Aunque parezca mentira, en los años noventa, ser una estrella internacional del fútbol era más fácil que ahora. Uno podía jugar en el Southampton, marcar una serie de golazos y pasar al imaginario común. Ahora, con eso no basta. Vivimos en tiempos inconformistas en los que siempre hay alguien que pide más. Por ejemplo, al Real Madrid. Por ejemplo, a Vinicius Jr., que se marcó en Anfield uno de esos partidos que coronan a un futbolista que, por otro lado, ya debería estar coronado tras su gol en la final de Saint-Denis.
Vive Vinicius, como vive el Madrid, en el prejuicio constante. Demasiado ruido. Demasiado debate. El equipo que ha ganado cinco Champions desde 2014 y va a por la sexta embalado parece que siempre tiene que demostrar algo más. Si gana un partido complicado, se habla de épica, de su relación de amor con la Champions y de un montón de historias más. Se obvia, sin embargo, lo más importante: es un equipazo y además es un equipazo que soporta los cambios de plantilla y de ciclos, agarrado en las transiciones a Benzema, Modric, Nacho, Carvajal y lo que queda de Kroos.
Es fácil caer en el tópico de la suerte o de la remontada incomprensible, pero no hay nada de incomprensible en este Real Madrid como no lo había en el que ganó en Munich 0-4, el que ganó en Turín 0-3 o el que se impuso 1-3 al campeón de Europa en Stamford Bridge. No ha habido nada incomprensible, desde luego, en esta exhibición en Anfield, este 2-5 sideral en el que el Madrid hizo todo lo que se espera de un equipo de leyenda: aguantó el chaparrón sin venirse abajo, mostró personalidad cuando lo fácil era esconder la cabeza bajo el césped y combinó, combinó y combinó hasta que todas las costuras del Liverpool se fueron rompiendo, un equipo, por otro lado, que no recuerda en nada al que fue campeón de Europa en 2019 y finalista el año pasado.
Nadie ejemplifica mejor esa capacidad para no inmutarse ante la zozobra que Camavinga. El segundo gol del Liverpool, antes que un error de Courtois fue un error del francés, que se resbaló en la salida del balón y dio pie a la oportunidad británica. Camavinga, de 20 años recién cumplidos, tenía el encargo de sostener él solo un medio del campo en el que Modric aún no carburaba y Valverde estaba más pendiente de conectar con la portería contraria. Camavinga, segunda temporada en el Real Madrid, lateral izquierdo ocasional, interior cuando así se le pide, en vez de caer en excusas, se vino arriba. Sin excesos, pero sin errores. Una demostración de carácter.
El equipo del vértigo
Porque no se puede hablar del carácter de un equipo como si eso no tuviera nada que ver con su jerarquía futbolística. Un equipo tiene más carácter cuanto más gana y más gana cuanto mejor juega al fútbol. La última transición, después de la marcha de Keylor Navas, primero, de Cristiano Ronaldo, después, y, por último, de Sergio Ramos, era la de Casemiro. En vez de optar por superestrellas consagradas, el Madrid buscó en Francia y encontró a dos jóvenes carísimos que ofrecían justo lo que el equipo necesitaba: el citado Camavinga y el prometedor Tchouameni.
A veces se olvida lo difícil que es coger a un puñado de postadolescentes -así, también, Rodrygo y Vinicius, por supuesto, incluso Militao en su momento- y encajarlos dentro de un hábitat competitivo. Da igual que al Madrid lo entrene Zinedine Zidane o lo entrene Carlo Ancelotti porque sigue siendo el Madrid. Es una seña de identidad que va más allá del sistema concreto. La seña de la competitividad extrema, que no puede reducirse al golpe de suerte cuando se repite una y otra vez. No vale decir «el Madrid estaba muerto y…». No, no estaba muerto. Iba perdiendo, pero no estaba muerto. Nunca lo está. O casi nunca. En su remontada no hay nada de resurrección, sino de fútbol sencillo y exacto, como aquella jugada en la que Courtois sacó con la mano para Valverde, Valverde jugó en profundidad con Vinicius y Vinicius casi encuentra a Benzema en boca de gol. Todo, en cinco segundos.
El Madrid es vertiginoso cuando quiere. No siempre quiere, de acuerdo, de ahí sus relativamente pobres resultados en las competiciones españolas, pero ese ritmo no lo tiene nadie en Europa como no tiene su talento. Porque estamos aquí hablando de competitividad y de historias y se nos olvida la famosa «pegada», otro prejuicio para hablar de la calidad extraordinaria de determinados hombres diferenciales. Vinicius se inventó el 2-1, sí, pero es que también se inventó el 2-5. Benzema se desconectó del juego en ocasiones, pero supo irse del partido con un doblete. Modric estuvo sensacional en la segunda parte. Incluso si el árbitro hubiera pitado el flagrante penalti de Carvajal, uno tiende a pensar que el Madrid habría reaccionado con otro par de goles.
El cuánto, el qué y el cómo
El otro día, en Twitter, alguien escribía algo así como «Vinicius no puede ser una estrella mundial hasta…». No era un exaltado ni un odiador profesional. Era alguien que realmente cree que Vinicius no es ya desde hace más de un año una estrella mundial. Alguien que probablemente compre que el Madrid gana por suerte, que, claro, la Champions es su competición y ese largo etcétera. De nuevo, los prejuicios. Si el partido de Anfield no sirve para acabar con ellos, yo ya no sé qué más hay que hacer.
Cuando no sirve el cuánto ni el qué y se ningunea el cómo, es difícil analizar determinados fenómenos. Habrá quien diga que el Madrid no necesita ser mejor para ganar, pero habría que determinar primero que se entiende por «ser mejor». No temblar en el área en el minuto 93, por ejemplo, es ser mejor. No desistir de una idea pese a un marcador ajeno es ser mejor. Imponerse, a veces por talento y a veces por pura tenacidad, es ser mejor también. Y si quieren virtuosismo, ¿qué quieren que les diga? ¿Acaso no hay virtuosismo en este Madrid?
La vuelta de la eliminatoria dejará lo que deje, como lo harán las siguientes rondas si el Madrid pasa. Lo que queda, de momento, es una secuencia PSG-Chelsea-City-Liverpool dos veces que consagra a un equipo y a una generación. Klopp sonreía después de cada gol del Madrid como si no se lo pudiera creer, como si no entrara en sus planes. Van Dijk, directamente, resoplaba ante la que le estaba cayendo encima. Porque el Madrid tiende a caerte encima así, de golpe, sin que te des cuenta. Y luego piensas que es casualidad, claro, porque no lo viste venir. Pero no, no lo es, y ya es tiempo que lo reconozcamos con cierto consenso.
Aplausos de pie
Solo RMCF.
Gran artículo, qué gustazo da leer crónicas así
Los resultados pobres en la liga española del Real Madrid tienen una explicación arbitral. El Barcelona sobornó al comité técnico arbitral, está demostrado
Los partidos del Madrid en Liga son, en general y desde hace varios años, de auténtica vergüenza en cuanto al número de faltas no pitadas, interrupciones del ritmo y del juego, y un largo etcétera.
No sé si se deben a la corrupción arbitral (tiene sentido visto lo visto), pero partidos como el del Mallorca reciente ejemplifican el deplorable nivel del arbitraje.
Tampoco hay que ponerse en plan llorones, de hecho el Madrid ha llevado esto con honor y dignidad, pero ahora muchas cosas empiezan a tener sentido (lamentablemente). No ya episodios como aquella mano de Militao vs Sevilla que cambió una liga, ni anomalías estadísticas (saldo arbitral de expulsiones, 78 partidos sin penalti en contra etc), si no las 85 faltas de cada domingo y la tolerancia contra el racismo o la violencia, todo con la connivencia de una prensa también comprada
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