecido con los jugadores que encarnan y su trabajo ha sido alabado por la crítica.
Winning Time no pretende reproducir, punto por punto, la historia tal como sucedió. Gracias al libro de Pearlman, esto ni siquiera es necesario. Más bien, como hemos dicho, su mayor logro es reflejar el espíritu del equipo que cautivó al mundo entero con todos los alardes que permite la televisión. En cualquier caso, no es la única fuente que el espectador puede consultar. Justo después de su emisión, Jeanie Buss—hija de Jerry Buss y hoy propietaria de la franquicia californiana—y Magic Johnson lanzaron sus propios documentales, su propia versión de los hechos, como si quisieran desquitarse de la imagen que la serie había creado sobre ellos.
Las posibilidades que ha abierto la serie de Adam McKay para difundir el baloncesto de manera masiva, siguiendo la estela de The Last Dance, parecen infinitas. Hoy, más que nunca, la apuesta está enfocada en el mercado audiovisual, sobre todo emitido en plataformas de streaming. ¿Lo próximo que dará que hablar? Se acaba de estrenar el documental Bill Russell: Legend, en Netflix, y en abril se comenzará a emitir la segunda temporada Winning Time, en HBO. ¿Qué más podemos pedir?
La autora podría ganarse fácilmente la vida como humorista, porque mira que hay que ser cachonda para escribir que el baloncesto «sigue siendo un deporte para eruditos». Y digo lo de cachonda en el sentido de su cuarta acepción recogida en la 23.ª edición del diccionario de la Real Academia Española, no en el de las tres primeras, que de esas ni sé ni me importa si lo es o no.
¿El baloncesto un deporte para eruditos? Cuanto menos, es bastante cuestionable esa afirmación y no sé si ella sea muy joven, pero la fiebre por el baloncesto no es por la serie «The Last Dance», sino que, con los antecedentes poderosos de los años ochenta, se dio con la emergencia de los Chicago Bulls de Michael Jordan y compañía que ganaron en dos tandas 6 campeonatos.
Jeff Pearlman, con sus claros y sus oscuros, supo rentabilizar a la perfección su talento para la escritura con un extraordinario trabajo de documentación. Fue capaz de arrancar de sus fuentes una información que en muchos casos no es fácil de obtener. Hay que tener una gran conexión con el entrevistado o en el mejor de los casos que éste tenga muchas ganas de hablar.
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